Un pensador incómodo
ALAIN FINKIELKRAUT (París, 1949) es uno de los pensadores más incisivos y sugerentes de la Europa actual. Ha puesto el dedo en la llaga en cuestiones nuevas y capitales que exigen hoy una reflexión y una respuesta y ha reivindicado valores que muchos quieren enterrar en lo más profundo del baúl de los recuerdos. Su postura e ideas nada políticamente correctas han despertado la animadversión hacia él del progresismo a la violeta, llegando a ser tachado de “nuevo reaccionario” junto a figuras como André Glucksmann, Luc Ferry o Pascal Bruckner. Precisamente en colaboración con Bruckner escribió El nuevo desorden amoroso (Anagrama), que, como todos sus trabajos, despertó una gran controversia; la polémica acompaña a este intelectual a contracorriente.
Una polémica que ya surgió con uno de sus primeros y más famosos ensayos, La derrota del pensamiento (Anagrama), donde con tanta pasión como brillantez argumentativa arremete contra la “cultura zombi” en una sociedad dominada por un estado de perpetua adolescencia, atrapada en el relativismo y en la que ha triunfado “la memez sobre el pensamiento”. Asuntos que, entre otros, surcan toda su producción y, naturalmente, también su última obra, La identidad desdichada, que ahora llega a España y donde, por ejemplo, incide en cómo esa eterna adolescencia ha dado pie incluso a un nuevo tipo humano, denominado en Francia le bobo, un cruce “entre la aspiración burguesa a una vida confortable y el abandonado bohemio de las exigencias del deber por los impulsos del deseo”, queriendo estar le bobo “al plato y a la tajada: ser plenamente adulto y prolongar la adolescencia hasta el infinito”.
En La identidad desdichada, Finkielkraut no solamente no abdica de sus más queridos principios sino que los reafirma y se mete de lleno en el análisis crítico de algunos de los mantras que forman un intocable sistema de creencias que suponen el anatema, como le ha sucedido al pensador francés, para quien no comulgue con ellos sin el más mínimo reparo. Porque ¿es posible hablar, por ejemplo, del multiculturalismo de otra manera que no sea cantando su bondad absoluta? ¿O defender la galantería sin ser acusado de machista? ¿O cuestionar el igualitarismo sin que te tilden de antidemócrata?
Finkielkraut no solamente no abdica de sus más queridos principios sino que los reafirma y se mete de lleno en el análisis crítico de algunos de los mantras que forman un intocable sistema de creencias
Finkielkraut, rechazado por muchos pero también apoyado por otros tantos –desde abril de este año es miembro de la Academia Francesa–, se atreve a eso y a mucho más. Se aventura a abogar por la recuperación de una Francia –de una Europa– que no solo no reniegue de sus raíces sino que esté orgullosa de ellas. Pero, contrariamente a eso, estamos en la oikofobia, concepto del filósofo inglés Roger Scruton que Finkielkraut recoge en La identidad desdichada. La oikofobia es “el odio a la casa natal, y la voluntad de desembarazarse de todo el mobiliario que ha ido acumulando a lo largo de los siglos”. Por eso hoy Europa se flagela con el látigo de un remordimiento que únicamente la arrastra a contemplar las sombras, que, evidentemente, tiene, pero no sus luces: “Europa ha dejado de creer en su vocación pasada, presente o futura de guiar a la humanidad hacia el cumplimiento de su esencia. No se trata ya de convertir a quien sea, sino de reconocer al otro a través del reconocimiento de los errores que cometió para con él”. Así, Finkielkraut se posiciona en la denuncia de La tiranía de la penitencia, ensayo de Pascal Bruckner –publicado en nuestro país por Ariel–, que analiza el masoquismo occidental que se regodea en los desmanes del imperialismo o del colonialismo: “Europa –dice Bruckner– es su peor enemigo por su culpabilidad mortificante y por sus escrúpulos llevados hasta la parálisis. ¿Cómo queremos que nos respeten si no nos respetamos a nosotros mismos, si no dejamos de pintarnos con los rasgos más negativos?”.
Finkielkraut aborda en La identidad desdichada toda una serie de puntos de enorme trascendencia a través de hechos que nos asaltan cada día desde los medios de comunicación, como si debe permitirse el uso del velo islámico en las escuelas, la pertenencia o no de los símbolos religiosos, los gravísimos disturbios que recientemente se produjeron en los barrios periféricos de París, la indisciplina y violencia en las aulas y la indefensión de los profesores frente a ella, la inmigración y la integración, la degradación de la enseñanza, el derrumbe de las Humanidades o el desinterés hacia la lectura y la literatura.
Se esté o no de acuerdo con sus concepciones, Finkielkraut cumple a la perfección uno de los propósitos del buen ensayismo que es plantear interrogantes, aguijonear las conciencias. En su nueva obra nos sitúa ante la evidencia de que la crisis actual no es solo económica y, como siempre, nos lanza preguntas inquietantes. Quizá quienes creen que todas las culturas son iguales y que apostar por la occidental, pese a sus yerros –como hace Finkielkraut–, es retrógrado, deberían reflexionar ante la brutal imagen de las decapitaciones realizadas por el Estado Islámico (IE).
CARMEN R. SANTOS
LA IDENTIDAD DESDICHADA Alain Finkielkraut Alianza. Madrid, 2014 208 páginas. 16 €Una versión de este artículo ha sido publicada en el número de octubre de 2014, 256, de la Revista LEER (pídelo en quioscos y librerías especializadas, o, mejor aún, suscríbete).