Del ego al algoritmo
Si es usted un usuario exigente del buscador de Google probablemente habrá advertido que su experiencia ha cambiado sutilmente en los últimos años. Conforme el algoritmo del servicio se ha hecho más social, debido a la implementación de nuevos productos y la acumulación de datos de los usuarios –vinculado todo ello a la rápida y enorme implantación de los dispositivos móviles–, los resultados que ofrece son cada vez más personalizados y predecibles, y por ello con frecuencia menos satisfactorios. Acudir a plataformas alternativas como duckduckgo.com es cada vez más necesario y habitual, no sólo para protegerse de la vigilancia de la gran corporación sino para obtener mejores respuestas a las consultas menos elementales.
Esta paradójica circunstancia, según la cual la creciente sofisticación desemboca en un empobrecimiento cualitativo del servicio, ilustra razonablemente el nuevo escenario creado por las tecnologías de computación en red y que Jaron Lanier esclarece y critica en ¿Quién controla el futuro?, recién publicado por Debate.
Lanier, gurú de Silicon Valley, excéntrico pionero de la revolución digital, viene dando lecciones interesantes sobre las implicaciones de los prodigiosos cambios a los que venimos asistiendo. Adoptando el papel de tecnólogo humanista, ya en su anterior libro, Contra el rebaño digital, alertaba contra algunas de las tendencias de la evolución de la web, la idolatría de máquinas y gadgets ante los que estamos dispuestos a entregar nuestra inteligencia y la amenaza de la cultura de la gratuidad, contra la cual llegaba a proponer una tasación monetaria del byte que invirtiera la tendencia de valorar el servicio –la conexión– por encima del contenido y garantizara la supervivencia de los creadores.
En su nueva obra, Lanier prolonga las líneas de reflexión de Contra el rebaño digital, enriqueciendo su prospectiva con las últimas evoluciones de los fenómenos online. Su prosa sintética tiene la elocuencia del ingeniero imaginativo que es, con una capacidad asombrosa para el pensamiento abstracto y la ampliación de sentido, y al mismo tiempo tiene ese algo críptico del genio visionario adelantado a su tiempo.
Lanier descompone la actual deriva del negocio tecnológico, el gran relato productivo de nuestro tiempo, para advertir de las nefastas consecuencias individuales y colectivas que en un futuro no muy lejano puede tener. Superada la era de la Internet abierta, hoy todas las conversaciones “tienen lugar al amparo de un servicio que nos espía”, llámese Facebook, Twitter o Whatsapp. Al tiempo, la cultura de la gratuidad se ha extendido de los contenidos a nuestra información personal. Cada vez que instalamos una nueva aplicación en nuestros smartphones aceptamos con los ojos cerrados la vigilancia y la intrusión en nuestras vidas, en tanto que los dispositivos móviles ya son indispensables extensiones digitales de nosotros mismos.
Las asombrosas nuevas herramientas de que disponemos en la palma de la mano no son sino migajas del lucrativo negocio creado en torno a los datos de los usuarios. “Las mayores fortunas de la historia se han amasado en los últimos años utilizando las tecnologías de red como forma de acumular información y, por ende, riqueza y poder”, asegura Lanier.
El nuevo paradigma se construye en torno a la idea de compartir; con sus clics y toques de pantalla ejecutados múltiples veces al día, el usuario pone inocentemente a disposición de las nuevas corporaciones la materia prima de una nueva economía de bases sin embargo muy endebles. Entre todos generamos el fluido volumen de datos, el arcano big data, repartido en una serie de “servidores sirena” que garantizan el funcionamiento de la red, interaccionan con los “servicios de espionaje” –así califica Lanier a buscadores y redes sociales– e incluso toman la decisiones corporativas que antes tomaban los individuos –lo cual a juicio del autor termina de explicar la última crisis financiera–.
La economía se está apoyando de manera insostenible en este paradigma. Por primera vez la tecnología no crea empleo neto sino riqueza muy concentrada; no contribuye, pues, a crear una clase media consolidada que haga viable el sistema. Y como sabemos y constata Lanier, “el capitalismo sólo funciona si permite que a un número lo bastante grande de personas les vaya lo suficientemente bien como para ser los clientes”.
En este contexto, la privacidad no es un problema de intimidad; es un problema político. Nuestro autor ofrece un buen puñado de sugerencias sobre lo que podemos hacer como individuos y como sociedad para revertir los procesos menos deseables de la revolución digital. Un libro imprescindible.
BORJA MARTÍNEZ
¿QUIÉN CONTROLA EL FUTURO? Jaron Lanier Debate. Barcelona, 2014 461 páginas. 23,90 euros Una versión de este artículo ha sido publicada en el número de octubre de 2014, 256, de la Revista LEER (cómpralo en quioscos y librerías seleccionadas, o mejor aún, suscríbete).