ESTOS ÚLTIMOS MESES está llamando la atención de los medios y el gran público el hecho aparentemente incongruente de que adolescentes y jóvenes de Occidente abandonen sus hogares para viajar países en guerra como Siria para casarse con yihadistas. Por lo que sabemos de estas aventuras por la prensa, esas chicas acaban formando parte de harenes o siendo utilizadas como esclavas sexuales. No parece un final feliz, por lo menos desde el punto de vista de la gente, digamos, normal.
Conocemos el caso de dos jóvenes austríacas de origen bosnio que ahora están embarazadas y probablemente nunca podrán abandonar Siria, o el de dos francesas de origen magrebí que una vez halladas por su familia aseguraron que no podían regresar. Y las hay a centenares de varios países. ¿Cómo surge en la mente de una frágil jovencita la idea de entregarse a hombres cuya ferocidad y crueldad han sido mostradas tan profusamente por los medios de comunicación? ¿Es tan irresistible esa atracción para vencer el higiénico terror que estos personajes nos causan a todos? Sin embargo, este no es un fenómeno desconocido. Los hombres malos seducen a algunas chicas. Incluso los muy malos.
Efectivamente, los datos antropológicos lo confirman. Tanto Elizabeth Cashdan como Napoleon Chagnon relatan que, en las sociedades cazadoras recolectoras, aquellos que han matado exhiben mayor estatus y disponen de más mujeres. En nuestra historia evolutiva, el poder y el estatus han tenido mucho que ver con el éxito reproductivo del macho, que puede obtenerlo del temor que causa en los demás. Esos privilegios facilitan mayores recursos para criar a unos hijos que a su vez heredarán genes que les ayudarán a dejar más descendencia que los demás. Algunas teorías evolucionistas explicarían así que algunas mujeres puedan sentir semejante atracción. Un latido atávico.
A eso se une, en nuestros días, el poder de los medios de comunicación en la otorgación de estatus. Scott Peterson, californiano condenado por matar a su mujer y a su hijo aún sin nacer, sufrió un bombardeo con cientos de cartas de amor y propuestas de matrimonio. En España, en 1987, Juan José Garfia mató a tiros en Valladolid a un policía municipal, a un guardia civil y a un empresario. En 1991 secuestró a un teniente coronel de la Guardia Civil y le quitó media cara de un tiro a un brigada de este cuerpo. Fue condenado a 35 años. Sin embargo, Marimar, funcionaria de prisiones, se enamoró de él y se casaron. El “asesino de la Katana”, José Rabadán Pardo, con 16 años, mató en abril de 2000 a sus padres y a su hermana con una espada de samurai. Tras los crímenes, recibió cientos de cartas de admiradoras. “La atracción que despierta alguien famoso es algo normalísimo, como vemos a diario en los programas de prensa rosa”, dijo el psiquiatra que trató a Garfia, y en el caso de que el admirado sea un criminal, añadió, la atracción se explica por “un placer morboso, el hecho de estar con alguien distinto, original”. Cuando le preguntaron a la funcionaria si no le pareció una locura embarcarse en una relación con un preso condenado a más de cien años respondió: “Mi caso no es tan raro como parece. Yo conozco más de veinte casos de funcionarios de Instituciones Penitenciarias que se han liado con presos: desde una psicóloga que se enamoró de un etarra hasta una asistente social que se ennovió con un enfermo de sida, un tío feísimo. Curiosamente, los casos de funcionarios varones que se lían con presas son mucho más excepcionales. Será que nosotras tenemos más sensibilidad”.
Quizá “sensibilidad” sea un término demasiado tierno. Lo que se pone en marcha es posiblemente más inquietante. Detrás de este fenómeno de reclutamiento de mujeres occidentales están las redes sociales, que ponen en contacto dos tipos de demanda que se complementan. Las jóvenes austríacas fueron durante meses la imagen publicitaria del Estado Islámico para captar hombres que engrosaran las filas yihadistas. No podría haber un cebo mejor. Sus rostros estaban completamente velados y sus cuerpos cubiertos con túnicas negras. Pero cualquiera podía conocer su belleza y juventud con sólo teclear sus nombres en Google. He aquí a la más moderna tecnología como aliada de oscuras y perturbadoras estrategias reproductivas de resonancias ancestrales.
MARÍA TERESA GIMÉNEZ BARBAT