Revista leer
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Algunos Buenos Libros

Algunos buenos libros (xiv)

Madrid en una colección de paseos y en un puñado de greguerías de nuevo cuño, una novela en clave de ferretería y la memoria de un gran arquitecto.

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Lle­gan dos libros sobre Madrid. El poeta y escri­tor Ser­gio C. Fan­jul pro­puso el año pasado al Ayun­ta­miento de la capi­tal de España rea­li­zar una serie de paseos urba­nos por los 21 dis­tri­tos de la ciu­dad, en para­lelo a diver­sas acti­vi­da­des de los Vera­nos de la Villa, con el pro­pó­sito de escri­bir una cró­nica de cada uno de ellos. Así fue, y así se entre­ga­ron a los asis­ten­tes de los espec­tácu­los y se publi­ca­ron en la web de los Vera­nos de la Villa. Sobre aque­llo ha com­puesto Fan­jul este libro, La ciu­dad infi­nita. Para la oca­sión las cró­ni­cas se han visto enri­que­ci­das con refle­xio­nes pos­te­rio­res y expe­rien­cias pre­vias. Por­que Fan­jul tuvo voca­ción de pasear Madrid desde que en 2001, con 21 años, llegó de su Oviedo natal para estu­diar un segundo ciclo de Astro­fí­sica. Venía de la pequeña Vetusta con un picor de flâ­neur que sólo se podía resol­ver en una gran ciu­dad, por­que si sigues la calle Uría cuando te quie­res dar cuenta estás enca­ra­mado al Naranco. En Madrid, sin embargo, se puede satis­fa­cer con cre­ces el deseo deam­bu­la­to­rio. Como buen explo­ra­dor urbano, Fan­jul no se paró en las barras de la almen­dra cen­tral; rebasó las pasa­re­las de la M-30 y buscó la vida y el encanto de los barrios del Gran Madrid, aquel que fue cre­ciendo desde media­dos de los 50 del XX para reci­bir la emi­gra­ción inte­rior absor­biendo de paso los pue­blos cer­ca­nos –un pro­ceso que Fan­jul atri­buye, aven­tu­rán­dose un poco, a la supuesta volun­tad del Cau­di­llo de com­pe­tir con Bar­ce­lona en hechu­ras y alcance–. El autor camina con ánimo perio­dís­tico y escribe lo que va viendo, apun­ta­lán­dolo con lec­tu­ras e impre­sio­nes per­so­na­les. Acierta a pillarle el tono a la ciu­dad, lo cual no es fácil, por­que Madrid no es la típica urbe vis­tosa y monu­men­tal. «En eso radica el infi­nito encanto de Madrid: en esa sen­ci­llez, en ese caos, esa com­ple­ji­dad, esa irre­su­mi­bi­li­dad, en esa cutrez, en ese desen­fado, en ese aldea­nismo uni­ver­sal, en ese cas­ti­cismo, en ese amor por la buena vida, que se va aca­bando a base de empren­di­miento, turis­tas, fran­qui­cias, desahu­cios y pen­sa­miento posi­tivo». Con­fie­mos en que no sea así, en que no se vaya aca­bando. Al fin y al cabo Madrid nunca ha sido ajena a las modas forá­neas –¿qué es si no Lhardy?– y ha sido capaz de ir incor­po­rán­do­las sin renun­ciar a su carác­ter. Por eso toda­vía no se pue­den hacer fotos en La Venen­cia.

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LA CIUDAD INFINITA
Ser­gio C. Fan­jul
Reser­voir Books

 

Enca­ra­mado a un cerro del sur­este de Madrid, Fan­jul se hace pre­gun­tas habi­tua­les ante quien ve en lon­ta­nanza el hete­ro­gé­neo case­río de la ter­cera aglo­me­ra­ción de Europa: «De donde sal­drá la ener­gía para ali­men­tar un mons­truo tan des­co­mu­nal», o «por qué hay tanta gente en Madrid». De esa extra­ñeza de la ciu­dad en medio de la nada parece ali­men­tarse la his­to­ria legen­da­ria de un lugar lla­mado Made­rit, tra­sunto capi­ta­lino sur­gido de la ima­gi­na­ción de Alberto Otto y que se apa­rece en tinie­blas con cua­tro bre­ví­si­mos movi­mien­tos en su pri­mer y sor­pren­dente libro Un cha­let en la Gran Vía. Una idea­li­za­ción remota de un pobla­chón ais­lado y for­ti­fi­cado, rodeado de la nada cas­te­llana, al que una tarde llega insos­pe­cha­da­mente el sonido del mar por­que desde el Medi­te­rrá­neo hasta allí de repente solo hay silen­cio, y en cuyo límite orien­tal sus habi­tan­tes deci­den ins­ta­lar un potente faro de secano por­que bus­ca­ban «gente para diver­tirse. Una ciu­dad pér­fida y can­sada de sí misma a la que todo le venía bien». 

Los de Otto –él sí nacido en Madrid, cre­cido entre Cara­ban­chel y Alu­che según se nos informa desde la solapa de su libro– son una colec­ción de setenta tex­tos bre­ves o gre­gue­rías exten­di­das de nuevo cuño ver­te­bra­das por la pre­sen­cia más o menos explí­cita de la ciu­dad, que su autor vis­lum­bra y madura desde una ven­tana del Madrid de los Aus­trias. Desde la cual intuye la música del reci­claje per­pe­trada por dos mon­jas neo­ca­te­cu­me­na­les en la Plaza de la Paja, sonido celes­tial de la basura, o el lamen­ta­ble des­tino del ani­llo arzo­bis­pal per­dido entre bol­sas suce­si­vas de la far­ma­cia, la fru­te­ría y una tienda de lujo. El chis­pazo surrea­lista se hace ramo­niano y fun­ciona por­que Alberto Otto escribe muy bien. No sucumbe al tono resa­bido de la «gente iró­nica de Madrid que tra­baja en revis­tas». Tam­poco a los tics del escri­tor pro­fe­sio­nal que hasta la fecha no es, ni se deja lle­var por la ten­ta­ción de hacer polí­tica que brinda el con­texto muni­ci­pal. Este libro es crea­ción pura. El lec­tor se ríe con fre­cuen­cia ante la suti­leza y la bri­llan­tez del punto de vista y el tono con que Otto meta­bo­liza las imá­ge­nes de la ciu­dad. Con los diver­sos eco­sis­te­mas que repre­sen­tan las mesas de un bar tras la bata­lla del menú del día, por ejem­plo, o con «los abue­los de puta» empe­ña­dos en des­qui­tarse de toda una vida de orden y buena volun­tad, o con las niñas chi­nas que ejer­cen la repre­sen­ta­ción diplo­má­tica de las tien­das de ali­men­ta­ción de sus padres. Hay un inven­ta­rio de pasa­di­zos secre­tos entre edi­fi­cios de Madrid, tran­se­xua­les titá­ni­cos, gue­par­dos que vio­lan a los leo­nes del Con­greso, cosas que dicen cosas, gen­tes que miran a gente que mira un infarto, esco­la­res que se meten en su mochila para refu­giarse de los adul­tos –he aquí la gre­gue­ría: «El niño es un cara­col esco­lar con una con­cha de nai­lon»– y hasta «una his­to­ria verí­dica sobre la reina» que ape­tece mucho con­tras­tar cual­quier mar­tes de pri­ma­vera. Pero esta enu­me­ra­ción es inú­til. A Otto hay que leerlo. Es inte­li­gente y ori­gi­nal, lo cual ya es mucho decir hoy que todo el mundo va a rueda de otros. Este no es otro bonito libro entelado.

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UN CHALET EN LA GRAN VÍA
Alberto Otto
Terra­nova

 

«Todo se puede enten­der mirando los cajo­nes de una ferre­te­ría». Un hom­bre como D., con­sa­grado a la venta de herra­mien­tas y tor­ni­lle­ría, tenía nece­sa­ria­mente que expli­carle el mundo a su hija M. en esos tér­mi­nos. El man­da­miento reposa en dos lec­cio­nes adi­cio­na­les: lo grande y lo pequeño se com­ple­men­tan y un solo tor­ni­llo mal puesto puede pre­ci­pi­tar el fin del mundo. Con seme­jan­tes argu­men­tos a D. no le costó con­ven­cer a su hija para que le acom­pa­ñara en sus aven­tu­ras como via­jante por el sur de Chile de espal­das a su madre y dejando de lado la escuela. Con solo 7 años M. se con­vierte en valiosa com­pa­ñera de nego­cio y des­cu­bre las suti­le­zas del mundo, las fla­que­zas y la pica­resca como sólo se puede des­cu­brir en el comer­cio y visi­tando los pue­blos –otra lec­ción: «Todos los pue­blos son igua­les»–. La pro­pia M. es la narra­dora de Kramp, de María José Ferrada, pre­miada escri­tora de poe­sía y narra­tiva infan­til y juve­nil que con esta novela publi­cada en su país en 2017 y tra­du­cida ya al ita­liano ha dado el salto a lite­ra­tura para adul­tos con muy buen pie.

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KRAMP
María José Ferrada
Alianza

 

Josep Lluís Sert en la por­tada de un libro debe­ría ser un reclamo infa­li­ble para cual­quier lec­tor curioso. Es uno de esos per­so­na­jes de la his­to­ria espa­ñola reciente cuya figura rebasa con cre­ces la con­cre­ción, en su caso exce­lente, del desem­peño pro­fe­sio­nal. Hijo de lo mejor de Bar­ce­lona, con retrato infan­til rea­li­zado por Ramón Casas incluido y Rolls a la puerta del pala­cio del Tibi­dabo para ir a clase en la uni­ver­si­dad, inter­pretó desde muy pronto su ofi­cio, la arqui­tec­tura, en los tér­mi­nos del movi­miento moderno con un acu­sado ingre­diente social. Eso le acercó a la Repú­blica y des­pués de la gue­rra al exi­lio, for­mando parte de la triste pero des­lum­brante diás­pora euro­pea que mar­chó a Esta­dos Uni­dos empu­jada por los tota­li­ta­ris­mos. María del Mar Arnús, autora de este Ser(t) arqui­tecto, es de la fami­lia: esposa del actual conde de Sert, y madre de otro arqui­tecto Sert. Tuvo la opor­tu­ni­dad de cono­cer bien a Josep Lluís y a la inefa­ble Mon­cha, su com­pa­ñera de vida, una mujer de pue­blo a la que la madre de su esposo nunca quiso cono­cer pero que «lo fue todo para él». La indu­da­ble impli­ca­ción de Arnús le impide esta­ble­cer la siem­pre reco­men­da­ble dis­tan­cia, pero cuenta a cam­bio con las ven­ta­jas de la pro­xi­mi­dad: la docu­men­ta­ción y los tes­ti­mo­nios a mano. Vemos aquí el des­cu­bri­miento de Ibiza como pai­saje y enclave de arqui­tec­tura ver­ná­cula que induce los con­cep­tos bási­cos de la obra de Sert: sim­pli­ci­dad en las for­mas, cla­ri­dad en las ideas y aten­ción al entorno –«Una cons­truc­ción geo­mé­trica sim­ple, una arqui­tec­tura sin estilo y sin arqui­tecto, una dig­ni­dad ejem­plar, un reposo para los ojos y para el espí­ritu», como dirá en su revista AC del GATEPAC–; las aven­tu­ras inte­lec­tua­les por una nueva arqui­tec­tura, la rela­ción con los maes­tros Gro­pius y Le Cor­bu­sier, el pro­yecto del Pabe­llón de la Repú­blica para la expo­si­ción de París del 37, la diás­pora en Nor­te­amé­rica, la labor en Har­vard… Una exce­lente intro­duc­ción a su figura.

*Y un pre­texto para revi­si­tar el Impres­cin­di­bles dedi­cado a Sert, ahora que el pro­grama de La 2 de TVE ha reci­bido el Pre­mio Nacio­nal de Tele­vi­sión.

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SER(T) ARQUITECTO
María del Mar Arnús
Anagrama

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