Padre. Cinco letras de sobriedad distante. P a d r e. ¿Quién es? Alguien que no es la madre. Alguien ajeno al cuerpo, a ese vínculo único e irrepetible en la naturaleza. Alguien, sin embargo, imprescindible para que esa unión pueda darse, ocurrir. Figura externa y extraña, que nos observa sin entender, que comienza, algunas veces, a sentir lo que no ha sentido durante el duro y largo camino centrífugo hacia la vida.
El padre como la anclada exigencia (Carta al padre), como el repentino milagro (Papá Piernaslargas), como el ser que pierde la razón de su ser (Mortal y rosa). El padre como cómplice (Buenos días, tristeza), como salvador (La vida es bella). El padre como misterio fantástico (Big Fish). O el padre como misterio insondable.
He venido a estar con él, y voy a decirle lo que ya sabe. Te estás muriendo. Esta vez, seré el padre de tu final. El padre de la muerte de mi padre.
Matías Candeira (Madrid, 1984), tras haber buceado por los entresijos del cuento y el relato, dedica su primera novela a una de las figuras humanas más universales y con más presencia en todas las vertientes del arte: la del padre. Pero un padre no sería tal sin el hijo; dúo de seres que bailan entre imagen y semejanza. Por eso Fiebre (Candaya, 2015) camina sobre el frío alambre que sujetan ambos extremos, dos líneas paralelas que nunca hallaron un vértice para encontrarse.
Hace ya un año de su visita a LEER, cuando celebramos los 30 años de la revista junto a prometedores treintañeros de las letras. Entonces Matías se encontraba en la recta final de Fiebre, en los últimos coletazos de una enfermedad maravillosa llamada escritura y que termina, con el mejor de los diagnósticos, en las librerías. «Es muy rara, estoy encantado con ella», nos dijo, entusiasmado. Ahora Fiebre, ya publicada, deja el nido del escritor y alza el vuelo iniciando su propio camino de novela potente y libre.
Hay ciertas simetrías en la pasión que tenemos que aceptar porque se desvanecen muy rápido. […] Mi pasión es descuidada y creo que así es mejor; que exista la posibilidad de no perfeccionarla nunca del todo.
La muerte del cuerpo de Tobías Wesser inicia la narración de un viaje al que su hijo, Caníbal, se ve arrojado sin retorno. Recuerdos lúcidos y extraños se entremezclan con imágenes borrosas de alguien que estuvo pero no fue. Personajes nuevos que intentan ahondar en la confusa mente de Caníbal, y extraer luz de su tormenta, se entremezclan con personajes del pasado que, como su padre, se fueron sin haberse ido. Un camino introspectivo y silencioso de búsquedas y descubrimientos que pueden no coincidir, un duelo atípico y asfixiante, una mancha que alberga los alivios que quedan de la infancia.
Una prosa apoetizada teje la historia de Caníbal con hilos precisos y sutiles, propios de quien quiso ser poeta. Esa armonía entre palabras que embellece la prosa y la eleva, formando la arquitectura de su historia, en la dirección que su creador quiera. Y Matías quiere vértigo. Busca el vértigo en su escribir, un arrebato enérgico y sombrío que toque lo narrativo pero, principal y embriagadoramente, se fusione con lo estético.
Fiebre. Irónica y silenciosa batalla contra la irremediable e irreversible «no influencia más influyente que uno pueda imaginar, la de un padre que no quiso saber nada de su hijo».
Fiebre. Un padre.
Andrea Reyes de Prado (@AudreyRdP)
FIEBRE
Matías Candeira
Candaya. Barcelona, 2015
352 págs. 18 €