La risa más amarga
Aliviar cargas, deshacerse de la tendencia a atesorar objetos que nos protejan, puede convertirnos en otras personas. En Big Brother de Lionel Shriver (Anagrama), Edison Appaloosa hace acopio de grasa para mitigar sus inseguridades, sus fracasos en las teclas de la partitura inarmónica que es su vida. Pandora, en cambio, parece tener todo lo que una cuarentona del Medio Oeste puede desear: los hijos adolescentes de su pareja, una empresa próspera que ella lleva con la ética protestante de encontrar el aspecto lúdico al trabajo pero que amortaja cada vez que puede y un marido en permanente modo de construir nido, creando muebles artesanos para otros con los que conservar su autoestima en lo tocante a la economía familiar.
El pianista neoyorquino con su jerga jive es el cataclismo que ahonda en la herida mal curada y evidencia con su obesidad el acumulo de carencias: las heredadas de la ficción a través del espejo que suponen para ellos los niños de Emory en la serie Custodia compartida, protagonizada por la estrella en declive que hoy es el padre, Travis, y las propias, fácilmente detectables en esos muñecos terapéuticos, los Baby Monótono, que resumen en su decálogo de mala leche las frustraciones de una vida. Un curioso negocio de ídolos en los que conjurarse mediante la risa más amarga, la de los otros, para una mujer interesada en no interesar y falta de un Bumerán, el sillón amuleto de su marido que acredita sus habilidades con el cincel.
Fletcher, como el filósofo del que toma el apellido, ha creado un dios, proyectando en él su imagen idealizada, que construye con una ideología casera del autocontrol a golpe de pedal y nazismo gastronómico. Su antagonista Edison, por su parte, opta por la blandura emocional de la lorza y se enfrenta con kilos de tortitas, Cinnabons y pacanas al censor de su hermana, cautivada en tiempos por el macho minucioso con quien compartió fregoteo. La tristeza de la dieta frente a la glotonería del depresivo. Pandora, la empresaria procesual, se echa a las espaldas el horror que le provoca la lástima ante el hermano perdido entre michelines y se da con él un baño de anarquía que la conducirá al divorcio y a desvelar esa hipocresía, transparente para el gordo músico con la que se recubren las relaciones humanas en una sociedad tan tradicional como la de Iowa que ha cambiado el cereal de la decencia por el etanol de la corrupción.
ALICIA GONZÁLEZ