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Steampunk, regreso al (retro)Futuro

p71_1rec
Este miér­co­les 30 de julio arranca la ter­cera edi­ción del Fes­ti­val de Terror, Fan­ta­sía y Cien­cia Fic­ción Cel­sius 232 de Avi­lés, y lo hace con Tim Powers como uno de los prin­ci­pa­les recla­mos. Su obra ‘Las puer­tas de Anubis’ (1983) está con­si­de­rada arran­que de un fenó­meno hoy en alza como el steam­punk. Por ello recu­pe­ra­mos el repor­taje de refe­ren­cia sobre el género que MAICA RIVERA escri­bió para el número de sep­tiem­bre de 2013 de LEER con oca­sión de la última EuroS­team­Con y el 30º aniver­sa­rio de la publi­ca­ción de la obra de Powers.
 

¿Pero qué dian­tres es el steam­punk? Ah, la pre­gunta del millón. Tras mucho pen­sarlo y deba­tirlo, nos damos cuenta de que ante cada conato de defi­ni­ción, a la bús­queda de lo canó­nico, pro­li­fe­ran excep­cio­nes a las reglas. No falta quien le echa la culpa al pos­mo­der­nismo. Con­clui­mos que no hay res­puesta, al menos de la forma orto­doxa que se espera, a causa de la com­pleja natu­ra­leza del fenó­meno, poli­fa­cé­tico y can­dente. En cual­quier caso, como decla­ra­ción de prin­ci­pios pre­via al curioso acer­ca­miento, conste en acta que nos ren­di­mos sin con­di­cio­nes ante el apa­bu­llante eclec­ti­cismo y el vivo len­guaje artís­tico del steam­punk, en cons­tante retros­pec­tiva y realimentación.

Sí, pare­cen cla­ros algu­nos pun­tos de ori­gen. Sabe­mos que el movi­miento lite­ra­rio, enmar­cado en el terreno de la cien­cia fic­ción espe­cu­la­tiva, ha adop­tado como padri­nos a Julio Verne y a H. G. Wells. Que tiene raí­ces en el dis­tó­pico ciber­punk pero que suele dife­rir de éste en un carisma más desen­fa­dado y opti­mista, capaz de alcan­zar incluso lo utó­pico y lo naif. Son incon­tes­ta­bles su mar­cado carác­ter deci­mo­nó­nico de par­tida, sus aspi­ra­cio­nes con­tra­cul­tu­ra­les, su devo­ción natu­ral hacia las ucro­nías y su debi­li­dad por inven­tar tec­no­lo­gías futu­ris­tas pero anacró­ni­ca­mente rela­cio­na­das con el vapor y el car­bón desde algún punto crí­tico del pasado, diver­gente en la línea tem­po­ral que nace de la Revo­lu­ción Industrial.

p70Pero, a par­tir de aquí, no tene­mos muchas más cer­te­zas. E incluso obser­vando de cerca algu­nos de los ras­gos defi­ni­to­rios más sóli­dos con los que, en prin­ci­pio, con­tá­ba­mos, pue­den apre­ciarse mati­za­cio­nes que empie­zan a cobrar enver­ga­dura. Como cierta tran­si­ción espi­ri­tual hacia el roman­ti­cismo oscuro, en afi­ni­dad cre­ciente con las ten­den­cias góti­cas, que se mani­fiesta muy acu­sada al com­pa­rarse con pri­mi­ge­nias ins­pi­ra­cio­nes vic­to­ria­nas de corte más dickensiano.

En fin, lo inne­ga­ble es que los últi­mos veinte años han reve­lado el steam­punk como una inago­ta­ble fuente de dia­léc­ti­cas artís­ti­cas y ricas fic­ciones (Boi­ler­punk, Clo­ck­punk, Die­sel­punk, Gas­light Romance, Man­ners­punk, Ray­gun Got­hic, Stit­ch­punk…), sin­cré­ti­cas y pode­ro­sas. ¿Acaso no es lo único que ver­da­de­ra­mente importa? Es más, ha pasado de ser un movi­miento lite­ra­rio a un estilo de vida y parte de la cul­tura popu­lar, un hecho que queda muy claro en publi­ca­cio­nes de refe­ren­cia como la pre­ciosa guía ilus­trada The Steam­punk Bible de Jeff Van­der­Meer y S. J. Cham­bers.

 

La tie­rra prometida

Con sus idas y veni­das desde que el autor K. W. Jeter (Mor­lock Night, Infer­nal Devi­ces…) acuñó el tér­mino en 1987, el steam­punk sigue siendo terri­to­rio vir­gen para el escri­tor espa­ñol, un des­lum­brante uni­verso de nove­da­des para el lec­tor patrio y tam­bién un buen nicho de mer­cado edi­to­rial en nues­tro país. Hay un sello que ha sabido cap­tar todo ello con espe­cial sen­si­bi­li­dad. Y siguiendo, afor­tu­na­da­mente, ese orden de prio­ri­da­des, se ha impli­cado en un com­pro­miso fuerte y honesto con la causa del stea­mer. Es así como Tyran­no­sau­rus Books se lanzó a la aven­tura y abrió dos líneas en el marco de esta corriente casi iné­dita en España: una de fic­ción, que se inau­guró con la anto­lo­gía Ácro­nos; y otra de cul­tura pop que rom­pió con una publi­ca­ción lla­mada Steam­punk Cinema en la que se ana­li­zan vein­ti­cinco pelí­cu­las clave (Wild Wild West, Dark City, La Liga de los Hom­bres Extra­or­di­na­rios, Steam­boy, Sky­cap­tain y el mundo del mañana, Sher­lock Hol­mes de Guy Rit­chie…) tras una intere­sante intro­duc­ción del crí­tico inde­pen­diente Manu Argüe­lles, quien nos invita a libe­rar­nos de prejuicios.

Este género empezó a tomar forma en nues­tro país a par­tir de 2006, pero exclu­si­va­mente desde un plano esté­tico”, explica a LEER José Miguel Rodrí­guez, edi­tor de Tyran­no­sau­rus Books, para refor­zar la idea de que “es ahora cuando el steam­punk se está desa­rro­llando en con­te­nido y comienza a coger raí­ces”; en este momento, aquí, “tiene mucha pro­yec­ción, da mucho juego y está gene­rando gran inte­rés”. Rodrí­guez ha podido com­pro­barlo de pri­mera mano gra­cias al mere­cido éxito de Ácro­nos, cuyo título res­ponde a su espí­ritu intem­po­ral que emana de las his­to­rias ambien­ta­das fuera de cual­quier corriente de tiempo.

p71_1Es muy impor­tante des­ta­car que esta esti­mu­lante anto­lo­gía, de la que ya ha edi­tado un segundo volu­men, “nació de los pro­pios stea­mers, es decir, está escrita ínte­gra­mente por auto­res, nacio­na­les y lati­noa­me­ri­ca­nos, que for­man parte activa del movi­miento, cul­ti­va­dos en esta lite­ra­tura e intro­du­ci­dos en aso­cia­cio­nes de esta natu­ra­leza, lo que ha per­mi­tido explo­rar la vía más des­co­no­cida: la del steam­punk den­tro del steam­punk”. Esto defi­nió el carác­ter genuino y pio­nero de la obra, que, tras una intro­duc­ción de Pablo Begué orien­tada a cal­dear el ambiente, mez­cla, con auda­cia y sin com­ple­jos, tex­tos de escri­to­res pro­fe­sio­na­les y nove­les. Como era de espe­rar, los catorce par­ti­ci­pan­tes del pri­mer volu­men (Luis Gua­llar, Rob­ber LeBlancs, Jana­cek Jadehie­rro, Ángel Suca­sas…) “cum­plie­ron con las líneas maes­tras, pero tam­bién gus­ta­ron de trans­gre­dir los patro­nes más puris­tas, desa­rro­llando cami­nos alter­na­ti­vos al Lon­dres vic­to­riano con des­ti­nos como el Sal­vaje Oeste o la Gue­rra Civil Española”.

Puede deter­mi­narse que “el steam­punk es muy glo­bal y no hay que limi­tarlo a los típi­cos rela­tos de Jack el Des­tri­pa­dor por­que los escri­to­res espa­ño­les pue­den apor­tar su pro­pia His­to­ria”, explica a LEER Josué Ramos, quien, junto a Paulo César Ramí­rez, desa­rro­lló el meri­to­rio tra­bajo de coor­di­na­ción de Ácro­nos. Ambos empren­die­ron el pro­yecto hace dos años con objeto de darle un impulso a esta lite­ra­tura en espa­ñol “ante la cir­cuns­tan­cia de que el cre­ci­miento inci­piente del steam­punk en nues­tro país no lle­gaba al ámbito de las letras”.

 

La colo­nia española

Sin titu­beos, Ramos es capaz de resu­mir la téc­nica lite­ra­ria de los crea­do­res en el marco del género: “Cono­ce­do­res de cómo se desa­rro­lló el futuro, reha­ce­mos la cien­cia fic­ción deci­mo­nó­nica y las fan­ta­sías vic­to­ria­nas desde el punto de vista del siglo XXI para ela­bo­rar nues­tras pro­pias ucro­nías”. Él tam­bién ha apor­tado su pro­pio relato, “Escom­bros y tinie­blas”, a la anto­lo­gía (por cierto, los orí­ge­nes de su pro­ta­go­nista Lis­beth Swift pue­den encon­trarse en la novela Ecos de voces leja­nas). Se trata de un escrito muy suge­rente, de arran­que potente desde el barrio lon­di­nense de Whi­te­cha­pel a prin­ci­pios del siglo XX, donde se con­grega un secreto gabi­nete de cri­sis ante el des­cu­bri­miento en The Royal Lon­don Hos­pi­tal de que los órga­nos inter­nos de un paciente falle­cido son mecá­ni­cos. En la inves­ti­ga­ción del mis­te­rio y sus vici­si­tu­des des­taca la reivin­di­ca­ción explí­cita de los román­ti­cos idea­les que el stea­mer añora por exce­len­cia, alcan­zando el clí­max con un sig­ni­fi­ca­tivo lamento de cor­sa­rio: “En este mundo de capi­ta­lis­mos y obso­les­cen­cia pro­gra­mada ya no hay sitio para pen­sa­mien­tos como los nuestros”.

El joven escri­tor no pierde la opor­tu­ni­dad de mati­zar que esta lite­ra­tura, cada vez más al ser­vi­cio del men­saje, con­serva el pen­sa­miento con­tra­cul­tu­ral de ori­gen del steam­punk que el resto de mani­fes­ta­cio­nes artís­ti­cas del movi­miento han ido per­diendo debido al mayor peso que han ido adqui­riendo los des­lum­bran­tes aspec­tos esté­ti­cos. Lo más pro­ba­ble es que muchos otros auto­res com­par­tan su sen­tir: “Siem­pre tuve esta visión crea­tiva en el campo de la cien­cia fic­ción y el steam­punk me viene como ani­llo al dedo para plan­tear mis refle­xio­nes sobre los valo­res tras­cen­den­ta­les”. A pesar de que las fic­cio­nes pare­cen estar acer­cán­dose cada vez más a la per­cep­ción nega­tiva del futuro que enar­bola el ciber­punk, Ramos defiende que el Roman­ti­cismo tra­di­cio­nal “está ligado al steam­punk como gran fuente de ins­pi­ra­ción con clá­si­cos que pue­den sor­pren­der como Gus­tavo Adolfo Béc­quer o Rosa­lía de Cas­tro”. Siguiendo esta misma senda román­tica, sub­raya que “mez­clar el pasado de la magia con el futuro de la cien­cia, así como recrear la sub­je­ti­vi­dad de los per­so­na­jes, siem­pre da mucho juego” en las composiciones.

No cabe duda de que el ardor román­tico tam­bién impregna el talante de los stea­mers. Hasta el punto que no sólo adop­tan un nick per­so­nal para rela­cio­narse en los foros espe­cia­li­za­dos sino que, ade­más, a menudo crean su pro­pio per­so­naje fic­ti­cio al que dotan de una vida para­lela en Inter­net. Explica Josué Ramos que esto es “una forma de traer la fic­ción a la reali­dad y una vía de esca­pismo que se ha poten­ciado a raíz del con­tacto con los jue­gos de rol”. Res­pecto a la intensa inter­co­ne­xión social que se infiere de todo ello, corro­bora que “las comu­ni­da­des de stea­mers de todas las nacio­nes se rela­cio­nan entre ellas y apren­den unas de otras, par­tiendo del anglosajón”.

p71_2En defi­ni­tiva, “nos suma­mos a una tra­di­ción que se da en muchos paí­ses de Europa y Amé­rica a base de aunar esfuer­zos con­jun­tos”, resume Víc­tor Conde para LEER. A este escri­tor cana­rio, uno de nues­tros gran­des e incues­tio­na­bles valo­res en alza den­tro del ámbito de la cien­cia fic­ción y la fan­ta­sía, siem­pre le ha encan­tado el steam­punk (lo ve como una diver­tida com­bi­na­ción de géne­ros) y por ello no quiso des­apro­ve­char “la opor­tu­ni­dad de par­ti­ci­par en un pro­yecto espa­ñol de cali­dad”. En estos tér­mi­nos con­firmó su cola­bo­ra­ción en Ácro­nos, a la que con­tri­buyó con “Regreso a la Atlán­tida”, el relato estre­lla, redondo y ver­da­de­ra­mente para­dig­má­tico. Su argu­mento juega con la idea de que el Tita­nic no se hun­dió sino que fue com­prado por uno de los hom­bres más ricos del mundo, el prín­cipe Bra­diyi de Shanghai, quien lo con­vierte en buque de uso pri­vado para la explo­ra­ción de los mis­te­rios marinos.

Que ésta y no otra sea la embar­ca­ción de la his­to­ria es muy repre­sen­ta­tivo. Por­que “son esos deta­lles los que per­mi­ten al lec­tor esta­ble­cer una cone­xión emo­cio­nal con la narra­ción, situán­dolo en una época y en un lugar”. Y que el tema esco­gido sea la Atlán­tida resulta igual­mente sig­ni­fi­ca­tivo por­que “es uno de los que uti­li­za­ría un escri­tor deci­mo­nó­nico o de prin­ci­pios del siglo pasado para dar color a su inven­ción”, ana­liza Conde. A su jui­cio, se trata de una fic­ción “muy al estilo de Julio Verne, por­que no des­en­traña el mis­te­rio sino que se limita a mos­trarlo desde la lejanía”.

Conde reflejó su debi­li­dad por el autor fran­cés en su pri­mera novela steam­punk, Los relo­jes de Ales­tes (Ajec), una epo­peya que hoy es objeto de posi­ble reedi­ción y de la que queda pen­diente la espe­rada con­ti­nua­ción. Su autor la define como “una obra coral de natu­ra­leza epis­to­lar, una espe­cie de con­ti­nua­ción de las aven­tu­ras en la luna de Verne pero con peo­res inten­cio­nes”. Con ella ya le que­daba claro algo fun­da­men­tal: “Lo mejor que el steam­punk ofrece es poder jugar sobre un esce­na­rio intri­gante y visual­mente muy atrac­tivo, con el que espe­cu­lar sobre un siglo XIX o inci­piente siglo XX alter­na­tivo”.

 

Mirando al cielo

Junto a todas las con­si­de­ra­cio­nes esbo­za­das, exis­ten tam­bién pos­tu­ras muy aper­tu­ris­tas, como la de Félix J. Palma, quien opina para LEER que “gran parte de las nove­las fan­tás­ti­cas que suce­den en la época vic­to­riana pue­den incluirse den­tro del steam­punk por­que com­par­ten una esté­tica simi­lar y no todo el mundo tiene cla­ros los con­cep­tos y sus deri­va­dos”. Palma afirma que su abor­daje del género fue “abso­lu­ta­mente incons­ciente” en El mapa del tiempo (Algaida, Pre­mio Ate­neo de Sevi­lla), pri­mera entrega de la Tri­lo­gía vic­to­riana; si bien “los ele­men­tos steam­punk son mucho más reco­no­ci­bles” en el segundo libro de la misma, El mapa del cielo (Plaza & Janés, gana­dora del Pre­mio Igno­tus 2013 a la mejor novela), y espe­cial­mente en el ter­cero que se encuen­tra ultimando.

Es ésta una corriente lite­ra­ria que le resulta “muy atrac­tiva esté­ti­ca­mente, con sus máqui­nas y arti­lu­gios sur­gi­dos de esa cien­cia a vapor que en la época vic­to­riana se creía que trans­for­ma­ría el mundo a su ima­gen y seme­janza; y tam­bién con la pre­sen­cia de la magia y de lo oculto”. Así que ha deci­dido “acep­tar con orgu­llo el papel de aban­de­rado del género en España si eso sirve para acer­carlo al público y ani­mar a otros auto­res a aven­tu­rase en él”.

En parte, por eso deci­dió edi­tar Steam­punk. Anto­lo­gía retro­fu­tu­rista (Fábu­las de Albión), un pro­yecto que sur­gió en una charla con el edi­tor Luis G. Prado: “Nos pre­gun­ta­mos, por un lado, qué pasa­ría si les pro­po­nía­mos que escri­bie­sen un relato steam­punk a unos escri­to­res espa­ño­les que jamás se hubie­ran acer­cado a él; y, por otro, si eso ayu­da­ría a la difu­sión del steam­punk entre los lec­to­res de España”. Aquí nos deja su pre­dic­ción: “Ahora es un género cada vez más cono­cido y con más adep­tos en nues­tro país, es la pala­bra de moda; y, al tra­tarse de una esté­tica adap­ta­ble a nume­ro­sos for­ma­tos, e incluso sus­cep­ti­ble de con­ver­tirse en una opción vital, como la de cual­quier otra tribu urbana, le auguro un buen futuro”.

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Feliz cum­plea­ños, steamers

Las puer­tas de Anubis (Giga­mesh) se abrie­ron hace tres déca­das (1983) para dejar pasar un torrente de hechi­ce­ría, acción tre­pi­dante y ame­na­zan­tes enig­mas. Esta ori­gi­nal obra fue, para muchos, el ver­da­dero comienzo del steam­punk de la mano de Tim Powers. No en vano es pre­sen­tada como “la novela de via­jes en el tiempo más ele­gante que se haya escrito” y se encua­dra “en un campo lite­ra­rio que par­ti­cipa por igual de la fan­ta­sía, la cien­cia fic­ción, la aven­tura y la recrea­ción his­tó­rica”, p73según el aná­li­sis de Juan Car­los Pla­ne­lls (quien, por cierto, invita al lec­tor a ave­ri­guar qué página fue escrita por el pro­pio Phi­lip K. Dick, amigo per­so­nal del autor que reci­bi­ría el pre­mio con su nom­bre por este título). Tam­poco es casua­li­dad la forma en que la enre­ve­sada trama, de corte dicken­siano, rinde culto al feti­chismo lite­ra­rio ya que esta pesa­di­lla deli­rante comienza, para­dó­ji­ca­mente, como un sueño, el más grande y secreto de todo biblió­filo nos­tál­gico y devoto del Roman­ti­cismo inglés: el aca­dé­mico Bren­dan Doyle es invi­tado a via­jar al Lon­dres de 1810 para asis­tir a una con­fe­ren­cia de S. T. Cole­ridge (Aero­pa­gí­tica de Mil­ton) jamás publi­cada. Y el morbo lite­ra­rio aumenta expo­nen­cial­mente cuando el pro­ta­go­nista se encuen­tra con el legen­da­rio doble de lord Byron, pro­gra­mado para ase­si­nar al rey Jorge. En plena fiesta meta­poé­tica, qué decir (sólo cabe seguir dis­fru­tando a lo grande) de la apa­ri­ción este­lar del poeta fic­ti­cio William Ash­bless, per­so­naje inven­tado por Powers y el otro escri­tor esta­dou­ni­dense con­si­de­rado pri­mer motor del steam­punk, James P. Blay­lock (Homúnculo, tam­bién pre­mio Phi­lip K. Dick en 1987).

MAICA RIVERA (@maica_rivera)

001 Portada 245fbUna ver­sión de este artículo fue publi­cada en el número de sep­tiem­bre de 2013, 245, de la Revista LEER (cóm­pralo en el Quiosco Cul­tu­ral de ARCE, un ejem­plar en papel o mejor aún, sus­crí­bete).

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