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Bueno: «Nunca encontré sentido a estudiar Filosofía»

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Hoy GUSTAVO BUENO cum­ple 90 años y es una oca­sión inme­jo­ra­ble para res­ca­tar la visita que la pasada pri­ma­vera LEER realizó al filó­sofo rio­jano en su refu­gio de Niem­bro, en el con­cejo astu­riano de Lla­nes. La suya fue La Biblio­teca Fan­tás­tica de nues­tro número de mayo. La con­ver­sa­ción con ANA LISIS y FERNANDO PALMERO sobre los libros que ate­sora derivó hacia su etapa de estu­diante, su paso por Sala­manca, el des­cu­bri­miento de la Esco­lás­tica, las pri­me­ras lec­tu­ras e influen­cias inte­lec­tua­les, de Freud a Lin­neo pasando por Spinoza… 
 

El bos­que atlán­tico de Gus­tavo Bueno es ahora, tam­bién, el bos­que sagrado de Lla­nes, por­que esa es la eti­mo­lo­gía más pro­ba­ble de Niem­bro, como le contó a Mar­vin Harris en el verano del 85, nemus, nemo­ris, dice, bos­que con­sa­grado a alguna divi­ni­dad que remite al lago Nemis, en los mon­tes alba­nos, donde había un tem­plo dedi­cado a la diosa romana Diana, la Arte­misa griega, y que por eso le lla­ma­ban Diana Nemo­ren­sis, y así se lla­ma­rían tam­bién los habi­tan­tes del lugar, nemo­ren­ses o niem­bren­ses, y le explicó al sor­pren­dido antro­pó­logo que segu­ra­mente donde hoy se alza la igle­sia cris­tiana junto al cemen­te­rio marino, debió haber un tem­plo dedi­cado a Diana Caza­dora, y en recuerdo de aquel derruido tem­plo a la divi­ni­dad, fuese o no la his­to­ria ver­da­dera, sus hijos le rega­la­ron una figura de la diosa, con las fle­chas y el arco, como se supo­nía que iba tam­bién la arquera Arte­misa cuando salía a cazar con su her­mano Apolo, y desde enton­ces está ahí la diosa, que no es de már­mol, pero está ador­nada con una pátina de moho por la hume­dad que lo disi­mula, y que tam­poco está en un bos­que medi­te­rrá­neo sino en uno atlán­tico, entre gigan­tes­cos hele­chos mexi­ca­nos que uno de sus hijos, Álvaro, con­ser­va­dor de las colec­cio­nes botá­ni­cas del Jar­dín Atlán­tico de Gijón, ha tras­plan­tado en Niem­bro, donde con­vi­ven con el boj, con robles y enci­nas, que muy pro­ba­ble­mente cre­cían hacía siglos en estos cue­tos cos­te­ros antes de la lle­gada de los euca­lip­tos, y paseando por el bos­que con los dos filó­so­fos (padre e hijo), cre­yendo uno que lo hacía por una de esas cam­pi­ñas que aman los sabios, como decía Dió­ge­nes Laer­cio que decía Epi­curo, lle­ga­mos al final del camino, a un pro­mon­to­rio en el que hay una reja vieja que parece colo­cada a modo de púl­pito, pero que no es tal, sino que acota un pequeño espa­cio en cuyo cen­tro hay un banco de pie­dra sobre el cual, apo­yado en una tabla, con­fiesa Gus­tavo Bueno que escri­bió El mito de la cul­tura, por­que en aquel retiro podía refu­giarse del calor del verano y del ruido de los veraneantes.

Mi inte­rés de estu­diante, como ahora, no era la Filo­so­fía. Yo leía sobre todo a Freud, que se estu­diaba en Medicina

Y tras con­tar­nos esto nos lleva a su biblio­teca que afor­tu­na­da­mente no es un esta­blo con una vaca des­cuar­ti­zada como nos cuenta que hizo Des­car­tes cuando reci­bió a unos visi­tan­tes que que­rían ver sus libros, sino que nos con­duce a una estan­cia amplia, bien ilu­mi­nada y cubierta de libre­rías de madera del suelo al techo y en el cen­tro, un escri­to­rio alar­gado con un atril, como ante el que leía San Jeró­nimo en su celda, tal y como la con­ci­biera el joven Durero en su céle­bre gra­bado, aun­que no vimos por allí nin­guna vani­tas, ni nin­gún león, ni nin­guna ter­nera abierta como las que pin­ta­ría luego Fran­cis Bacon en uno de sus retra­tos de Inocen­cio X, pero esta anéc­dota car­te­siana de la vaca le sirve para ini­ciar la con­ver­sa­ción y nos mues­tra un ejem­plar de la edi­ción de 1749 (la pri­mera es de dos­cien­tos años antes) del Anto­niana Mar­ga­rita:

Gómez Pereira, un médico y filó­sofo de Medina del Campo, dice: he escrito este libro y como no sé cómo titu­larlo, teniendo en cuenta que mi padre se llama Anto­nio y madre Mar­ga­rita, lo llamo así por la causa efi­ciente. Sos­tiene una tesis revo­lu­cio­na­ria, nueva, que el hom­bre es una máquina y los ani­ma­les tam­bién, y que cuando un perro está mirando u oliendo, no mira, ni huele, decir eso sería un antro­po­mor­fismo, por­que el perro no siente, es una autó­mata que cuando recibe un estí­mulo repite un patrón de com­por­ta­miento. Reduce la bio­lo­gía a mecá­nica o a quí­mica. Los argu­men­tos de Gómez Pereira en su ‘teo­ría del auto­ma­tismo de las bes­tias’ tuvie­ron una influen­cia extra­or­di­na­ria, y Des­car­tes lo leyó segu­ra­mente pero se lo calló. Esto es mate­ria­lismo puro, aun­que Gómez Pereira par­tiese de unos prin­ci­pios espi­ri­tua­lis­tas, por­que con­cibe al hom­bre como un espí­ritu puro, ni siquiera como un ani­mal racio­nal, al modo de los esco­lás­ti­cos. Des­car­tes, cuando dice “Pienso luego existo”, está cal­cando a Gómez Pereira, que había dicho: “Todo el que conoce es. Luego, yo soy”. En el año 52 o 53, con Tru­ji­llo Marín, que estaba de pro­fe­sor en Sala­manca, hici­mos un labo­ra­to­rio de psi­co­lo­gía y fisio­lo­gía expe­ri­men­tal titu­lado Gómez Pereira, con un regla­mento y todo, era una cosa pura­mente deside­ra­tiva, quiero decir que yo el inte­rés por Gómez Pereira lo he tenido siempre».

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Foto­gra­fías: Ana Lisis.

 

¿Qué otras lec­tu­ras recuerda de los años que pasa en Sala­manca como cate­drá­tico de Ins­ti­tuto entre 1949 y 1960?

Sobre todo recuerdo el frío espan­toso que hacía en el Cole­gio Mayor en el que estuve hasta que me casé en el año 53. Ponía­mos un ladri­llo caliente en la habi­ta­ción por­que no tenía­mos cale­fac­ción y allí, como era grande, tenía a un lado las obras que había des­cu­bierto yo en Sala­manca, los Prin­ci­pia Mat­he­ma­tica de Ber­trand Rus­sell y las cosas de Rudolf Car­nap y del Círculo de Viena, y al otro lado los libros de Esco­lás­tica que la direc­tora de la biblio­teca, que era hija del famoso Arti­gas direc­tor de la Biblio­teca Menén­dez Pelayo, me dejaba lle­varme. Igual que cuando entras en una cate­dral y ves un armó­nium te pones a tocar a ver cómo suena, cuando vi aque­lla hilera de info­lios en la biblio­teca, por pura curio­si­dad me puse a ver lo que decían, no por­que a mí me intere­sa­sen, sino a ver qué decían aque­llos frai­les, y resulta que decían muchas cosas, suti­lí­si­mas, y eso me influyó muchí­simo y me con­vertí en un experto. Allí leí Los dones del Espí­ritu Santo de Juan de Santo Tomás, a los Conim­bri­cen­ses, los Com­plu­ten­ses, los Sal­man­ti­cen­ses… Sala­manca fue para mí, sobre todo, cono­cer la Esco­lás­tica. Es más, siem­pre he creído que lo que debía estu­diarse los pri­me­ros cur­sos en las facul­ta­des de Filo­so­fía es Esco­lás­tica en serio. La Esco­lás­tica no es más que la con­ti­nua­ción del pla­to­nismo de las escue­las grie­gas y su influen­cia, por ejem­plo en Kant, es total y no diga­mos en Hei­deg­ger. La gran con­mo­ción que pro­vocó en el año 27 cuando publicó Ser y tiempo, fue por­que la gente no sabía esco­lás­tica y esta­ban leyendo a un autor que había sido jesuita, que tenía una tesis sobre Duns Scoto y que era un esco­lás­tico de arriba abajo.

La Esco­lás­tica no es más que la con­ti­nua­ción del pla­to­nismo de las escue­las grie­gas. Su influen­cia en Kant es total, y no diga­mos en Heidegger

Ha dicho en alguna oca­sión que en Sala­manca con­ci­bió la Teo­ría del Cie­rre Cate­go­rial, ¿fue leyendo a los auto­res del Círculo de Viena?

No. En el cole­gio mayor había muchos cate­drá­ti­cos de Medi­cina, de esos que esta­ban allí un par de años y luego se mar­cha­ban, y yo iba al labo­ra­to­rio de fisio­lo­gía que había en la Facul­tad anti­gua de Medi­cina y tenía la cos­tum­bre de estu­diar los ins­tru­men­tos que uti­li­za­ban. Y allí es donde se me ocu­rrió la idea de un con­junto de ope­ra­cio­nes que había que man­te­ner­las den­tro de aquel plano sin salirse de él y que cual­quier otra ope­ra­ción externa no podía ser intro­du­cida. Fue una intui­ción, una des­crip­ción de lo que yo veía en aque­llos laboratorios.

Sus pri­me­ros libros tam­bién fue­ron de medi­cina, de la biblio­teca de su padre.

Yo estaba des­ti­nado a ser médico, toda mi fami­lia lo era, mi padre, que había sido dis­cí­pulo de Ramón y Cajal, mis abue­los materno y paterno, pero a mí me gus­taba la bio­lo­gía, que antes no exis­tía, los bió­lo­gos de enton­ces, empe­zando por Ochoa, eran todos médi­cos. Mi padre me lle­vaba a visi­tar a los enfer­mos y a ver las autop­sias y eso me entre­te­nía pero yo no que­ría estar toda la vida viendo enfer­mos. Mi inte­rés enton­ces, como ahora, no era la Filo­so­fía, para mí estu­diar Filo­so­fía era una cosa admi­nis­tra­tiva, buro­crá­tica, por­que lo que yo leía en Zara­goza en esos años, te estoy hablando del 41–42, era sobre todo a Freud, que no se estu­diaba en Filo­so­fía, sino en Medi­cina, e íba­mos a la clase de un cate­drá­tico de psi­quia­tría y nos expli­caba a Freud, a Jung y a Dar­win. En la Facul­tad de Filo­so­fía había gran­des con­tro­ver­sias con un cura que tenía un libro que se lla­maba Tole Lege y que decía que eso de que el hom­bre venía del mono eran ton­te­rías. Pero aparte de los de Medi­cina, los libros que yo leía en casa eran los que mi padre tenía escon­di­dos en un arma­rito en su des­pa­cho de la clí­nica. Cuando encon­tré la llave y lo abrí me encon­tré a Spi­noza, Anatole France, sobre todo cosas fran­ce­sas, y cosas de Dar­win. Se los sacaba, los leía y los metía otra vez. Eran libros de la juven­tud de mi padre cuando estuvo en México.

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Esa fue la pri­mera vez que leyó a Spinoza?

Yo tenía un cono­ci­miento muy mun­dano de Spi­noza, para mí era un judío que decía que Moi­sés no podía haber escrito el Pen­ta­teuco, por­que ahí se con­taba su muerte. Yo iba a misa, claro, tenía que ir por razo­nes socia­les. Cuando me mar­chaba con algu­nos ami­gos, mi madre me decía no hagas el ridículo, cosa que enton­ces me pare­cía ridí­cula pero hoy le doy la razón, tú no pue­des dejar de ir a misa donde todo el mundo va a misa, por­que haces el ridículo. Mucho más tarde, en Sala­manca, cuando con mis com­pa­ñe­ros, que tam­poco iban a misa, dis­cu­tía­mos sobre la liber­tad humana yo les decía: así como la mari­posa caligo cuando ve a un búho extiende sus alas para no ser devo­rada por los pre­da­do­res, así noso­tros exten­de­mos los bra­zos en cruz para no ser devo­ra­dos por los sacer­do­tes, pero todo esto lo hablá­ba­mos en abso­luto secreto. El que quiere ser sin­cero tiene dos opcio­nes, o bien sepa­rarse o bien des­creér­selo y man­te­ner esa doble vida, ahora hay que hacer lo mismo, aun­que dicen que esta­mos en liber­tad. Pero estaba hablando de Spi­noza. Yo iba a misa de 12, a la cate­dral de Santo Domingo de la Cal­zada, y allí lo pasaba muy bien, por­que me sen­taba en los ban­cos de la nave cen­tral, frente a un reta­blo de For­ment y leía el Tra­tado Teológico-Político que había metido en un devo­cio­na­rio muy ad hoc de mi tía Ánge­les, que era muy beata, la típica mujer sol­te­rona que tocaba muy bien el piano y que daba míti­nes de la CEDA. Y el nota­rio del pue­blo, que me miraba de reojo y veía lati­na­jos en el libro, le decía luego a mi padre: tu hijo me gusta mucho, va para cura.

Durante una tem­po­rada grande, años 40, leí muchas nove­las, sobre todo a Tho­mas Mann, pero luego me abu­rrí y ahora las aborrezco

¿Las nove­las o la poe­sía no for­ma­ron parte de su formación?

En Zara­goza era obli­ga­to­rio, no sé por qué, en los años 40–42, leer a Dos­toievski y a todos los rusos, era una moda entre los estu­dian­tes, no sé cómo sur­gió, pero cuando esta­bas hablando en un café o donde fuera, tenías que hablar de Tur­ge­niev y de Ras­kol­ni­kov, el pro­ta­go­nista de Cri­men y Cas­tigo, era como hablar ahora de Rubal­caba, así que durante una tem­po­rada grande leí muchas nove­las, sobre todo a Tho­mas Mann, pero luego me abu­rrí y ahora las abo­rrezco. Con los libros hay que tener cui­dado. Cuando se pon­dera tanto a Guten­berg habría que ver los libros que publicó en su imprenta, eran mucho peo­res que los de los esco­lás­ti­cos, la can­ti­dad de maja­de­rías que publicó. En el per­ga­mino y el papiro había que afi­nar más, por­que había que escri­bir letra por letra, pero cuando las letras las hace la máquina… La imprenta supone, pri­mero, la posi­bi­li­dad de repe­tir estu­pi­de­ces y de poner­las al mismo nivel de lo que no son estu­pi­de­ces. Y eso pasa con las nove­las de ahora. Sin embargo, es cierto que me recon­ci­lié con la novela cuando escribí una, que no lle­gué a publi­car, la rompí como he con­tado alguna vez, pero me sir­vió de mucho por­que era la pri­mera vez, desde el punto de vista lite­ra­rio, que yo empecé a pen­sar no en abs­tracto sino dra­má­ti­ca­mente, es decir, poniendo cara a las cosas, y ese fue un cam­bio muy impor­tante, para bien o para mal, pero cam­bió radi­cal­mente mi forma de enfo­car las cues­tio­nes. De poe­sía, en tiem­pos me gus­taba mucho leer a los clá­si­cos, las odas de Hora­cio, a Catulo y a Vir­gi­lio. Yo tenía ami­gos poe­tas, pero me metía mucho con ellos y con los filó­lo­gos en Sala­manca, como cuando hicie­ron pre­mio Nobel a Juan Ramón Jimé­nez y recor­da­ban eso de Dios está azul. Eso es una ton­te­ría, una idio­tez com­pleta decía yo, no está ni azul ni rojo, eso a lo sumo será un frag­mento de la polé­mica sobre si Júpi­ter era el fir­ma­mento o era una per­sona. Recuerdo un semi­na­rio de la Uni­ver­si­dad de Sala­manca donde esta­ban pon­de­rando no sé qué ima­gen de Fray Luis de León que decía que el mundo sur­gió cuando Dios estaba tocando una lira, qué bello, decían, y efec­ti­va­mente eran ver­sos muy boni­tos, pero lo bello, decía yo, está en la forma de la lira. Si dices Dios creó el mundo tocando un trom­bón, se acabó la belleza.

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¿Para usted hacer filo­so­fía ha sido hacer política?

Yo nunca he hecho filo­so­fía. Me hace mucha gra­cia cuando salen los pro­fe­so­res con pan­car­tas diciendo que sin la filo­so­fía no se puede pen­sar, hom­bre no me diga ton­te­rías. ¿Qué quie­ren decir, que noso­tros no pen­sa­mos? El pen­sa­miento no está en la filo­so­fía aca­dé­mica. Yo creo que aquí pade­ce­mos, y yo incluido, un error gre­mial. Por eso cuando Manuel Sacris­tán salió con aque­llo del papel de la Filo­so­fía yo entré al trapo por­que me pare­ció una cues­tión mal plan­teada. Yo nunca le encon­tré sen­tido a estu­diar Filo­so­fía, por­que ¿qué dice la Filo­so­fía? No dice nada, dice cues­tio­nes muy dife­ren­tes, es como la demo­cra­cia, hay muchas cla­ses de demo­cra­cia, la orgá­nica, la repre­sen­ta­tiva… Lo que lla­ma­mos Filo­so­fía es un aná­li­sis de segundo grado, pero por sí misma no tiene enti­dad nin­guna si no está sos­te­nida por los mate­ria­les que ana­liza. En cierto modo, Sacris­tán tenía unas ideas pare­ci­das, pero las dis­tor­sionó a mi jui­cio por­que no sabía nada de esco­lás­tica y creía que todo era len­guaje. Pero el prin­ci­pal error, como decía, es el gre­mial. Como ocu­rre en la tele­vi­sión, donde el público está divi­dido por espe­cia­li­da­des, aun­que esté todo lleno de impos­to­res, sobre todo en La 2, que es un nido de gente del PSOE, en las facul­ta­des son los gre­mios los que man­dan, el gre­mio de los filó­so­fos, de los paleon­tó­lo­gos, de los medie­va­lis­tas, y si no eres del gre­mio no tie­nes nada que hacer, te acu­san de intru­sismo, como cuando he dado unas con­fe­ren­cias tomando como punto de par­tida la décima edi­ción del Sis­tema Natu­ral de Lin­neo, un per­so­naje que apa­rece com­ple­ta­mente eli­mi­nado de la filo­so­fía moderna. Apa­re­cen Copér­nico, Des­car­tes, Gali­leo, luego Dar­win, pero Lin­neo nunca, lo con­si­de­ran un botá­nico, pero tiene una impor­tan­cia de pri­mer orden, por­que habla de la natu­ra­leza con tres reinos, el reino mine­ral, el vege­tal y el ani­mal y mete, por pri­mera vez, al hom­bre en el reino ani­mal. Claro eso era un escán­dalo para los car­te­sia­nos, por­que el hom­bre es espí­ritu, como decía Gómez Pereira, el de ani­mal es sim­ple­mente un traje que tiene y que lo tira cuando se cansa de él, por­que el hom­bre per­te­nece al reino de los espí­ri­tus. El embro­llo de Lin­neo es que dice que las espe­cies son eter­nas y han sido crea­das por Dios y define al hom­bre como Homo Sapiens. A mí me gusta más la defi­ni­ción de Hesíodo: “El hom­bre es un ani­mal que come pan”, por­que ¿qué es eso de Sapiens? Yo me acor­daba de Gómez Pereira, ¿la sabi­du­ría del hom­bre en qué con­siste? Yo creo que la escri­tura en la evo­lu­ción es un esta­dio mucho más impor­tante que el habla. Los chim­pan­cés, por lo menos los de Pre­mack, apren­die­ron a hablar, pero no escri­bían, de manera que la escri­tura es un cam­bio total­mente dis­tinto, que, por de pronto, nos libera de los ante­pa­sa­dos inme­dia­tos. Noso­tros sabe­mos mucho más de Tutan­ka­mon que lo que sabía Hero­doto, por ejem­plo. La escri­tura supone un cam­bio dis­tinto del modo de pen­sar, no el len­guaje, la escri­tura, cuando se empieza a saber lo que es el sujeto y el predicado.

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Una cele­bra­ción de Bueno

La clau­sura de los Encuen­tros de Filo­so­fía que anual­mente cele­bra la Fun­da­ción Gus­tavo Bueno en su sede de Oviedo tuvie­ron este año un final emo­tivo. Tras la con­fe­ren­cia con la que Gus­tavo Bueno cerró la deci­mo­no­vena edi­ción el 12 de abril con el título El ‘Sys­tema natu­rae’ de Lin­neo y la revo­lu­ción lógica de Dar­win, se pre­sentó un libro de home­naje al cate­drá­tico emé­rito. Gus­tavo Bueno: 60 visio­nes sobre su obra es un volu­men colec­tivo edi­tado por Pen­talfa, coor­di­nado por Raúl Angulo, Rubén Franco e Iván Vélez y en el que han par­ti­ci­pado 60 per­so­nas, entre ami­gos, pro­fe­so­res, filó­so­fos e inves­ti­ga­do­res que res­pon­die­ron a tres pre­gun­tas: cómo lo cono­cie­ron, cuál de sus obras les influyó más, y cuá­les son a su enten­der las prin­ci­pa­les apor­ta­cio­nes de sus sis­tema filosófico.

FOTO PORTADA LIBROLa excusa, si es que hiciera falta alguna, es, como diría el filó­sofo, mate­rial y, por lo tanto, nece­sa­ria. Gus­tavo Bueno, nacido en Santo Domingo de la Cal­zada en 1924, cum­ple 90 años. Y por esa razón nadie ha que­rido per­derse la opor­tu­ni­dad de reco­no­cer el deter­mi­nante tra­bajo de uno de los prin­ci­pa­les filó­so­fos de nues­tra His­to­ria. Casi 50 años de edad sepa­ran al mayor, Vidal Peña (1941), del más joven de los cola­bo­ra­do­res, Julen Robledo (1988), prueba de la vita­li­dad de la obra de Bueno. Entre los par­ti­ci­pan­tes, tam­bién se encuen­tran Gabriel Albiac, Feli­cí­simo Val­buena, Fer­nando López-Laso, José Sán­chez Tor­tosa, Pedro Insua o Mon­tse­rrat Abad, entre otros. Tan intere­sante es la par­ti­ci­pa­ción de su nieto, Lino Cam­prubí, como extraña e inex­pli­ca­ble la ausen­cia de su hijo Gustavo.

Maquetación 1Una ver­sión de este artículo fue publi­cada en el número de mayo de 2014, 252, de la Revista LEER (cóm­pralo en tu quiosco, en el Quiosco Cul­tu­ral de ARCE o, mejor aún, sus­crí­bete).

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