Llámame curioso
JOSÉ MARÍA MERINO ES UN FISGÓN. Los que lo conocemos sabemos que es un fisgón incorregible y eso (yo creo que lo sabe, pero aunque no lo sepa) le hace ir siempre por delante de los cuentos que cuenta, las historias que narra y las ocurrencias que se le ocurren. Leyendo a Merino me he dado cuenta de que, para ser cuentista, hay que ser un fisgón. La novela es otra cosa. Más relajada, aunque letal en el territorio de las tentaciones que tiene que sortear el escritor, ideal para quienes quieren convertir el oficio de escribir en el arte de la superchería, un recibidor donde todo cabe aunque no todo lo que cabe sea lo más conveniente.
Merino es un novelista con rara destreza para trazar el diagrama interno de la trama que se trae entre manos, pero no tiene paciencia para aguantar detalles advenedizos. Sus asuntos tienen la enjundia de lo que siempre es nuevo porque nunca está resuelto del todo. No espera a que aparezcan los fantasmas que portan argumentos debajo de la sábana. Sale a buscarlos, de día o de noche: busca y encuentra. En su recibidor, quiero pensarlo, hay un paraguas; el otro lo lleva siempre consigo, por si los finales que se desprenden de las nubes no son felices o aceptables al menos. Un final feliz no tiene por qué ser alegre. Basta que sea ajustado a los requerimientos de lo que se pretende.
La curiosidad es un elemento indispensable del oficio de escritor. Siempre tuve a Merino por un curioso de tomo y lomo; incluso alguna vez que otra lo padecí en su deseo de llegar al fondo de cada circunstancia, animal o vegetal, visible o recóndita, actual o arcana, que se cruzaba en su camino. La indagación lleva tiempo y la curiosidad es un motor que no cede por pindas que sean las cuestas y abruptas las llegadas.
Con el tiempo me he dado cuenta de que, además de curioso, es un fisgón, y eso le viene al pelo a su merecida catadura de cuentista y, sin duda, de cuentista principal. A veces he pensado que, cuando se mira en el espejo, bien para acicalarse o, simplemente, para reconocerse, no lo hace a través del cristal buscando un reflejo necesario, sino a través del azogue buscando la esencia de esa trama que se esconde y aparta de lo habitual.
Reconocerse en esa trama es lo que lo convierte, además de principal, en un cuentista sobresaliente. Lo que hace que sus cuentos siempre vayan un tramo más allá de lo perceptible. De ahí el encanto que los sostiene y la sorpresa consabida que se adivina en cada palabra. Porque la curiosidad de Merino, ese arte del fisgoneo que le lleva a hurgar a veces en la propia trama de lo invisible, se sustenta en las palabras que habrán de explicar el hallazgo y, por extensión de la personalidad del autor, el afán que lo persigue. La desfachatez del fisgón se atenúa con la renovación constante de ese afán que, a la postre, sólo ansía compartir la experiencia y la sabiduría que ha ido atesorando a lo largo del tiempo.
Merino se explica en los cuentos a medida que explica el acontecer y devenir de los propios cuentos. En ahí donde radica la naturaleza de su oficio y el significado de la trama que desvelan sus pesquisas.
No es extraño que su último libro se titule La trama oculta (Páginas de Espuma) y que el propio Merino haga todo lo posible por desvelarla partiendo del significado que la sustenta en el desempeño de su oficio que se hace grande en la misma medida en que se manifiesta de manera conveniente.
Una colección de cuentos que exponen el resultado de tantas intenciones compartidas y la fusión necesaria entre la naturaleza de las cosas y la idiosincrasia del escritor.
José María Merino se convierte, además, en introductor y guía: “En varias ocasiones he publicado colecciones de cuentos… Cuentos que tienen en común el escenario, los personajes y hasta la propia perspectiva imaginativa y formal de las piezas… En el caso de los cuentos del presente libro, y a estas alturas de la vida y de la escritura, quise componer una colección que recogiese todas mis modalidades cuentísticas”.
Así pues, una antología que abarca todos los campos de indagación de ese “juego de apariencias” que tanto tiene que ver con los asuntos de la vida y con los argumentos de la ficción: la perspectiva realista, el relato fantástico y la prospección más fina y directa del minicuento.
AURELIO LOUREIRO
Una versión de este artículo ha sido publicada en el número de noviembre de 2014, 257, de la Revista LEER. Cómpralo en quioscos y librerías seleccionadas de toda España, o mejor aún, suscríbete.