Pla, un vencedor derrotado
CUANDO OIGO DECIR que ya es hora de empezar a estudiar el franquismo sin apasionamientos, reprimo un hondo suspiro de melancolía. Ya sería hora, sí, en un país normal: no en uno que revive cada día el espantajo del dictador para justificar un delirio identitario o una eterna revolución pendiente, conceder medallas retrospectivas, practicar un revisionismo absurdamente nostálgico y, en general, ganarse la vida del intelectual sesgado con sinecura ideológica, que es el modelo inmaduro de la industria cultural española.
Pero a veces topamos con trabajos rigurosos, laboriosamente editados y valientemente prologados, muy alejados del sectarismo que alienta en la colonización cultural (enjuiciar las posiciones éticas de los biografiados en tiempos bélicos desde la confortable óptica de la prosperidad posmoderna) como este libro del periodista Josep Guixà, obra luminosa sobre la relación ambigua entre Pla y otros catalanistas moderados con el franquismo. A diferencia de lo que se ha tratado de hacer con Ruano, reduciéndolo a nazi sin comprender su picaresca estructural (y sí: amoral, pero nunca fanática ni criminal), este libro describe con proliferación de documentos y esfuerzo de comprensión la polémica evolución ideológica del gran escritor y de algunos colegas, desde su crianza burguesa hasta su coqueteo juvenil con el radicalismo izquierdista de Macià; siguiendo por el definitivo deslumbramiento ante Cambó y el regionalismo pactista de la Lliga (posición conservadora que ya nunca abandonará); continuando por su labor de espionaje desde Francia para el bando de Franco durante la guerra, cuya elucidación precisa es la mayor aportación de este libro; y terminando por la desconfianza amarga con que unos y otros (catalanistas y franquistas, e incluso catalanistas franquistas, condición mucho más mayoritaria de lo que vende el mito nacionalista y que Guixà documenta con lujo) pagaron sus servicios.
Pla no fue un héroe, pero fue demasiado sutil en una época de militancias ciegas y por eso no logró hacerse confiable para nadie
Antes que monje de las letras, Pla fue un hombre comprometido hasta las cachas en las pasiones políticas de un tiempo letal. Nunca se sintió españolista (despreciaba la idea de Castilla que enamoraba al 98), pero practicó siempre que pudo un doble juego muy camboniano: buscar alianzas en Madrid con la derecha –fuera monárquica, republicana, falangista o dictatorial– con tal de evitar que Cataluña cayera en el desorden criminal anarcosindicalista, como en efecto terminó sucediendo. Así se entiende que el autor de El cuaderno gris perteneciera a la corte literaria de José Antonio, a quien trató y visitó en la Modelo, y escribiera en Arriba y en Falange Española. Más tarde tomó partido por el moderantismo de la CEDA, y todo ello lo compaginó con los artículos regionalistas para La Veu de Catalunya. Tiene líneas en favor de los movimientos de liberación nacional europeos y contra la debilidad de la democracia liberal, queda seducido por Mussolini e incluso profesa tímido interés por Hitler, pero su coqueteo con el fascismo es fugaz, como duradera su aversión a la izquierda revolucionaria. Cuando el Frente Popular gana las elecciones, el ya famoso periodista abandona su corresponsalía en Madrid y se recluye en Llofriu, adonde iría a buscarle un comité rojo de Barcelona presumiblemente para darle el paseo. Lo salvará un jefe local de la CNT, por razones de pura familiaridad, y cuando Pla se ve a salvo en Francia, se echa a llorar ante un plato de bullabesa.
En Marsella, puerto de guerra estratégico, Cambó nombra a Pla agente número 10 del Servicio de Espionaje de la Frontera del Nordeste de España (SIFNE), agencia montada por el propio Cambó a la manera de una eficiente empresa familiar y puesta al servicio de la junta de Burgos, que valoraba mucho la claridad (planiana) de los escritos del SIFNE. El agente número 10 informaba de los barcos que salían para Valencia (zona roja) o de las tareas de reclutamiento que en Marsella organizaba la Komintern, pero nada tuvo que ver con el barco hundido con armamento para la República que alguna historiadora ha querido cargar sobre la conciencia de Pla. Se trataba de informes sobre la internacionalización del conflicto hacia 1937, más que otra cosa, en cantidad propia de un grafómano y de una calidad indisimulada de estilista. El SIFNE presionaba para que Franco entrara ya en Cataluña y acortase la guerra, pero nunca logró semejante influencia sobre el dictador. Y cuando llegó 1939, las suspicacias de Pla por su pasado “rojo-separatista” se confirmaron: su puesto como director de La Vanguardia duró un mes. Le sustituyó un catalanista franquista homologado por Serrano Suñer con el beneplácito entusiasta de Godó: Luis de Galinsoga.
Pla no fue un héroe, pero fue demasiado sutil en una época de militancias ciegas y por eso no logró hacerse confiable para nadie. Solo le quedó entonces el refugio de la literatura. Y ahí empezó la verdadera gesta: la refundación del lenguaje literario catalán.
JORGE BUSTOS
ESPÍAS DE FRANCO. JOSEP PLA y FRANCESC CAMBÓ Josep Guixà Fórcola. Madrid, 2014 520 páginas. 26,50 euros Una versión de este artículo aparece publicada en el Extra de Navidad 2014, número 258, de la Revista LEER. Disponible en quioscos y librerías y en el Quiosco Cultural de ARCE (suscríbete).