Se quiere “llevar la efervescencia” actual de Madrid –en palabras de Luis Cueto, coordinador general de la Alcaldía– a la 31ª edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Si el Madrid de los 80 trasladó a la creación artística su sexo sin miedos y su reacción a la crisis, la contestación a los recortes de los últimos años se ha visto más en las calles y menos en los garitos. “Es un movimiento –dice Ernesto Castro, moderador de la mesa redonda Acción y reacción. Madrid al límite (26 de noviembre) y participante del encuentro Cultura e indignación (28 de noviembre), ambos en el pabellón madrileño de la FIL– que desde el comienzo estaba inspirado en la literatura, aunque sea pseudoensayo, como es el caso de Stéphane Hessel. No ha habido movimiento social en Europa que haya tenido tanto respaldo intelectual de todo tipo como el caso del 15-M, ni la Nuit debout ni lo que sucedió en la plaza Syntagma”.
Quizá fue esa la protesta que rehuyeron los artistas de la Movida, defendida desde las fotos de Miguel Trillo y denostada por quienes vieron en ella un experimento de sedación promovido desde las instituciones públicas. Rebeldía descafeinada, enfundada en los ropajes excesivos de Tino Casal. Ya ha pasado el tiempo necesario para desmitificarlo, como hizo La Felguera Ediciones con La Movida Modernosa, y ha dejado de ser peligrosa su reivindicación, tanto como para que Cristina Cifuentes quiera resucitar su espíritu en un nuevo centro cultural. Sobre si existe un relato cultural recuperable, más allá del petardeo, Ernesto nos aclara: “La Movida es el ejercicio pleno de la posmodernidad como la ruptura de todo canon y la proliferación de poéticas individuales que no son posibles de subsumir bajo una misma categoría. En ese sentido habría que celebrarlo, porque no fue la construcción de un paradigma que todo lo engloba, como la poesía de la experiencia, la Generación del 27 y todo ese tipo de generaciones que crean como una sombra contra la cual deben luchar los seguidores. El rechazo a la Movida es institucional, académico y más bien político que de tipo cultural o de índole literaria”. Su padre, el crítico de arte Fernando Castro Flórez, comisario asimismo en esta FIL, asegura: “Para gente como yo que por edad vivió la Movida he comprobado que en España nos parece que es una gran cursilada descalificarla completamente como una cultura institucionalizada o subvencionada políticamente por el Ayuntamiento de Enrique Tierno Galván y, sin embargo, en el extranjero se considera un fenómeno digno de analizar. Hay muchísima bibliografía americana sobre la Transición, sobre lo que supuso la Movida, sobre qué había de político y de despolitizado en ella y en qué medida fue una especie de momento pop en que la ciudad de Madrid da su versión particular del pop. Lo hace con tres décadas de décalage, es decir, el pop ya está más que asumido institucionalmente en todo el ámbito internacional, pero la anomalía del franquismo hace que la cultura juvenil y popular llegue en los años 80”.
Movida y removida
¿Y cómo se le explica al público mexicano lo que significó la Movida, un movimiento concebido para contradecir todo lo estatuido sobre lo que se podía crear, en todos los ámbitos frente a la aburrición de la canción protesta? ¿Interesa tanto allí cómo y a quién le sacaban la lengua en los escenarios? Pues parece que sí. Más allá de la extraordinaria vigencia de la música de la Movida en toda América Latina o de que en México Pablo Iglesias fuera en su momento “una rock star y haya fenómenos políticos a la manera de Podemos”, como afirma el autor de Estética a golpe de like, nos siguen de cerca y con interés. “España y México –nos cuenta Ernesto Castro– se parecen mucho más de lo que uno cree a primera vista, sobre todo teniendo en cuenta la hermandad que hubo tras la Guerra Civil motivada por el exilio republicano, la importancia que se concede allí a los filósofos exiliados como José Gaos, María Zambrano y el análisis o la literatura que se ha generado a partir de movimientos sociales como periodos revolucionarios”.
Pero para sorpresa de quien no conozca los gustos mexicanos, el seguimiento de nuestros héroes de la Movida no es cosa de nostálgicos o estudiosos de la posmodernez, pues su espíritu sigue vivo en las calles. Ernesto nos confiesa que el único hotel en el que ha escuchado por el hilo musical Maquíllate de Mecano fue en Guanajuato, lo que le hizo pensar que la Movida madrileña está más viva en México que en Madrid: “Del mismo modo que en España hubo un dominio cultural del franquismo durante cuarenta años, ellos tuvieron la cultura oficial del PRI, y sobre todo en el ámbito de la pintura empiezan a surgir personajes que tienen planteamientos distintos. La estética, o por lo menos el uso intermedial de las técnicas pictóricas, escultóricas, artísticas, es relativamente similar a lo que podría ser Ouka Lele. Con sus matices se produjeron tanto en España como en México fenómenos artísticos, en realidad de segundo nivel o de muy poco valor estético, pero que no obstante supusieron una ruptura y tuvieron una relevancia por lo menos interna importante en la apertura de posibilidades”.
Esas otras formas de hacer ciudad de los rebeldes que coparon las salas de ensayo, los bares, en Madrid tenían mucho de lúdico. Ni Fabio ni Pedro ni Kaka de Luxe, o Los Zombies con su estética estridente y ecléctica, jugaron a otra cosa que no fuera la ruptura de códigos. Una permisividad medioambiental que permitió la convivencia de Los Nikis y La Polla Records, en las antípodas ideológicas, que hoy enmiendan los representantes de la indignación, más afines a la decantación que al cante, salvo excepciones como la de Monedero y sus fandanguillos.
El anverso de la cultura despreocupada de los 80 lo tenemos en los protagonistas de las sentadas en las plazas públicas, de ahí que Fernando Castro, responsable de exposiciones como La extraña comunidad de la columna, haya optado por enfrentar en la FIL dos tipos de rebeldía, la amable, histriónica, cutre y glam, frente a la “transcaspa de tendencia viejuna”: Madrid “tiene esa cosa de ser un espacio culturalmente muy contradictorio. Recordar la Movida y los indignados no es para hacer la crónica de dos fracasos, sino de dos momentos de intensidad y también para entender qué está pasando hoy. Lo que me interesaba de llevarlos al mismo tiempo es que uno critica al otro, porque evidentemente el movimiento de los indignados, entre otras cosas, es un cuestionamiento de la cultura de la Transición. Mi generación es la de los nihilistas hedonistas o lúdicos o de los nietzscheanos dionisíacos, la primera que se consolida después de la Transición. Somos contemplados por los indignados como unos cínicos, gente que buscó instalarse en la institución cultural, que abandonó toda posición crítico-política en beneficio del mercado”. Si su generación, la de los 80, le pareció “divertida, aunque cultural, simbólicamente, pictóricamente me parecía escandalosamente floja, cuando no deliberadamente cursi o absolutamente kitsch, el movimiento de los indignados me sigue pareciendo muy revelador, un fenómeno que, menos mal, sacó al país de una atonía en la que no pasaba nada, que es la forma en la que la política corrupta puede continuar. Los herederos de la Movida son tan funestos como los capitalizadores del 15-M; la lectura de que el 15-M es Podemos me parece una de las usurpaciones más grandes que ha podido existir”.
De palafrenes y opositores
¿Quiénes estarán al pasar lista, quién falta en la FIL? ¿Son los motores económicos o la ideología los que han dejado en tierra a firmas conocidas de la literatura? “Sí sé que constituir la delegación madrileña no ha sido fácil. Ha habido muchos que no querían ir y la opción que se ha tomado incluye mucha gente joven que no tiene mucho que ver con esas dinámicas un poco extrañas. Los big names como Marías y todos estos no han bajado al arroyo; parece ser que para ellos viajar a la FIL no es importante, que su importancia tiene, creo yo”, reconoce Fernando Castro. Le preguntamos abiertamente si en ese no querer ir hay algo de no querer ir con este (recalcamos) Ayuntamiento: “Pues tal vez. En el caso de Marías, a lo mejor tiene que ver con que no hay palafreneros, que no lo llevan en un palanquín, que yo creo que si pudiera ir desde aquí hasta allí transportado en una alfombra roja interminable que surcara por encima del Atlántico y fuera recibido con clarines como si fuera el retorno de Rubén Darío, pues seguramente iría. Hay personajes en la literatura y en la cultura española que son de un atrabiliario que flipas”, dice socarrón. Aunque para Ernesto, autor de Contra la posmodernidad, la deserción de semejante cita es ante todo la pérdida de una oportunidad: “Si uno tuviera que medir la importancia cultural de un país en términos demográficos, evidentemente la cabeza cultural de la hispanidad es México. Guadalajara es además mucho más que México, con la importancia que tiene ser la segunda feria después de Frankfurt. Es una especie de nodo de todo lo que se va a publicar en Iberoamérica y donde España cumple un papel esencial, porque se puede decir que el boom literario de los 60 es una invención de Seix Barral como el siguiente de Bolaño, Villoro y compañía es una invención de Anagrama. Hay que recordar que esto no es tampoco otra cosa que una feria y que al fin y al cabo lo que va a hacer cada cual de una manera más o menos velada es intentar colocar su pastel. Allí van a contar la novela que acaban de escribir o que están a punto de publicar. Es un mercadillo más que una gran exposición universal donde Madrid se presenta al mundo”.
Y el modo de hacerlo es a través de su producción literaria, pues como afirmó Manuela Carmena “los libros explican por qué la ciudad es como es”. Para saber leer las raíces de la gestación del nuevo Madrid que nació con la Movida, el destacamento cultural madrileño en Guadalajara se apoya en los que retrataron esa ciudad que quiso, en los años locos, conquistar la luz, para cambiar el mundo, volviendo a León Felipe, que con su Ganarás la luz enmarca la presencia de Madrid como ciudad invitada en la FIL. Nada más actual que sus versos de Español del éxodo y del llanto: “Ya no hay patria. La hemos matado entre todos: / Los de aquí y los de allá”.
ALICIA GONZÁLEZ
De Pata Negra
Borja Martínez
¿Otra vez, todavía, la Movida? Quizá tenga sentido, teniendo en cuenta la genealogía mexicana del término que con documentada intuición formuló el añorado editor de LEER José Luis Gutiérrez en un pasaje de su libro Días de Papel: “Parece como si la fijación freudiana de algunos dirigentes socialistas con el fenómeno del PRI mexicano, que Vargas Llosa definiera como la dictadura perfecta (…), les llevara a adoptar algunas de las expresiones y señas de identidad de los mexicanos, como la frase célebre El que se mueve no sale en la foto, una de las más conocidas de todas las acuñadas por el agudo sentido del humor de los aztecas. Porque la palabra movida también es de procedencia mexicana y su primera aparición conocida en España se produce en sendos monólogos de Mario Moreno, Cantinflas, en una de sus películas, El señor fotógrafo, estrenada el año 1958, veinticinco años antes de que la expresión eclosionara en la primavera socialista madrileña”.
Aquel invento, y este es un punto en el que se ponen de acuerdo los críticos de la llamada Cultura de la Transición, fue uno de los puntales del proyecto de dominación cultural con el que el PSOE se presentó a la hora de tomar el poder, tal y como ha dejado dicho, entre otros, Gregorio Morán, que en su libro El cura y los mandarines enunciaba su particular Teoría de la ilustración: “El PSOE viene a ilustrar y su política ilustrada es absolutamente memorable. Por primera vez hay un Gobierno que invierte en comprar inteligencia y compra a prácticamente la totalidad de la inteligencia española”.
Y en eso abundaba Pepe Ribas, redivivo él y su Ajoblanco, en conversación con LEER este verano: “Esa cultura domesticada por el socialismo, institucionalizada, sobre todo a partir del referéndum de la OTAN, ha sido capitaneada por el mundo de Prisa, que ha sido nefasto. Ha querido dominar el cine, los libros, la producción de literatura y de ensayo, la opinión, la radio; ha intentado dominarlo todo”.
Sirva este largo preámbulo de citas encadenadas para esclarecer el bicho, la levadura si se quiere, que condiciona la receta del programa madrileño en la FIL. Por las razones que sea –escasez de recursos humanos, insuficiencia del millón de euros presupuestado, premura en los plazos– el Ayuntamiento del cambio no ha podido escapar de la inercia y le ha salido un programa “clásico”, en palabras de la propia alcaldesa, que lógicamente no puede ser más explícita. A nosotros se nos ocurre otra definición más gráfica: el resultado es un programa pata negra. La nómina Prisa tiene una representación y un peso abrumadores: estarán con papel destacado el exdirector de El País Jesús Ceberio, el director en ejercicio, Antonio Caño, el inevitable Juan Cruz, y también Javier Rodríguez Marcos y Manuel Rodríguez Rivero, por no citar (están más abajo) a los autores con mayor o menor vinculación con la casa que también pisarán Guadalajara, casi todos con méritos literarios suficientes, todo sea dicho. Pero el predominio es altamente sospechoso, y tiene momentos estelares como el mano a mano Luis García Montero-Almudena Grandes, bajo el título Poesía y prosa, amor y matrimonio, que haría las delicias del comando irredento de La Fiera Literaria. Tampoco es casual que el arquitecto del pabellón madrileño, el por otro lado notable Alberto Campo Baeza, sea el mismo que proyectó la casa madrileña del comisario general de Madrid en la Feria, Paco de Blas, que ya como responsable de Cultura del Cervantes de Chicago le organizó allá por 2003 una exposición antológica.
Sirva todo esto para ilustrar algo que nos viene preocupando en LEER, y que no es otra cosa que la contumacia de ese modelo cultural que ni siquiera las fuerzas del cambio del Ayuntamiento de Madrid, ni las más radicales ni las bienintencionadas, han sido capaces de desactivar.
El resultado es un programa que a costa de llevar a Guadalajara a algunos de los de siempre –ni siquiera a todos, y muchos de los mejores se han quedado fuera– ha desaprovechado, a nuestro juicio, la oportunidad de profundizar, no solo en la rica historia literaria de Madrid y en sus señas de identidad culturales, sino en los vínculos con México, que encuentran particularmente en el exilio republicano un lazo de oro. Por la infinidad de escritores extraordinarios como León Felipe (que inspira el lema de Madrid en la Feria, Ganarás la luz, y poco más), Max Aub o la Zambrano, por citar algunos, que enriquecieron desde el país hermano la cultura iberoamericana del siglo XX, pero también gracias a figuras como Rafael Giménez Siles, el malagueño fundador de la Feria del Libro de Madrid que a partir del 39 fundaría en su nueva patria un verdadero imperio editorial y librero, así como la Feria del Libro de México.
Apenas un encuentro de cincuenta minutos –la duración estándar de todos ellos– organizado (30 de noviembre) por la Cátedra Vargas Llosa de Armas Marcelo, con clásicos como Pepe Esteban y Abelardo Linares, o la sesión sobre la Residencia de Estudiantes (26 de noviembre) abordarán directa o indirectamente la cuestión. Un comité científico hubiera permitido que esa y otras posibilidades afloraran. Se me ocurre, por ejemplo, lo que un Gonzalo Santonja hubiera podido aportar. Santonja precisamente formó parte del contingente que en el año 2000, cuando España fue el país invitado de la FIL, viajó a Guadalajara. La nómina es más corta –la exigencia del programa ha crecido desde entonces tanto como la importancia de la Feria– pero aun así se nos antoja más completa y equilibrada que la que finalmente llevará Madrid. Por citar solo a algunos: Carlos García Gual, José Enrique Ruiz-Domènech, José María Merino, Juan Manuel de Prada, Enrique Vila-Matas, Felipe Benítez Reyes, Francisco Brines, Paloma Díaz-Mas, Antonio Gómez Rufo, María Luisa Balseiro, Eustaquio Barjau, José Luis Pardo, Fermín Cabal, Pedro Villora o Juan Mayorga, además de los ya fallecidos Claudio Guillén, Carlos Casares, Manuel Vázquez Montalbán, Eugenio Trías, Ángel González y José Hierro. De aquella expedición solo repite García Montero.
Marwan representando esos nuevos caminos de la poesía que tanto espacio están dejando últimamente al gato por liebre o la presencia del superventas Blue Jeans con el encuentro Los lectores del futuro ya están aquí –la formulación ominosa del título a lo Poltergeist quizá no sea inocente– son otros dos ejemplos de que había margen para hacer las cosas mejor.
Aún así, el programa cuenta con citas interesantes. Están los dos encuentros (26 de noviembre y 1 de diciembre) con escritores mexicanos e iberoamericanos –Jorge F. Hernández, Juan Carlos Chirinos, María Luisa Capella, Emiliano Monge y Antonio Ortuño– que han conocido o residido en Madrid, o las mesas consecutivas de Realidad y relato, moderadas por Adolfo García Ortega (30 de noviembre) con Andrés Ibáñez y Luis Magrinyá y Carlos Pardo y Ray Loriga, respectivamente. También las citas monográficas protagonizadas por Rosa Montero (29 de noviembre) Olvido García Valdés y Lorenzo Silva, este último en conversación con Marta Sanz (30 de noviembre), o el mano a mano de Elena Poniatowska y Soledad Puértolas sobre la mujer en la novela actual (29 de noviembre). O la mesa de traducción, dentro de la sección de encuentros profesionales, con Miguel Sáenz, Pilar Adón y Carlos Fortea (27 de noviembre). Marcos Giralt, Vicente Molina Foix, Luisgé Martín, Andrés Barba, Mercedes Cebrián, Sergio del Molino, José Carlos Mainer o Antonio Orejudo son los autores que completan la nómina de relevantes.
En un programa literario débil gana peso el ciclo de Fernando Castro Flórez Algo más que palabras, que “refleja las posiciones crítico-artísticas de los creadores más radicales y lúcidos del panorama madrileño”, y verdaderamente reúne buenos nombres en una propuesta más propia de una bienal artística: José Maldonado, el colectivo Democracia, Carlos Aires, Los Torreznos, la reciente premio Velázquez Concha Jerez, Cabello y Carceler o Carlos Garaicoa. También prometen las tres charlas del ciclo Pensando la ciudad organizado por Marcos García de MediaLab Prado y Antonio Lafuente del CSIC. O la programación de cine, dividida en sesiones históricas y contemporáneas. En el que de nuevo se echa de menos una profundización en los vínculos de ambas cinematografías. Buñuel aparte, no hubiera estado mal ver algo de su estrecho colaborador Luis Alcoriza. El director de la hilarante Mecánica nacional volvió a España en los 80 para hacer una inquietante película, Tac Tac (1982), que estamos convencidos que Almodóvar vio antes de escribir La piel que habito. Otra vez la Movida, nomás. Se cerraría el círculo.
Una versión de estos artículos aparece en el número de noviembre de 2017, 287, de la edición impresa de la Revista LEER.