Desconfía del grito, del aspaviento. De niño quería ser excavador. Tal vez de ahí parte la obsesión del reciente premio Adonáis, Rodrigo Sancho, por lo objetual, anclaje para lo incorpóreo que da título al poemario ‘Vaho’ (Rialp).
Estos poemas suyos premiados con el Adonáis son versos para anular al melancólico, envuelto en vaho, desanudándolo a lo largo del libro…
Sí, es éste un poemario con mucha melancolía, pero hay también momentos de alejarse de esa nostalgia, de algo nuevo que va creciendo dentro de la tristeza.
Un germen de semilla, pero muy al final…
Sí, quizá el primer poema, que es el último que escribí, explica el término de una etapa.
En el poema final dice que en la ceniza se escribe el nombre de sus padres…
La idea de ese poema es un juego: si tú escribes en el papel que vas a quemar la palabra “ceniza” de una manera mágica lo que has escrito aparece, es como un truco.
El último cuarto del libro tiene una parte de ensalmo para crear una suerte de sortilegio por todas esas vivencias tan difíciles…
Eso es. Al final uno intenta crear ritos, Joan Didion lo llama “el pensamiento mágico”. Algo bastante común cuando se pierden personas, un tiempo en el que haces cosas como los niños.
Casi ritual también que el jurado del Adonáis integre a dos de sus poetas predilectos…
Sí, Sánchez Rosillo y Mesanza son referentes para mí. Picoteo bastante de muchos sitios, leo poetas recientes: Carlos Pardo, Martín López-Vega, Luis Muñoz me gustan bastante y luego un poco mayores, Trapiello, Antonio Moreno, un poeta de Alicante que también me encanta…
¿Qué puede contar de esa editorial doméstica que es Ochoacostado?
No tenía mucha esperanza uno de que le publicasen nada y escribía las cosas con mucha pena de que al final se quedasen estéticamente sin trabajar. Como, por otro lado, tengo capacidades por haber estudiado arquitectura, empecé a dar a la creación forma de libro para facilitar a los amigos y a la gente cercana que me pudiera leer. Lo bueno es que no tienes filtro crítico, es decir, yo puedo publicar lo que quiera. En breve saldrán poemas de una amiga, Camino Román, de otro amigo que pinta y también libros de cocina de madres de amigos que reúnen sus recetas…
¿Y de las colaboraciones con ‘Arre’?
Lo de Arre es una colección poética que dirige Martín López-Vega y en la que yo colaboro sobre todo en el diseño. Al principio estuve con Pepe que es el de Arrebato, pensando cómo iba a ser la colección: yo iba allí a comprar libros, entendió que me gustaba la poesía y me lo ofreció él, fue todo muy natural –Pepe lo hace todo muy fácil– y a raíz de eso conocí también a Martín López-Vega que es el que dirige la línea de lo que se publica.
Decía en ‘Pensamientos de paz’ que es un robo en toda regla a Virginia Woolf. ¿También bebe de eso ‘Vaho’?
¿De robos?
De robos si quiere tomarlo por ahí o del poso que dejan otros escritos…
Sin duda, es el título de un relato maravilloso de Virginia Woolf. Intento siempre poner unos pequeños créditos y en Vaho están esos robos u homenajes a Nabokov o películas y muchas influencias, incluso de ciencia que es algo que también me fascina.
Hay mucha nostalgia y melancolía en ‘Vaho’ pero también algo del pensamiento mágico de Joan Didion frente a la pérdida
La pérdida es una presencia constante en el poemario…
Sí, hay mucho de eso. Me hubiera gustado no tener que escribir muchos de esos poemas, pero era una manera de intentar hacerme comprender a mí mismo las cosas.
Porque el tiempo es una superación del sufrimiento, la maceración del dolor…
No sé si es una superación, pero sí que ayuda un poco a explicarte. Cuando no entiendo algo, mi reacción es escribirlo, igual que los arquitectos pensamos dibujando y, en el fondo, no estás dibujando, estás pensando con el lápiz.
Tu profesión tiene mucho de sostener en el aire. No sé si siendo arquitecto quizá es más sencillo lograr que se sostenga el poema…
Una novelilla que escribí precisamente habla de algo parecido a eso; surgió estudiando en la carrera un examen de Cimentaciones, que es lo que estudiamos para que no se caigan los edificios. Trata de una ciudad que en un momento dado se eleva…
Con un punto de Calvino…
Sí, Las ciudades invisibles es un libro de cabecera. Las ciudades y el tema del territorio siempre me han interesado, y hay mucho de ese mundo aéreo y de flotación…
A quien eleva edificios se le presupone aspirante a la solidez, ¿su objetivo es construir ‘poemas iceberg’?
Eso sería uno de los objetivos. Antonio Moreno, el poeta, dice que alrededor del poema, que es una cosa muy breve, es justo donde está el poema, en todo lo que no dice.
ALICIA GONZÁLEZ
Una versión de esta entrevista fue publicada en el número de febrero de 2016, 269, de la Revista LEER (cómprala, o mejor aún suscríbete).