UN DÍA DE ENERO de hace casi 30 años, un escritor de provincias coge un tren a Lisboa con una bolsa de viaje y un chaquetón de invierno. Lo hace para remediar su impostura. Si quiere terminar una novela en la que esta ciudad es la clave, debe conocerla de primera mano. En sus quimeras, el escritor imagina la capital como una miscelánea entre Granada y San Sebastián, como en esos sueños en los que sales de tu casa y divisas el mar aunque tu casa esté en un lugar que no tiene costa. Tuvo la suerte de que la ciudad le complaciera y fuera como la había imaginado, como si hubiera emergido de su propio deseo narrativo. Gracias a aquel viaje que hizo en la mayor de las soledades, con la intimidad que otorgaba un mundo de comunicaciones limitadas, Muñoz Molina pudo terminar El invierno en Lisboa (1987), la novela que le consagró y le abrió las puertas de la literatura como forma de vida.
Veintisiete años después, muchos libros, premios y muchas vidas distintas, cae en sus manos una biografía de James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King, y descubre que, en su huída, el fugitivo había pasado diez días en Lisboa. La coincidencia le lleva a pensar que ahí puede haber una historia, le sobreviene “el impulso furioso” que hace posible literatura y comienza a escribir la novela que ahora presenta, la genial Como la sombra que se va (Seix Barral). De nuevo un impulso le conduce a la ciudad que conoció hace tres décadas. Llega a la Praça do Comércio y se recuerda contemplándola por primera vez, ve al joven que creía que su vida le reservará pocas sorpresas, que cometió errores pero que avanzó decidido hacia un camino literario que tomó forma en ese viaje. Y esa vida, la suya, mientras recreaba con precisión los días de un asesino, se le fue colando por las rendijas del libro.
Una mañana de noviembre de 2014, Antonio Muñoz Molina entra en una librería madrileña para conceder una entrevista con una mochila y un chaquetón para la lluvia. Es, en este momento, uno de los más brillantes escritores del país donde ha nacido y acaba de terminar una novela que no sabía que escribiría, como no sabe que escribirá la siguiente. Ha puesto un punto y final a una historia con muchos finales y muchos comienzos, de viajes en el tiempo. De la vida que muta, de lo que hicimos bien o mal, de vernos en el pasado como si fuéramos personajes de un libro, de la recreación de la propia existencia y de la capacidad para vivir las vidas de los otros. De la escritura en sí misma. Un libro “¿cómo puede estar acabado si aún no está acabada mi vida?”, se pregunta Cervantes. La novela es una confesión honesta y un ejercicio metaliterario en el que las emociones y el amor también son las claves.
Cuando escribía ‘El invierno en Lisboa’ presagiaba que no habría ya muchos cambios en su vida.
Cuando uno es joven piensa que la vida tiene una dirección. La imaginación introspectiva es limitada, no es que la vida sea muy cambiante, es que la imaginación no te permite ver que va a ser distinta a como es.
James Earl Ray aterriza en Lisboa movido por “un impulso instintivo de huida, de llegar cuanto antes lo más lejos posible”. Usted también llegó allí la primera vez escapando de una existencia que no le complacía. Dice: “Escribía para apropiarme ilusoriamente de lo que no era capaz de procurar en mi vida”.
Hay una simetría. Es el principio activo que genera el libro, ese descubrimiento que hice leyendo su biografía. Es el estremecimiento que te lleva a identificar que ahí hay una historia. Y, al cabo del tiempo, a que eso siga en la cabeza y se acabe convirtiendo en una historia. Lo que me atrajo de manera inconsciente fue el otro viaje mío, esa relación con Lisboa que tiene que ver tanto con el trabajo literario.
Deseaba hace 30 años que su literatura fuera como el jazz, como un río o un tren que no se sabe hacia dónde se dirige. ¿Sigue concibiéndola así?
Cada vez creo más en que escribir es encontrar un impulso. Una vez que lo has encontrado, si tienes la suerte de mantenerlo, todo lo demás es secundario. Esa idea de que la literatura debe llevarte tiene mucha relación con la música, porque hay otra parte que es el control frente a ese impulso. Se trata de saltar al vacío sin saber si te lleva a alguna parte. Luego empiezan a salir cosas, como en este libro, en el que surgió el peso de la propia vida. Y está el control, ser despiadado a la hora de no poner nada superfluo. En esta novela el impulso creativo ha sido tremendo.
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Este es un adelanto de la larga y jugosa entrevista que MARTA CABALLERO ha realizado a ANTONIO MUÑOZ MOLINA para el próximo número de LEER. Un encuentro en el que el escritor ofreció algunas de las claves de su proceso creativo y de su forma de entender la literatura. Un texto imprescindible que encontrará continuación en las páginas de nuestro Extra de Navidad (diciembre 2014/enero 2015).