La batalla de la belleza
Dicen que cambiar el marco de referencia puede transformar la realidad, pero para Antonio Manilla el hombre es sólo la razón de ser de este laberinto que habitamos. Para vivirlo nos dotamos de esos instrumentos ciegos, esos hálitos efímeros de promesas –sean cuerpos celestes o llamadas inesperadas– que nos salvan de las certezas y nos arrojan al temporal de la emoción.
En medio de él uno de los placeres del poeta es descolgarse y poner freno al curso de los aconteceres que nos arrastra con las preguntas que disuelven las dimensiones del espacio y tiempo, haciendo temblar el alma. Instintos pequeños con los que alcanzar mundos personales.
La de Manilla en Broza, título tan conciso, es una celebración del pasado, un libro de añoranzas, de esos invisibles que dijo pintar en la antología La generación del 99 de García Martín y que recupera en revisiones de los clásicos latinos. En él el escritor leonés des-broza las estrategias que emplea la vida para maniatarnos a su eje con actos mínimos que a veces son paisajes y otras fugaces experiencias estéticas como aquel corro de amapolas, perecedera víctima de la barbarie o de los gusanos que vivaces se harán cargo del centro de frutas de otro poema. No es que tengamos ante nosotros a un pesimista convencido, sino a un observador de la futilidad de un tiempo angosto en el que sentirnos atrapados y que irá borrando sin piedad sombras y soles, para dejarnos solamente permanente memoria que más adelante sacudirá con un temblor al poeta como al lector.
Porque a pesar de que el tiempo huya, es vana la convicción resignada del autor: no nos engaña; también él se siente embargado por la pérdida de la belleza, de «una nada / alzando hacia la luz sus brazos» y por ese latido que es el recuerdo en los demás de la propia vivencia, hasta que perezca. Tras esta impostada visión pesimista, en realidad Antonio Manilla nos está invitando a festejar las olas del viento, pues por mucho que zarandeen al ruiseñor para depositarlo en la playa, es una imagen para conservar intacta, de semejante desnudez a la que proclama necesaria para presentar batalla en los campos del amor.
ALICIA GONZÁLEZ