El libro Capital, de Thomas Piketty, que Fondo de Cultura Económica publica en castellano en todo el mundo con el título El capital en el siglo XXI, está causando gran sensación después de traducirse al inglés y publicarse en EEUU, pues la edición francesa de Seuil tuvo poca difusión. El éxito anglosajón se traslada a gran parte del resto del mundo, sin que pueda desconectarse esa ampliación de lectores de la resonancia del título, evocativo de la obra cumbre de Marx, Das Kapital (vol. I, 1867), ni de la idea de que plantea una crítica global del capitalismo, cosa que el propio autor ha negado reiteradamente.
La obra de Piketty, director de estudios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales y profesor de la Paris School of Economics, ha recibido críticas muy favorables de los premios Nobel Joseph Stiglitz y Paul Krugman, ambos articulistas frecuentes en diarios y revistas de gran tirada, y que desde tiempo atrás vienen criticando la tendencia a crecientes desequilibrios en la distribución de la renta. En tanto que otros autores no ven Capital con tan buenos ojos; como Martin Feldstein y una serie de economistas de Financial Times, periódico en el que además se hicieron numerosas críticas metodológicas al trabajo que nos ocupa. A Piketty le llevó escribir su grueso volumen de 685 páginas (663 en la edición de FCE) quince años de esfuerzos, con no pocas colaboraciones e incluso ayudas de sus estudiantes más avanzados.
La verdad es que tanta sensación, a juicio del autor de este artículo, ha sido quizá fruto de un primer deslumbramiento. El tema de la desigualdad no es una terra incognita descubierta ahora por Piketty. Hay toda una línea de manifestaciones sobre el tema, desde mucho tiempo atrás, sin olvidar los informes más o menos periódicos del FMI, Banco Mundial (BM), OCDE y otras organizaciones.
Una vieja materia
Los primeros economistas en ocuparse de la cuestión (incluso en los arbitristas españoles y en Jovellanos y Flórez Estrada hay referencias a la irritante desigualdad), datan de los tiempos de la Fisiocracia francesa y de la Escuela Clásica de Economía británica. Y más concretamente Boisguilbert entre los fisiócratas (autor de un libro titulado La fortuna de Francia, donde criticaba a los reyes los dispendios de guerras sin fin, frente a la miseria del pueblo), y en el caso de Inglaterra, según veremos, con autores tan conocidos como Robert Malthus y David Ricardo.
Malthus lo tuvo claro, aunque el tiempo no le dio la razón: su ley demográfica (modernamente expresable en que la población crece en progresión geométrica, mientras las subsistencias lo hacen aritméticamente) llevaba, en última instancia (aunque en la quinta edición de su libro moderó sus contundencias), a una situación social que sería insostenible por la depauperación masiva. Lo que según el tantas veces denostado clérigo obligaría a tomar medidas (malthusianas) de contención poblacional.
Los trabajos de Piketty, basados en el análisis minucioso de 20 países, son una contribución importante al debate de la desigualdad
En la misma línea de inquietudes de futuro, Ricardo (Principios de política económica e imposición tributaria) manifestó que la escasez creciente de tierras cultivables comportaría una elevación del precio de las mismas y de sus rentas, haciendo que los terratenientes se apropiaran de prácticamente toda la riqueza, en respuesta a lo cual propuso un impuesto progresivo para los latifundistas.
Frente a esas manifestaciones, pesimistas, de la Escuela Clásica, Karl Marx emitió lo que Piketty llama “la apocalipsis marxiana”: la acumulación creciente de capital, merced a la fuerte plusvalía, habría de llevar a una situación de crisis dentro del proletariado que impulsaría la revolución social para el cambio de sistema del capitalismo al socialismo.
Con indudable énfasis, Piketty critica las tesis filósofo de Tréveris, que en la última fase de su vida ya pudo disponer de datos suficientes para apreciar cómo los salarios estaban subiendo y bajando la tendencia a la depauperación; sin embargo, Marx quedó prisionero del Manifiesto Comunista escrito en 1848.
De la apocalipsis marxiana, en El capital en el siglo XXI se pasa al cuento de hadas del argentino Simon Kuznets (1901–1985), que en una serie de libros y otros trabajos se refirió a la mejoría en la distribución de riqueza y renta en la primera parte del siglo XX, así como en el periodo de la segunda postguerra mundial, con las tres décadas gloriosas de 1945 a 1975. Todo ello con la configuración de la célebre curva de Kuznets, que daba por hecho que esa tendencia a un menor desequilibrio seguiría adelante por las propias virtudes del crecimiento económico. Lo cual no sucedió desde los choques petroleros de 1973 y 1979, con políticas a lo Reagan y Thatcher que cambiaron las tendencias keynesianas de redistribución de renta… Hasta llegar a la gran recesión 2007–2013, que ha deteriorado la distribución de renta después del largo estancamiento desde comienzos de los 80 según se pone de relieve en los informes del FMI, BM y OCDE y en los propios resultados de las investigaciones de Piketty.
No hay referencias al taylorismo, a los planteamientos de Galbraith ni a las medidas sociales de Bismarck y Beveridge
Podrían decirse muchas otras cosas del libro de Piketty, que no caben en esta reseña. Pero sí querría poner de relieve la ausencia total de referencias al taylorismo y a los planteamientos de John Kenneth Galbraith, así como a Bismarck y Beveridge.
En el primer caso, Piketty no plantea con el rigor que habría sido necesario la influencia que en el capitalismo tuvo el taylorismo, las ideas de Frederick Winslow Taylor, autor del método de la dirección científica del trabajo: análisis de tiempo y movimiento, cadena de montaje y otros instrumentos que permitieron alcanzar una eficiencia industrial que hasta principios del siglo XX no se había conseguido por la mera acumulación de capital. En ese sentido, Peter F. Drucker supo explicar cómo el taylorismo fue una auténtica revolución que entendieron muchos sindicatos obreros e incluso partidos de izquierda (sobre todo en EEUU), que en vez perseguir la sustitución del capitalismo por el socialismo se plantearon “repartir mejor la tarta” de los excedentes de producción, consiguiendo más para los trabajadores.
Ausencias significativas
En cuanto al nulo interés de Piketty por Galbraith –en la línea de la Universidad de Chicago y de los Premios Nobel estadounidenses, que nunca quisieron apoyarle para el máximo galardón en Suecia–, habría que recordar los trabajos sobe la pobreza de masas de quien fue embajador de Kennedy en la India. Una situación que en China se abordó desde las cuatro modernizaciones de Deng Xiaoping (1978), que liberaron las fuerzas productivas de sus ataduras burocráticas e ideológicas, para hacer posible un crecimiento que en la República Popular redujo la pobreza del nivel de cuatrocientos millones de personas en 1980 a menos de un centenar ahora.
Los instrumentos contra la pobreza no pueden fundamentarse en un ‘impuesto estrella’, sino en un conjunto tributario adaptado a la realidad
Es muy significativo también que en el libro que comentamos no se recuerde a Bismarck, que en 1885 introdujo las reformas sociales para el aseguramiento de los trabajadores; ni a William Beveridge, que en 1943 propuso un giro total de la política de bienestar social en Inglaterra en plena segunda guerra mundial.
En cualquier caso, los trabajos de Piketty, basados en el análisis de lo sucedido en veinte países, a lo largo de espacios de tiempo muy prolongados y con gran diversidad de fuentes estadísticas, ofrecen una contribución importante al gran debate que seguirá en curso por mucho tiempo.
La solución que plantea Piketty se centra en un impuesto sobre la riqueza en todos los países para no crear discriminaciones que produjeran fuertes distorsiones en el comercio mundial, con una escala del 1 al 10 por 100 para las grandes fortunas. Una medida que parece bastante simplista, y recuerda no poco al célebre impuesto único sobre la tierra de Henry George (1839–1897), que originó gran entusiasmo para luego desvanecerse cualquier posibilidad de aplicarlo. Cosa que podrá suceder otra vez por la propia inadecuación de la propuesta pikettiana, por su difícil aplicabilidad.
Como métodos que para luchar contra pobreza y la desigualdad habría que plantear otros muchos instrumentos: la regeneración democrática, la lucha contra la corrupción de administradores y administrados, la mejor regulación y supervisión del sistema financiero, las políticas de educación, la vigilancia de la ecuación de competitividad, la desburocratización del sistema, gobiernos de mayor calidad técnica y revisión del sistema fiscal. Medidas que en ningún caso pueden fundamentarse en un impuesto estrella, sino en un conjunto tributario que se adapte a la realidad económica. Pero sin llegar a las levas de capitales, y a los subsiguientes infiernos fiscales, que lejos de alentar el crecimiento lo harían más difícil aún.
RAMÓN TAMAMES
Una versión de este artículo aparece publicada en el número de noviembre de 2014, 257, de la edición impresa de la Revista LEER. Disponible en quioscos y librerías de toda España (¡suscríbete!).