El peso de los años y de los muertos
Sobre 'Un incidente sin importancia', debut y testamento literario de la actriz Rosa Maria Sardà.
No esperen los seguidores de Rosa Maria Sardà encontrar en este tardío debut narrativo una aplicación literaria de su extraordinaria vis cómica. La actriz se cambia de máscara y ofrece el reverso amargo de su proverbial ironía, una de sus grandes herramientas interpretativas. Esta «verídica historia» con presumibles trazas autobiográficas es una melancólica constatación del peso de los años y los muertos. Las vicisitudes del pasado afloran como arrugas en la memoria y el corazón trazadas por el recuerdo de los ausentes. Ellos son la única compañía cuando la soledad, que siempre estuvo ahí, acechando, se enseñorea del todo; cuando para hablar, para recibir las cartas, ya sólo quedan quienes no están para responder. Lo dice María, el personaje dominante de Un incidente sin importancia, al final de su vida: «De cada uno de mis muertos llevo una partícula en la piel. Tengo noticia de ellos en mis manos, en mis ojos, en mi voz, en mi forma de comportarme, de amar. ¡Soy un estrambótico puzle de todos ellos, de tanto añorarlos, de no soportar que ya no existan!».
Los episodios de Un incidente sin importancia transcurren antes y después de la guerra entre una ciudad y la colonia de trabajadores de una cementera junto al mar. Se intuye que, aunque innominada, la ciudad es Barcelona, y que la cementera, que representa el cementerio de las ilusiones y las ambiciones de la familia protagonista, es Vallcarca, enclave industrial hoy abandonado a la sombra del Garraf, tan cerca y tan lejos de la balnearia Sitges. Aunque buena parte del encanto sombrío de esta historia, despiezada en capítulos que funcionan como relatos, reside precisamente en la ambigüedad del espacio.
La cementera es cementerio porque los dos personajes más luminosos de la historia, María y Pepito, acaban allí sus días hasta que la muerte los separa. Se conocieron antes de la guerra. Él la rescató de una viudez prematura con hijos, ella recuperó junto a él su juvenil vocación como actriz. La guerra lo trunca todo. Como trunca directa e indirectamente la vida de la hija de María. Ella rechazará la vida y la profesión de su madre, pero la transmitirá al último eslabón de la historia, su hija, la que será feliz veraneando a la sombra de la cementera y que, presumiblemente, narra hoy con amargura las desdichas de los seres queridos que ya no están.
Sardà tiene la prosa pulcra de una lectora concienzuda, y eso le permite asumir con garantías razonables la escritura de este libro breve pero ambicioso. Que parece delatar por momentos su condición de actriz, por su gusto por la sugerencia y por un capítulo, el que da título al libro, que es un auténtico entremés que el lector se imagina perfectamente representado, incluso, elipsis mediante, con su amargo final.
Borja Martínez