Ocurre con las muertes anunciadas que nunca acabas de creértelas y que, cuando se producen, como un fogonazo, un chispazo de advertencia y realidad, vienen acompañadas de la sorpresa. Gabriel García Márquez, que llevaba muriendo más días de los previstos, sabía bastante de la sorpresa que causa la muerte anunciada y del misterio y revelación que contienen tantas páginas escritas a partir de esa noticia que, no por clara y elocuente, deja de portar una incógnita.
La muerte es siempre un principio y detrás de ella está el escritor que tantas veces se ha reunido con su séquito, en la imaginación, en la recreación de una geografía narrativa en la que siempre estuvo presente, en la idealización de un mundo que lindaba con el espacio mítico de la creatividad sin concesiones, desde la magia que, necesaria, indagaba en la realidad cotidiana donde nada es previsible, hasta la palabra que, sin predicamentos, todo lo envuelve y anticipa.
García Márquez se adelantó a muchos de los presupuestos narrativos que habrían de adornar la literatura de finales del siglo pasado, muchos finales para un solo siglo, quizá porque supo asumir como pocos la tradición de un sueño que lo perseguía desde siglos, un sueño que persistirá después de muchos siglos más: el sueño de lo único dentro de un orden imprevisible.
Leí sus novelas en un momento crucial, cuando yo empezaba a escribir. He de decir dos cosas: su indiscreta enseñanza de lo que no había que hacer para que la literatura fluyera, la noticia como fuente de inspiración aunque fuera, o quizá por ello, una noticia imposible, y la evidencia de que, una vez ocurre la muerte, todo es posible.
Gabriel García Márquez ha muerto, esa es la noticia imposible. Lo que sigue a la noticia y la supera es lo impredecible: todo puede ocurrir cuando la palabra sigue obedeciendo al escritor que nunca se oculta.
Lean por favor Memoria de mis putas tristes. Me parece un libro de altura, donde la muerte se prevé y la adivinanza se lleva hasta el lugar más recóndito donde lo literario encuentre algún punto de concomitancia con lo cotidiano.
¿Magia o realismo?
AURELIO LOUREIRO