María Osorio: «Hay que romper la barrera entre adultos y niños»
Editorial, librería, distribuidora y biblioteca radicada en Bogotá, Babel Libros es una de las experiencias más importantes en torno al libro infantil y juvenil en Iberoamérica. Después de conseguir en la Feria de Bolonia, la más importante del mundo en el sector, el premio a la mejor editorial para niños en la región, su creadora, María Osorio recibe el Homenaje al Mérito Editorial de la FIL Guadalajara 2018. Por JOSÉ FAJARDO
María Osorio no comprende que se prohíba a los niños leer ciertas cosas. «Es absurdo encerrarlos en una burbuja, ellos viven en nuestro mundo y entienden la realidad igual que los adultos», dice la editora colombiana, que este año recibirá en la FIL Guadalajara un justo reconocimiento a su labor al frente de Babel Libros, fundada en 2001 para enaltecer y visibilizar la literatura infantil y juvenil (LIJ).
Aunque en sus inicios se centró en las labores de distribución y librería, hoy también es editorial y desde 2011 una de las bibliotecas del género de referencia en Bogotá, adonde los usuarios (los menores, pero también sus padres) acuden para descubrir joyas ocultas. «Nuestro compromiso principal es publicar libros de alta calidad estética y literaria, algunos de los cuales han sido rescatados del olvido», reza su lema.
«La edición de libros para niños es tan joven que yo la he vivido toda», asegura Osorio, arquitecta de formación. En los 70 trabajó en proyectos de urbanismo en Bogotá y desde 1986 se ha centrado en su pasión, los libros infantiles, a la cabeza de distintos organismos. En este tiempo se ha convertido en una voz respetada internacionalmente gracias a sus originales ideas de negocio, su excelente gusto a la hora de construir catálogos y un espíritu reivindicativo.
Si se habla de LIJ en la actualidad hay que hablar de Babel. En 2017 ganó en la Feria de Bolonia, la feria del libro infantil más importante del mundo, el premio BOP a la mejor editorial para niños en Sur y Centroamérica. «Estos reconocimientos deben servir para que se nos tome más en serio. No tenemos el prestigio de la literatura para adultos. Se ha perdido la visión social por culpa de la manera salvaje en que se pide al Estado que compre libros para escuelas y bibliotecas públicas, pero somos mucho más que eso», reivindica Osorio.
¿Qué libros interesan en Babel?
Apostamos por voces que no se escuchan. El mercado ha impuesto lugares comunes, una camisa de fuerza. Ser independientes nos permite esa libertad, apartarnos de lo comercial. El 90 por ciento de la LIJ que se publica es chatarra, sólo busca que el lector compre por impulso. Hay que romper la barrera entre adultos y niños, no tratarles como tontos. ¿Por qué existen tantos editores independientes reeditando títulos que las grandes compañías han olvidado? Hay literatura buenísima que se pierde.
¿Qué importancia juegan las ilustraciones en el universo de la LIJ?
No me gusta la imagen por la imagen, estamos en un mundo donde se ha renegado de las palabras. Me molesta que se esté usando el diseño para decorar y atraer al consumidor. Hay libros que se compran sólo porque son bonitos, leerlos ya no es tan importante y se quedan en casa olvidados como un objeto decorativo.
Pero en el catálogo de Babel hay ejemplos donde el matrimonio entre texto e ilustraciones funciona. ‘La mujer de la guarda’ de las chilenas Sara Bertrand y Alejandra Acosta, de vuestra colección Frontera ilustrada, ha sido premiado en Bolonia.
La imagen me parece interesante cuando enriquece al texto. Reivindicamos las ilustraciones que dicen algo y hacen pensar. Existe la idea de que cuanto menor sea el niño más imagen hay que darle y según va creciendo los dibujos desaparecen y el texto se hace más y más chiquito. Es un error, como ya ha demostrado el mercado. No hay que negar a los niños las palabras ni los dibujos a los adultos.
Alguna vez has criticado las sagas para adolescentes como ‘Harry Potter’.
Existen fantasías complejas que hablan del mundo real. En El señor de los anillos Tolkien propone un mundo que va más allá de los bosques y los acantilados, tiene una lógica. Pero títulos como Harry Potter muestran un universo ideal en el que si necesito que el personaje escape abro una puerta mágica. No van más allá de lo anecdótico. A partir de su éxito el mercado se volcó en buscar productos similares, entonces llegaron las historias de vampiros… No los quiero estigmatizar, no digo que tengan que desaparecer. En mi época existía la saga de Los Cinco, cosas que sirven para pasarla bien. El problema es que se ha creado la idea de que la literatura juvenil sólo es eso. La última generación de autores recurre al sexo y la acción, trata de imitar a la televisión. Ya no se apela a la imaginación, no se genera debate, yo prefiero textos más profundos y literarios.
Babel ha agitado el sector de la LIJ en Latinoamérica distribuyendo obras de calidad de toda la región, pero también de editoriales independientes de España como Media Vaca, El Jinete Azul, Thule y A Buen Paso. ¿Cómo funciona este diálogo?
Empezamos a traer libros de estas cuatro editoriales amigas que piensan como nosotros. En marzo de 2017 abrió la librería La Fabulosa en Madrid (Santa Ana, 3) gracias a la editora española Ana Garralón, especialista en literatura infantil, que ha viajado y conoce bien el mercado latinoamericano. Allá se encuentran obras del resto de editoriales con las que colaboramos de Venezuela, México y Argentina. Además tenemos amigos libreros en distintas ciudades de España, como Abracadabra del colombiano Ricardo Rendón en Barcelona y El Bosque de la Maga Colibrí de Lara Meana en Gijón, en un espacio hermoso frente al mar. Gracias a estas relaciones circulan nuestros libros. Ni nos interesa ni podemos ser masivos pero es bonito tener cierta presencia. La prioridad es el propio territorio y después lanzar alguna tirada al extranjero.
En el anterior número de LEER la editora colombiana Margarita Valencia hablaba de superar la necesidad que ha tenido históricamente la literatura latinoamericana de ser visible en España para tener impacto en el mercado internacional. ¿Sucede lo mismo con la LIJ?
La circulación de nuestros libros es más compleja. Las barreras no son ideológicas ni de lenguaje, o por el prestigio del autor o el aval que tenga. Los autores no tienen esas cosas de ser exclusivos de Planeta o de Random, son autores de LIJ y ya está. La principal barrera es la dificultad de la circulación. Mover de un país a otro los libros ilustrados es muy costoso. En Babel empezamos como distribuidora en Latinoamérica, los libros españoles ya tenían una presencia enorme en la región. Tras la crisis en Venezuela, miramos a España y descubrimos que es más fácil traer un libro de Barcelona que de Buenos Aires. Antes pensábamos que en España era donde había que estar para ser visibles. Y es cierto, eso pasa con la literatura de adultos, pero no en nuestro caso. Los editores españoles entendieron mejor que nosotros mismos la importancia que tiene el mercado latinoamericano.
Una de tus frases más recurrentes es «no se pueden editar libros sin saber cómo venderlos». ¿Es sostenible este negocio?
Antes de Babel estuve 15 años trabajando en la promoción de la lectura. Conocía a los autores y a los libros, pero no sabía cómo funcionaba el mercado. Quería tener una editorial pero sabía que lo primero era saber vender. Ya estaba crecidita para esa idea utópica de “qué bonito es hacer libros”. Una vez que aprendimos a vender, empezamos a editar. El editor por lo general es esa figura de alguien muy joven que llena su casa de cajas con libros y no sabe qué hacer con ellas. Ser librería, distribuidora y editorial nos permite conocer al público, saber lo que sucede en el mercado y cómo trabajan los colegas editores. Esa cadena es necesaria para que sea sostenible, si quitamos cualquiera de las patas haría tambalear el negocio. En 17 años Babel tiene un fondo de 700 títulos, 60 de ellos propios, y tenemos a 10 personas trabajando. Deberíamos ser más y cobrar mejor pero no se puede pedir tanto a los libros para niños.
¿Hasta qué punto depende vuestro sector de los recursos que aporta el Estado a través de las escuelas y las bibliotecas públicas?
El libro infantil en Latinoamérica circula a través de la red pública, es una pesadilla. Las compras públicas hicieron crecer el sector pero a la vez lo aisló, como ha sucedido en Argentina y ahorita en Brasil, donde debajo de cada piedra había una editorial y ahora no hay nada en literatura infantil. La LIJ en Colombia vive de las ventas directas y de la compra pública para escuelas y bibliotecas. En nuestro país se publican entre 50 y 80 libros al año como los que hacemos en Babel. Hace 10 años formamos la Asociación de Libreros porque las librerías grandes trataban las obras infantiles como si fueran parte de una cadena industrial. Y hace 12 años creamos el Festival del Libro Infantil para sacarlo a la calle, que sea público y no esté encerrado en un nicho. El problema es que hay demasiadas colecciones pensadas en exclusiva para los colegios. Cuando los maestros ven esas temáticas complejas, como la de una madre soltera con niños problemáticos, empiezan a querer controlar los temas de los cuentos.
¿Cómo funciona vuestro proyecto social de préstamo gratuito en Bogotá?
Teníamos una bodega en la casa donde está la librería. La idea inicial era poner una cafetería pero cuando teníamos la instalación de luz y agua, decidimos que iba a ser una biblioteca. Nos dijeron: “¿Estáis locos? Lo que deberíais hacer es vender libros, no prestarlos”. Nuestra estrategia es acercar gente a la librería, quitarle el problema de la compra. Cuando viene a la tienda el papá con su hijo, este siempre va a agarrar el libro más caro. Los padres nos miran con ojos de auxilio. Les llevamos a la biblioteca y eligen un libro en préstamo. Al día siguiente vuelven y lo compran: “Es barato comparado con lo que nos divertimos ayer”, dicen. Se trata de crear una relación: ya no se les ocurre comprar en otro sitio que no sea Babel. Uno de nuestros primeros clientes ahora tiene 19 años y estudia literatura en París. Al cumplir 18 vino a trabajar con nosotros un tiempo a la biblioteca. Hemos vivido historias personales muy bonitas en torno a los libros.
¿Cuáles son los retos del sector compartidos entre Latinoamérica y España?
Hay cada vez más acercamiento porque coincidimos en la Feria de Bolonia o en la FIL de Guadalajara, pero todavía quedan muchas cosas sobre las que hay que discutir en cuanto a relaciones y mercados, sobre lo que ayuda o lo que se convierte en una piedra en el zapato. El reto sería pensar un mercado común, colaborativo y no invasor, un mercado que reconozca las cualidades de cada uno, nuestras diferencias y nuestras oportunidades. Un mercado no mediado exclusivamente por la posibilidad de negocio, no solo atractivo por la compra masiva. Un mercado inteligente, pero no sé si las palabras mercado e inteligencia se pueden usar juntas.
Censura y doble moral
«En Babel hemos recibido insultos de libreros, maestros y padres de familia diciendo que en nuestro catálogo hay títulos peligrosos para sus hijos. Nos han llegado peticiones de usuarios y defensores del lector presionándonos para que dejemos de vender ciertas obras. El problema es que hay muchos adultos que se interponen entre los libros y los niños», decía María Osorio en un conversatorio sobre la censura en la literatura infantil y juvenil celebrado este año en la librería especializada en ilustración Libros Mr. Fox de Bogotá.
«Resulta aberrante que suceda esto con los libros, parece que tengamos que poner un cartel que diga “Zona de Conflicto” para vender nuestro catálogo. Es increíble que haya mamás que en 2018 vean un peligro en los libros que leen sus hijos, no tengo palabras para algo así. Sienten miedo de esto y no ven el mundo que tienen alrededor», lamenta la editora bogotana.
María Osorio cuenta que algunos padres no quieren «dañar la inocencia e ingenuidad de sus hijos» con las obras que leen. «Como dice el editor español Antonio Ventura, no hay temas perversos para niños sino adultos que pervierten esos temas. Los pequeños se enganchan fácilmente a cualquier historia, no están prevenidos para pensar cosas malas».
Esta censura se ha hecho explícita en algunas obras del catálogo de Babel. En este particular Índice de la LIJ contemporánea, Osorio cita obras como No comas renacuajos y Tengo Miedo, de los colombianos Francisco Montaña e Ivar da Coll, respectivamente.
«Son dos obras que tocan temas como la violencia, los desastres, el miedo, todo eso que ocurre en Colombia y está relacionado con el conflicto interno. Nosotros no estamos pensando “vamos a hacer libros difíciles que tengan que ver con la guerra”, es algo que va sucediendo».
La editora colombiana se sorprende de que entre los autores conflictivos aparezca el nombre de Christian Bruel, que empezó a escribir en los 70. «Ha sido un adelantado a su época, sus obras siempre me han parecido inofensivas». El autor francés plantea en sus libros para niños historias de personajes que se salen de los corsés biempensantes, sus protagonistas no encajan en la normalidad y por eso resultan tan humanos. «Julia, la niña que tenía sombra de chico se vende muy bien, le sirve a los padres para explicar la sexualidad a sus hijos. Se ha tildado de apología de la homosexualidad pero no tiene nada que ver, sólo está mostrando diversos tipos más allá de los estereotipos de género. Con Cosquillas sí hemos tenido más problemas: la mente del adulto ve escenas de sexo donde no las hay. Son sólo dos niños jugando en la cama, lo demás lo pone la mirada del adulto. Nos han devuelto los libros, nos han amenazado con revisar todo nuestro catálogo».
La fundadora de Babel Libros denuncia una doble moral. «Los libros que se leen en las escuelas tienen que ser limpios, existe esa necesidad de protección y de encerrar la mente del niño en una urna de cristal. Mientras en las librerías comerciales lo que más se vende son las sagas de violencia y sexo para adolescentes».
Entre las temáticas que más perturban a los censores de la moral en la LIJ están la violencia, la muerte, la sensualidad y el miedo. «Se les olvidó que la literatura infantil siempre ha tocado esos temas, empezando por Hans Christian Andersen. Ahora los niños leen textos asépticos y de ahí pasan a las sagas juveniles comerciales y después a la literatura de adultos. Se pierden la oportunidad de leer Pinocho, El Mago de Oz, Peter Pan y otros muchos clásicos populares». / J. F.
Un artículo publicado originalmente en el número de Otoño de 2018, 291, de la Revista LEER.