TU CEREBRO ES VIDA, CUIDALO”: es el lema de la Semana del Cerebro, una iniciativa de carácter formativo que constata la consolidada avidez social por las temáticas neurológicas. La iniciativa consiste en “un autobús que recorre cinco ciudades españolas (Madrid, Almería, Toledo, Santander y Lérida) con información sobre el cerebro y sus patologías, facilitando al público pruebas, más divulgativas que diagnósticas, para evaluar memoria, agilidad mental, rapidez de respuesta…”, explica a LEER David Pérez, director de la Fundación del Cerebro, que organiza el itinerario educativo junto a la Sociedad Española de Neurología. Pérez corrobora que “hay un boom de lo neurocientífico; recogemos los frutos de esa inversión que siguió a la declaración de la década del cerebro (1990–2000) por parte de EEUU y que ahora da lugar al Siglo de la Neurología o las Neurociencias”.
A su juicio, esta labor de difusión ha calado en la sociedad, que demanda bibliografía actualizada. Pérez destaca los célebres títulos del profesor Antonio Damasio (Premio Príncipe de Asturias 2005), disponibles en Destino (El error de Descartes, En busca de Spinoza…), y aconseja redescubrir la obra de Santiago Ramón y Cajal. Suscribe Julio González tal recomendación al dedicar a nuestro Nobel de Medicina, “padre de la neurociencia moderna”, un generoso apartado en su Breve historia del cerebro (Crítica).
Filosofía del cerebro
Este compendio describe la evolución de las ideas que la humanidad ha ido produciendo sobre el “pedazo de materia más complejo del universo conocido”. Concluye con el problema de la consciencia, “el más complicado que la ciencia tiene sobre la mesa, la inmemorial cuestión filosófica acerca de la relación mente-cerebro sobre la que seguirán escribiéndose ríos de tinta”. González revela que la mayoría de los profesionales no aceptan la dualidad cartesiana pero matiza que el rechazo al dualismo no es unánime; lo han defendido durante toda su vida algunas figuras prominentes como el neurofisiólogo y Premio Nobel John Eccles.
Salta a la vista que el escaparate de la actualidad, en su inagotable oferta, hace suya esta efervescencia temática hasta brindar pintorescos contrastes con títulos como Somos nuestro cerebro (Plataforma), de Dick Swaab, y El futuro de nuestra mente (Debate), de Michio Kaku. Frente a tal tesitura, quizá la apuesta con mayor garantía para el neófito es decantarse por aquellas publicaciones cuya prioridad no es sembrar polémica sino realizar aportaciones de peso con sencillez, en la honesta línea que marcó hace dos años, por ejemplo, Cómo percibimos el mundo (Ariel), del catedrático Ignacio Morgado.
Esta postura guía al neurocientífico Joaquín Fuster, pionero de la neurofisiología de la cognición. El distinguido profesor, autor de Cerebro y libertad (Ariel), explica a LEER que “no se puede entender nuestra historia ni nuestro futuro sin pasar por el cerebro”, pero se mantiene alejado del reduccionismo radical. De hecho, opina que “uno de los acontecimientos más interesantes de la cultura occidental es la actual convergencia del pensamiento filosófico y la neurociencia en la cuestión del libre albedrío”. Argumenta que el dilema de “si somos verdaderamente dueños de nuestro destino o estamos sometidos a un determinismo inexorable (surgido de la evolución, la genética, el azar, la circunstancia y las leyes de la termodinámica en última instancia) suscita tanto interés debido al reconocimiento de que, a diferencia de otros animales y gracias a la evolución de nuestro cerebro (en especial de su corteza prefrontal), somos capaces de elegir entre alternativas, planear nuestro futuro, trabajar para el bien común, tomar riesgos con cálculo de beneficios, gozar del arte, la música y la poesía, proteger la naturaleza y embellecerla, crear lo novedoso en tecnología, medicina e instituciones humanitarias, amarnos y protegernos unos a otros…”. Es decir, “el mensaje del libro es positivo: existe el libre albedrío aunque tiene límites físicos (como los que plantea el hecho de que no poseemos alas y por ello no podemos volar) y morales (tan reales como los otros, incrustados en el cerebro como producto evolutivo)”.
Remata Fuster con tres motivos por los que la literatura del cerebro está en alza: “La acuciante necesidad de abatir enfermedades mentales cada vez más prevalentes y cuyas causas esenciales permanecen recónditas (depresión, esquizofrenia…); la relevancia de este órgano para el bienestar individual y la armonía social, al encargarse de la inteligencia cognitiva y emocional, de la adaptación al entorno; y el hecho de que la educación se basa esencialmente en el desarrollo de un potencial (para memoria y aprendizaje) que la evolución y la genética imparten al cerebro, implementándose con familia y escuela”.
La convergencia de filosofía y neurociencia en materia de libre albedrío conforma uno de los debates actuales más estimulantes
Neurocultura
Esto incita a preguntarse qué es la “neuroeducación”, un término cada vez más escuchado. Contesta a LEER el catedrático Francisco Mora que “se trata de una nueva visión de la enseñanza basada en cómo funciona el cerebro”. El propósito de su libro homónimo, uno de los principales que ha publicado con Alianza Editorial, es contribuir a “una toma de conciencia por parte de maestros y profesores de la necesidad de conocer los mecanismos que ponen en marcha ese motor central del cerebro humano que es la emoción”. Determina que, “en un mundo de abstractos e ideas, sólo puede aprenderse lo que se ama”. Un paso más allá, Mora ha dedicado otra obra a la Neurocultura, que define como “un nuevo ciclo de pensamiento, punto definitivo de encuentro entre ciencias y humanidades hacia el que avanzamos, un nuevo modo de entender los problemas y la propia conducta humana basado en el conocimiento de los códigos de funcionamiento del cerebro adquiridos a lo largo del proceso evolutivo, del que ya han nacido la neurofilosofía, la neuroética, la neuroeconomía, la neurosociología, la neuroestética y la aludida neuroeducación”.
Sobre “claves cerebrales de la memoria y la educación” reflexiona Ignacio Morgado en su última publicación Aprender, recordar y olvidar (Ariel), un interesante texto de psicobiología a la vez académico y de divulgación (consigue el equilibrio perfecto). Destaca su “homenaje a la lectura”, donde determina que “leer es uno de los mejores ejercicios posibles para mantener en forma el cerebro y el libro es un gimnasio asequible para la mente que debería incluirse en la educación desde la más temprana infancia y mantenerse durante toda la vida”.
Llegamos al día a día con literatura de variada índole que incluye rarezas como Cerebro de pan (Grijalbo) del neurólogo David Perlmutter, presentada como “manual para cuidar y alimentar el cerebro”. Es patente, y así lo estima Francisco Mora, que “un amplio espectro de la sociedad está descubriendo con interés las contestaciones de la Ciencia del Cerebro sobre lo cotidiano”, lo que remite a títulos en la línea de ¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad? Mora responde negativamente: “El cerebro no está diseñado para alcanzar la felicidad permanente sino la supervivencia, que conlleva lucha, desazón y sufrimiento constantes”. Y si algo tiene muy claro, rememorando Los laberintos del placer en el cerebro humano, es que “el placer no constituye fuente de felicidad”; muy al contrario “es precisamente su ausencia lo que nos guía a entender algo sobre ella y sus pequeños parpadeos puntuales”.
MAICA RIVERA
Una versión de este artículo ha sido publicada en el número de octubre de 2014, 256, de la edición impresa de la Revista LEER. Cómpralo en quioscos y librerías, en el Quiosco Cultural de ARCE o, mejor aún, suscríbete.