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Historia de un puñetazo

Rodrigo Moya / La JornadaRodrigo Moya / La Jornada
En 2007, coin­ci­diendo con el 80 cum­plea­ños de Gabriel Gar­cía Már­quez, vie­ron la luz unas vie­jas foto­gra­fías rea­li­za­das en 1976 por Rodrigo Moya, tes­ti­mo­nio de un puñe­tazo pro­pi­nado por Mario Var­gas Llosa al escri­tor colom­biano. A aque­lla reve­la­ción grá­fica y al mis­te­rio que siem­pre ha rodeado la riña entre ambos escri­to­res dedicó José Luis Gutié­rrez su Carta del Edi­tor de mayo de 2007. 
 

Contro­ver­sias, riñas, due­los, peleas de escri­to­res y lite­ra­tos. Nada nuevo bajo el sol, cuando el brazo de uno de nues­tros más escla­re­ci­dos auto­res –el manco Valle-Inclán– hubo de ser ampu­tado como con­se­cuen­cia del bas­to­nazo que le pro­pinó el nove­lista Manuel Bueno, por oscu­ros y difu­sos moti­vos que aún se dilu­ci­dan. Más pró­xima en el tiempo, es cono­cida la ten­den­cia a la reac­ción vio­lenta del Nobel Camilo J. Cela, ya des­a­pa­re­cido. En el terreno inter­na­cio­nal, son nume­ro­sos los casos de enfren­ta­mien­tos entre escri­to­res que han tras­la­dado su riva­li­dad lite­ra­ria al terreno de los puños o al de los enfren­ta­mien­tos y polé­mi­cas en libros de memo­rias o en los medios de comu­ni­ca­ción. Es hasta cierto punto nor­mal que artis­tas, crea­do­res lite­ra­rios, escri­to­res, perio­dis­tas, que tra­ba­jan con un mate­rial tan alta­mente ines­ta­ble, infla­ma­ble y explo­sivo como son las pasio­nes huma­nas, vean en oca­sio­nes sus con­tro­ver­sias des­bor­da­das hacia los terre­nos de la vio­len­cia física. Yo mismo, en alguna oca­sión, he sen­tido la fuerte ten­ta­ción –que he logrado con­te­ner, y no sin esfuerzo– de sumi­nis­trarle a algún maja­dero un par de guan­ta­zos. Sin embargo, nin­guno de tales enfren­ta­mien­tos ha pro­vo­cado tanto ruido mediá­tico como el que, hace esca­sas sema­nas, sus­citó una vieja pelea (física) de hace nada menos que 31 años entre dos colo­sos de las letras hispanoamericanas.

Inter­net, en estos días, ofrece, con gran relieve tipo­grá­fico, cien­tos de infor­ma­cio­nes y comen­ta­rios de perió­di­cos, revis­tas, colum­nis­tas, agen­cias de noti­cias, blogs, etcé­tera, sobre un céle­bre puñe­tazo res­ca­tado ahora, tres déca­das des­pués, con todo lujo de deta­lles, inclui­das sus dosis de mis­te­rio y su carga fuer­te­mente lite­ra­ria y, sobre todo, con unas ines­pe­ra­das y espec­ta­cu­la­res fotografías.

Y, para­dó­ji­ca­mente, tan abru­ma­dor tsu­nami infor­ma­tivo –apa­re­cido en el entorno de la cele­bra­ción, en Car­ta­gena de Indias, del IV Con­greso Inter­na­cio­nal de la Len­gua Espa­ñola, en el que se rin­dió home­naje al Nobel Gar­cía Már­quez por su 80 cum­plea­ños– ha sido acom­pa­ñado de un sor­pren­dente, y parece que nada casual, silen­cio infor­ma­tivo en España.

Los res­pon­sa­bles del ruido, un fotó­grafo mexi­cano amigo de Gar­cía Már­quez, Rodrigo Moya, un perió­dico azteca, La Jor­nada y, final­mente, The New York Times, que el pasado 29 de marzo hizo de estruen­doso alta­voz y dedicó en su sec­ción de libros una deta­llada cró­nica para rela­tar la sin­gu­lar y muy lite­ra­ria his­to­ria, titu­lada: “El ojo morado de Gar­cía Már­quez fina­liza sus 31 años de silen­cio”.

El pode­roso rota­tivo neo­yor­kino, a tra­vés de la firma de Noam Cohen, reco­gía la his­to­ria, con una entra­di­lla cier­ta­mente inusual para un rota­tivo de su pres­ti­gio: “La pelea entre el escri­tor colom­biano Gar­cía Már­quez y el escri­tor peruano Mario Var­gas Llosa, que tiempo atrás habían sido gran­des ami­gos, con­tiene todos los ingre­dien­tes de un clá­sico de la lite­ra­tura: acu­sa­cio­nes de trai­ción, celos y adul­te­rio, y un cho­que bru­tal hace 31 años que se con­vir­tió en algo sangriento”.

El dia­rio incluía, ade­más, una gran exclu­siva foto­grá­fica, una ima­gen, nunca publi­cada hasta hoy –puede verse en este número de LEER–, de un juve­nil y son­riente Gar­cía Már­quez con una herida en la hin­chada nariz y un ojo visi­ble­mente morado, que atri­buía al perió­dico mexi­cano La Jor­nada y al fotó­grafo Rodrigo Moya.

Nunca, en mis nume­ro­sos y siem­pre amis­to­sos y ami­ga­bles encuen­tros con los Var­gas Llosa –Mario y su mujer Patri­cia, pro­ta­go­nista invo­lun­ta­ria de esta his­to­ria–, se me ocu­rrió pre­gun­tar­les por tales hechos, por enten­der que no debía resul­tar pre­ci­sa­mente de su agrado recor­dar el suceso. Cier­ta­mente, era cono­cida la ausen­cia de con­tac­tos, la enemis­tad entre ambos escri­to­res, man­te­nida durante 31 años, aun­que en el home­naje de Car­ta­gena de Indias a Gar­cía Már­quez muchos inten­ta­ran recon­ci­liar a los dos novelistas.

Un perió­dico mexi­cano, El Uni­ver­sal, des­men­tía el acer­ca­miento, y El Tiempo de Bogotá lo atri­buía a un “malen­ten­dido” por el pró­logo de Var­gas Llosa a la edi­ción con­me­mo­ra­tiva de

Cien años de sole­dad. El texto del hispano-peruano sólo eran frag­men­tos de un ensayo de Var­gas Llosa de 1971, His­to­ria de un dei­ci­dio. Otro perió­dico atri­bui­ría a Gar­cía Már­quez las pala­bras “no me opongo a que se publi­que [el texto del peruano], pero yo no se lo voy a pedir”, y a Var­gas Llosa: “No me opongo a que se publi­que, pero yo no lo voy a ofrecer”.

Var­gas Llosa y Gar­cía Már­quez habían sido gran­des ami­gos desde 1967 –aun­que, perio­dis­tas ambos, habían coin­ci­dido años antes en París–, hasta el punto de que lle­ga­ron a con­si­de­rar la novela a cua­tro manos, y Var­gas Llosa con­ver­tirse en un estu­dioso de la obra de Gar­cía Márquez.

En febrero de 1976, tras una pase pri­vado en la ciu­dad de México de la pelí­cula de René Car­dona Los super­vi­vien­tes de los Andes, y ver Gar­cía Már­quez a Var­gas Llosa, le gritó un amis­toso “¡Mario!” mien­tras se acer­caba a él para darle un abrazo. La res­puesta del nove­lista hispano-peruano fue un puñe­tazo que dio con Gabo en el suelo y san­grando, semi­in­cons­ciente. Elena Ponia­towska, la perio­dista y nove­lista mexi­cana, pre­sente en el estreno, relató al dia­rio El Uni­ver­sal cómo, al ver el estado en el que se encon­traba el que años des­pués sería Pre­mio Nobel, “le fui a traer un filete de carne a Gar­cía Már­quez (para ponér­selo en el ojo y ali­viar la gran hin­cha­zón), por­que al lado estaba una tienda que se lla­maba Cielo de Ham­bur­gue­sas…”. Simi­lar ver­sión a la del fotó­grafo Moya, que atri­buye una frase a Mer­ce­des, esposa de Gar­cía Már­quez: “Es que Mario es un celoso estúpido”.

Inte­rro­gan­tes

¿Por qué suce­dió? Un asunto de celos, según las ver­sio­nes menos creí­bles. Otras, sin embargo, como la de El Heraldo de Barran­qui­lla (Colom­bia), ase­gu­ran que tras desave­nen­cias sur­gi­das entre Mario y su esposa Patri­cia, Gar­cía Már­quez, quizá acon­se­jado por su pro­pia esposa Mer­ce­des, acon­sejó a su vez a Patri­cia ini­ciar los trá­mi­tes de divor­cio. Tes­ti­gos del puñe­tazo seña­lan que Var­gas Llosa, al gol­pearle, le dijo: por “lo que le dijiste a Patri­cia en Bar­ce­lona”. Rodrigo Moya, el fotó­grafo, escri­bió en La Jor­nada un largo artículo –“La terrí­fica his­to­ria de un ojo morado”– en el que relata los orí­ge­nes de su gran amis­tad con Gabo, que se remon­tan a los años sesenta. A su estu­dio acu­dió en 1966 Gar­cía Már­quez para que le foto­gra­fiara con su famosa cha­queta a cua­dros, e ilus­trar la solapa de la edi­ción argen­tina de Cien años de sole­dad.

Foto: Rodrigo Moya / La Jornada.
Foto: Rodrigo Moya / La Jornada.

Diez años más tarde –escribe Moya–, el 14 de febrero de 1976, Gabriel Gar­cía Már­quez vol­vía a tocar el tim­bre de mi casa…”, con “el tre­mendo hema­toma en el ojo izquierdo y una herida en la nariz, cau­sada por el puñe­tazo que dos días antes le había pro­pi­nado su colega y hasta ese momento gran amigo, Mario Var­gas Llosa. El Gabo que­ría una cons­tan­cia de aque­lla agre­sión y yo era el fotó­grafo amigo y de con­fianza para per­pe­tuarla… ‘Guarda las fotos y mán­dame unas copias’, me dijo Gabo antes de irse”.

La pre­gunta brota: ¿Por qué sale a la luz ahora? Hablo con Patri­cia, la mujer de Mario Var­gas Llosa, que no oculta su edu­cada con­tra­rie­dad y su dis­gusto, al tiempo que se hace la misma pre­gunta: ¿Por qué sale a la luz todo esto ahora? La res­puesta del res­pon­sa­ble, el perio­dista y fotó­grafo mexi­cano –y tam­bién escri­tor, casado con una inglesa, Susan Flaherty–, es clara: “Las guardé treinta años y ahora creí lle­gado el momento de publi­car­las, cuando él cum­ple 80 años y 40 años de Cien años de sole­dad…”.

¿Acaso alguien estaba intere­sado en que la recon­ci­lia­ción no se pro­du­jera? ¿Alguien quizá trató de impe­dir que una posi­ble recon­ci­lia­ción rom­piera el intere­sado reduc­cio­nismo de las imá­ge­nes publi­ca­das de ambos, Gar­cía Már­quez (de izquier­das) y Var­gas Llosa (de dere­chas: incluso el NY Times le define como free mar­ke­teer, neo­li­be­ral, par­ti­da­rio del mer­cado libre, a pesar de su actual pro­xi­mi­dad polí­tica a los socia­lis­tas)? Es para algu­nos sig­ni­fi­ca­tivo que el perió­dico que publica la foto­gra­fía (en la por­tada de un suple­mento lite­ra­rio) de Gar­cía Már­quez con el ojo morado es La Jor­nada, un cono­cido dia­rio de izquier­das mexi­cano, que tiene entre sus perió­di­cos cola­bo­ra­do­res, con su edi­ción digi­tal, la del dia­rio Gara –del que ofrece un link– de la izquierda aber­tzale vasca, por­ta­voz ofi­cioso de ETA.

Hablo tele­fó­ni­ca­mente con Rodrigo Moya en su domi­ci­lio actual de Cuer­na­vaca (la her­mosa capi­tal de More­los, el estado de Emi­li­ano Zapata, la bellí­sima Ciu­dad de la Eterna Pri­ma­vera, donde viví tiem­pos inol­vi­da­bles hace hace ya varias gla­cia­cio­nes), hom­bre tan encan­ta­dor, culto y ama­ble como su esposa Susan, que pone a dis­po­si­ción de LEER las dos foto­gra­fías famo­sas (Gabo con su hema­toma, con gesto serio, y otra foto en la que apa­rece son­riendo, repro­du­ci­das ambas por LEER), e insiste en su ver­sión escrita: “Creí opor­tuno en su 80 cum­plea­ños hacer­las públi­cas”. Y des­miente todos los rumo­res: Gabo me lo ha ase­gu­rado varias veces, no hubo nada con Patri­cia”. Fin de la his­to­ria. Al menos por ahora.

 JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ

PORTADA 182Este artículo se publicó ori­gi­nal­mente en el número 182, corres­pon­diente al mes de mayo de 2007, de la Revista LEER.

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