Vencido y peregrino, pero leal
Los hijos de la España Peregrina no cejan en presenciarse. Son voces ocultadas, mas no apagadas. Durante los últimos años asistimos a la reiterada recuperación de nombres, textos o documentos relativos al mayor exilio español del siglo XX, el generado por la sublevación franquista, un exilio calificado como “político, cultural y moral” por Adolfo Sánchez Vázquez. En el elenco de nombres de exiliados, la luz de algunos es muy visible, pero raramente se citan a los sacerdotes católicos perseguidos por los sublevados por mor de cometer el delito de ser leales al gobierno republicano. El franquismo fusiló sacerdotes y expulsó o silenció algún jerarca eclesiástico.
La famosa carta de adhesión a los golpistas fue firmada por 43 obispos partidarios de recristianizar a España a través de una cruzada. Se solicitaba el sometimiento del enemigo “con el filo de la espada”. Pero la mayor parte de los estamentos eclesiásticos resueltamente se ponen al lado de los golpistas. No fue aceptada ni firmada por numerosos católicos, acusados de herejes y de heterodoxos; por no secundar la cruzada fueron perseguidos y exiliados. La ortodoxia oficial imponía los mandatos del nacional-catolicismo dictados por los jerarcas de una Iglesia que “ni era pacífica ni pacificadora, que se adhiere decididamente al lado del general episcopal”, (así denominó el católico Georges Bernanos a Franco).
Por lealtad a la República (Editorial Base) es un ensayo extenso, escrito y documentado por el profesor José Luis Casas, en el que expone la brega y vaivenes vitales, el compromiso y el exilio del canónigo cordobés José Manuel Gallegos Rocafull (1885–1963), sacerdote, teólogo y filósofo, pastoralista, sindicalista, profesor y articulista, editor, tertuliano y traductor. El insigne canónigo fue uno más de la columna de exiliados en México, lugar que acogió a “todas las categorías del desgarro” (Jose Luis Abellán): refugiados, desterrados y exiliados, también transterrados (así denominó J. Gaos) o empatriados (según Juan Ramón Jiménez). Sea como fuere todos eran o estaban a-terrados, sin tierra.
Gran número de ellos ha regresado de algún modo, pues el recuerdo, la memoria o la superación de la amnesia impuesta o voluntaria los han habilitado. Ciertamente el regreso de alguno se ha resistido, sea el caso de Gallegos Rocafull y al que, gracias al presente ensayo, Casas logra devolvernos en su singularidad, un ortodoxo en doctrina y un heterodoxo frente a los poderes oficialistas. Hombre de pensamiento y acción. Su praxis le condujo a implicarse en la defensa de las clases desfavorecidas y del Gobierno republicano: “La rebelión contra un gobierno legítimo es ilícita”, afirmó.
Aunque participó en el partido Acción Popular, su paso por la política activa fue breve. Durante la Guerra defendió al gobierno republicano. Por no atenerse a lo correcto fue suspendido a divinis, ad officio et beneficio, siendo condenado a la “pena medicinal” de no ser escuchado.
Ya en México logra el levantamiento de la suspensión y compagina la docencia con la pastoral, a la vez que ofrece una magna obra filosófica-teológica de la que no están ausentes la mística, la escolástica o temáticas en boga: la crisis de Occidente, la agonía (del griego agonos, lucha) del hombre o las reflexiones sobre la tiranía arrancando desde la tradición hispana o mexicana, sin olvidarse de Andalucía: “Defendiendo que no se puede ser universalista sin amor a la patria chica”.
A la vez se mantuvo incardinado a la intelectualidad exiliada y desde allí, al igual que el resto, alargó la dimensión de la otra España, la alejada de la franquista y de la imperialista. Se sentía peregrino, vencido y sensible a los aconteceres ibéricos: “Acabó la guerra. No intento hacer recuento de los muertos (…). ¡Qué extraña manera de salvar a España! Hambruna, éxodo, muchedumbre destrozada el alma y roto el cuerpo, que se amaciza en la frontera huyendo despavorida de los vencedores. Huyendo de las masas y de los militares, pero también de los clérigos y los obispos”.
Gallegos, hombre ecuménico y pastoralista: “Convencer es preferible a vencer”, como Quijote sentía que “aún hay sol en las bardas”; pero no regresó, ya que la democracia y la justicia social estaban soterradas en el solar hispano. En marzo de 1937 escribía en un semanario suizo: «En el momento que estalló la guerra, la cuestión para mí fue: ¿Quién la ha empezado? ¿Quién ha sido el primero en perturbar la vida pública, si no ideal, por lo menos legal? ¿Quién el primero en derramar sangre de hermanos, dando así comienzo al tremendo incendio que devasta la pobre España? ¿Quién ha sido el primero? No ha sido el gobierno, el que, aun no siendo aquel que hubiéramos deseado los católicos, no nos creaba, a nosotros católicos, la menor dificultad».
Asistimos a la recuperación, a salvar del silencio, de la invisibilidad, aunque no en México, de un vencido que fue, de un exiliado que siempre será, de una voz propia de la memoria invencible.
ROGELIO BLANCO MARTÍNEZ
Este artículo fue publicado originalmente en el número 250, correspondiente al mes de marzo de 2014, de la Revista LEER (cómpralo, o mejor aún, suscríbete).