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Neuro, prefijo de moda

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La VI Semana del Cere­bro (del 6 al 10 de octu­bre) se cele­bra en pleno auge popu­lar de las neu­ro­cien­cias. Su afán edu­ca­cio­nal es repre­sen­ta­tivo de una esfor­zada divul­ga­ción por parte de la comu­ni­dad cien­tí­fica que está siendo res­pal­dada por el inte­rés de los lectores.
 

TU CEREBRO ES VIDA, CUIDALO”: es el lema de la Semana del Cere­bro, una ini­cia­tiva de carác­ter for­ma­tivo que cons­tata la con­so­li­dada avi­dez social por las temá­ti­cas neu­ro­ló­gi­cas. La ini­cia­tiva con­siste en “un auto­bús que reco­rre cinco ciu­da­des espa­ño­las (Madrid, Alme­ría, Toledo, San­tan­der y Lérida) con infor­ma­ción sobre el cere­bro y sus pato­lo­gías, faci­li­tando al público prue­bas, más divul­ga­ti­vas que diag­nós­ti­cas, para eva­luar memo­ria, agi­li­dad men­tal, rapi­dez de res­puesta…”, explica a LEER David Pérez, direc­tor de la Fun­da­ción del Cere­bro, que orga­niza el iti­ne­ra­rio edu­ca­tivo junto a la Socie­dad Espa­ñola de Neu­ro­lo­gía. Pérez corro­bora que “hay un boom de lo neu­ro­cien­tí­fico; reco­ge­mos los fru­tos de esa inver­sión que siguió a la decla­ra­ción de la década del cere­bro (1990–2000) por parte de EEUU y que ahora da lugar al Siglo de la Neu­ro­lo­gía o las Neu­ro­cien­cias”.

A su jui­cio, esta labor de difu­sión ha calado en la socie­dad, que demanda biblio­gra­fía actua­li­zada. Pérez des­taca los céle­bres títu­los del pro­fe­sor Anto­nio Dama­sio (Pre­mio Prín­cipe de Astu­rias 2005), dis­po­ni­bles en Des­tino (El error de Des­car­tes, En busca de Spi­noza…), y acon­seja redes­cu­brir la obra de San­tiago Ramón y Cajal. Sus­cribe Julio Gon­zá­lez tal reco­men­da­ción al dedi­car a nues­tro Nobel de Medi­cina, “padre de la neu­ro­cien­cia moderna”, un gene­roso apar­tado en su Breve his­to­ria del cere­bro (Crítica).

 

Filo­so­fía del cerebro

Este com­pen­dio des­cribe la evo­lu­ción de las ideas que la huma­ni­dad ha ido pro­du­ciendo sobre el “pedazo de mate­ria más com­plejo del uni­verso cono­cido”. Con­cluye con el pro­blema de la cons­cien­cia, “el más com­pli­cado que la cien­cia tiene sobre la mesa, la inme­mo­rial cues­tión filo­só­fica acerca de la rela­ción mente-cerebro sobre la que segui­rán escri­bién­dose ríos de tinta”. Gon­zá­lez revela que la mayo­ría de los pro­fe­sio­na­les no acep­tan la dua­li­dad car­te­siana pero matiza que el rechazo al dua­lismo no es uná­nime; lo han defen­dido durante toda su vida algu­nas figu­ras pro­mi­nen­tes como el neu­ro­fi­sió­logo y Pre­mio Nobel John Eccles.

Salta a la vista que el esca­pa­rate de la actua­li­dad, en su inago­ta­ble oferta, hace suya esta efer­ves­cen­cia temá­tica hasta brin­dar pin­to­res­cos con­tras­tes con títu­los como Somos nues­tro cere­bro (Pla­ta­forma), de Dick Swaab, y El futuro de nues­tra mente (Debate), de Michio Kaku. Frente a tal tesi­tura, quizá la apuesta con mayor garan­tía para el neó­fito es decan­tarse por aque­llas publi­ca­cio­nes cuya prio­ri­dad no es sem­brar polé­mica sino rea­li­zar apor­ta­cio­nes de peso con sen­ci­llez, en la honesta línea que marcó hace dos años, por ejem­plo, Cómo per­ci­bi­mos el mundo (Ariel), del cate­drá­tico Igna­cio Mor­gado.

cubierta Cerebro y libertadEsta pos­tura guía al neu­ro­cien­tí­fico Joa­quín Fus­ter, pio­nero de la neu­ro­fi­sio­lo­gía de la cog­ni­ción. El dis­tin­guido pro­fe­sor, autor de Cere­bro y liber­tad (Ariel), explica a LEER que “no se puede enten­der nues­tra his­to­ria ni nues­tro futuro sin pasar por el cere­bro”, pero se man­tiene ale­jado del reduc­cio­nismo radi­cal. De hecho, opina que “uno de los acon­te­ci­mien­tos más intere­san­tes de la cul­tura occi­den­tal es la actual con­ver­gen­cia del pen­sa­miento filo­só­fico y la neu­ro­cien­cia en la cues­tión del libre albe­drío”. Argu­menta que el dilema de “si somos ver­da­de­ra­mente due­ños de nues­tro des­tino o esta­mos some­ti­dos a un deter­mi­nismo inexo­ra­ble (sur­gido de la evo­lu­ción, la gené­tica, el azar, la cir­cuns­tan­cia y las leyes de la ter­mo­di­ná­mica en última ins­tan­cia) sus­cita tanto inte­rés debido al reco­no­ci­miento de que, a dife­ren­cia de otros ani­ma­les y gra­cias a la evo­lu­ción de nues­tro cere­bro (en espe­cial de su cor­teza pre­fron­tal), somos capa­ces de ele­gir entre alter­na­ti­vas, pla­near nues­tro futuro, tra­ba­jar para el bien común, tomar ries­gos con cálculo de bene­fi­cios, gozar del arte, la música y la poe­sía, pro­te­ger la natu­ra­leza y embe­lle­cerla, crear lo nove­doso en tec­no­lo­gía, medi­cina e ins­ti­tu­cio­nes huma­ni­ta­rias, amar­nos y pro­te­ger­nos unos a otros…”. Es decir, “el men­saje del libro es posi­tivo: existe el libre albe­drío aun­que tiene lími­tes físi­cos (como los que plan­tea el hecho de que no posee­mos alas y por ello no pode­mos volar) y mora­les (tan reales como los otros, incrus­ta­dos en el cere­bro como pro­ducto evolutivo)”.

Remata Fus­ter con tres moti­vos por los que la lite­ra­tura del cere­bro está en alza: “La acu­ciante nece­si­dad de aba­tir enfer­me­da­des men­ta­les cada vez más pre­va­len­tes y cuyas cau­sas esen­cia­les per­ma­ne­cen recón­di­tas (depre­sión, esqui­zo­fre­nia…); la rele­van­cia de este órgano para el bie­nes­tar indi­vi­dual y la armo­nía social, al encar­garse de la inte­li­gen­cia cog­ni­tiva y emo­cio­nal, de la adap­ta­ción al entorno; y el hecho de que la edu­ca­ción se basa esen­cial­mente en el desa­rro­llo de un poten­cial (para memo­ria y apren­di­zaje) que la evo­lu­ción y la gené­tica impar­ten al cere­bro, imple­men­tán­dose con fami­lia y escuela”.

La con­ver­gen­cia de filo­so­fía y neu­ro­cien­cia en mate­ria de libre albe­drío con­forma uno de los deba­tes actua­les más estimulantes

Neu­ro­cul­tura

aprender-recordar-y-olvidar_9788434417410Esto incita a pre­gun­tarse qué es la “neu­ro­edu­ca­ción”, un tér­mino cada vez más escu­chado. Con­testa a LEER el cate­drá­tico Fran­cisco Mora que “se trata de una nueva visión de la ense­ñanza basada en cómo fun­ciona el cere­bro”. El pro­pó­sito de su libro homó­nimo, uno de los prin­ci­pa­les que ha publi­cado con Alianza Edi­to­rial, es con­tri­buir a “una toma de con­cien­cia por parte de maes­tros y pro­fe­so­res de la nece­si­dad de cono­cer los meca­nis­mos que ponen en mar­cha ese motor cen­tral del cere­bro humano que es la emo­ción”. Deter­mina que, “en un mundo de abs­trac­tos e ideas, sólo puede apren­derse lo que se ama”. Un paso más allá, Mora ha dedi­cado otra obra a la Neu­ro­cul­tura, que define como “un nuevo ciclo de pen­sa­miento, punto defi­ni­tivo de encuen­tro entre cien­cias y huma­ni­da­des hacia el que avan­za­mos, un nuevo modo de enten­der los pro­ble­mas y la pro­pia con­ducta humana basado en el cono­ci­miento de los códi­gos de fun­cio­na­miento del cere­bro adqui­ri­dos a lo largo del pro­ceso evo­lu­tivo, del que ya han nacido la neu­ro­fi­lo­so­fía, la neu­ro­ética, la neu­ro­eco­no­mía, la neu­ro­so­cio­lo­gía, la neu­ro­es­té­tica y la alu­dida neuroeducación”.

Sobre “cla­ves cere­bra­les de la memo­ria y la edu­ca­ción” refle­xiona Igna­cio Mor­gado en su última publi­ca­ción Apren­der, recor­dar y olvi­dar (Ariel), un intere­sante texto de psi­co­bio­lo­gía a la vez aca­dé­mico y de divul­ga­ción (con­si­gue el equi­li­brio per­fecto). Des­taca su “home­naje a la lec­tura”, donde deter­mina que “leer es uno de los mejo­res ejer­ci­cios posi­bles para man­te­ner en forma el cere­bro y el libro es un gim­na­sio ase­qui­ble para la mente que debe­ría incluirse en la edu­ca­ción desde la más tem­prana infan­cia y man­te­nerse durante toda la vida”.

Lle­ga­mos al día a día con lite­ra­tura de variada índole que incluye rare­zas como Cere­bro de pan (Gri­jalbo) del neu­ró­logo David Perl­mut­ter, pre­sen­tada como “manual para cui­dar y ali­men­tar el cere­bro”. Es patente, y así lo estima Fran­cisco Mora, que “un amplio espec­tro de la socie­dad está des­cu­briendo con inte­rés las con­tes­ta­cio­nes de la Cien­cia del Cere­bro sobre lo coti­diano”, lo que remite a títu­los en la línea de ¿Está nues­tro cere­bro dise­ñado para la feli­ci­dad? Mora res­ponde nega­ti­va­mente: “El cere­bro no está dise­ñado para alcan­zar la feli­ci­dad per­ma­nente sino la super­vi­ven­cia, que con­lleva lucha, desa­zón y sufri­miento cons­tan­tes”. Y si algo tiene muy claro, reme­mo­rando Los labe­rin­tos del pla­cer en el cere­bro humano, es que “el pla­cer no cons­ti­tuye fuente de feli­ci­dad”; muy al con­tra­rio “es pre­ci­sa­mente su ausen­cia lo que nos guía a enten­der algo sobre ella y sus peque­ños par­pa­deos puntuales”.

MAICA RIVERA

Maquetación 1Una ver­sión de este artículo ha sido publi­cada en el número de octu­bre de 2014, 256, de la edi­ción impresa de la Revista LEER. Cóm­pralo en quios­cos y libre­rías, en el Quiosco Cul­tu­ral de ARCE o, mejor aún, sus­crí­bete.

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