Tradición chejoviana
Anuncia Javier Morales Ortiz, escritor, periodista, profesor y colaborador de varios medios, entre ellos Leer, que su próxima publicación será la novela Expediente de regulación de empleo, que, a tenor de lo adelantado por el autor placentino afincado en Madrid, se vislumbra de enorme interés por el asunto que aborda: la devastadora crisis que nos asola y su terrible consecuencia de las enormes cifras de desempleo. Y no solo por el tema, dando muestra de la necesidad de una literatura que, sin regodearse en solipsismos, nos sitúe en el complicado aquí y ahora. Javier Morales debutó en el género novelístico el año pasado con Pequeñas biografías por encargo (Huerga & Fierro), una tan original como sugerente propuesta, que, a través de su protagonista, Samuel, que se dedica a la curiosa tarea mercenaria de escribir la vida de otros, logra sumergirnos en una trama que, sin olvidar su punto de intriga, sabe descubrir los inquietantes pliegues que encierra la más aparentemente anodina realidad.
Pero antes de la aparición de esa próxima novela, Javier Morales nos regala un nuevo volumen de relatos, modalidad de la que es brillante y fiel cultivador en una oportuna intención de poner en valor un género que no siempre se estima como merece. Su dominio del cuento quedó patente en dos anteriores recopilaciones: La despedida (2008) y Lisboa (2011), aparecidas ambas en la Editora Regional de Extremadura. Y vuelve a manifestarse ahora en Ocho cuentos y medio, que nos llega de la mano de la editorial Baile del Sol.
Como su propio autor señala en una nota inicial, la obra presenta dos peculiaridades: por un lado, promete ocho cuentos y medio, pero en sus páginas solo encontramos ocho. Por otro, a modo de epílogo, incluye un relato de otro escritor: “Caídos del cielo”, de Gonzalo Calcedo. La primera obedece a que, según apunta Morales, “el medio cuento que falta es el que crea cada lector después de haber llegado a la última página”. La segunda se propone “establecer un ‘diálogo’ en el plano de la ficción con uno de los referentes del cuento en español”, a quien Morales agradece su generosidad. Ninguna, pues, de estas dos singularidades resulta gratuita. Morales Ortiz plantea de esta forma un “diálogo” no solo con Calcedo, sino con los propios lectores que resulta, ciertamente, enriquecedor.
Ocho cuentos y medio se abre con “Profecías”, donde la voz narradora, en primera persona, recuerda episodios de su infancia, etapa de la vida en la que también se centra el siguiente, “Nidos”, para pasar a continuación a “Más allá de la caverna”, crepuscular relato en el que se da una vuelta de tuerca al mito platónico de la caverna en el encuentro de dos soledades, que hace prever a su protagonista un giro inesperado. Imagine aquí, por ejemplo, el lector cuál puede ser ese giro en el creativo juego al que nos invita Javier Morales. En “Es trabajo, idiota, no es amor” se plantea una situación por desgracia muy habitual en la actualidad como son los despidos laborales, asunto que también está presente en otros relatos del libro, y que ocupará, como antes indicamos, la próxima entrega novelística de Morales Ortiz. En “Final de verano” somos testigos de un amor estival con dramático desenlace y en “Navidad” nos alojamos en el hotel Almirante, donde Bruno trabaja como recepcionista.
Cierran el volumen, antes del broche final de la contribución de Gonzalo Calcedo, dos muestras especialmente atractivas. “Mosquitos” me ha evocado la desasosegante película La carcoma, de Ingmar Bergman, con su gran metáfora en torno a la complejidad y deterioro de las relaciones de pareja. En el relato de Morales, una plaga de chinches obliga a Mónica y a Robe a desalojar su casa. Pero no será solo esa la novedad que trastocará sus vidas. Porque la vida no es perfecta, como pensaba Mónica antes de que la despidieran ni “existía solo para que Robe y ella la consumieran”. En “Regreso a Sajalín”, su personaje principal, Becky, alumna de un Máster de escritura creativa en la Universidad de Toronto, se inspira en “La isla de Sajalín”, de Antón Chéjov, para realizar un trabajo de fin de curso sobre los presos de Guantánamo.
No es “Regreso a Sajalín” el único caso donde la sombra protectora de Chéjov, por quien Morales ha confesado admiración, se alza en la manera en que concibe el género del relato. Como en los del ruso, en los cuentos de Morales, el fracaso, la soledad, la incomunicación, el dolor, las insatisfacciones vitales, el paso del tiempo, discurren implacables pero sin estridencias, en un subsuelo del alma cargado de silenciosas tormentas. Homenajea así Javier Morales Ortiz al egregio maestro, sin perder sus señas de identidad.
CARMEN R. SANTOS