El lenguaje es algo más que el andamio sobre el que se asientan sus historias; es un personaje más. Gonzalo Hidalgo Bayal abunda en ello en ‘Nemo’ (Tusquets), su última novela publicada, y conversa sobre ello con Javier Morales en el último número de LEER, Extra de Navidad 2016. Su encuentro tuvo lugar en La puerta de Tannhäuser, la librería placentina que con Letras Corsarias de Salamanca e Intempestivos de Segovia ha merecido el Premio Nacional de Fomento de la Lectura 2016. Este martes 2o de diciembre, a partir de las 20 horas, LEER se presenta allí, y lo hace precisamente acompañado de Hidalgo Bayal y Morales, autores locales. Compartimos por ello aquí el testimonio de su entrevista.
La cita es en La Puerta de Tannhäuser de Plasencia, un refugio para los amantes de la literatura dentro y fuera de esta pequeña ciudad extremeña. Como gran lector que es, las visitas a esta librería del escritor Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, 1950) son frecuentes, más si cabe desde que se jubiló hace algunos años como profesor de Lengua y Literatura en un instituto de enseñanza media. Aunque el autor de Paradoja del interventor o Campo de amapolas blancas no ha dejado la docencia del todo. Mantiene las clases de escritura creativa en la Universidad Popular de Plasencia. A sus alumnos les pide que sigan una única regla (una más en el caso de que sean poetas): “Que sean capaces de defender cada una de las palabras que escriben”.
Una recomendación a la que el propio Hidalgo Bayal ha sido fiel desde sus inicios, primero como poeta y más tarde como novelista, y que le ha convertido en uno de los grandes estilistas en español. Basta con leer alguna de sus novelas para darse cuenta de que el lenguaje, en el caso de Hidalgo Bayal, es algo más que el andamio sobre el que se asientan las historias y se convierte en un personaje más. En su última novela, Nemo (Tusquets), el autor extremeño parece haber dado una vuelta de tuerca a esta idea. Un hombre decide dejar de hablar, no volver a pronunciar una palabra, y se retira a un pequeño pueblo. Su llegada trastoca la vida de los habitantes y enseguida empiezan a especular sobre el enigmático visitante.
El hecho de que Nemo (que significa nadie en latín, de ahí el nombre) se retire a un pequeño pueblo tiene una explicación. “Ahí su silencio es más significativo, mientras que en una gran ciudad pasaría inadvertido”, justifica Hidalgo Bayal. Un silencio, el de Nemo, que esconde una reflexión metafísica en torno a la relación entre el lenguaje y la realidad en esta historia coral narrada por un escribano. “Quien renuncia al lenguaje también renuncia al hombre”; “Si el lenguaje desaparece lo hace también la realidad”. Son algunas de las frases que se deslizan en la narración y que aluden a la importancia de nombrar. “Si no se nombran las cosas, ¿cómo nos apañamos? ¿Cómo sería la vida, la realidad, si no tuviéramos palabras, si no existieran?”, reflexiona el autor.
El “ruido” mediático que ha vaciado de contenido el significado de muchas palabras, la malversación del lenguaje (también por la propia literatura), están en el origen de esta novela, en la que lo de menos es la trama. “Cualquier cosa se puede decir o contar de otra manera, hasta que se dice. De ahí que me esmere en que esté escrita de la mejor manera posible, sin que me importe si hay detrás una trama absorbente”, me responde cuando aludo a la admiración que despierta su prosa entre los lectores, escritores y críticos que siguen de cerca su obra.
Precisamente la ausencia de una trama –a diferencia de lo que le ocurrió con su anterior novela, La sed de sal, que sí la tenía– le complicó la escritura durante algún tiempo, en el que estuvo un poco a la deriva.
“El germen de Nemo está en el verano de 2007. Recuerdo que le conté a unos amigos que quería escribir una novelita sobre un personaje que decide no hablar, guardar silencio, y que aún no había resuelto los problemas de tipo narrativo, no sabía cómo abordarlos. Llegué a pensar en una estructura parecida a Mientras agonizo, de Faulkner, con varias voces, pero que fueran escritas, que no fueran orales, de diario colectivo. Fue así cómo empecé, pero me di cuenta de que todas las voces sonaban igual. Finalmente opté por que fuera un personaje, el escribano, quien contara la historia”. Se la envió a Tusquets el 5 de febrero de 2015.
La malversación del lenguaje, también por la propia literatura, está en el origen de esta novela en la que lo de menos es la trama
“Si cuando la mandé a Tusquets me hubieran dicho que no les interesaba lo más mínimo hubiera entendido que fuera así. No comprendo eso de la soberbia y de la vanidad del escritor, uno hace lo que puede. Que luego interesa bien, que no pues también”, asegura Hidalgo Bayal. Y en su caso no se trata de una modestia impostada, sino de una actitud hacia la literatura y hacia lo literario que seguramente lo diferencia de muchos de sus coetáneos. Hidalgo Bayal comenzó a publicar su obra en pequeñas editoriales, aunque siempre tuvo un grupo selecto de seguidores y de lectores, entre otros Luis Landero y Rafael Sánchez Ferlosio, un autor sobre el que ha escrito varios ensayos canónicos. Solo cuando Tusquets (2006) reeditó su novela Paradoja del interventor –publicada inicialmente en la extinta Del Oeste Ediciones– tras las elogiosas críticas recibidas, entre otros de Rafael Conte, el nombre de Hidalgo Bayal comenzó a despertar el interés de la prensa cultural. En una entrevista que le hicieron poco después en El País el periodista lo comparó con Salinger. Pero Hidalgo Bayal, con su particular socarronería, le contestó que nunca se había escondido de nadie, que siempre había estado ahí.
Desde hace unos meses, anda Hidalgo Bayal embarcado en una nueva novela. “Llevo unos cuarenta folios, pero estoy un tanto atascado. Algunas cosas las tengo claras y otras no tanto. Cuando me ocurre esto prefiero esperar a que todo encaje”, me dice. ¿No cree entonces en la tan cacareada muerte de la novela?, le pregunto. “¿Cómo va a morir la novela? Si es el género que mejor se adapta, que más se escribe, que más se lee. Es un debate que sale cada cierto tiempo. Y aunque así fuera, siempre tendríamos miles de novelas por leer. Otra cosa es que las novelas que se escriban sean mejores o peores. Quizás lo bueno que se pueda estar haciendo ahora se podrá valorar dentro de unos años”.
JAVIER MORALES (@javiermoralesor)
Una versión de este artículo aparece en el número 278, Extra de Navidad 2016, de la Revista LEER.