¿Pero qué diantres es el steampunk? Ah, la pregunta del millón. Tras mucho pensarlo y debatirlo, nos damos cuenta de que ante cada conato de definición, a la búsqueda de lo canónico, proliferan excepciones a las reglas. No falta quien le echa la culpa al posmodernismo. Concluimos que no hay respuesta, al menos de la forma ortodoxa que se espera, a causa de la compleja naturaleza del fenómeno, polifacético y candente. En cualquier caso, como declaración de principios previa al curioso acercamiento, conste en acta que nos rendimos sin condiciones ante el apabullante eclecticismo y el vivo lenguaje artístico del steampunk, en constante retrospectiva y realimentación.
Sí, parecen claros algunos puntos de origen. Sabemos que el movimiento literario, enmarcado en el terreno de la ciencia ficción especulativa, ha adoptado como padrinos a Julio Verne y a H. G. Wells. Que tiene raíces en el distópico ciberpunk pero que suele diferir de éste en un carisma más desenfadado y optimista, capaz de alcanzar incluso lo utópico y lo naif. Son incontestables su marcado carácter decimonónico de partida, sus aspiraciones contraculturales, su devoción natural hacia las ucronías y su debilidad por inventar tecnologías futuristas pero anacrónicamente relacionadas con el vapor y el carbón desde algún punto crítico del pasado, divergente en la línea temporal que nace de la Revolución Industrial.
Pero, a partir de aquí, no tenemos muchas más certezas. E incluso observando de cerca algunos de los rasgos definitorios más sólidos con los que, en principio, contábamos, pueden apreciarse matizaciones que empiezan a cobrar envergadura. Como cierta transición espiritual hacia el romanticismo oscuro, en afinidad creciente con las tendencias góticas, que se manifiesta muy acusada al compararse con primigenias inspiraciones victorianas de corte más dickensiano.
En fin, lo innegable es que los últimos veinte años han revelado el steampunk como una inagotable fuente de dialécticas artísticas y ricas ficciones (Boilerpunk, Clockpunk, Dieselpunk, Gaslight Romance, Mannerspunk, Raygun Gothic, Stitchpunk…), sincréticas y poderosas. ¿Acaso no es lo único que verdaderamente importa? Es más, ha pasado de ser un movimiento literario a un estilo de vida y parte de la cultura popular, un hecho que queda muy claro en publicaciones de referencia como la preciosa guía ilustrada The Steampunk Bible de Jeff VanderMeer y S. J. Chambers.
La tierra prometida
Con sus idas y venidas desde que el autor K. W. Jeter (Morlock Night, Infernal Devices…) acuñó el término en 1987, el steampunk sigue siendo territorio virgen para el escritor español, un deslumbrante universo de novedades para el lector patrio y también un buen nicho de mercado editorial en nuestro país. Hay un sello que ha sabido captar todo ello con especial sensibilidad. Y siguiendo, afortunadamente, ese orden de prioridades, se ha implicado en un compromiso fuerte y honesto con la causa del steamer. Es así como Tyrannosaurus Books se lanzó a la aventura y abrió dos líneas en el marco de esta corriente casi inédita en España: una de ficción, que se inauguró con la antología Ácronos; y otra de cultura pop que rompió con una publicación llamada Steampunk Cinema en la que se analizan veinticinco películas clave (Wild Wild West, Dark City, La Liga de los Hombres Extraordinarios, Steamboy, Skycaptain y el mundo del mañana, Sherlock Holmes de Guy Ritchie…) tras una interesante introducción del crítico independiente Manu Argüelles, quien nos invita a liberarnos de prejuicios.
“Este género empezó a tomar forma en nuestro país a partir de 2006, pero exclusivamente desde un plano estético”, explica a LEER José Miguel Rodríguez, editor de Tyrannosaurus Books, para reforzar la idea de que “es ahora cuando el steampunk se está desarrollando en contenido y comienza a coger raíces”; en este momento, aquí, “tiene mucha proyección, da mucho juego y está generando gran interés”. Rodríguez ha podido comprobarlo de primera mano gracias al merecido éxito de Ácronos, cuyo título responde a su espíritu intemporal que emana de las historias ambientadas fuera de cualquier corriente de tiempo.
Es muy importante destacar que esta estimulante antología, de la que ya ha editado un segundo volumen, “nació de los propios steamers, es decir, está escrita íntegramente por autores, nacionales y latinoamericanos, que forman parte activa del movimiento, cultivados en esta literatura e introducidos en asociaciones de esta naturaleza, lo que ha permitido explorar la vía más desconocida: la del steampunk dentro del steampunk”. Esto definió el carácter genuino y pionero de la obra, que, tras una introducción de Pablo Begué orientada a caldear el ambiente, mezcla, con audacia y sin complejos, textos de escritores profesionales y noveles. Como era de esperar, los catorce participantes del primer volumen (Luis Guallar, Robber LeBlancs, Janacek Jadehierro, Ángel Sucasas…) “cumplieron con las líneas maestras, pero también gustaron de transgredir los patrones más puristas, desarrollando caminos alternativos al Londres victoriano con destinos como el Salvaje Oeste o la Guerra Civil Española”.
Puede determinarse que “el steampunk es muy global y no hay que limitarlo a los típicos relatos de Jack el Destripador porque los escritores españoles pueden aportar su propia Historia”, explica a LEER Josué Ramos, quien, junto a Paulo César Ramírez, desarrolló el meritorio trabajo de coordinación de Ácronos. Ambos emprendieron el proyecto hace dos años con objeto de darle un impulso a esta literatura en español “ante la circunstancia de que el crecimiento incipiente del steampunk en nuestro país no llegaba al ámbito de las letras”.
La colonia española
Sin titubeos, Ramos es capaz de resumir la técnica literaria de los creadores en el marco del género: “Conocedores de cómo se desarrolló el futuro, rehacemos la ciencia ficción decimonónica y las fantasías victorianas desde el punto de vista del siglo XXI para elaborar nuestras propias ucronías”. Él también ha aportado su propio relato, “Escombros y tinieblas”, a la antología (por cierto, los orígenes de su protagonista Lisbeth Swift pueden encontrarse en la novela Ecos de voces lejanas). Se trata de un escrito muy sugerente, de arranque potente desde el barrio londinense de Whitechapel a principios del siglo XX, donde se congrega un secreto gabinete de crisis ante el descubrimiento en The Royal London Hospital de que los órganos internos de un paciente fallecido son mecánicos. En la investigación del misterio y sus vicisitudes destaca la reivindicación explícita de los románticos ideales que el steamer añora por excelencia, alcanzando el clímax con un significativo lamento de corsario: “En este mundo de capitalismos y obsolescencia programada ya no hay sitio para pensamientos como los nuestros”.
El joven escritor no pierde la oportunidad de matizar que esta literatura, cada vez más al servicio del mensaje, conserva el pensamiento contracultural de origen del steampunk que el resto de manifestaciones artísticas del movimiento han ido perdiendo debido al mayor peso que han ido adquiriendo los deslumbrantes aspectos estéticos. Lo más probable es que muchos otros autores compartan su sentir: “Siempre tuve esta visión creativa en el campo de la ciencia ficción y el steampunk me viene como anillo al dedo para plantear mis reflexiones sobre los valores trascendentales”. A pesar de que las ficciones parecen estar acercándose cada vez más a la percepción negativa del futuro que enarbola el ciberpunk, Ramos defiende que el Romanticismo tradicional “está ligado al steampunk como gran fuente de inspiración con clásicos que pueden sorprender como Gustavo Adolfo Bécquer o Rosalía de Castro”. Siguiendo esta misma senda romántica, subraya que “mezclar el pasado de la magia con el futuro de la ciencia, así como recrear la subjetividad de los personajes, siempre da mucho juego” en las composiciones.
No cabe duda de que el ardor romántico también impregna el talante de los steamers. Hasta el punto que no sólo adoptan un nick personal para relacionarse en los foros especializados sino que, además, a menudo crean su propio personaje ficticio al que dotan de una vida paralela en Internet. Explica Josué Ramos que esto es “una forma de traer la ficción a la realidad y una vía de escapismo que se ha potenciado a raíz del contacto con los juegos de rol”. Respecto a la intensa interconexión social que se infiere de todo ello, corrobora que “las comunidades de steamers de todas las naciones se relacionan entre ellas y aprenden unas de otras, partiendo del anglosajón”.
En definitiva, “nos sumamos a una tradición que se da en muchos países de Europa y América a base de aunar esfuerzos conjuntos”, resume Víctor Conde para LEER. A este escritor canario, uno de nuestros grandes e incuestionables valores en alza dentro del ámbito de la ciencia ficción y la fantasía, siempre le ha encantado el steampunk (lo ve como una divertida combinación de géneros) y por ello no quiso desaprovechar “la oportunidad de participar en un proyecto español de calidad”. En estos términos confirmó su colaboración en Ácronos, a la que contribuyó con “Regreso a la Atlántida”, el relato estrella, redondo y verdaderamente paradigmático. Su argumento juega con la idea de que el Titanic no se hundió sino que fue comprado por uno de los hombres más ricos del mundo, el príncipe Bradiyi de Shanghai, quien lo convierte en buque de uso privado para la exploración de los misterios marinos.
Que ésta y no otra sea la embarcación de la historia es muy representativo. Porque “son esos detalles los que permiten al lector establecer una conexión emocional con la narración, situándolo en una época y en un lugar”. Y que el tema escogido sea la Atlántida resulta igualmente significativo porque “es uno de los que utilizaría un escritor decimonónico o de principios del siglo pasado para dar color a su invención”, analiza Conde. A su juicio, se trata de una ficción “muy al estilo de Julio Verne, porque no desentraña el misterio sino que se limita a mostrarlo desde la lejanía”.
Conde reflejó su debilidad por el autor francés en su primera novela steampunk, Los relojes de Alestes (Ajec), una epopeya que hoy es objeto de posible reedición y de la que queda pendiente la esperada continuación. Su autor la define como “una obra coral de naturaleza epistolar, una especie de continuación de las aventuras en la luna de Verne pero con peores intenciones”. Con ella ya le quedaba claro algo fundamental: “Lo mejor que el steampunk ofrece es poder jugar sobre un escenario intrigante y visualmente muy atractivo, con el que especular sobre un siglo XIX o incipiente siglo XX alternativo”.
Mirando al cielo
Junto a todas las consideraciones esbozadas, existen también posturas muy aperturistas, como la de Félix J. Palma, quien opina para LEER que “gran parte de las novelas fantásticas que suceden en la época victoriana pueden incluirse dentro del steampunk porque comparten una estética similar y no todo el mundo tiene claros los conceptos y sus derivados”. Palma afirma que su abordaje del género fue “absolutamente inconsciente” en El mapa del tiempo (Algaida, Premio Ateneo de Sevilla), primera entrega de la Trilogía victoriana; si bien “los elementos steampunk son mucho más reconocibles” en el segundo libro de la misma, El mapa del cielo (Plaza & Janés, ganadora del Premio Ignotus 2013 a la mejor novela), y especialmente en el tercero que se encuentra ultimando.
Es ésta una corriente literaria que le resulta “muy atractiva estéticamente, con sus máquinas y artilugios surgidos de esa ciencia a vapor que en la época victoriana se creía que transformaría el mundo a su imagen y semejanza; y también con la presencia de la magia y de lo oculto”. Así que ha decidido “aceptar con orgullo el papel de abanderado del género en España si eso sirve para acercarlo al público y animar a otros autores a aventurase en él”.
En parte, por eso decidió editar Steampunk. Antología retrofuturista (Fábulas de Albión), un proyecto que surgió en una charla con el editor Luis G. Prado: “Nos preguntamos, por un lado, qué pasaría si les proponíamos que escribiesen un relato steampunk a unos escritores españoles que jamás se hubieran acercado a él; y, por otro, si eso ayudaría a la difusión del steampunk entre los lectores de España”. Aquí nos deja su predicción: “Ahora es un género cada vez más conocido y con más adeptos en nuestro país, es la palabra de moda; y, al tratarse de una estética adaptable a numerosos formatos, e incluso susceptible de convertirse en una opción vital, como la de cualquier otra tribu urbana, le auguro un buen futuro”.
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Feliz cumpleaños, steamers
Las puertas de Anubis (Gigamesh) se abrieron hace tres décadas (1983) para dejar pasar un torrente de hechicería, acción trepidante y amenazantes enigmas. Esta original obra fue, para muchos, el verdadero comienzo del steampunk de la mano de Tim Powers. No en vano es presentada como “la novela de viajes en el tiempo más elegante que se haya escrito” y se encuadra “en un campo literario que participa por igual de la fantasía, la ciencia ficción, la aventura y la recreación histórica”, según el análisis de Juan Carlos Planells (quien, por cierto, invita al lector a averiguar qué página fue escrita por el propio Philip K. Dick, amigo personal del autor que recibiría el premio con su nombre por este título). Tampoco es casualidad la forma en que la enrevesada trama, de corte dickensiano, rinde culto al fetichismo literario ya que esta pesadilla delirante comienza, paradójicamente, como un sueño, el más grande y secreto de todo bibliófilo nostálgico y devoto del Romanticismo inglés: el académico Brendan Doyle es invitado a viajar al Londres de 1810 para asistir a una conferencia de S. T. Coleridge (Aeropagítica de Milton) jamás publicada. Y el morbo literario aumenta exponencialmente cuando el protagonista se encuentra con el legendario doble de lord Byron, programado para asesinar al rey Jorge. En plena fiesta metapoética, qué decir (sólo cabe seguir disfrutando a lo grande) de la aparición estelar del poeta ficticio William Ashbless, personaje inventado por Powers y el otro escritor estadounidense considerado primer motor del steampunk, James P. Blaylock (Homúnculo, también premio Philip K. Dick en 1987).
MAICA RIVERA (@maica_rivera)
Una versión de este artículo fue publicada en el número de septiembre de 2013, 245, de la Revista LEER (cómpralo en el Quiosco Cultural de ARCE, un ejemplar en papel o mejor aún, suscríbete).