Crisis del periodismo, naufragio de la libertad
En la era de las ‘fake news’ y la posverdad, el periodismo sigue sumido en una crisis múltiple, inerme ante los retos de un tiempo nuevo. O rendido al poder de turno: un libro reciente, ‘Hienas y buitres’, esclarece desacomplejadamente esta letal alianza.
Lo vio bien Walter Lippmann hace casi 100 años: «El público acaba por creer lo que más fácilmente se acomoda a sus prejuicios». El periodismo que él ayudó a formalizar, y que entonces como hoy padecía una crisis aguda, era el instrumento decisivo para combatir esa inclinación humana a la ignorancia, la peor enemiga de la libertad. «Una comunidad no puede sentirse satisfecha aprendiendo la verdad acerca de los demócratas leyendo periódicos republicanos» y viceversa; «cabe una información neutral y existe necesidad de ella». Hacerla pasa por «el ejercicio de las más elevadas virtudes científicas», entre ellas «una rigurosa disciplina en el uso de las palabras», que a falta de datos nunca deberán ir cargadas de emociones: una idea que hoy, en la era de la sentimentalización de la vida pública, tiene una potencia y una vigencia extraordinarias.
El periodismo afronta este tiempo de fake news y posverdad sumido –medio enterrado, como el perro de Goya, pero con aire satisfecho– en la crisis que primero fue de formato –impuesta por el nuevo paradigma digital–, luego material –de sus empresas, derivada de aquello– y finalmente intelectual. Inermes, los periódicos, todavía hoy la unidad ejemplar del periodismo, ignoraron en los mejores casos el cambio que el presidente de The New York Times Mark Thompson condensó en una acertada imagen durante una conferencia celebrada en Madrid el año pasado –«antes los periódicos conducíamos trenes por vías férreas; ahora llevamos el carrito de venta de bebidas dentro de los vagones»–; y en los peores se echaron definitivamente en brazos del poder.
Una alianza que el periodismo ha asumido con una cínica naturalidad. La profesión siempre ha disfrutado con la cercanía al poder, pero su reputación y privilegios dependían en última instancia de una independencia y un desempeño ético cada vez menos frecuentes. Hoy publicistas y voceros se dicen periodistas sin rubor, exhibiendo las señas de identidad superficiales del oficio como certificado de autenticidad bajo las cuales sólo hay vacío o basura. Nadie se lo reprocha porque el periodismo ha aceptado este estado de cosas y, lo que es peor, la ciudadanía también. Y esto es muy grave porque volviendo a Lippmann, «la salud de una sociedad depende de la calidad de la información que recibe», que es el riego que afluye «diariamente en el cerebro y el corazón de una nación» (Libertad y prensa, Tecnos).
Connivencia terminal
La unanimidad corporativista hace que sean pocas las voces que denuncian el estado del periodismo. Por eso es importante hablar de este libro solitario y reciente, Hienas y buitres. Relaciones pervertidas con el poder (de nuevo Tecnos), de Francisco Rubiales. Periodista de larga trayectoria, desarrollada sobre todo en la Agencia EFE, y devenido hace ya tiempo en consultor de comunicación, Rubiales ha publicado varios libros sobre el abuso de poder, la degeneración democrática y la crisis del periodismo. Ya en Periodistas sometidos, los perros del poder (Almuzara, 2009) abordó la enfermedad del oficio, y a uno de sus síntomas, el «contubernio con los grandes poderes», dedica este último descargo, un libelo de largo recorrido, un relato (con algo de profético) de un tiempo nuevo en el que las guerras se disputan en las redes y los medios y ante las cuales el periodismo debe decidir si sigue actuando como escudero del poder o recuperar su función fiscalizadora.
El proceso catalán es un ejemplo de esta «guerra de nueva generación» propia del siglo XXI, y así lo detalla Rubiales en su libro con una valentía poco común. «Cataluña y España están en guerra, pero es una guerra nueva, sin apenas violencia física, de las que tienen por escenario la opinión pública y persiguen imponer sus ideas y razones». Tras el 1 de octubre, «la verdad fue masacrada por la propaganda independentista, que estuvo apoyada masivamente por las factorías internacionales de intoxicación (…). La sedición catalana se enfrentó a las leyes y a la Constitución con falsas peticiones de diálogo y con eslóganes emocionales como el derecho a decidir, pretendiendo imponer la imagen de un pueblo pacífico, que solo aspira a la libertad, frente a un gobierno español opresor». ¿El papel del periodismo ante esto? Cuanto menos defectuoso, pero en muchos casos cooperativo.
«Este libro es una crónica de la guerra actual», nos dice Rubiales. «Si se hubiera escrito hace cien años hablaríamos de las armas del frente europeo y de las trincheras, pero la guerra de hoy tiene que ver con la opinión pública. Y cualquier cosa que se nos ocurra forma parte de esta guerra, de Trump a Putin, pasando por Cataluña o el Gobierno Sánchez. Y en esta guerra el periodista es el arma clave».
¿Cómo se integra el periodismo en este escenario?
En esta nueva forma de guerra hay un frente creativo, integrado por gente que piensa ideas atractivas que poner en circulación, y donde cabe situar los think tanks que hay en todo el mundo; hay un frente destructivo, donde funcionan las llamadas picadoras de carne, dedicadas a la caza de errores ajenos y a la destrucción del adversario. Y está el frente difusor en el que el periodista integrado resulta decisivo, porque contribuye a la propagación de las ideas creativas y destructivas del poder, y porque ejerciendo ese papel contribuye a la confusión, que es lo que más le gusta al poder y está siendo muy eficaz para sus intereses.
Pero ahora el poder tiene alternativas a los medios convencionales para poner en circulación sus mensajes y sus operaciones.
Es verdad, pero yo creo que, a pesar de que existen rutas alternativas, la influencia de los medios no solamente no ha caído sino que ha crecido. Tal vez porque ofrecen autoridad y una jerarquización de los mensajes. Y es precisamente por ahí por donde pasa el futuro de los medios, por convertirse en referentes frente a la confusión.
En el libro usas desacomplejadamente ideas como poder oculto, criptocracia o patocracia. ¿Cómo funciona el poder? ¿Hay un centro rector, es un superorganismo?
Hay muchos poderes cuyos intereses confluyen en los momentos clave. Los laboratorios de ideas que trabajan para el poder analizan el mundo de manera sistemática y científica para conquistar cuotas de poder y neutralizar fenómenos perjudiciales para sus intereses.
Leemos el libro de Rubiales pocos días después de la caída del Gobierno de Mariano Rajoy, un acontecimiento fulminante que el periodismo ha renunciado a penetrar; y a pocas semanas de la operación que terminó con la dimisión de Cristina Cifuentes después de que un medio de comunicación difundiera un vídeo de seguridad que según las leyes vigentes no debería existir. Nadie denunció aquello, ningún medio lo cuestionó. Los periódicos y las televisiones fueron cooperadores necesarios de un más que probable ajuste de cuentas. Todos presumiendo de seguir haciendo más periodismo.
¿El caso de España es particularmente grave?
Sí. En España se ha producido un deterioro paralelo y coincidente de la política y el periodismo. Padecen la misma enfermedad. Ambos han traicionado sus orígenes y la naturaleza de su misión. Todos los problemas importantes que tiene España son responsabilidad de la política: el nacionalismo, la inseguridad, el endeudamiento, la falta de esperanza. Es algo que afecta a políticos de todo signo, a izquierda y a derecha, y ningún medio de ninguna sensibilidad lo dice, porque es algo que afecta al sistema, y el sistema para los medios es sagrado. Durante años se demostró que era más importante tener el oído puesto en La Moncloa y en La Zarzuela que hacer periodismo. El poder antes de matarte intenta comprarte, y por eso en los medios cuando no funciona el sectarismo lo hace el miedo. Ante el miedo a mí me gustaría que si no se rebelaran, los periodistas al menos mantuvieran la libertad en su corazón, y que eso les sirviera para ofrecer enfoques, pequeños gestos de rebeldía que contribuyan a la libertad personal y colectiva.
¿Qué más se puede hacer?
El periodismo tiene su programa. Nació como consecuencia de una alianza para acabar con el absolutismo, desde los tiempos de Cromwell a la Revolución francesa. Participa desde sus orígenes en la democracia moderna, que es el primer sistema capaz de coger por los cuernos el toro del poder y meter al Estado en una jaula con siete llaves, la más importante de las cuales es la prensa libre. El periodismo está para iluminar a la opinión pública allá donde hay sombra. Sus privilegios, reconocidos por las leyes, no tienen ningún sentido si actúa como la voz de su amo.
Revista LEER, número 290, Verano 2018