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Lo que ha leído Francia para ir a votar

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Fran­cia ha vivido con apa­sio­na­miento repu­bli­cano unas elec­cio­nes pre­si­den­cia­les deci­si­vas para Europa. La efer­ves­cen­cia del debate se ha refle­jado inevi­ta­ble­mente en otra gran pasión fran­cesa: los libros.

En marzo, una encuesta enseñó que el 84 por ciento de los fran­ce­ses lee libros. Un 49 por ciento, a dia­rio. Y lite­ra­tura y polí­tica son geme­los en Fran­cia. Ejem­plos: a la izquierda, el Yo acuso de Zola. Y al otro lado Char­les Mau­rras, nove­lista e ideó­logo de la ultra­de­re­chista y anti­se­mita Action Fra­nçaise, con­de­nado a per­pe­tui­dad en 1945, o Robert Bra­si­llach, fusi­lado en los mis­mos jui­cios de depuración.

El nove­lista Ale­xan­dre Jar­din, expre­mio Femina, es hoy ejem­plo límite: frus­trado can­di­dato a las pre­si­den­cia­les 2017 por­que no con­si­guió las 500 fir­mas exi­gi­das, aun­que su vasto movi­miento (la Mai­son des cito­yans, la casa de los ciu­da­da­nos) cuenta 700.000 ami­gos en Face­book. Fede­ral, raro en Fran­cia, Jar­din se apoya “en los que hacen” con­tra “los que dicen”.

En una Fran­cia divi­dida entre quie­nes vis­lum­bran una gue­rra civil por el Islam y los que pre­di­can un lai­cismo sin fobias, los extre­mos se tocan

El psi­quia­tra y autor –más de 25 títu­los– Boris Cyrul­nik, crea­dor del con­cepto de resi­lien­cia, hubiera podido votarlo: los nove­lis­tas des­ve­lan la reali­dad, dice.

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La reper­cu­sión de “Un pre­si­dent ne devrait pas dire ça” acabó con las posi­bi­li­da­des de Hollande de repe­tir mandato.

Como Marc Dugain, cuya tri­lo­gía (L’emprise, Quin­quen­nat y Ultime par­tie) des­nuda los ser­vi­cios secre­tos y el juego elec­to­ral. Pero a sus 65 años (“edad inal­can­za­ble en la Edad Media”), Dugain delegó su deci­sión en “los jóve­nes de mi tribu, que vivi­rán el futuro” y le acon­se­ja­ron “votar Macron”.

¿Por su escueto pasado polí­tico? Menos de cua­tro años, redon­dea­dos por una car­tera: minis­tro de Eco­no­mía. Su con­se­jero Quen­tin Lafay, 27 años, publica en Galli­mard una novela, La place forte, que aun­que el autor alega que es todo pro­ducto de su ima­gi­na­ción, ins­truye sobre la vida coti­diana del minis­te­rio, el fun­cio­na­miento monár­quico del Estado (“no hay que aguar­dar nada del Con­sejo de minis­tros… El pre­si­dente hace y des­hace”) y siem­bra des­te­llos: “Se hace cam­paña en poe­sía y se gobierna en prosa”; “la opi­nión pública detesta la complejidad”…

Michel Onfray, filó­sofo, polí­grafo –¡80 libros!– y liber­ta­rio con­feso, publica por su parte Déco­lo­ni­ser les pro­vin­ces (Des­co­lo­ni­zar las pro­vin­cias, Édi­tions de l’Observatoire) sub­ti­tu­lado “con­tri­bu­ción a las pre­si­den­cia­les”, con­tra “el pecado ori­gi­nal de los jaco­bi­nos en 1793”.

A su dere­cha –rela­tiva: votó Ségo­lène Royal y luego Hollande–, tan buen escri­tor como abo­gado, Fra­nçois Sureau, gran pre­mio de novela de la Aca­dé­mie, autor de un retrato de Igna­cio de Loyola, es amigo de Fillon. Y a ese título, su con­se­jero legal, y pluma clan­des­tina en los difí­ci­les momen­tos del candidato-acusado.

Enfrente, la enemiga lite­ra­ria del can­di­dato es, desde un pro­grama de tele­vi­sión del 23 de marzo en el que lo acusó de inde­cente, la nove­lista Chris­tine Angot. Pro­blema: Angot arras­tra tam­bién cace­ro­las. Dos con­de­nas judi­cia­les por refle­jar en un par de nove­las –lo suyo es auto­fic­ción– la vida de la exmu­jer de su compañero.

Perio­dista y escri­tora, Gaël Tcha­ka­loff con­si­gue en Divine Comé­die (Flam­ma­rion), publi­cado el 29 de marzo, los más ínti­mos retra­tos de los can­di­da­tos: la sor­dera de Melen­chon, la rela­ción de Marine y Jean-Marie Le Pen, la detes­ta­ción de Macron (dis­cí­pulo del filó­sofo Paul Ricœur) por “la medio­cri­dad del mundo político”…

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El Gon­court Patrick Ram­baud no ha fal­tado a una cita ya recu­rrente con sus lec­to­res: la des­pe­dida satí­rica del inqui­lino del Elíseo.

Patrick Ram­baud, nove­lista, experto en pas­ti­ches y pan­fle­tos, Gon­court 1997, arrancó en 2008 (Chro­ni­que du règne de Fra­nçois Ier) con una sátira del gobierno Sar­kozy que los cien mil ejem­pla­res ven­di­dos con­vir­tió en anual. El éxito le obligó a enro­car con Fran­cisco el Sim­ple (Hollande) a quien des­pide con Chro­ni­que d’une fin de règne. Y aun­que no dice por quién votará, des­carta a Macron –“su modelo es Nae­vis Ser­to­rius Macro, posi­ble ase­sino del empe­ra­dor Tibe­rio”– y a Fillon –“es Mr Bean”–.

Polí­tica ¿ficción?

Gon­court tam­bién, el nove­lista franco marro­quí Tahar Ben Jelloun tomó par­tido en Le Monde del 12 de abril con un texto de polí­tica fic­ción –¿o no tanto?– que empieza así: “Jamás olvi­da­re­mos ese domingo 7 de mayo de 2017, noche funesta por­que la ima­gen de madame Le Pen se formó len­ta­mente en la pan­ta­lla del tele­vi­sor… La demo­cra­cia es así: de tiempo en tiempo pare abe­rra­cio­nes”.

Un año antes, 2017, l’élection impro­ba­ble, once cuen­tos, de otros tan­tos escri­to­res, anti­ci­paba una vic­to­ria ines­pe­rada de Le Pen. No habrán coope­rado David Dou­cet y Mat­hieu Dejean, auto­res de La poli­ti­que mal­gré elle –a su pesar–, cró­nica de la juven­tud oculta de Marine Le Pen (edi­to­rial La Tengo) ni Oli­vier Beau­mont, cuyo Dans l’enfer de Mon­tre­tout (Flam­ma­rion) ambienta, en el pala­cete de los Le Pen, un Dallas a la francesa.

Al mismo tiempo, la reper­cu­sión de Un pré­si­dent ne devrait pas dire ça (Un pre­si­dente no debiera decir eso, Stock), el libro de Gérard Davet y Fabrice Lhomme en el que Fra­nçois Hollande habla libre­mente sobre todos los temas, acabó con sus posi­bi­li­da­des de repe­tir (extraño: la gente se queja de la ambi­güe­dad pero con­dena la fran­queza) man­dato, hábito de todos los pre­si­den­tes de la V República.

Pro­gre­sis­tas de los 1970 se ali­nean con Onfray cuando afirma que “la izquierda está fas­ci­nada por el Islam como lo estuvo en el XX por los dictadores”

En una Fran­cia divi­dida entre quie­nes con­si­de­ran que una gue­rra civil es inmi­nente, a causa del Islam, y los que pre­di­can un lai­cismo sin fobias, los extre­mos se tocan. Las ideas de Le Pen son en muchos casos pró­xi­mas de las de Melen­chon y la extrema izquierda. Por ejem­plo: aban­do­nar la OTAN, los tra­ta­dos de libre comer­cio, Europa y los OGM. Y jubi­la­ción a los 60 años. El filó­sofo y escri­tor Roger Pol-Droit con­firma: “Lo que es nece­sa­rio lla­mar fas­cismo tiene más de un ros­tro. Le Pen, que dis­culpa Fran­cia por los crí­me­nes de Vichy, o Melen­chon, que admira dic­ta­do­res, lo demues­tran”.

Y remite a la con­fe­ren­cia que Umberto Eco pro­nun­ció en 1995, en Nueva York, y que el 19 de abril editó Gras­set (Recon­naî­tre le fas­cisme; Reco­no­cer el fas­cismo; 3€).

¿La corrup­ción favo­rece la moral? El filó­sofo y best seller Comte-Sponville recusa las can­di­da­tu­ras de Le Pen y Fillon debido a los car­gos de corrup­ción que pesan sobre ellos. Jérôme Ferrari, Gon­court 2012, tam­bién incide en el mal com­por­ta­miento de Fillon y Le Pen. Pero lo achaca a “un des­censo gene­ral de los meca­nis­mos de inhibición”.

La cues­tión religiosa

Malika Sorel, autora de tres ensa­yos sobre la inte­gra­ción, apoya públi­ca­mente a Fillon, por­que com­parte su cer­teza de que hay un Islam enemigo. Claro que en la Fran­cia en la que la redac­ción de Char­lie Hebdo fue masa­crada en nom­bre de Alá, escri­to­res como Kamel Daoud están pro­te­gi­dos de fatuas por la poli­cía. Y pro­gre­sis­tas de los 1970 (Alain Fin­kiel­kraut, Pas­cal Bru­ck­ner) denun­cian lo que Onfray define así: “La izquierda está fas­ci­nada por el Islam como lo estuvo, en el siglo XX, por los dic­ta­do­res”.

Y si Gabriel Mar­ti­nez Gros, autor en Seuil de una breve his­to­ria de los impe­rios, cómo sur­gen y cómo se hun­den, des­carta la gue­rra civil es por­que “nues­tras socie­da­des adop­tan más bien el esquema de Sumi­sión, el libro de Houe­lle­becq”.

En la misma línea, ¿Las cam­pa­nas, sona­rán toda­vía mañana? es la tra­duc­ción del título alar­mista con el que, en 2015, Phi­lippe de Villiers, exmi­nis­tro de Cul­tura, figura de la dere­cha extrema, ven­dió más de 300.000 ejem­pla­res. “Fran­cia se isla­miza a pasos agi­gan­ta­dos –clama– con la tole­ran­cia de nues­tras éli­tes inte­lec­tua­les y polí­ti­cas”.

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Quen­tin Lafay, 27 años, con­se­jero de Macron, publica una novela, “La place forte”, que ins­truye sobre la vida coti­diana y el fun­cio­na­miento monár­quico del Estado fran­cés. / Foto: Fran­cesca Man­to­vani — Gallimard

 

Si Le Pen puede apo­yarse en los libros del best seller Éric Zem­mour, xenó­fobo con­feso, y su sobrina Marion Maré­chal podría publi­car en la edi­to­rial de Pie­rre Gui­llaume de Roux, quien ya editó a Alain de Benoist, ideó­logo de ultra­de­re­cha, y Robert Ménard, alcalde del Front Natio­nal de Béziers, nove­lis­tas como Annie Ernaux o Patrick Cha­moi­seau, otro Gon­court, apo­yan públi­ca­mente a Melen­chon. Tal vez por­que, de acuerdo con Jean-Louis Bot­hu­rel, doc­tor en lin­güís­tica, forma parte de “los pocos can­di­da­tos que saben leer”.

La lite­ra­tura lepe­nista se com­place en denun­cias que no nece­si­tan ser reales por­que son vero­sí­mi­les. Así, la teo­ría de la inva­sión o la ‘culpa’ de Bruselas

Franz-Olivier Gies­bert, 68 años, escri­tor con­sa­grado –18 nove­las y 10 ensa­yos, inclui­dos una cruel bio­gra­fía de Chi­rac y tres obras pro dere­chos de los ani­ma­les– y perio­dista polí­tico sin incli­na­ción par­ti­cu­lar por nin­guno de los can­di­da­tos, define la pre­si­den­cia de Fran­cia como “un ofi­cio en el que, por un sala­rio medio, uno se hace lla­mar esta­fa­dor o imbé­cil”. Y cita a Geor­ges Cle­men­ceau, jefe de gobierno un siglo atrás: “La vida me enseñó que hay dos cosas de las que se puede pres­cin­dir, la pre­si­den­cia de la Repú­blica y la prós­tata”.

Un pano­rama original

Yo acuso dio par­tida de naci­miento al escri­tor com­pro­me­tido. Esa línea –roja, con fre­cuen­cia– de salida más que de lle­gada, en la que Malraux pasa el tes­tigo a Bernard-Henri Lévy, con eta­pas para Camus y Sar­tre, situó el com­pro­miso bajo el domi­nio férreo de la izquierda. Es la época del “pre­fiero equi­vo­carme con Sar­tre que tener razón con Ray­mond Aron”. En 1971, en pleno sar­pu­llido maoísta, el belga Pie­rre Ryck­mans (Simon Leys), sinó­logo impor­tante, fue el pri­mero en denun­ciar, en Les habits neufs du pré­si­dent Mao, los crí­me­nes de la revo­lu­ción cul­tu­ral. La inte­lli­gen­tsia lo silen­ció durante un cuarto de siglo.

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En 1972 Jean Ras­pail publicó “Le Camps des Saints”, tra­du­cida en España como “El des­em­barco”, novela apo­ca­líp­tica tachada de xenó­foba que ima­gina la caída de la civi­li­za­ción occi­den­tal como con­se­cuen­cia de migra­cio­nes masi­vas desde la peri­fe­ria y que Marine Le Pen ha reco­men­dado releer ahora.

Hoy el pano­rama es más com­plejo. Y más trans­pa­rente: inter­net pasó por ahí. Por ejem­plo, los expa­tria­dos fran­ce­ses en Lon­dres equi­va­len a la pobla­ción de ciu­da­des como Reims, Dijon, Brest. Y son sólo la quinta parte de los lla­ma­dos fran­ce­ses del exte­rior. Al calor de un recru­de­ci­miento del anti­se­mi­tismo –endé­mico en Fran­cia– crece el ali­yah –emi­gra­ción de judíos fran­ce­ses, la mayor comu­ni­dad en Europa– a Israel, donde viven ya 90.000 franceses.

Equi­va­lente en número (350.000/500.000 per­so­nas), la comu­ni­dad musul­mana se radi­ca­liza entre quie­nes pos­tu­lan la cha­ria y los que pre­fie­ren rele­gar la reli­gión a la intimidad.

Si se le suma el paro incoer­ci­ble, la monu­men­tal deuda (97,6% del PIB en 2016) y la corrup­ción, que no es mayor que en otras épo­cas pero si más evi­dente, el pano­rama de las elec­cio­nes 2017 es original.

A un cargo, ade­más, vul­ga­ri­zado por los dos últi­mos man­da­ta­rios. Sar­kozy, pri­mer pre­si­dente que entró con segunda esposa al Elí­seo, con­trajo allí ter­ce­ras nup­cias. Y, tam­bién pio­nero en eso, fue padre. Fra­nçois Hollande, padre sol­tero de cua­tro hijos, asu­mió sin pri­mera dama. Su con­cu­bina dor­mía en el Elí­seo cuando una revista lo des­cu­brió, dos años más tarde, frente al apar­ta­mento vecino al pala­cio, que alo­jaba a su amante.

¿Qué se vayan todos? En noviem­bre pasado, las pri­ma­rias de la dere­cha ani­qui­la­ron a los can­di­da­tos de las encues­tas –de Sar­kozy al ex pri­mer minis­tro Juppé– y encum­bra­ron a un ex, dis­fra­zado de justo, Fillon, que podría ter­mi­nar pagando no sus men­ti­ras sino su pasado de pri­mer ministro.

Dos meses más tarde, las pri­ma­rias de la izquierda barrie­ron tam­bién el pasado, encar­nado en el pri­mer minis­tro Manuel Valls. Y encum­bra­ron al agi­ta­dor Hamon, al que sin embargo, a una semana de la pri­mera vuelta de las elec­cio­nes –cuando se escribe este texto–, no se le acor­da­ban posi­bi­li­da­des pre­si­den­cia­bles. Y si el líder de los insu­mi­sos, Jean-Luc Melen­chon, des­lum­brado por Pode­mos se erige en Robes­pie­rre de los polí­ti­cos pro­fe­sio­na­les, él mismo lo es desde hace 35 años.

Del renove sólo se sal­va­ría un incla­si­fi­ca­ble Emma­nuel Macron (“ni de izquier­das ni de dere­chas”, pos­tula) y la insu­mer­gi­ble Marine Le Pen, por­que uno de cada tres elec­to­res opta regu­lar­mente por la dere­cha extrema. Ella es ade­más quien pro­voca mayor número de libros a favor o en con­tra. Si Piran­de­llo hablaba de “hechos que no nece­si­tan ser vero­sí­mi­les por­que son reales “, la lite­ra­tura lepe­nista se com­place en denun­cias que no nece­si­tan ser reales por­que son verosímiles.

Así, la teo­ría de la inva­sión, abo­nada por la fala­cia de que la actual es grave debido a la frac­tura reli­giosa que implica –pero hubo hasta muer­tes de emi­gran­tes ita­lia­nos en los pri­me­ros años del siglo pasado, sin que el común cato­li­cismo las evi­tara– o que la res­pon­sa­bi­li­dad de todos los males se la repar­ten inmi­gran­tes y Bruselas.

En 1972, en Pro­venza, tie­rra del Frente Nacio­nal, Jean Ras­pail, hoy de 91 años, desde su escri­to­rio que mira el mar se pre­guntó “¿y si por ahí lle­ga­ran?”. Así nació El cam­pa­mento de los san­tos, novela de anti­ci­pa­ción para unos, manual para Reagan, el Hun­ting­ton del cho­que de las civi­li­za­cio­nes y ahora Steve Ban­non, con­se­jero de Trump.

Sin olvi­dar a Marine Le Pen, a quien este amigo del padre, Jean-Marie, conoce desde peque­ñita. En sep­tiem­bre 2015, en su cuenta en Twit­ter @mlp_officiel, la can­di­data denun­ciaba la inmer­sión migra­to­ria e invi­taba “a leer o releer” el libro de Ras­pail.

El escri­tor, cón­sul hono­ra­rio de la Pata­go­nia por su Moi, Antoine de Tou­nens, roi de Pata­go­nie (1981), gran pre­mio de la Aca­de­mia fran­cesa, niega ser racista. Pero se asume “de derecha-derecha y monár­quico”. Como Mau­rras (y tan­tos franceses).

ÓSCAR CABALLERO

PORTADA282
Una ver­sión de este artículo apa­rece publi­cada en el número de mayo de 2017, 282, de la Revista LEER.

 

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