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Proyecto Bieses con premio

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El repor­taje de por­tada del pasado mes de marzo de LEER dedi­cado al Pro­yecto Bie­ses («En busca de las escri­to­ras olvi­da­das») ha sido galar­do­nado con el Pre­mio Car­men Goes 2016, un cer­ta­men creado para ensal­zar aque­llas publi­ca­cio­nes perio­dís­ti­cas que defien­den y difun­den los valo­res vin­cu­la­dos a la igual­dad de sexos y la pro­mo­ción del papel de la mujer en la socie­dad. Inves­ti­gado y redac­tado por nues­tra cola­bo­ra­dora Ali­cia Gon­zá­lez, lo res­ca­ta­mos ahora con motivo de la muy cele­brada noti­cia en la redacción.

¿Acaso los narra­do­res de la gue­rra de la Inde­pen­den­cia, opi­nan como Tucí­di­des que de la mujer no debe hablarse ni bien ni mal?

 Las heroí­nas cata­la­nas, Con­cep­ción Gimeno de Flaquer

El dis­curso fúne­bre de Peri­cles sobre el autor de La gue­rra del Pelo­po­neso sen­ten­ciaba de muerte a las muje­res, al menos en el espa­cio público. Un silen­cio con­ve­niente para ellas –por el nece­sa­rio recato– y para ellos –no nece­si­ta­dos de com­pe­ti­do­res en la disputa del inte­lecto– y que los siglos no han con­se­guido reme­diar. Basta pre­gun­tar en el monas­te­rio de San Pablo de Valla­do­lid

–Qui­siera saber si en el claus­tro hay alguna placa que señale la lápida de Bea­triz Ber­nal, la novelista.

–Pues no le puedo decir, llame usted a las seis a ver si algún padre le puede dar razón.

…para per­ca­tarse de que las exce­len­cias de la pri­mera nove­lista tar­do­me­die­val o rena­cen­tista, sepul­tada en el cru­cero de la igle­sia junto a su hija Juana de Gatos –a la sazón res­pon­sa­ble de su fama–, son pres­cin­di­bles para los res­pon­sa­bles de la memo­ria his­tó­rica menos pro­pa­lada, la de las muje­res. En reali­dad siem­pre ha sido así, pues cono­ce­mos el Cris­ta­lián de España no por­que la De Gatos qui­siera engran­de­cer el nom­bre de la madre ya falle­cida –que puede que tam­bién–, sino prio­ri­ta­ria­mente por las penu­rias que atra­ve­saba.  De no ser por los apu­ros eco­nó­mi­cos de la hija, esta His­to­ria de los invic­tos y mag­ná­ni­mos caba­lle­ros don Cris­ta­lián de España, Prín­cipe de Tra­pi­sonda, y del Infante Luces­ca­nio su her­mano, hijos del famo­sí­simo Empe­ra­dor Lin­de­del de Tra­pi­sonda, habría que­dado en el olvido o des­a­pa­re­cida en las guar­das de cual­quier libro cuando los aprie­tos deman­da­ran papel inú­til. Con ello, se habría per­dido el tes­ti­mo­nio de una escri­tora que pone en pie de igual­dad a su heroína, Minerva, y a Cris­ta­lián. Y no por­que en desigual com­bate se enfren­ten, sino por­que, como indica Mon­tse­rrat Piera en su estu­dio sobre la obra, “Minerva se dis­fraza y actúa como un hom­bre por­que quiere, no para seguir a su amante o ven­gar su honra, como hacen otras heroí­nas en obras de la época”. Toda una nove­dad en un uni­verso como el caba­lle­resco, donde las damas son seres menes­te­ro­sos, algo que no falta en esta obra, inusual­mente poblada de don­ce­llas en la trama prin­ci­pal, más de setenta, “todas ellas, claro está, nece­si­ta­das de ayuda ante las diver­sas fecho­rías de jaya­nes, caba­lle­ros des­al­ma­dos o mons­truos des­co­mu­na­les”. Pági­nas que evi­den­cian la cojera de un huma­nismo donde las muje­res no tenían cabida, por­que su voz pública era casi una forma de des­nu­dez y un indi­cio de su peli­gro­si­dad.

En 2003, un pro­yecto con nom­bre de cos­tura retoma el espa­cio dis­cur­sivo usur­pado por una his­to­rio­gra­fía mono­po­li­zada por los hombres

Así lo con­firma Nie­ves Baranda Letu­rio, res­pon­sa­ble del pro­yecto BIESES (acró­nimo de Biblio­gra­fía de Escri­to­ras Espa­ño­las) y cate­drá­tica de Lite­ra­tura Espa­ñola de la UNED quien, no obs­tante, explica que en otros paí­ses como Ita­lia o Fran­cia “la escri­tura feme­nina se vuelve acep­ta­ble mucho antes. En todo caso es cierto que la ima­gen difun­dida del huma­nismo como una corriente que fomenta la edu­ca­ción de las muje­res ha sido mag­ni­fi­cada, ya que se defen­día la edu­ca­ción, sí, pero no para sobre­pa­sar a tra­vés de esa for­ma­ción las fun­cio­nes socia­les que la tra­di­ción les tenía asig­na­das a las muje­res. Edu­ca­ción para ser más sumi­sas, tener una reli­gio­si­dad más orto­doxa, apo­yar mejor al marido y edu­car mejor a los hijos”.

 

Once mil escritoras

Pero eran muchas las que tor­cían el camino lle­va­das por el afán de saber –la pro­pia Minerva “jamás quiso tomar marido, por­que nadie tuviese mando ni seño­río sobre ella”–. Tan­tas que, en 2003, un pro­yecto con nom­bre de cos­tura se plan­tea la nece­si­dad de reto­mar el espa­cio dis­cur­sivo usur­pado por una his­to­rio­gra­fía hege­mó­nica mono­po­li­zada por los hom­bres. En reali­dad, ya en el siglo XIX se había empe­zado a enten­der que, en el relato de los acon­te­ce­res, fal­taba la visión feme­nina, y se ela­bo­ra­ron biblio­gra­fías de auto­ras entre los siglos XV y XVII a las que difí­cil­mente se podía acce­der hasta que BIESES generó una base de datos online en abierto que ya alcanza las 11.000 entradas.

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Un tra­bajo que nos mues­tra una “lite­ra­tura en los már­ge­nes de la comu­ni­ca­ción pri­vada”: “Esta­mos sacando a la luz”, explica Nie­ves Baranda, “todo tipo de obras de escri­to­ras hasta el siglo XVIII​. Algu­nas son del ámbito pri­vado o semi­pri­vado, por ejem­plo los escri­tos de mon­jas para sus con­fe­so­res o para otras her­ma­nas de con­vento. Otras muchas son obras per­fec­ta­mente públi­cas: unas impre­sas y otras manus­cri­tas. El pro­blema de su cono­ci­miento no es que no exis­tie­ran o fue­ran total­mente igno­ra­das, sino que crí­ti­ca­mente no se men­cio­na­ban. Ahora, al recu­pe­rar­las en con­junto y desde una pers­pec­tiva de género, se aplica una meto­do­lo­gía de estu­dio u orga­ni­za­ción de mate­ria­les que les da visi­bi­li­dad y los inte­gra en la his­to­ria cul­tu­ral del periodo. Por ejem­plo, hubo cien­tos de muje­res que par­ti­ci­pa­ron en con­cur­sos poé­ti­cos de la época, con un poema la mayo­ría. Esas reco­pi­la­cio­nes de fies­tas se cono­cen y estu­dian desde fina­les del XIX, pero la men­ción de las muje­res es siem­pre como de un fenó­meno curioso. Ahora bien, si se cata­lo­gan y se cla­si­fi­can por sí mis­mas, en tanto que poe­mas de muje­res, pode­mos ver que fue un ejer­ci­cio muy cons­tante, que sir­vió para que las muje­res poe­tas tuvie­ran posi­bi­li­dad de lle­gar al público. Ade­más, pode­mos esta­ble­cer en qué fechas y luga­res hubo más par­ti­ci­pan­tes o qué fies­tas pre­fe­rían, y enten­der mejor el fenó­meno de las escritoras”.

 

Ade­lan­tada De Guevara

¿Que­da­mos enton­ces en que estas “fati­ga­das muje­res” eran bási­ca­mente dile­tan­tes con afi­ción por los flo­ri­le­gios, como Mar­ga­rita Lum­bre­ras con su Justa poé­tica en defensa de la pureça de la Inma­cu­lada Con­cep­ción de la Vir­gen Sanc­tís­sima? No, casi siem­pre. Baste leer el vívido relato que hace Isa­bel de Gue­vara en una carta a doña Juana de Aus­tria sobre las haza­ñas expe­di­cio­na­rias de los con­quis­ta­do­res del Río de la Plata.  Sol­da­dos sí, cien­tos de ellos, pero enfla­que­ci­dos y azo­ta­dos por un invierno que minaba sus fuer­zas, mien­tras ellas les con­mi­na­ban “con pala­bras varo­ni­les: que no se deja­sen morir, que presto darían en tie­rra de comida, metién­do­los a cues­tas en los ber­gan­ti­nes con tanto amor como si fue­ran sus pro­pios hijos. Por­que todos los ser­vi­cios del navío los toma­ban ellas tan a pecho que se tenía por afren­tada la que menos hacía que otra”. A falta de for­ni­dos bra­zos mas­cu­li­nos son siete febles muje­res las que, sin otro adies­tra­miento que el pro­pio inge­nio, apren­den a “marear la vela y gober­nar el navío y son­dar de proa y tomar el remo al sol­dado que no podía bogar y desago­tar el navío…”. Y mien­tras ellos se repo­nen de sus esfor­za­dos ser­vi­cios a la patria, nos encon­tra­mos con que la mujer, en el asen­ta­miento ya defi­ni­tivo de Asun­ción, como si estu­viera haciendo memo­ria de aque­llas labo­res de reco­lec­tora que ya hiciera in illo tem­pore, se dedica a car­pir, sem­brar y reco­ger el bas­ti­mento “sin ayuda de nadie”. De haber nacido hom­bres, la heroi­ci­dad en el Para­guay de las siete dami­se­las habría dado para una secuela de Los siete con­tra Tebas, pero siendo mujer la De Gue­vara tuvo que con­for­marse con recla­mar a la Corona para los suyos una por­ción de ese reparto en las Indias que tan jus­ta­mente había peleado.

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Quizá estos ego­tex­tos se con­ce­bían como un ejer­ci­cio de poder… Para Nie­ves Baranda, “el con­cepto ego­texto o escri­tura del yo se refiere a todo tipo de escrito que se basa en la expe­rien­cia del que escribe, aun­que el obje­tivo del escrito puede ser de tipo muy dis­tinto. No es lo mismo una carta que una auto­bio­gra­fía reli­giosa o una rela­ción de méri­tos para pre­sen­tarla a la Corona. Tener la pala­bra, ya sea oral o por escrito, es una forma de poder, ya que per­mite pro­yec­tar la pro­pia visión del mundo, lo que puede sig­ni­fi­car sub­ra­yar la agen­ti­vi­dad de quien está hablando. El mismo hecho de que un escrito lle­gara a la imprenta o que se haya trans­mi­tido en un manus­crito es tes­ti­mo­nio de esa volun­tad de poder a tra­vés de la escri­tura.​ Eso sí lo obser­va­mos cuando tene­mos escri­tos de hom­bres y muje­res en torno a los mis­mos hechos, ya que cada sujeto hablante (o escri­tor) sub­raya su pro­pia acción y perspectiva”.

 

Otro punto de vista

Incluso en casos de muje­res con­ser­va­do­ras, como Sofía Casa­nova, que mar­cha a cubrir la revo­lu­ción rusa en cali­dad de corres­pon­sal, su óptica diverge de la común­mente acep­tada, haciendo story­te­lling antes de que se pusiera de moda. “Sí, claro. Ella está de enfer­mera en una esta­ción curando gente y en el fondo con­tando lo que ve. Hace desde su cró­nica huma­ni­ta­ria, aun­que parece que ya no se lle­ven estas pala­bras, una crí­tica a la gue­rra. Y tam­bién es una mujer valiente, pues da una con­fe­ren­cia en el Ate­neo, delante de todos los mili­ta­res hablando en con­tra de las gue­rras como prin­ci­pio”, nos comenta Asun­ción Ber­nár­dez, direc­tora del Ins­ti­tuto de Inves­ti­ga­cio­nes Femi­nis­tas de la Uni­ver­si­dad Com­plu­tense. “Un buen perio­dista mas­cu­lino quizá borraba un poco más las mar­cas de sub­je­ti­vi­dad, pero la escri­tura del mundo es una estra­te­gia con sig­nos para ellos como para ellas. Todos cons­trui­mos una reali­dad, sólo que las cla­ves con las que se cons­truye son elec­ción de cada cual. Las escri­to­ras hablan más de su expe­rien­cia, pero por­que en el fondo se están sin­tiendo en con­flicto. Sien­ten que están haciendo algo que no era lo per­mi­tido a las muje­res… por eso muchas bus­ca­ban seu­dó­ni­mos mas­cu­li­nos. Ceci­lia Böhl de Faber uti­li­zaba el de Fer­nán Caba­llero, por­que en el fondo escri­bir es asu­mir un punto de vista que no es pro­pio, sino un per­so­naje desde el que se escribe y claro, siem­pre es más cómodo el punto de vista mas­cu­lino”, dice la res­pon­sa­ble de Ins­ti­fem.

El pro­blema de estas auto­ras no es que no exis­tie­ran o fue­ran igno­ra­das, sino que crí­ti­ca­mente no se mencionaban

Más allá de nom­bres con­cre­tos”, añade Ber­nár­dez, “igno­rar a las muje­res cuando hace­mos his­to­ria es uno de los meca­nis­mos que tiene el sis­tema para que pen­se­mos que somos pio­ne­ras siem­pre. En aque­llos años, muchas de las cabe­ce­ras orga­ni­za­das por hom­bres ofre­cie­ron toda una pla­ta­forma para que las muje­res pudie­ran publi­car. Resulta difí­cil dis­tin­guir enton­ces lo que hoy lla­ma­mos perio­dismo de la lite­ra­tura. En el fondo para muchas muje­res la salida lite­ra­ria estaba en ese tipo de publi­ca­cio­nes perió­di­cas dedi­ca­das a muje­res donde se ofre­cía un espa­cio para hacer refle­xio­nes sobre la reali­dad, publi­car poe­sía, cuen­tos, hablar sobre salud o moda, etcé­tera. Un ejem­plo muy impor­tante fue Rosa­lía de Cas­tro”.

Aparte de par­ti­ci­par en publi­ca­cio­nes galan­tes, las perio­dis­tas del XIX se atre­vie­ron a hablar de temas veta­dos no sólo a las muje­res. “Espe­cial­mente valiente”, dice Ber­nár­dez, “fue Car­men de Bur­gos, una mujer media­na­mente bur­guesa que se situó en un lugar com­pli­cado para una mujer de prin­ci­pios de siglo, por­que se divor­cia y se viene a Madrid con una hija pequeña a bus­carse tra­bajo y ver cómo puede vivir, como maes­tra, como perio­dista, y empieza a publi­car. Su tra­bajo es ingente: hace muchí­si­mas tra­duc­cio­nes de libros que esta­ban de moda en Europa, se dice que es la pri­mera repor­tera de gue­rra en Marrue­cos, orga­niza un debate público sobre el divor­cio en prensa y funda una de las pri­me­ras aso­cia­cio­nes de muje­res sufra­gis­tas en España. Es un per­so­naje de una rele­van­cia impre­sio­nante. Su caso fue emble­má­tico en el ámbito de la izquierda, no de lo que era la prensa más bur­guesa, más cató­lica, que ha tenido un peso muy grande en España. Desde el anar­quismo estuvo, por ejem­plo, la revista de Muje­res Libres, aun­que duró muy poco, antes de la Gue­rra Civil”.

Al recu­pe­rar­las en con­junto, desde una pers­pec­tiva de género y con una meto­do­lo­gía, recu­pe­ran visi­bi­li­dad y se inte­gran en la his­to­ria cultural

Una senda, la del acti­vismo, que ya entre 1606 y 1612 había reco­rrido Luisa de Car­va­jal en lo que enton­ces cabía sig­ni­fi­carse, la defensa de la fe, que le lleva a manio­brar hasta con­ven­cer a los jesui­tas de empren­der una cru­zada misio­nera con­tra los infie­les de la Ingla­te­rra cis­má­tica. Mujer de arres­tos, sin duda, pues, pese a su linaje aris­to­crá­tico, pre­fi­rió el misio­nado con­tra la here­jía a la vida sose­gada, fuera en una orden mona­cal o acep­tando un matri­mo­nio con­ve­nido. En unos tiem­pos en que las creen­cias se mez­cla­ban con la polí­tica, sor Cata­lina del Espí­ritu Santo narra su huída de la Ale­ma­nia Baja tras la muerte de los már­ti­res de Gor­kum a manos de los men­di­gos del mar, por­que la pira­te­ría enton­ces en el Flan­des inde­pen­den­tista era cosa de pro­tes­tan­tes, y escribe la cró­nica de los pro­lon­ga­dos pade­ci­mien­tos del fraile lego Engel­berto. Aun así, Dom H. Leclercq afirma en Los már­ti­res que “la his­to­ria de su mar­ti­rio fue escrita por un teó­logo de gran mérito, William Estius, cuya obra sigue siendo la prin­ci­pal y casi única fuente de los acon­te­ci­mien­tos his­tó­ri­cos que se cum­plie­ron en Gor­cum y Brie­lle en 1572”, pres­cin­diendo del esca­lo­friante tes­ti­mo­nio de la monja, per­se­guida ella misma por ser pro­pa­gan­dista de una fe aso­ciada al impe­rio español.

 

¿Valor o vanidad?

¿Por qué estas muje­res se arries­ga­ban a con­tra­ve­nir los este­reo­ti­pos, superando ese veto atá­vico del decir, e incluso en tiem­pos a sobre­po­nerse a los cas­ti­gos de la Inqui­si­ción? En opi­nión de Nie­ves Baranda, “esa prohi­bi­ción ances­tral fue desa­fiada desde Safo hasta la actua­li­dad en todos los cam­pos del arte y del pen­sa­miento. Las muje­res, como los hom­bres, sen­tían la nece­si­dad de expre­sarse y de pro­yec­tarse a tra­vés de la escri­tura, si bien es cierto que su posi­ción en el campo cul­tu­ral y de poder era muy dis­tinta, y ello les exi­gía estra­te­gias dife­ren­tes.  Lo que con­fir­man las inves­ti­ga­cio­nes y la sis­te­ma­ti­za­ción biblio­grá­fica de BIESES es que fue­ron muchas las que se sal­ta­ron esa prohi­bi­ción. ​El papel de la Inqui­si­ción, por ejem­plo, ha sido muy mag­ni­fi­cado. A la Inqui­si­ción no le preo­cu­pa­ban muje­res que escri­bie­ran, por­que eso eran nor­mas socia­les, no reli­gio­sas. A la Inqui­si­ción le preo­cu­paba la hete­ro­do­xia reli­giosa, e incluso podía acep­tar que una mujer dijera lo que podrían con­si­de­rarse ton­te­rías o incon­ve­nien­tes. El pro­blema era si esas ton­te­rías entra­ban en el terreno de la here­jía y si la mujer empe­zaba a alcan­zar cierto renom­bre, influen­cia o poder. Santa Teresa de Jesús no les interesó por­que fuera escri­tora, sino por­que su tipo de espi­ri­tua­li­dad era cues­tio­na­ble, se pare­cía mucho a la de los alum­bra­dos (here­jía juz­gada y con­de­nada y con muchas muje­res entre sus miem­bros) y sus escri­tos podían ense­ñar a otras per­so­nas sim­ples (no eru­di­tos o estu­dio­sos con for­ma­ción esco­lar y uni­ver­si­ta­ria) que podían seguir un camino equi­vo­cado. Todo en el terreno reli­gioso. Ade­más tenía pres­ti­gio entre parte de la é​lite”.

Nie­ves Baranda: “El hábil equi­li­brio entre la tras­gre­sión y el orden del sis­tema per­mi­tió durante siglos a las muje­res escribir”

A pesar de que los manua­les de lite­ra­tura pros­cri­bie­ran la mayo­ría de los nom­bres de mujer, muchas tuvie­ron opor­tu­ni­dad de alcan­zar renom­bre ya en vida. Habla, de nuevo, Nie­ves Baranda: “A Santa Teresa de Jesús se la reco­no­cía como una mujer caris­má­tica, y los nobles se dispu­taban sus escri­tos y su pre­sen­cia. Fue­ron muchas las muje­res que goza­ron de este tipo de fama, por ejem­plo, sor María de Jesús de Ágreda y muchas otras. En vida eran famo­sas, pero sus escri­tos sólo se publi­ca­ban, si lo hacían, des­pués de que hubie­ran muerto. Entre las segla­res o las escri­to­ras de obras no visio­na­rias o no ins­pi­ra­das por Dios hay de todo. María de Zayas fue muy cono­cida en los círcu­los lite­ra­rios madri­le­ños desde los años 20 del siglo XVII y sus obras (colec­cio­nes de nove­las cor­tas, dos libros con un total de veinte nove­las, publi­ca­das en 1637 y 1647) tuvie­ron un gran éxito y fue­ron incluso  tra­du­ci­das al fran­cés. Ana Caro era cono­cida en Sevi­lla y en Madrid, le encar­ga­ron obras dra­má­ti­cas que le paga­ban y escri­bía rela­tos de fes­te­jos por encargo de los nobles, tam­bién bien paga­dos. La Con­desa de Aranda, Luisa María de Padi­lla, publicó entre 1637 y 1644 varios tra­ta­dos. Cata­lina Clara Ramí­rez de Guz­mán, poeta extre­meña que vivió durante el siglo XVII, tam­bién era bien cono­cida en su entorno y en círcu­los de Sevi­lla… De hecho, parte de la infor­ma­ción reco­gida en nues­tra base de datos pro­viene de las men­cio­nes que los coe­tá­neos hacen de las auto­ras para valo­rar su fama y la difu­sión de sus escritos”.

¿Había algo, en lo que Baranda define como “tex­tual sel­fies”, de exhi­bi­cio­nismo? Para la inves­ti­ga­dora, “los ego­tex­tos o auto­bio­gra­fías lai­cas no son exhi­bi­cio­nis­tas en su mayor parte, ya que son docu­men­tos pri­va­dos y cla­ra­mente fun­cio­na­les. Otra cosa son los que se escri­ben sabiendo que se van a difun­dir públi­ca­mente (por ejem­plo, el pró­logo de Juliana Morell), donde la ima­gen que se quiere pro­yec­tar se somete a un cui­da­doso con­trol… Como lo hacían los auto­res varo­nes cuando publi­ca­ban sus obras. ¿O acaso Cer­van­tes en los pre­li­mi­na­res del Qui­jote no quiere proyectar​ una deter­mi­nada ima­gen de sí mismo? Debe­mos recor­dar que existe una línea de estu­dios que se cono­cen como self-fashioning y que ana­liza cómo pro­yec­tan los indi­vi­duos una ima­gen de sí mis­mos. Esto se ha empleado con intere­san­tes resul­ta­dos para toda la lite­ra­tura euro­pea”. De todas for­mas, siem­pre que­daba el res­qui­cio del ano­ni­mato o el argu­mento de auto­ri­dad con el que evi­ta­ban ser acu­sa­das de creerse sabias en un mundo de roles mas­cu­li­nos. “Son las grie­tas del sis­tema”, pun­tua­liza la experta, “las que per­mi­ten que ten­gan voz los gru­pos subal­ter­nos. La norma no es única: ¿Es más impor­tante la máxima de san Pablo de que las muje­res no deben escri­bir o la obe­dien­cia a tu con­fe­sor que te manda poner tus visio­nes por escrito? En estas grie­tas, los gru­pos subal­ter­nos pue­den esco­ger cuál de las nor­mas obe­de­cer y, aco­gién­dose a una ley, es posi­ble sal­tarse la otra sin rom­per con el sis­tema. El estu­dio indi­vi­dual de estos tex­tos es el que va arro­jando luz sobre el hábil equi­li­brio entre la trans­gre­sión y el orden del sis­tema, que es el que per­mite a las muje­res escribir”.

 

Refu­gio epistolar

A ello se suma la con­sa­grada divi­sión entre lo público y lo pri­vado que, en opi­nión de Asun­ción Ber­nár­dez, “es muy bur­guesa y yo diría que incluso muy mas­cu­lina”. Y que se fran­queó recu­rriendo a géne­ros como el epis­to­lar, medio de escri­tura favo­rita entre las muje­res por domés­tica y sen­ti­men­tal y, segu­ra­mente, por ajena al con­trol de los hom­bres. Car­tas que, por su cata­lo­ga­ción como docu­men­tos pri­va­dos, no se con­si­de­ra­ban tras­gre­so­res del statu quo. La con­dena moral venía cuando al texto se le que­ría dar publi­ci­dad. “A Santa Teresa de Jesús se la cues­tiona por su auto­bio­gra­fía o sus tra­ta­dos, pero nunca por sus car­tas. ¿Some­ti­das al con­trol de los hom­bres? No mien­tras fue­ran docu­men­tos pri­va­dos, pero sí cuando pre­ten­dían hacerse públi­cos. Por ejem­plo, sus car­tas se publi­can muy expur­ga­das casi 100 años des­pués de su muerte. Eso no sig­ni­fica cali­fi­car­las como escri­tura domés­tica o sen­ti­men­tal. Las muje­res escri­ben como los hom­bres para fines muy varia­dos: nego­cios, redes de poder, redes fami­lia­res, ejer­cer influen­cia, pro­mo­cio­nar la pro­pia agenda, chis­mo­rrear o inter­cam­biar infor­ma­ción valiosa, acon­se­jar… Otra cosa es que las con­ven­cio­nes del género espe­ren cier­tas for­mas de expre­sión en hom­bres o en muje­res y que éstas últi­mas las res­pe­ten, de modo que una dama puede decla­rarse humilde ser­vi­dora de, o recor­dar el afecto que tiene para obte­ner sus fines y como parte de una retó­rica efi­caz. En las muchas car­tas de damas y mon­jas que he leído, lo más impor­tante es la rela­ción que une a los corres­pon­sa­les, que deter­mina el tipo de contenidos”.

Muchas escri­to­ras encon­tra­ron en las pri­me­ras publi­ca­cio­nes perió­di­cas feme­ni­nas un espa­cio para dar salida a su voca­ción literaria

Si en las pri­me­ras auto­ras de auto­bio­gra­fías cita­das en BIESES, sobre todo aque­llas 300 muje­res dedi­ca­das a la vida con­tem­pla­tiva que men­ciona Isa­be­lle Pou­trin, toda una excep­ción en Europa, obser­va­mos el empleo del argu­mento de auto­ri­dad –se habla por boca divina para evi­tar el atre­vi­miento de hacerlo por la pro­pia–, más ade­lante se aco­gen al per­so­naje feme­nino como colec­tivo. No hay más que ver a las pro­to­fe­mi­nis­tas: “Al fin y al cabo la indi­vi­dua­li­dad es impor­tante, pero tam­bién surge en ellas una con­cien­cia de lo colec­tivo”, señala Ber­nár­dez. “Mary Wolls­to­ne­craft, cuando escribe la Vin­di­ca­ción de los dere­chos de las muje­res, se da cuenta de que no es su pro­blema per­so­nal, sino algo que les pasa a las muje­res por el hecho de serlo”.

Entre esas cosas que pasa­ban y que siguen pasando, aparte de la polí­tica de dejar caer en el olvido los escri­tos de muje­res, no hay que des­car­tar una polí­tica activa de eli­mi­nar­los. ¿O sí? “No que sepa­mos de forma gene­ra­li­zada. Con las reli­gio­sas sí se pro­curó un con­trol estricto de su escri­tura. Muchas obras auto­bio­grá­fi­cas, bio­gra­fías y cró­ni­cas, en lugar de trans­mi­tir­las direc­ta­mente al público, se entre­ga­ban a un fraile o a un hom­bre para que con ellas cons­tru­yera un escrito pro­pio. En otros casos, se observa falta de citas o de una valo­ra­ción posi­tiva, pero no eli­mi­na­ción como tal. Lo intere­sante es estu­diar qué meca­nis­mos socia­les y cul­tu­ra­les man­te­nían con­te­nida esa escri­tura en los már­ge­nes del mer­cado editorial.

Las car­tas fue­ron el medio de escri­tura pre­di­lecto entre las muje­res, por domés­tica y sen­ti­men­tal, y por que­dar al mar­gen del con­trol de los hombres

Los meca­nis­mos no son muy dis­tin­tos a los que ope­ran en la actua­li­dad. No basta con que la infor­ma­ción per­ma­nezca entre espe­cia­lis­tas, sino que debe lle­gar a un público más amplio para que cam­bie la pers­pec­tiva de la his­to­ria y se pro­duzca un equi­li­brio de género ade­cuado. Con este obje­tivo, el año pró­ximo se publi­cará a la vez en inglés y en espa­ñol por la edi­to­rial ​Ash­gate un volu­men de estu­dios sobre las escri­to­ras espa­ño­las del Siglo de Oro, rea­li­zado por espe­cia­lis­tas de varios paí­ses, que será una mues­tra de hasta qué punto nues­tra visión del tema se ha modi­fi­cado. Eso, en buena medida, se debe a BIESES y a la capa­ci­dad que la base de datos y el pro­yecto ha desa­rro­llado”, con­cluye Baranda.​ Y, por­que hay quien siem­pre ve más allá, para los des­creí­dos de los esfuer­zos por incor­po­rar la mirada de género, sólo men­cio­nar que el último Pre­mio Málaga de Novela en 2015 recayó en Her­mi­nia Luque, por recons­truir el uni­verso de dos escri­to­ras de nues­tro BarrocoMaría de Zayas y Ana Caro, gra­cias a inves­ti­ga­cio­nes como las de BIESES.

Ali­cia Gon­zá­lez (@jaberbock)

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