Cousins, mi cinéfilo favorito
Leemos en el número de febrero de Sofilm que Mark Cousins esperó diez años para ver Ciudadano Kane; el crítico y realizador irlandés no se permitió hacerlo antes de estudiar detenidamente el guión y de leer una docena de libros sobre Orson Welles. No es una experiencia precisamente espontánea, pero sí rigurosa. Cabe fiarse de un tipo que se toma su pasión por el cine tan en serio.
Cousins es autor de uno de los productos audiovisuales más interesantes de los últimos años. Su The Story of Film: An Odyssey, que ya se ha podido ver en Canal+ y que desde el pasado 22 de enero está disponible en Filmin, condensa la historia del cine, de las películas, en quince capítulos de aproximadamente una hora. Frente al impresionismo abstracto, onírico y fragmentario de la(s) famosa(s) e indigesta(s) Histoire(s) du Cinéma de Godard, Cousins propone un relato trabado, absolutamente personal pero coherente y consistente, en el que cada episodio constituye una unidad temática autónoma. Ha recorrido el mundo entrevistando, escuchando y filmando, a los protagonistas vivos de este arte de las películas que tiene en la cabeza merced a una ingente experiencia cinéfila que nos comunica con susurrante e hipnótica dicción, narrando, desentrañando fragmentos de películas fundamentales de la historia entre las que establece vínculos insospechados.
Así en el capítulo seis, dedicado a los años centrales de la década de los 50 y la eclosión del melodrama, Cousins arranca citando al inevitable Douglas Sirk, pero sólo llegaremos a él después de un periplo intercontinental que nos lleva a Egipto, donde descubrimos Cairo Station, la primera gran película africana, y conocemos a su autor, Youssef Chahine; a la India, donde vislumbramos la obra de Satyajit Ray; y de allí a China, a Japón, a Brasil y a México… Sólo entonces, después de contagiar al espectador más refractario el interés por las cinematografías periféricas, arribamos a Hollywood. Se encadenan películas fundamentales enlazadas por vínculos inadvertidos pero, una vez sugeridos, reconocibles. Aparecen Ford y Hitchcock, Orson Welles y Elia Kazan. La fabulosa Johnny Guitar de Nicholas Ray, ese western donde el hombre era Joan Crawford, conduce al fetichismo underground de Kenneth Anger, y el documentalista-demiurgo nos hace ver que su peculiar universo, influido por Cocteau y Genet, contribuirá a conformar el imaginario de David Lynch. A base de talento y de referencias muy bien metabolizadas, Cousins compone el retablo de una época marcada por el sexo y el psicoanálisis.
En el capítulo nueve, dedicado al Nuevo Cine Americano, ordena las diferentes formas de ruptura con el sistema de estudios ensayadas en los 70. La de los que atacan lo podrido de la sociedad estadounidense desde el humor y la sátira –Mike Nichols, Buck Henry, Robert Altman–; los buscadores de la nueva forma –Coppola, Scorsese y Paul Schrader, elocuente ante la cámara confesando la influencia del existencialismo en Taxi Driver– y los asimilacionistas que tratan de integrar lo viejo y lo nuevo (Bogdanovich, Terrence Malick), sumando la insólita irrupción de Woody Allen, capaz de universalizar un tipo local, el judío neoyorquino, y su particular humor.
Pero nada de lo que digamos puede hacer justicia al efecto de ver The Story of Film. Partiendo de convicciones sólidas, algunas (cómo no) discutibles, Cousins es capaz de hacer poesía del fragmento cinematográfico y de su explicación, sin arrogancia ni pedantería, con el encanto inefable de su particular voz y de su prosa locutada, de primera; un gran escritor cinematográfico sobre imágenes propias y ajenas.
BORJA MARTÍNEZ (@BorjaMzGz)