El reportaje de portada del pasado mes de marzo de LEER dedicado al Proyecto Bieses («En busca de las escritoras olvidadas») ha sido galardonado con el Premio Carmen Goes 2016, un certamen creado para ensalzar aquellas publicaciones periodísticas que defienden y difunden los valores vinculados a la igualdad de sexos y la promoción del papel de la mujer en la sociedad. Investigado y redactado por nuestra colaboradora Alicia González, lo rescatamos ahora con motivo de la muy celebrada noticia en la redacción.
¿Acaso los narradores de la guerra de la Independencia, opinan como Tucídides que de la mujer no debe hablarse ni bien ni mal?
Las heroínas catalanas, Concepción Gimeno de Flaquer
El discurso fúnebre de Pericles sobre el autor de La guerra del Peloponeso sentenciaba de muerte a las mujeres, al menos en el espacio público. Un silencio conveniente para ellas –por el necesario recato– y para ellos –no necesitados de competidores en la disputa del intelecto– y que los siglos no han conseguido remediar. Basta preguntar en el monasterio de San Pablo de Valladolid…
–Quisiera saber si en el claustro hay alguna placa que señale la lápida de Beatriz Bernal, la novelista.
–Pues no le puedo decir, llame usted a las seis a ver si algún padre le puede dar razón.
…para percatarse de que las excelencias de la primera novelista tardomedieval o renacentista, sepultada en el crucero de la iglesia junto a su hija Juana de Gatos –a la sazón responsable de su fama–, son prescindibles para los responsables de la memoria histórica menos propalada, la de las mujeres. En realidad siempre ha sido así, pues conocemos el Cristalián de España no porque la De Gatos quisiera engrandecer el nombre de la madre ya fallecida –que puede que también–, sino prioritariamente por las penurias que atravesaba. De no ser por los apuros económicos de la hija, esta Historia de los invictos y magnánimos caballeros don Cristalián de España, Príncipe de Trapisonda, y del Infante Lucescanio su hermano, hijos del famosísimo Emperador Lindedel de Trapisonda, habría quedado en el olvido o desaparecida en las guardas de cualquier libro cuando los aprietos demandaran papel inútil. Con ello, se habría perdido el testimonio de una escritora que pone en pie de igualdad a su heroína, Minerva, y a Cristalián. Y no porque en desigual combate se enfrenten, sino porque, como indica Montserrat Piera en su estudio sobre la obra, “Minerva se disfraza y actúa como un hombre porque quiere, no para seguir a su amante o vengar su honra, como hacen otras heroínas en obras de la época”. Toda una novedad en un universo como el caballeresco, donde las damas son seres menesterosos, algo que no falta en esta obra, inusualmente poblada de doncellas en la trama principal, más de setenta, “todas ellas, claro está, necesitadas de ayuda ante las diversas fechorías de jayanes, caballeros desalmados o monstruos descomunales”. Páginas que evidencian la cojera de un humanismo donde las mujeres no tenían cabida, porque su voz pública era casi una forma de desnudez y un indicio de su peligrosidad.
En 2003, un proyecto con nombre de costura retoma el espacio discursivo usurpado por una historiografía monopolizada por los hombres
Así lo confirma Nieves Baranda Leturio, responsable del proyecto BIESES (acrónimo de Bibliografía de Escritoras Españolas) y catedrática de Literatura Española de la UNED quien, no obstante, explica que en otros países como Italia o Francia “la escritura femenina se vuelve aceptable mucho antes. En todo caso es cierto que la imagen difundida del humanismo como una corriente que fomenta la educación de las mujeres ha sido magnificada, ya que se defendía la educación, sí, pero no para sobrepasar a través de esa formación las funciones sociales que la tradición les tenía asignadas a las mujeres. Educación para ser más sumisas, tener una religiosidad más ortodoxa, apoyar mejor al marido y educar mejor a los hijos”.
Once mil escritoras
Pero eran muchas las que torcían el camino llevadas por el afán de saber –la propia Minerva “jamás quiso tomar marido, porque nadie tuviese mando ni señorío sobre ella”–. Tantas que, en 2003, un proyecto con nombre de costura se plantea la necesidad de retomar el espacio discursivo usurpado por una historiografía hegemónica monopolizada por los hombres. En realidad, ya en el siglo XIX se había empezado a entender que, en el relato de los aconteceres, faltaba la visión femenina, y se elaboraron bibliografías de autoras entre los siglos XV y XVII a las que difícilmente se podía acceder hasta que BIESES generó una base de datos online en abierto que ya alcanza las 11.000 entradas.
Un trabajo que nos muestra una “literatura en los márgenes de la comunicación privada”: “Estamos sacando a la luz”, explica Nieves Baranda, “todo tipo de obras de escritoras hasta el siglo XVIII. Algunas son del ámbito privado o semiprivado, por ejemplo los escritos de monjas para sus confesores o para otras hermanas de convento. Otras muchas son obras perfectamente públicas: unas impresas y otras manuscritas. El problema de su conocimiento no es que no existieran o fueran totalmente ignoradas, sino que críticamente no se mencionaban. Ahora, al recuperarlas en conjunto y desde una perspectiva de género, se aplica una metodología de estudio u organización de materiales que les da visibilidad y los integra en la historia cultural del periodo. Por ejemplo, hubo cientos de mujeres que participaron en concursos poéticos de la época, con un poema la mayoría. Esas recopilaciones de fiestas se conocen y estudian desde finales del XIX, pero la mención de las mujeres es siempre como de un fenómeno curioso. Ahora bien, si se catalogan y se clasifican por sí mismas, en tanto que poemas de mujeres, podemos ver que fue un ejercicio muy constante, que sirvió para que las mujeres poetas tuvieran posibilidad de llegar al público. Además, podemos establecer en qué fechas y lugares hubo más participantes o qué fiestas preferían, y entender mejor el fenómeno de las escritoras”.
Adelantada De Guevara
¿Quedamos entonces en que estas “fatigadas mujeres” eran básicamente diletantes con afición por los florilegios, como Margarita Lumbreras con su Justa poética en defensa de la pureça de la Inmaculada Concepción de la Virgen Sanctíssima? No, casi siempre. Baste leer el vívido relato que hace Isabel de Guevara en una carta a doña Juana de Austria sobre las hazañas expedicionarias de los conquistadores del Río de la Plata. Soldados sí, cientos de ellos, pero enflaquecidos y azotados por un invierno que minaba sus fuerzas, mientras ellas les conminaban “con palabras varoniles: que no se dejasen morir, que presto darían en tierra de comida, metiéndolos a cuestas en los bergantines con tanto amor como si fueran sus propios hijos. Porque todos los servicios del navío los tomaban ellas tan a pecho que se tenía por afrentada la que menos hacía que otra”. A falta de fornidos brazos masculinos son siete febles mujeres las que, sin otro adiestramiento que el propio ingenio, aprenden a “marear la vela y gobernar el navío y sondar de proa y tomar el remo al soldado que no podía bogar y desagotar el navío…”. Y mientras ellos se reponen de sus esforzados servicios a la patria, nos encontramos con que la mujer, en el asentamiento ya definitivo de Asunción, como si estuviera haciendo memoria de aquellas labores de recolectora que ya hiciera in illo tempore, se dedica a carpir, sembrar y recoger el bastimento “sin ayuda de nadie”. De haber nacido hombres, la heroicidad en el Paraguay de las siete damiselas habría dado para una secuela de Los siete contra Tebas, pero siendo mujer la De Guevara tuvo que conformarse con reclamar a la Corona para los suyos una porción de ese reparto en las Indias que tan justamente había peleado.
Quizá estos egotextos se concebían como un ejercicio de poder… Para Nieves Baranda, “el concepto egotexto o escritura del yo se refiere a todo tipo de escrito que se basa en la experiencia del que escribe, aunque el objetivo del escrito puede ser de tipo muy distinto. No es lo mismo una carta que una autobiografía religiosa o una relación de méritos para presentarla a la Corona. Tener la palabra, ya sea oral o por escrito, es una forma de poder, ya que permite proyectar la propia visión del mundo, lo que puede significar subrayar la agentividad de quien está hablando. El mismo hecho de que un escrito llegara a la imprenta o que se haya transmitido en un manuscrito es testimonio de esa voluntad de poder a través de la escritura. Eso sí lo observamos cuando tenemos escritos de hombres y mujeres en torno a los mismos hechos, ya que cada sujeto hablante (o escritor) subraya su propia acción y perspectiva”.
Otro punto de vista
Incluso en casos de mujeres conservadoras, como Sofía Casanova, que marcha a cubrir la revolución rusa en calidad de corresponsal, su óptica diverge de la comúnmente aceptada, haciendo storytelling antes de que se pusiera de moda. “Sí, claro. Ella está de enfermera en una estación curando gente y en el fondo contando lo que ve. Hace desde su crónica humanitaria, aunque parece que ya no se lleven estas palabras, una crítica a la guerra. Y también es una mujer valiente, pues da una conferencia en el Ateneo, delante de todos los militares hablando en contra de las guerras como principio”, nos comenta Asunción Bernárdez, directora del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense. “Un buen periodista masculino quizá borraba un poco más las marcas de subjetividad, pero la escritura del mundo es una estrategia con signos para ellos como para ellas. Todos construimos una realidad, sólo que las claves con las que se construye son elección de cada cual. Las escritoras hablan más de su experiencia, pero porque en el fondo se están sintiendo en conflicto. Sienten que están haciendo algo que no era lo permitido a las mujeres… por eso muchas buscaban seudónimos masculinos. Cecilia Böhl de Faber utilizaba el de Fernán Caballero, porque en el fondo escribir es asumir un punto de vista que no es propio, sino un personaje desde el que se escribe y claro, siempre es más cómodo el punto de vista masculino”, dice la responsable de Instifem.
El problema de estas autoras no es que no existieran o fueran ignoradas, sino que críticamente no se mencionaban
“Más allá de nombres concretos”, añade Bernárdez, “ignorar a las mujeres cuando hacemos historia es uno de los mecanismos que tiene el sistema para que pensemos que somos pioneras siempre. En aquellos años, muchas de las cabeceras organizadas por hombres ofrecieron toda una plataforma para que las mujeres pudieran publicar. Resulta difícil distinguir entonces lo que hoy llamamos periodismo de la literatura. En el fondo para muchas mujeres la salida literaria estaba en ese tipo de publicaciones periódicas dedicadas a mujeres donde se ofrecía un espacio para hacer reflexiones sobre la realidad, publicar poesía, cuentos, hablar sobre salud o moda, etcétera. Un ejemplo muy importante fue Rosalía de Castro”.
Aparte de participar en publicaciones galantes, las periodistas del XIX se atrevieron a hablar de temas vetados no sólo a las mujeres. “Especialmente valiente”, dice Bernárdez, “fue Carmen de Burgos, una mujer medianamente burguesa que se situó en un lugar complicado para una mujer de principios de siglo, porque se divorcia y se viene a Madrid con una hija pequeña a buscarse trabajo y ver cómo puede vivir, como maestra, como periodista, y empieza a publicar. Su trabajo es ingente: hace muchísimas traducciones de libros que estaban de moda en Europa, se dice que es la primera reportera de guerra en Marruecos, organiza un debate público sobre el divorcio en prensa y funda una de las primeras asociaciones de mujeres sufragistas en España. Es un personaje de una relevancia impresionante. Su caso fue emblemático en el ámbito de la izquierda, no de lo que era la prensa más burguesa, más católica, que ha tenido un peso muy grande en España. Desde el anarquismo estuvo, por ejemplo, la revista de Mujeres Libres, aunque duró muy poco, antes de la Guerra Civil”.
Al recuperarlas en conjunto, desde una perspectiva de género y con una metodología, recuperan visibilidad y se integran en la historia cultural
Una senda, la del activismo, que ya entre 1606 y 1612 había recorrido Luisa de Carvajal en lo que entonces cabía significarse, la defensa de la fe, que le lleva a maniobrar hasta convencer a los jesuitas de emprender una cruzada misionera contra los infieles de la Inglaterra cismática. Mujer de arrestos, sin duda, pues, pese a su linaje aristocrático, prefirió el misionado contra la herejía a la vida sosegada, fuera en una orden monacal o aceptando un matrimonio convenido. En unos tiempos en que las creencias se mezclaban con la política, sor Catalina del Espíritu Santo narra su huída de la Alemania Baja tras la muerte de los mártires de Gorkum a manos de los mendigos del mar, porque la piratería entonces en el Flandes independentista era cosa de protestantes, y escribe la crónica de los prolongados padecimientos del fraile lego Engelberto. Aun así, Dom H. Leclercq afirma en Los mártires que “la historia de su martirio fue escrita por un teólogo de gran mérito, William Estius, cuya obra sigue siendo la principal y casi única fuente de los acontecimientos históricos que se cumplieron en Gorcum y Brielle en 1572”, prescindiendo del escalofriante testimonio de la monja, perseguida ella misma por ser propagandista de una fe asociada al imperio español.
¿Valor o vanidad?
¿Por qué estas mujeres se arriesgaban a contravenir los estereotipos, superando ese veto atávico del decir, e incluso en tiempos a sobreponerse a los castigos de la Inquisición? En opinión de Nieves Baranda, “esa prohibición ancestral fue desafiada desde Safo hasta la actualidad en todos los campos del arte y del pensamiento. Las mujeres, como los hombres, sentían la necesidad de expresarse y de proyectarse a través de la escritura, si bien es cierto que su posición en el campo cultural y de poder era muy distinta, y ello les exigía estrategias diferentes. Lo que confirman las investigaciones y la sistematización bibliográfica de BIESES es que fueron muchas las que se saltaron esa prohibición. El papel de la Inquisición, por ejemplo, ha sido muy magnificado. A la Inquisición no le preocupaban mujeres que escribieran, porque eso eran normas sociales, no religiosas. A la Inquisición le preocupaba la heterodoxia religiosa, e incluso podía aceptar que una mujer dijera lo que podrían considerarse tonterías o inconvenientes. El problema era si esas tonterías entraban en el terreno de la herejía y si la mujer empezaba a alcanzar cierto renombre, influencia o poder. Santa Teresa de Jesús no les interesó porque fuera escritora, sino porque su tipo de espiritualidad era cuestionable, se parecía mucho a la de los alumbrados (herejía juzgada y condenada y con muchas mujeres entre sus miembros) y sus escritos podían enseñar a otras personas simples (no eruditos o estudiosos con formación escolar y universitaria) que podían seguir un camino equivocado. Todo en el terreno religioso. Además tenía prestigio entre parte de la élite”.
Nieves Baranda: “El hábil equilibrio entre la trasgresión y el orden del sistema permitió durante siglos a las mujeres escribir”
A pesar de que los manuales de literatura proscribieran la mayoría de los nombres de mujer, muchas tuvieron oportunidad de alcanzar renombre ya en vida. Habla, de nuevo, Nieves Baranda: “A Santa Teresa de Jesús se la reconocía como una mujer carismática, y los nobles se disputaban sus escritos y su presencia. Fueron muchas las mujeres que gozaron de este tipo de fama, por ejemplo, sor María de Jesús de Ágreda y muchas otras. En vida eran famosas, pero sus escritos sólo se publicaban, si lo hacían, después de que hubieran muerto. Entre las seglares o las escritoras de obras no visionarias o no inspiradas por Dios hay de todo. María de Zayas fue muy conocida en los círculos literarios madrileños desde los años 20 del siglo XVII y sus obras (colecciones de novelas cortas, dos libros con un total de veinte novelas, publicadas en 1637 y 1647) tuvieron un gran éxito y fueron incluso traducidas al francés. Ana Caro era conocida en Sevilla y en Madrid, le encargaron obras dramáticas que le pagaban y escribía relatos de festejos por encargo de los nobles, también bien pagados. La Condesa de Aranda, Luisa María de Padilla, publicó entre 1637 y 1644 varios tratados. Catalina Clara Ramírez de Guzmán, poeta extremeña que vivió durante el siglo XVII, también era bien conocida en su entorno y en círculos de Sevilla… De hecho, parte de la información recogida en nuestra base de datos proviene de las menciones que los coetáneos hacen de las autoras para valorar su fama y la difusión de sus escritos”.
¿Había algo, en lo que Baranda define como “textual selfies”, de exhibicionismo? Para la investigadora, “los egotextos o autobiografías laicas no son exhibicionistas en su mayor parte, ya que son documentos privados y claramente funcionales. Otra cosa son los que se escriben sabiendo que se van a difundir públicamente (por ejemplo, el prólogo de Juliana Morell), donde la imagen que se quiere proyectar se somete a un cuidadoso control… Como lo hacían los autores varones cuando publicaban sus obras. ¿O acaso Cervantes en los preliminares del Quijote no quiere proyectar una determinada imagen de sí mismo? Debemos recordar que existe una línea de estudios que se conocen como self-fashioning y que analiza cómo proyectan los individuos una imagen de sí mismos. Esto se ha empleado con interesantes resultados para toda la literatura europea”. De todas formas, siempre quedaba el resquicio del anonimato o el argumento de autoridad con el que evitaban ser acusadas de creerse sabias en un mundo de roles masculinos. “Son las grietas del sistema”, puntualiza la experta, “las que permiten que tengan voz los grupos subalternos. La norma no es única: ¿Es más importante la máxima de san Pablo de que las mujeres no deben escribir o la obediencia a tu confesor que te manda poner tus visiones por escrito? En estas grietas, los grupos subalternos pueden escoger cuál de las normas obedecer y, acogiéndose a una ley, es posible saltarse la otra sin romper con el sistema. El estudio individual de estos textos es el que va arrojando luz sobre el hábil equilibrio entre la transgresión y el orden del sistema, que es el que permite a las mujeres escribir”.
Refugio epistolar
A ello se suma la consagrada división entre lo público y lo privado que, en opinión de Asunción Bernárdez, “es muy burguesa y yo diría que incluso muy masculina”. Y que se franqueó recurriendo a géneros como el epistolar, medio de escritura favorita entre las mujeres por doméstica y sentimental y, seguramente, por ajena al control de los hombres. Cartas que, por su catalogación como documentos privados, no se consideraban trasgresores del statu quo. La condena moral venía cuando al texto se le quería dar publicidad. “A Santa Teresa de Jesús se la cuestiona por su autobiografía o sus tratados, pero nunca por sus cartas. ¿Sometidas al control de los hombres? No mientras fueran documentos privados, pero sí cuando pretendían hacerse públicos. Por ejemplo, sus cartas se publican muy expurgadas casi 100 años después de su muerte. Eso no significa calificarlas como escritura doméstica o sentimental. Las mujeres escriben como los hombres para fines muy variados: negocios, redes de poder, redes familiares, ejercer influencia, promocionar la propia agenda, chismorrear o intercambiar información valiosa, aconsejar… Otra cosa es que las convenciones del género esperen ciertas formas de expresión en hombres o en mujeres y que éstas últimas las respeten, de modo que una dama puede declararse humilde servidora de, o recordar el afecto que tiene para obtener sus fines y como parte de una retórica eficaz. En las muchas cartas de damas y monjas que he leído, lo más importante es la relación que une a los corresponsales, que determina el tipo de contenidos”.
Muchas escritoras encontraron en las primeras publicaciones periódicas femeninas un espacio para dar salida a su vocación literaria
Si en las primeras autoras de autobiografías citadas en BIESES, sobre todo aquellas 300 mujeres dedicadas a la vida contemplativa que menciona Isabelle Poutrin, toda una excepción en Europa, observamos el empleo del argumento de autoridad –se habla por boca divina para evitar el atrevimiento de hacerlo por la propia–, más adelante se acogen al personaje femenino como colectivo. No hay más que ver a las protofeministas: “Al fin y al cabo la individualidad es importante, pero también surge en ellas una conciencia de lo colectivo”, señala Bernárdez. “Mary Wollstonecraft, cuando escribe la Vindicación de los derechos de las mujeres, se da cuenta de que no es su problema personal, sino algo que les pasa a las mujeres por el hecho de serlo”.
Entre esas cosas que pasaban y que siguen pasando, aparte de la política de dejar caer en el olvido los escritos de mujeres, no hay que descartar una política activa de eliminarlos. ¿O sí? “No que sepamos de forma generalizada. Con las religiosas sí se procuró un control estricto de su escritura. Muchas obras autobiográficas, biografías y crónicas, en lugar de transmitirlas directamente al público, se entregaban a un fraile o a un hombre para que con ellas construyera un escrito propio. En otros casos, se observa falta de citas o de una valoración positiva, pero no eliminación como tal. Lo interesante es estudiar qué mecanismos sociales y culturales mantenían contenida esa escritura en los márgenes del mercado editorial.
Las cartas fueron el medio de escritura predilecto entre las mujeres, por doméstica y sentimental, y por quedar al margen del control de los hombres
Los mecanismos no son muy distintos a los que operan en la actualidad. No basta con que la información permanezca entre especialistas, sino que debe llegar a un público más amplio para que cambie la perspectiva de la historia y se produzca un equilibrio de género adecuado. Con este objetivo, el año próximo se publicará a la vez en inglés y en español por la editorial Ashgate un volumen de estudios sobre las escritoras españolas del Siglo de Oro, realizado por especialistas de varios países, que será una muestra de hasta qué punto nuestra visión del tema se ha modificado. Eso, en buena medida, se debe a BIESES y a la capacidad que la base de datos y el proyecto ha desarrollado”, concluye Baranda. Y, porque hay quien siempre ve más allá, para los descreídos de los esfuerzos por incorporar la mirada de género, sólo mencionar que el último Premio Málaga de Novela en 2015 recayó en Herminia Luque, por reconstruir el universo de dos escritoras de nuestro Barroco, María de Zayas y Ana Caro, gracias a investigaciones como las de BIESES.
Alicia González (@jaberbock)