Quedar a charlar con Pepe Ribas en el Café Gijón puede parecer un contrasentido. La mañana anterior ha presentado en el Teatro del Barrio, uno de los bastiones del Lavapiés insurgente, la tercera encarnación de su Ajoblanco acompañado de Carolina Espinoza, compañera de aventura editorial. Con sus cafés a 3,90, el vetusto Gijón no representa precisamente la imagen de la contracultura que una vez más viene Ribas a defender y difundir. Pero la vida es contradicción y las apariencias engañan, y a estas mesas de mármol se ha sentado personal de todo pelaje. Y ahí sigue además, entrando a mano derecha, en placa y retrato, la figura tutelar de Alfonso, “cerillero y anarquista” y prestamista de los ludópatas de Madrid hasta su muerte en 2006.
“Me han pasado muchas cosas”, adelanta enigmático Ribas para explicar el regreso del Ajo. Antes de despedirnos me contará lo de su rara enfermedad digestiva, que primero se diagnosticó terminal y luego trajo de cabeza a los más reputados especialistas de Barcelona; antes de que, después de mucho trasiego de pruebas y muestras, tres semanas de penicilina bastaran para acabar con la bacteria que se lo estaba comiendo por dentro. La inesperada curación coincidió con el lanzamiento de su último libro, la novela Encuentro en Berlín, y en la presentación conoció a su pareja de hoy, y feliz de seguir vivo fue cuajando la idea de volver con su icónica revista para explicar estos tiempos raros en los que de repente el punto de vista libertario quizá se antoja la más plausible aproximación a nuestra realidad canibal. Para ello, a la usanza de los viejos tiempos, con gran tirada y ambición iberoamericana, vuelve el Ajo.
Y lo hace en edición impresa como una apuesta ética. “No es cierto que el papel no esté funcionando”, asegura Ribas. “En Francia, en Alemania, en Gran Bretaña, en EEUU funciona, porque son países normalizados, con una prensa crítica e independiente del poder. Aquí esto no ha pasado. Todo está al servicio del partido que manda, que se ha inventado la historia de España que más le ha convenido, o la historia de Cataluña que más le ha convenido. Y este es el gran problema: que la historia, la memoria, está secuestrada por el poder, y esto hay que romperlo. Y sólo se puede romper con papel. No se romperá nunca desde las pantallas, porque las pantallas no tienen influencia, u ofrecen influencias efímeras, como la de Pablo Iglesias, que por mucho que se mueva ya está en decadencia, y durará cuatro días”.
Pero esto no es Berlín, París o Nueva York, donde hay muchos kioscos, mucho papel… y mucho texto. Aquí parece que en papel sólo funciona el estilo de vida…
Porque aquí hay que empezar de cero y crear cultura crítica, y además decir muy claramente y con mucha valentía que medios de cabecera como El País o La Vanguardia han dejado de tener sentido porque durante 35 años han sido poder, punto, no han sido periodismo, y han configurado una opinión pública enferma que ahora hay que sanear como sea. La decepción de Podemos y del post 15M nos está ayudando mucho a poder sanar esa configuración de la opinión pública, porque la gente ya no se cree nada. Si el papel no vende en España es porque desde hace 35 años la prensa escrita ha sido totalmente vampirizada por lo institucional y todo este clan que empieza por González, y que ha seguido el PP, y que de alguna manera se llama Cultura de la Transición.
Una cultura ‘intransitiva’
Si a mediados de los 70 el primer Ajoblanco pretendía dar “voz a esa juventud que está harta de lo que hay”, representado entonces por los novísimos o la Gauche Divine, el lo que hay de hoy quizá sea el estertor de la Cultura de la Transición mencionada por Ribas y formalizada críticamente por Guillem Martínez. Aquella cuya fundación explicaba Gregorio Morán a LEER en 2014 con motivo de la publicación de su último libro irredento, El cura y los mandarines: “El PSOE vino a ilustrar, y su política ilustrada es absolutamente memorable. Por primera vez hay un Gobierno que invierte en comprar inteligencia y compra a prácticamente la totalidad de la inteligencia española”.
En esta línea de análisis abunda Ribas: “Esa cultura domesticada por el socialismo, institucionalizada, sobre todo a partir del referéndum de la OTAN, ha sido capitaneada por el mundo de Prisa, que ha sido nefasto. Ha querido dominar el cine, los libros, la producción de literatura y de ensayo, la opinión, la radio; ha intentado dominarlo todo, señalando a los buenos y a los malos. Y creó una clase intelectual dependiente de las directrices de González y Cebrián. Estos dos señores han provocado un cataclismo, porque terminaron con las revistas independientes de cine, con las revistas independientes de literatura, de cualquier cosa. Ellos fundaron ese canon, que es lo que Guillem Martínez ha llamado la Cultura de la Transición. Pero lo que Guillem Martínez ha olvidado es que ha habido mucha cultura intransitiva, como dice Constantino Bértolo, y en esa cultura intransitiva ha estado Ajoblanco y otra mucha gente que ha querido resistir a ese monopolio. Monopolio que hace que en este momento haya industria cultural pero no haya cultura. Porque no hay crítica independiente y porque nadie cree nada”.
Ante esto se rebela de nuevo Ajoblanco con ánimo intrépido. “No sabemos muy bien cuál es el camino. De momento hemos abierto una brecha. En diciembre inauguramos el Espacio Ajoblanco (Santa Teresa 3, Barcelona) para encontrarnos… y nos hemos encontrado más o menos. Hemos encontrado a las nuevas generaciones, y nos hemos dado cuenta de que carecen de algo fundamental: no saben contextualizar, porque la educación recibida es totalmente fragmentaria y parcial, que los hace técnicos de algo, pero no saben ver el mundo. Y esto es muy problemático porque es pasto de cualquier demagogia, de cualquier nuevo fascismo, sea de derechas o de izquierdas. Esto es muy peligroso porque la gente no está armada. No tiene cultura y por lo tanto no tiene criterio propio. Hace falta reestructurar el sector cultural a partir del sistema educativo. Y ya no hablo de la universidad sino de los institutos de enseñanza media, que es lo que en el primer Ajoblanco se movilizó, no las universidades, lo cual se ha olvidado. Se han olvidado demasiadas cosas”.
No sé si este ‘Ajoblanco’ es como un tercer movimiento que filtra la experiencia del primero (1974–1980), el más libertario, y del segundo (1987–1999), que quizá buscaba integrarse, o contribuir a reconducir la cultura del régimen del 78. ¿Qué hay de uno y de otro?
El segundo Ajo fue muy de espaldas al primero porque no se quiso volver a lo libertario. Era ya la era del yo: del artista, del filósofo, del director de cine. Del protagonista. De repente la cultura se convirtió en una cosa de protagonistas. Yo creo que ahora esto ya no vale, porque toda aquella gente, aquellos protagonistas están quemados. Ha vuelto la cultura del nosotros, o de lo común, que no es exactamente lo mismo. Ahora hay que revitalizar la cultura desde el rigor, desde la seriedad. Cuando a los jóvenes que vienen al Espacio les preguntas si leen libros te dicen que sí, pero que no siguen la actualidad. Con lo cual ya se han distanciado de la industria. Y a mí eso me ilusiona mucho. La industria exige actualidad y novedad. La cultura, profundidad y pasión. Del segundo Ajoblanco han quedado muchas cosas: la apertura a otras culturas, a otras músicas, a tener gustos combinados, distintos… Creo que nos hemos vuelto más internacionales. Nos hemos abierto. Y el segundo Ajoblanco tiene mucho que ver con esto. Ahora tenemos que volver a la identidad de cada uno, la que se forma, y por eso insisto en la educación y la cultura todo el rato. Lo que hay que ofrecer son elementos buenos, que te puedan apasionar y con los que te puedas sentir identificado.
La aceleración de la experiencia propiciada por la revolución digital nos ha pillado sin referentes y en esa falta de educación de la que hablas. Y ahí adquiere un valor especial el planillo de este primer ‘Ajoblanco’ 3.0, porque no hay tema o artículo o reportaje que no ayude al lector a situarse de otra manera en el mundo de hoy.
Esa es nuestra intención…
…empezando por Josep Maria Esquirol: el artículo de Andrea Palaudarias y tu entrevista. Su propuesta filosófica es oportunísima y conecta de manera directa con las necesidades del ciudadano de hoy. Es Premio Nacional de Ensayo y no sale en ningún sitio.
Es que el Esquirol es el gran filósofo del presente en este país. Y es fascinante haberlo encontrado, porque él no se prodiga… La entrevista de Javier Esteban a Claudio Naranjo también me parece bien. Y la de Niño de Elche. Se la hizo IcaroLavia, una bloguera de 21 años. Les encerramos en un espacio muchas horas, porque ella al principio iba a derrapar, pero al estar tanto tiempo juntos se sedujeron, cambiaron, y cambió todo.
Hay mucho periodismo en el nuevo ‘Ajoblanco’. Algo que rechazabas en la primera época, aunque ya no en la segunda. En este número se leen cosas que no se encuentran en ningún otro sitio.
Es que también hemos aprendido… Ya somos mayores. Además mi compañero Fernando Mir es un gran editor, lo ha sido en Planeta durante los últimos 20 años. Yo estoy contento. Ahora, es un experimento, y tenemos que ver cuáles son las consecuencias del experimento.
La apuesta mixta revista-espacio me parece particularmente oportuna y necesaria en un lugar destruido en muchos sentidos como es Barcelona. ¿Cómo está metabolizando la ciudad su mutación en ‘ciudad de vacaciones’?
El proceso en Barcelona es muy complejo. Es una ciudad muy confusa, muy plural, que no sabe adónde va. La Colau ha traído un cambio de aires, pero no sé si tiene un plan. Barcelona está muriendo de éxito y el ciudadano común está viviendo muy mal, porque estamos totalmente invadidos. Te tienes que retirar a los barrios. Y allí te encuentras a los pakis, a los chinos, a los sudamericanos. Es una nueva realidad. Y por otro lado está el procés y el independentismo, y mucha gente pasa de todo y es como no existiese nada, ni el turismo ni el procés ni el independentismo…
Barcelona os daría para un monográfico, pero abrís este primer ‘Ajoblanco’ con el artículo de Bernardo Gutiérrez sobre el Madrid insurgente post 15M.
En este momento Madrid cuenta con un movimiento alternativo más cohesionado. Es la ciudad del 15M, y por nuestra parte es también un homenaje a la ciudad donde todo aquello empezó. Así como en los 70 Barcelona empezó muchas cosas, a partir del 2000 ha sido Madrid la que lo ha hecho. Es un reconocimiento. En esto sí que no hay que hacer periodismo en sentido estricto, sino buscar experiencias y estar atentos a ellas. Ahora mismo no existe un sistema alternativo al capitalismo actual. Pero en la medida que haya gente que construya espacios de libertad y experimentación, la puerta a que algún día pueda haber una alternativa al sistema sigue abierta. La izquierda en este momento no tiene discurso, por mucho que se empeñen en que lo tienen. El discurso de lo social y del reparto está muy bien, pero no ofrece una alternativa al capitalismo. Más bien lo regenera, que es lo que hizo la socialdemocracia con el capitalismo después de la Segunda Guerra Mundial. Todo el discurso de lo social ha hecho posible la evolución hasta este neoliberalismo atroz.
De repente la aproximación libertaria a la realidad cobra un nuevo sentido porque sintoniza con las necesidades de mucha gente.
Esto es esencial. Igual que en los 70 tuvo lugar un choque de generaciones con sensibilidades muy distintas, yo creo que ahora no. Está por una lado la gente integrada en el sistema, que además no queda más remedio que estar integrado, porque si no no comes, y luego está la gente que sobrevive como puede.
Y lo hace de manera transversal. Cuando Podemos surgió y se dijo heredero del 15M presumió de cierta transversalidad que en el momento de ocupar un espacio político se ha demostrado falsa. Ese rasgo genuino de lo libertario sería algo en lo que merecería hacer hincapié.
Es que lo libertario debe trabajar en ese sentido. Lo que pasa es que no hay pensadores. Por eso digo que hay que generarlo todo. Hay que atreverse. Perderle el miedo a plantear lo que estás planteando. No queremos el poder, queremos transformar la sociedad porque se está viniendo abajo.
Todo esto 40 años después de las Jornadas Libertarias. Has dicho y escrito mucho sobre aquello, pero ¿cómo ha evolucionado desde entonces tu percepción de los acontecimientos?
Estuvimos muy cerca de acceder a un sistema alternativo porque la sociedad era mucho menos compleja. Había más economía de proximidad, había tejido productivo, en Italia estaba pasando lo mismo, había perspectivas utópicas claras, posibles. Las Jornadas Libertarias se plantearon como un gran encuentro de todas las corrientes antiautoritarias. Fue también el desahogo de los exiliados y los libertarios que habían ido a la cárcel. Pero a nivel teórico fue un fracaso porque no se supo encontrar el procedimiento para que el movimiento libertario pudiera integrarse en el anarcosindicalismo, que fue la apuesta que hicimos los independientes libertarios y la revista, y lo que estaba nutriendo a la CNT de miles y miles de jóvenes.
Me parece importante que señales esto porque desde el presente puede dar la impresión de que aquello no fue más que la última gran fiesta sin reglas antes de que la Transición se pasara a limpio en la Constitución.
Por un lado fue lo que tú dices, una fiesta, la fiesta de la libertad. El parque Güell, de repente, Jaume Sisa lo dice muy claro, fue el paraíso de Adán y Eva. Y todo el mundo hizo lo que le dio la gana. Muchísima gente perdió la virginidad allí porque hubo una especie de orgía mental de libertad. Pero es que pasaron más cosas. El reto era unificar el anarcosindicalismo con el movimiento libertario emergente, que en aquel momento era enorme. El mitin de la Federica [Montseny] y Peirats el 2 de julio del 77 en Montjuic fue el más multitudinario de la Transición, con más de 250.000 personas. Esto causó un impacto tremendo. Tres semanas después, más de medio millón de personas acuden a las Jornadas Libertarias. Y en septiembre hay una huelga de gasolineras capitaneada por CNT que paraliza Barcelona. Sólo circulan los coches que la CNT quiere. Esto recordó al año 36 y asustó mucho a la derecha. Por eso trajeron a Tarradellas corriendo. ¿Para qué? Para que el problema social se convirtiera en un problema sentimental. Esto fue una jugada muy bien pensada. Ahora en Cataluña vuelve a haber un problema parecido. Hay una izquierda radical muy importante, y el independentismo es la vacuna para que esta izquierda no progrese y se mantenga dividida, porque en ella hay gente independentista y gente que no lo es, o que no se lo plantea porque no le interesa. Pero en el 77 se estuvo muy cerca de que en Cataluña hubiera una revolución. Y una revolución libertaria, no marxista. Pero la CNT no supo llevar la huelga de gasolineras, porque no supo negociar. Y se asustaron, y la CNT se llenó de topos que la radicalizaron. Y llegó Scala, un caso de terrorismo de Estado clarísimo, probablemente no de Estado sino de la OTAN, porque tiene que ver con la Operación Gladio, como muchas de las cosas que pasaron en los 70 en España, y esto se ha estudiado muy poco…
Hay hechos que han sido desacreditados porque el discurso dominante los ha confinado al territorio de la conspiración o de la paranoia de sus protagonistas.
La libertad te da una determinada capacidad de análisis. Muchas cosas que nosotros en Ajoblanco hemos contado y que en su momento nos decían que era conspiranoia luego han ido confirmándose o cumpliéndose. Con lo cual los que ahora se están desprestigiando son aquellos historiadores sociales o de universidades que decían que eran paranoias. Gente como Jordi Gracia, que hacen congresos de la Transición, ya no tienen ninguna credibilidad.
Pero son los que salen en los papeles.
Pero como la gente ya no presta atención a esos papeles, han perdido la clientela. Ya no venden libros. Son intelectuales orgánicos.
Tú crees que el ‘establecimiento’ es consciente de esa devaluación?
Sí. La sienten en sus bolsillos. Ya no ganan lo que ganaban. Ya no les pagan lo que les pagaban. Esa es la justificación de Cebrián para decir que el papel ya no vende. Y por eso es interesante que el Ajo diga que el papel es importante.
Mencionabas el caso del 77 con Tarradellas: disolver un problema político desde lo sentimental. La sentimentalización de la política es una de las claves de su degradación, en estrecha correspondencia con la falta de rudimentos de la ciudadanía para interpretar la realidad.
Es exactamente así. Por ejemplo, se está usando la corrupción desde un punto de vista genérico. Por eso es importante lo que ha hecho gente como Simona Levi –Votad y cobrar. La impunidad como forma de gobierno, Capitán Swing– con el caso Bankia para exponer el proceso, cómo se comportan los elementos corruptos, cómo funciona el sistema. Creo que es muy bueno que todo esto se ponga boca arriba, que la gente vea este proceso, y que incluso lo vea en un teatro –Hazte banquero–.
Pese a todo, el capitalismo ‘realmente existente’ parece más fuerte que nunca. La caída del socialismo real lo galvanizó de tal modo que ni siquiera ha sido puesto socialmente en cuestión con la última crisis. Y una herramienta teórica valiosa como el marxismo sigue pagando la enorme factura del socialismo real… En el aniversario de ‘El Capital’, ¿puede el marxismo formar parte de un corpus teórico libertario para el futuro?
El marxismo ofrece un análisis de la realidad desde el punto de vista de la economía y la estadística. Tiene vigencia, es un gran libro para comprender el desarrollo económico del mundo, occidental sobre todo, pero no tiene en cuenta la espiritualidad, los placeres, que nos movemos por muchas cosas que ha sabido desarrollar muy bien el capitalismo, que es toda la cultura del ocio, algo impensable hace 150 años. El marxismo te sirve para algunas cosas pero no para todo. Lo que sí está claro es que si seguimos por este camino el sistema se cargará a la mitad de la población, porque sobra, porque es basura. No sé lo que puede pasar, es muy difícil saberlo porque el capitalismo, la tecnología, el desarrollo se han vuelto monstruosos… Antes había una economía de escala, ahora no. Ahora la escala es planetaria. Yo creo que Occidente tiene, sobre todo Europa y Latinoamérica, una responsabilidad de saber ofrecer una alternativa post capitalista. Personalmente creo que hay que recuperar muchas cosas. La economía de la proximidad. La artesanía. El artesano como tal, no como artista. Y en todos los campos, desde las artes gráficas a la madera. Hay centros de experimentación que son esenciales para poder dar una alternativa al sistema, que si se da no se hará desde el poder, sino de abajo arriba. Lo importante: educación, cultura, transformación.
BORJA MARTÍNEZ GUTIÉRREZ
Una versión de este artículo aparece publicada en el Extra de Verano 2017, número 284, de la Revista LEER.