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Entremeses

Loewe, el lujo entre metáforas

Los lujo­sos salo­nes del hotel Palace de Madrid no esca­pan al desa­so­siego por lo que sucede aquí fuera, las zozo­bras que afec­tan a la socie­dad en gene­ral y a la cul­tura en par­ti­cu­lar. Pese a que el estu­pe­fa­ciente opti­mismo de algu­nos sugiere pen­sar que lo peor ha pasado, la pala­bra “cri­sis” sigue en las con­ver­sa­cio­nes y en los tex­tos, aun­que algu­nos ven­gan con un pan debajo del brazo (20.000 euros empie­zan a ser una dota­ción más que res­pe­ta­ble), como los poe­ma­rios de Anto­nio Lucas (Los desen­ga­ños) y Elena Medel (Chat­ter­ton), XXVI Pre­mio Inter­na­cio­nal de Poe­sía y Pre­mio a la Crea­ción Joven, res­pec­ti­va­mente, de la Fun­da­ción Loewe, entre­ga­dos hoy en Madrid.

Antonio Lucas y Elena Medel (Uxio Dávila - Fundación Loewe).
Anto­nio Lucas y Elena Medel (Uxio Dávila — Fun­da­ción Loewe).

El actor Juan Diego Botto, pre­sen­ta­dor a la sazón del libro de Lucas, atinó con la metá­fora que pasó por ocu­rren­cia: “Nunca la Cul­tura fue tanto como ahora un objeto de lujo”. Pre­sente estaba uno de los máxi­mos res­pon­sa­bles de la cosa, el secre­ta­rio de Estado Las­sa­lle, que no sabe­mos si la tomó como metá­fora o como ocurrencia.

Antes del almuerzo se pre­sen­ta­ron los libros, hacia los que no se esca­ti­ma­ron ni entu­siasmo ni elo­gios teñi­dos de pru­den­cia. Incluso se leye­ron algu­nos poe­mas. Otra vez salió a relu­cir la cri­sis; se trata de un tema tron­cal en el poe­ma­rio del Lucas. El desen­gaño como con­se­cuen­cia de la cri­sis de pareja y el país ines­pe­ra­da­mente inhós­pito en que se ha con­ver­tido España, a cuyas des­ven­tu­ras está par­ti­cu­lar­mente expuesto el autor en su otra encar­na­ción, la de perio­dista en el dia­rio El Mundo. Sin ver­sos todo sería mucho menos lle­va­dero, tal vez insoportable.

Lle­gar a los pos­tres con la Poe­sía bien guar­ne­cida entre sig­nos de cor­dia­li­dad y bue­nos pro­pó­si­tos venía a cum­plir el deseo de los orga­ni­za­do­res del evento, que tam­bién cele­bra­ban el pri­mer aniver­sa­rio del relevo de Enri­que Loewe (quien recordó a Octa­vio Paz, gran pro­mo­tor del Pre­mio, en el cen­te­na­rio de su naci­miento) por su hija Sheila, sin que hayan variado el rumbo ni la afi­ción que lo pro­mue­ven. Ambos entre­ga­ron los pre­mios y ambos desea­ron larga vida a la poesía.

Entre los invi­ta­dos, muchos habi­tua­les de edi­cio­nes ante­rio­res, caras nue­vas con ganas de repe­tir, algu­nas ausen­cias muy pre­sen­tes, pocos escri­to­res, algu­nos poe­tas ade­más de un jurado repleto de ellos, perio­dis­tas con libro reciente, per­so­na­jes tele­vi­si­vos e infor­ma­do­res de todo pelaje, incluso algu­nos sin pelaje; jue­ces y parte en muchos casos de un mundo que ya ha trans­for­mado su fiso­no­mía sin dejar de luchar con­tra la nos­tal­gia. Hasta Jaime de Mari­cha­lar salió a la palestra.

Un año más, gra­cias al lujo vence la poe­sía. Las fra­gan­cias de Loewe nos per­mi­ten igno­rar los mucho menos gra­tos eflu­vios de la cri­sis. Espe­re­mos que por mucho tiempo.

AURELIO LOUREIRO

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