¿Este es otro de esos libros en los que cuentas cosas que nadie quiere escuchar?
Posiblemente sí. En este caso creo que el que más, porque es un ajuste de cuentas. Es quizá el más duro y más brutal de todos los que he escrito. De alguna manera es un relato que, sin vanidad alguna, sólo podía hacer yo, porque tenía ganas de hacerlo y porque es mi generación. Además yo no entré en el PSOE y antes de la legalización del PCE ya estaba fuera… Pero también es una continuación del libro de Ortega –El maestro en el erial (Tusquets, 1998)–, porque el libro de Ortega es una explicación de la barbarie en la cual nacimos. Por eso es posible que este libro no exista, que no salga en los papeles como se intentó con el de Ortega… Es el único favor que le debo a Vargas Llosa. El grupo Prisa había decidido no publicar ni una sola referencia, pero el director de Tusquets, Antonio López Lamadrid, que ya falleció, le mandó un ejemplar a Vargas Llosa, que estaba en Berlín en una de esas genialidades (dos años de beca) que consiguen los que saben vivir bien. Y sin tener ni idea de las consecuencias que tenía aquello, hizo un artículo para El País, que nadie se atrevió a levantar, absolutamente impresionante a favor del libro. Y ahí empezó a existir.
‘El cura y los mandarines’ tiene como hilo conductor a Jesús Aguirre…
Sí, pero la historia es más compleja. Están los Pradera, los Gil de Biedma, los Castellet… Los mandarines de la época que consideraron que el hecho más importante de sus vidas fue ver a Jesusito convertido en duque de Alba. Eso dice mucho. Aguirre es un personaje complejo e importantísimo en esos años. No olvides que es él quien presenta en sociedad a Felipe González cuando el PSOE aún no es legal. En la presentación de un libro sobre Besteiro de Guillermo Solana, que ahora es director del Thyssen y que antes estaba vinculado al PSOE y a Tierno Galván, ante el tout Madrid, Jesusito Aguirre, director de Taurus, dice: ‘ese hombre tan citado que la gente llama Isidoro, yo lo tengo que presentar aquí, se llama Felipe González’. Te podría contar de estas anécdotas una docena, que están en el libro. Se podría decir que Aguirre es un personaje secundario, sí, pero está allí. Es como Forrest Gump, con la diferencia de que no es Forrest Gump, sino todo lo contrario.
Los mandarines de la época consideraron que el hecho más importante de sus vidas fue ver a “Jesusito” convertido en duque de Alba. Eso dice mucho
El libro arranca en 1962…
Hay años en la historia de la Humanidad donde se concentran los acontecimientos. Y el 62 es uno de ellos. La gente ya no lo recuerda, pero en el 62 se casan Don Juan Carlos y Doña Sofía; se produce la gran huelga minera asturiana y se declara el estado de excepción; tiene lugar el Contubernio de Múnich; no sólo aparecen Nosaltres, els valencians, de Joan Fuster, y una editorial muy potente, Ediciones 62, sino que Martín Santos hace la novela más importante de la posguerra española y de la segunda mitad del siglo XX, Tiempo de Silencio… Es además el final de una etapa del franquismo muy dura que desemboca en el estado de excepción del 69 provocado por el asesinato de Enrique Ruano. Yo recojo algunos datos poco conocidos. Por ejemplo, los nombres de los tres policías que lo asesinaron, a los que se les dio unas medallas y fueron ascendidos por el primer ministro de Interior socialista, Barrionuevo. La reacción frente a aquel crimen provoca en el movimiento estudiantil una violencia enorme, que aprovecha el franquismo, y concretamente Carrero Blanco, para preparar el nombramiento de Juan Carlos como sucesor. Y Franco liquida a Fraga Iribarne, porque éste echa un pulso al régimen pensando que Franco en el momento que descubra que tiene unos chorizos como ministros los va a echar. Se equivocaba. Evidentemente, Franco los asciende.
Ese año 69 es decisivo y es también cuando Max Aub consigue venir a España con un visado de tres meses, utilizando como tapadera su libro sobre Buñuel, porque no le habían concedido el visado ni cuando murió su madre ni cuando murió su padre. A ese capítulo lo llamo “El año de la gallina ciega”. Gracias a mi buena relación con una hija de Max Aub, que era militante del PCE de entonces, he podido entrar en los archivos y ver, por ejemplo, el manuscrito de La gallina ciega. Ese libro es capital para entender lo que era el 69. Hay quienes dicen, como Manolito Aznar, que se equivocaba Max porque aquí había grupos de luchadores… Aquí no había nada, lo puedo constatar yo con mi experiencia. Éramos cuatro, y cuando ocurría algún incidente grave desaparecía todo el mundo. Nosotros no vivimos el 68, vivimos el 69, que a algunos nos afectó personalmente más que a otros. Cuando algún gracioso dice algo del 68, sé que no estuvo en nada.
Y el final del periodo que abarcas es el año 96.
Sí, es el final del PSOE. Hay un capítulo entero dedicado a esto, en el cual juego con Adorno, para desarrollar una teoría de la ilustración: el PSOE viene a ilustrar y su política ilustrada es absolutamente memorable. La situación económica no es que fuera buena pero tampoco es la de ahora. Por primera vez hay un Gobierno que invierte en comprar inteligencia y compra a prácticamente la totalidad de la inteligencia española, con cosas divertidísimas, como una exposición de abanicos en la cual paga 50.000 pelas por el texto de tres líneas que acompaña a cada abanico. El que desenmascara todo esto es Sánchez Ferlosio en el artículo más agudo sobre aquella época, donde incluye una frase memorable que decía algo así: Si Goebbels (no lo había dicho él, pero se le atribuye) cada vez que oía la palabra cultura sacaba la pistola, el PSOE ha cambiado la frase. Cada vez que oyen hablar de la cultura sacan la chequera.
El PSOE vino a ilustrar y su política ilustrada fue memorable. Por primera vez un Gobierno invirtió en comprar inteligencia, y compró a prácticamente la totalidad de la inteligencia española
En ‘Los españoles que dejaron de serlo’ hablas del ‘síndrome Maeztu’ para referirte a los intelectuales vascos que cambiaron de discurso sin tener que dar explicaciones.
Esto es mucho más. Cuando Max Aub va al Congreso Cultural de La Habana en 1968 (sobre el que hizo un libro muy bonito que nadie quiere reeditar) se queda turulato, yo no sabía que había en España tantos intelectuales revolucionarios por metro cuadrado, dice, porque fueron como 300 o 400. Y todos firmaron una declaración a favor de la lucha armada de los pueblos frente a las dictaduras, que era una cosa absolutamente surrealista para unos tíos como Félix Grande, que luego venía a España y ejercía como secretario de una revista oficial como Cuadernos Hispanoamericanos. Yo recuerdo personas, podría decir hasta los nombres, me acuerdo perfectamente, pero hoy sería un escándalo, que se iban a hacer práctica de lucha armada a la sierra… de Guadarrama. Eso lo viví yo. Y el cura Aguirre era también partidario de la lucha armada.
El cura estaba en el ‘Felipe’…
Sí pero el Felipe [FLP, Frente de Liberación Popular] se disuelve antes del 69. Jaime Pastor, que es uno de los principales, se va a los troskos, y Julio Cerón se retira al castillo del Périgord, un castillo con puente levadizo. Hay unos buenos apartados sobre el inefable Cerón, que era realmente un tipo de psiquiatra, además de ser un católico… Todo el grupo del FLP estaba muy afectado por el catolicismo, salieron del seminario para entrar en el Felipe, como César Alonso de los Ríos, uno de los que cruza todo el ciclo español entero: sale de un seminario de un pueblo de Valladolid y va directamente al FLP; de ahí al PCE, donde tiene una activa participación; luego pasa al PSOE a ser nada menos que la mano izquierda de Solana en Cultura, y de ahí al PP, extrema derecha, además, no la facción más moderada. Lo de Maeztu… eso es una broma, porque en Maeztu no había el aspecto chorizo. Yo no creo que tuviera muchas luces pero no era un tipo que como estos entraron donde entraron siempre por dinero. Toda esa generación entró por dinero. Por ejemplo, Juan Benet participa en un libro, Cien españoles y la OTAN, de Víctor Márquez Reviriego, donde dice que no firmará nunca a favor del ingreso en la OTAN. El libro sale dos meses antes de que Benet dijera sí a la OTAN.
Sin rubor intelectual…
Mira, el carácter falaz de la cultura de la época está en unas cartas del 64–65 entre Gil de Biedma y Ferrater, dos patums de la sociedad barcelonina, en las que uno le dice al otro: ‘Oye ¿tú has leído La Regenta? La acabo de empezar y es increíble’; y dice el otro: ‘Yo la estoy leyendo ahora, es impresionante sí’. Eso es lo más grave. Pero si hay un resumen de lo que significa el libro, o de lo que significa para mí al menos como autor, es la conclusión de que la quiebra de la Guerra Civil, intelectualmente, me refiero, no se cerró en el 39 y que la Transición no significó borrón y cuenta nueva. Eso no es verdad. El exilio fue implacable, sobre todo con los que tienen que escapar de aquí durante y al final de la Guerra. Porque la de los otros, los que se van en los años 60, como López Pacheco a Canadá o Ángel González a EEUU, es otra historia diferente, que evidentemente trato, pero es diferente. Los de aquel exilio se tiraron seis o siete años sin deshacer las maletas, pensando que volvían. Terrible. Y luego no los dejan volver. No a todos. Max Aub vuelve completamente lúcido, pero sólo unos meses. Juan Goytisolo, que es poco dado a la autocrítica, me contó una cosa que yo introduzco en el libro: ‘¡Qué mal nos portamos con Max!’, me dijo. ‘Él leía todo lo nuestro y nosotros nunca leímos sus libros’. Es bestial.
Cela es excepcional por haber escrito ‘La Colmena’, pero luego está el trepa, y desde Quevedo no ha habido uno como él
Pero hablas también de los que se quedaron…
Claro. Hay un capítulo entero dedicado a Cela que es memorable. No creo que haya en la Historia de la Literatura Española desde Quevedo un trepa con tanto talento para trepar. Y que supiese de literatura. Cualquier acto, cualquier decisión que toma siempre tiene un doble fin: subir la Cucaña. Cela es excepcional por haber escrito un libro capital, que es La Colmena. Pero luego está el trepa. Él había hecho en los años 40 un libro por encargo de la dictadura venezolana de Marcos Pérez Jiménez, La Catira. Como Cela era un figurón de la cultura española, le vendió la moto al dictador y escribió un libro que era una mierda (los términos venezolanos, por ejemplo, estaban todos equivocados), pero eso sí, él había cobrado por adelantado tal cantidad de dinero que se construye una casa en Mallorca, la casa de Son Armadans. Entonces Venezuela era una dictadura siniestra y en la que había todo el dinero del mundo para robar. Y años después, cuando ya estaba casado con la chica joven de la radio, quiso repetir la jugada, porque necesitaba numerario para construirse una casa en el Jarama. Y le hace una proposición a su agente, Carmen Balcells, que ésta transmite al Ayuntamiento de Marbella, es decir, a Gil y Gil: escribir un libro sobre Marbella que se llamase Marbella Paraíso, o algo así, una cosa golfa, por 100 millones. Hasta a Gil y Gil, que no tenía ningún rubor, aunque no fuera la literatura lo suyo, le pareció excesivo. Si le llega a salir, hubiera sido como La Catira. Cela no tenía ningún problema de principios. Es la representación genuina del escritor del franquismo. Era listo, no era un escritor de fondo (los poemas que hizo se pueden tirar todos a la basura) y además publicaba mucho, estoy seguro de que ni corregía todo lo que le hacían los negros, pero sacó muchísimo dinero. En el libro no entro en cómo consiguió el Nobel, pero doy las pistas para entenderlo. Muerto Franco en noviembre del 75, habiendo recibido todos los premios y siendo senador real de aquellos que nombró Juan Carlos, ¿cómo llega al Nobel? ¿Cómo se puede saltar de la Alcarria al mundo? Fácil. ¿Qué organización no existía en España entonces? La hispano-israelí. La funda él, con el grupo de judíos de Max Mazin. Después del Holocausto aquí estoy yo, dice. Es el presidente de la asociación hispano israelí en un momento en el que no hay relaciones diplomáticas entre España e Israel. Eso es talento. Recorrió todos los centros judíos del mundo dando conferencias y se transformó en una figura internacional. Sin el sionismo no lo hubiera conseguido. Eso es Cela.
Volviendo a Aguirre, ¿por qué se casó Cayetana con él sabiendo que era homosexual?
Posiblemente con ella no lo fuera. No sería el primer caso. Tampoco me pareció ella una persona especialmente apasionada, pero ¿quién de nosotros no conoce homosexuales casados? A ella le fascinaba. Aguirre se llevaba bien con todos los hijos de Cayetana menos con Jacobo, porque era un competidor, y él no admitía competidores. Jesusito tenía que ser siempre el más brillante. En el entierro privado, según contaba Pradera, no lloró ninguno de los hijos. La única persona que lloró fue Cayetana, y lloró de verdad, porque le quería. El amor tiene esas cosas. Y lo de ser homosexual no creo que tuviera la más mínima importancia. Es más, a ella le sorprendería. Y eso que él siguió con una vida más bien irregular en esos campos, era un homosexual con una relación notable… Su final, sin embargo, es terrible, enloquece, porque es un duque de Alba que se aburre. Siendo un hombre tan frívolo llegó al puesto más importante de España, ni el Rey es tan importante como un duque de Alba. Fíjate, al Rey lo han retirado, aún no sabemos quién y tardaremos tiempo en conocer los detalles de la conspiración, pero a un duque no lo pueden retirar. Y sin embargo se aburre. Al final del libro explico que somos una generación absolutamente fracasada, ninguno de sus objetivos se cumplió, salvo en el caso de Jesús Aguirre.
Bueno, y de muchos de esos mandarines…
Sí, pero llegaron con unos peajes terribles. Esos mandarines no son los mandarines de Simone de Beauvoir, no son los mandarines franceses, aquí el peaje son los 40 años de franquismo, que parecía que no se acababa nunca. Y cuando acabó… En un capítulo del libro trato de las relaciones entre los intelectuales y el entonces príncipe Juan Carlos, intelectual importante donde los haya.
Entre él y Suárez se leyeron tres libros…
No, Suárez no leyó ninguno y el Rey tampoco. Suárez empezó Papillon y lo dejó porque le parecía muy denso. ¿El Rey? Hay una anécdota, que tiene trascendencia, durante la inauguración de la primera Feria del Libro del postfranquismo. Están paseando Juan Carlos y Sofía por las casetas y alguien le enseña a la Reina un ejemplar de El Principito de Saint-Exupéry. Y ella dice: ‘Juanca, Juanca, mira El Principito, como nuestro hijo’. Lo de la cultura de la Reina es otra mitología. El rey de ahora, mucho más allá no irá. La que sí va mucho más allá es ella.
Revista LEER, octubre de 2014, número 256.