Bastan unos minutos de conversación con Juan José Benítez para caer en sus redes. Tiene un magnetismo que remite a ese halo de misterio característico de su mejor narrativa, sumamente revelador de los éxitos cosechados. A estas alturas de tan prolífica trayectoria consagrada al mundo de los grandes enigmas, está muy claro el pacto con el lector, que ha de asumir las luces y las sombras de su particular implicación con el objeto de estudio y recreación. Benítez ha forjado su propia leyenda, ha acuñado su propio género con espíritu periodístico pero también con incombustible pasión literaria. Ante esta peculiaridad es necesario aceptar que difícilmente seremos capaces de valorar el alcance de su obra si mantenemos el único empeño ciego de establecer a priori nuestros propios límites a sus escritos. Para los más reticentes ante su bibliografía, cabría subrayar una matización importante, tal vez decisiva: no, disfrutar de su universo no requiere comulgar hasta el final con sus reglas del juego pero sí abrirse a contemplar la posibilidad de otros códigos.
No puede negarse que la controvertida naturaleza de su producción le ha ido revistiendo, en efecto, de cierta aura legendaria. Tampoco que el veterano escritor es, por excelencia, uno de nuestros bestsellers más carismáticos. “¿Eres un provocador?”, le preguntamos en el reciente encuentro. “Tal vez sí”, contesta a LEER, “porque trato de inyectar esperanza en esta época dura y difícil, necesitada de oxígeno y optimismo”. Comunicar que la vida continúa tras la muerte y que al otro lado hay luz es el objetivo de Estoy bien (Planeta), una nueva vuelta de tuerca en el recorrido del autor que, lejos de pensar en retirarse y colgar la pluma, nos promete que no será la última.
Ha sido una sorpresa conocer que las investigaciones sobre “resucitados” para esta publicación fueron iniciadas por J.J. Benítez en 1968, mucho antes de sus pesquisas sobre el fenómeno ovni (en las últimas páginas apunta una conexión entre ambas temáticas, imposible de captar para quienes no estén familiarizados con su narrativa). De entre ellas, desarrolladas en constantes periplos, ha seleccionado 160 casos “al sur de la razón” como muestra representativa de experiencias relacionadas con la vida después de la muerte que “van un paso más allá de las ECM, pues describen vivencias con familiares o amigos que se encuentran muertos y enterrados”. Asume que la acusada estigmatización que sufren tanto los testigos como los investigadores de ECM se radicalizará, por tanto, en esta ocasión. Pero no le preocupa porque “la intencionalidad no es convencer sino transmitir el exhaustivo trabajo de campo realizado en silencio durante 46 años con la recopilación de testimonios de personas que dicen la verdad, que a pesar de proceder de geografías muy dispares (EEUU, Europa, América del Sur…) manifiestan constantes comunes en sus declaraciones”.
Benítez ha forjado su propia leyenda, ha acuñado su propio género con espíritu periodístico pero también con incombustible pasión literaria
Lo cierto es que hallamos un inesperado elemento recurrente en Estoy bien: las referencias de entrevistados a la primera entrega de Caballo de Troya. Este gran éxito literario de los años 80 marcó una época con la narración del viaje de dos astronautas americanos a la Palestina de Jesús de Nazaret, constituyó un fenómeno sin precedentes y permaneció en lo más alto de las listas de ventas durante doscientas semanas. Todo esto se resiste a caer en el olvido y no es casualidad que el volumen (Jerusalén) sea oportunamente reeditado por Booket junto a los ocho tomos restantes que le sucedieron (edición revisada por el autor); un total de 5.386 páginas sobre la vida de Jesucristo leídas por más de veinte millones de lectores (más de cinco millones de ejemplares vendidos) y para cuya escritura el autor empleó 27 años y quince viajes a Israel, Jordania, Egipto y territorio estadounidense.
“Es un libro mágico en el que yo no tengo nada que ver”, reivindica J.J. Benítez. Insiste mucho en ello, dejando entrever que no es una novela porque siempre ha defendido haberse basado en una documentación real, depositada hace años en EEUU (“será el futuro, como sucedió con Julio Verne, quien pondrá de manifiesto si este relato fue o no verídico…”). Se dice que, en total, las fuentes informativas que ha consultado ascienden a 14.000 (arqueológicas, botánicas, físicas, sociales, religiosas…) pero que la más relevante de todas aún no ha sido desvelada. “A veces cuesta muy caro ser fiel y honesto con las revelaciones pero no me importa el alto precio, voy a cumplir 50 años de periodismo activo en 2016 y he aprendido a guardar silencio”, nos dice con gravedad. Se permite invitarnos, eso sí, a descubrir que “hay mensajes debajo de secuencias numéricas de algunos Caballos”, de los que, por cierto, no se hace responsable.
Este tipo de comentarios suelen ser los que generan más polémica a su alrededor, un hecho que él enmarca en un caldo de cultivo adverso: “Más que la falta de financiación es la incomprensión el gran inconveniente para el desarrollo de investigaciones como las mías en España, que es un país de cainitas”. Zanja el tema con serenidad: “Estoy acostumbrado a ello y sigo mi camino”. En concreto, denuncia “ser odiado y denostado a la menor oportunidad por círculos próximos a sectores religiosos muy conservadores o a la Ciencia mal interpretada, por personas a quienes les falta información”.
La primera entrega de Caballo de Troya constituyó un fenómeno sin precedentes y permaneció en lo más alto de las listas de ventas durante doscientas semanas
Tomando como referencias clave el significativo Caballo de Troya 1 y su última publicación, nos preguntamos si podrían sobrevenirle parte de estos conflictos porque el lector acabe perdiendo pie en los niveles de ficción (amén de la susceptibilidad innata por lo delicado de los temas que aborda, evidentemente). No parece descabellado cuestionarse el problema en estos términos, en base a un concepto revelador que se repite en Estoy bien. Se trata de la expresión “puro teatro” que Benítez atribuye a las manifestaciones sobrenaturales que registra en sus páginas, refiriéndose a que “los mensajes de los resucitados, necesarios para establecer contacto, son irrelevantes en sí mismos, probablemente ni siquiera sean ciertos, la única verdad que revelan con ellos es la de su propia existencia, es decir, el hecho irrefutable de que están vivos al otro lado”. ¿Acaso es esto una pista que concede para que nos fabriquemos una hermenéutica y entender el verdadero peso de lo veraz y lo alegórico en su obra? Entonces, sus libros acabarían resultando sumamente exigentes para el lector, incluso herméticos para los menos intuitivos…
Imbatible, J.J. Benítez nos seguirá proporcionando nuevos desafíos. La lectura de Estoy bien deja patente ser la antesala de otro proyecto. Al hacérselo notar, recibimos una rotunda corroboración: “Está terminado el libro que sigue a éste como consecuencia directa, Pactos y señales, mucho más íntimo, donde daré otro paso para anunciar que hay un orden maravilloso al que estamos sujetos…”. Si no es antes por esta próxima publicación, hemos acordado volver a citarnos en el plazo máximo de dos años porque sabemos que su aniversario periodístico nos deparará más novedades, como insinúa. “Nunca hablo gratuitamente y cuando doy mi palabra, la cumplo siempre”, nos asegura. Le damos nuestro voto de confianza.
MAICA RIVERA
Una versión de este artículo fue publicada en el número de mayo de 2014, 252, de la Revista LEER (cómprala, o mejor aún suscríbete).