Momentos estelares de Luis Landero
LUIS LANDERO (Alburquerque, Badajoz, 1948) llegó a la literatura como llegan algunos elegidos a coronar las cumbres de los montes más altos. Su origen campesino y la época de su nacimiento en una Extremadura atrasada y clasista no se lo pusieron fácil, pero el azar y la determinación del joven Landero para no adocenarse en empleos tediosos le permitieron la hazaña de publicar Juegos de la edad tardía (1989), revolucionar con su novela el panorama de las letras españolas y afianzarse como uno de los grandes. Con los cuarenta ya cumplidos esta primera incursión en la ficción le valió el Premio Nacional de Narrativa y el de la Crítica en 1990. Entonces, hace ahora un cuarto de siglo, esa primera novela impactó al modo en que lo hizo en 1967 Cien años de soledad de García Márquez, provocando una onda expansiva que se extendió a la manera bíblica, si se me permite la expresión, mundo adelante. Ambas supusieron un revulsivo en los respectivos panoramas literarios que las vieron aparecer. Y es que el escenario de las letras tiende a estancarse, con más frecuencia de la deseable, en inercias, querencias y modas que afortunadamente se rompen de vez en cuando gracias a obras originales y rompedoras.
Desde entonces las otras novelas publicadas por Landero –Caballeros de Fortuna; El mágico aprendiz; El guitarrista; Hoy, Júpiter y Retrato de un hombre inmaduro, publicadas entre 1994 y 2010– no han hecho más que reafirmar lo conseguido con la primera.
El balcón en invierno, hermoso título que sintetiza el espíritu de su última y recientemente aparecida obra, es una poderosa imagen en la que el propio Landero, junto a su madre mirando a través de un balcón, proyecta la vida entera. La mirada trasciende todo lo que le permite su memoria y la memoria de padres y abuelos. En realidad la novela es eso y es muchas cosas. Es la novela inconclusa de un jubilado que cuenta las rutinas del día a día desde la óptica de un escritor, lo que convierte automáticamente estas rutinas en un momento estelar de reflexiones crepusculares que se adentran en los tiempos remotos en que iniciaban andadura unos judíos hojalateros allá por el lejano siglo XV. Con la mayor naturalidad, Landero describe cómo sus antepasados tuvieron que desbrozar los terrenos vírgenes que querían cultivar y construir humildes viviendas con sus propias manos y con los materiales a su alcance; la Guerra Civil; el boom migratorio de los 60, la génesis y evolución del barrio de la Prosperidad; y lo más importante: la génesis y evolución del propio autor.
Landero se cuenta a sí mismo con la dificultad de hacerlo a toro pasado, desde la penúltima atalaya en la que el pasado pesa más que el futuro
En ningún momento lo narrado deja de leerse como algo novelado y literario salido del corazón de un hombre que se ha propuesto por encima de todo ser sincero. En el fondo es un homenaje a la sangre. Un homenaje a la familia, especialmente al padre y a la madre, a la abuela Frasca, a la tía Cipriana, al primo Paco, a Ana, la hermana mayor, a la infancia, a él mismo en ese reconocerse y contarse desde el niño que fue, con la dificultad de hacerlo a toro pasado, desde la penúltima atalaya en la que el pasado pesa más que el futuro.
Para los que han leído a Landero esta obra puede ofrecer perspectiva; para los que no lo han hecho será sobre todo la reconstrucción, o la deconstrucción, de la época que va de los años cuarenta del pasado siglo hasta el presente. Es también la configuración de la personalidad y destino de un hombre que cuenta para entender de dónde viene y de cómo, contra todo pronóstico, arribó a la literatura. Pues la infancia, la adolescencia, la vida adulta, la vida, en definitiva, son en su inmensa mayoría una suma de años intrascendentes que apenas somos capaces de diferenciar pero de los que subsisten, a la manera proustiana, un ruido, una voz, un olor, una sensación… y momentos estelares vividos con tal plenitud que pautan el camino.
Landero confiesa haber escrito El balcón en invierno con el mismo espíritu con que escribe una novela, pues, como decía Galdós, todos llevamos a cuestas una. Especifica que ha rehuido el yo para diluirlo en la familia, en la comunidad, en la tribu. La figura del padre sobrevolando la narración, marcando el territorio a un hijo díscolo que se resiste a convertirse en un hombre de provecho porque en el fondo sabe que va a llegar. Desde la cumbre otea el panorama.
MILAGROS FRÍAS
EL BALCÓN EN INVIERNO Luis Landero Tusquets. Barcelona, 2014 248 páginas. 17 euros Una versión de este artículo aparece publicada en el número de noviembre de 2014, 257, de la edición impresa de la Revista LEER. Disponible en quioscos y librerías de toda España (¡suscríbete!).