Entre dos mundos
Nacida en Englewood (Nueva Jersey, cerca de Nueva York), la escritora Ann Douglas Sedgwick (1873–1935) era la mayor de las tres hijas de George Stanley Sedgwick, un abogado de éxito y pariente del editor del célebre Atlantic Monthly, Ellery Sedgwick. Sus padres procedían de las familias de más abolengo de Nueva Inglaterra: aquellas que primero se instalaron en Massachusetts en el siglo XVII.
De niña pasó sus diez primeros años en la casa familiar, en el barrio de Irvington-on-Hudson, por aquellos años uno de los vecindarios neoyorquinos con mayor encanto. Cuando Anne Douglas contaba con nueve años de edad, una importante firma inglesa contrató a su padre como agente financiero y sus progenitores tomaron la decisión de mudarse a Londres y de dejar a su prole al cuidado de los abuelos paternos, que vivían en Chillicothe (Ohio). En esta etapa adolescente, hasta los catorce años, Anne Douglas se empapó del espíritu trascendentalista y se formó con las lecturas de Emerson y Thoreau, en plena naturaleza del Medio Oeste americano, idealizando un paisaje que fue tomando la forma de la nostalgia con su partida al viejo continente, un estilo que se fue desarrollando a lo largo de los años de su educación londinense. A los dieciocho años marchó a París, donde estudió pintura hasta los 23, y precisamente pintando y tratando modelos y marchantes de arte –llegó a exponer en el célebre Champs de Mars Salon– conoció las diferencias psicológicas entre los tipos franceses, ingleses y norteamericanos. La muchacha fue tomando nota de aquellas impresiones con una elegancia sutil, muy en la línea de James, y su padre decidió presentar el resultado a un editor londinense, que dio finalmente a la imprenta con el título The Dull Miss Archinard (1898), a la que siguieron cinco novelas más, de las que hemos de destacar A Fountain Sealed (1907).
Anne Douglas vivió entre dos mundos –Estados Unidos e Inglaterra– y dos tiempos –el final de la época victoriana y la Primera Guerra Mundial–. Su conciencia literaria, forjada en medio de esa época bisagra a caballo entre dos siglos, se vio correspondida en lo vivencial con su apoyo como voluntaria junto a su marido, el periodista y ensayista inglés Basil de Sélincourt, en varios hospitales y orfanatos. Nostálgica de la vieja Europa, hacía en realidad literatura comparada, muy al estilo de Edith Wharton, Dorothy Canfield y su adorado Henry James, estadounidenses anglófilos que en cierto modo fueron puestos bajo sospecha por sus coterráneos al mostrar su pasión por Europa frente a los modos norteamericanos. Aunque el arraigo de Edith Wharton en los Estados Unidos lo encontramos en su familia y su nacimiento en la ciudad de Nueva York, Francia constituye su segunda patria. Otras como Canfield, Willa Cather y Zona Gale se formaron en las universidades estadounidenses, aunque la influencia mayor la recibieron de la cultura gala durante su niñez. El caso de la eurofilia de Anne Sedgwick es similar al de Wharton, Robert Browning, Henry James o John Stuart Mill, pues gozaron de una educación exquisita y en su madurez construyeron un hogar intelectual. A todos les une un estilo caracterizado por una serena inteligencia, a diferencia de muchos de sus escritores compatriotas, contemporáneos y una o dos generaciones anteriores –los terrores y espantos de Poe o los abismos del alma humana de Melville–. La prudencia domina las emociones de los personajes e incluso la preocupación por la religión –constante en las letras estadounidenses– apenas merece su atención.
Esos años de formación lentos y eficaces –casi todos producen su obra en plena madurez– dio como resultado una vocación de excelencia, fruto de la cual es La inquietante Hester, exquisita novela que presenta Rey Lear magníficamente traducida por Susana Carral. En ella, una de estas antiguas damas tradicionales que tan bien conocía Anne, la viuda Monica Wilmott, choca con su nuera Hester, una joven moderna, sofisticada y refractaria a mostrar sus sentimientos. Monica, a falta de afecto masculino –su marido solo convivió con ella durante dos años– vuelca sus preocupaciones en su hijo en Kensington, cuidándolo y educándolo, hasta que marcha al frente y cuyo regreso trae la rivalidad de la otra mujer que Clive había mantenido en secreto porque sabía que su madre –con otra candidata en su cabeza, Celia– jamás la aprobaría. La distinta pasión que ambas sienten por Clive Ingpen, una como madre y la otra como esposa, convierte sus vidas en un auténtico duelo de caracteres. Monica se refugia en la casa de campo que la romántica Celia posee en Essex y allí, en plena madurez, se ve envuelta en una historia de amor con el veterano tío de un amigo de la joven. Sin embargo, ambas mujeres terminan apoyándose –Hester evita el suicidio de Monica y esta ayuda a su nuera a mantener un matrimonio que se había vuelto quebradizo–, un giro que Anne Douglas establece derribando el mito de la enemistad sin ambages en el género femenino.
La inquietante Hester es una novela de factura clásica que emerge ahora de entre las sombras de un injusto olvido, en un esforzado ejercicio de rescate que no podemos por menos de aplaudir. Recomendamos leerla junto a otra joya, inédita en español, Someone in Distance (1953) de Dorothy Wipple, una maravilla sobre la fragilidad humana y la tenacidad en el amor de ciertas mujeres imbatibles.
DAVID FELIPE ARRANZ