El monólogo total de Andy
Yo sé que no es muy amable decir ‘América’ al referirse a los estados Unidos. En el colegio te enseñan que es un insulto para el resto de los países de América del Norte, Central y del Sur llamar ‘América’ a los Estados Unidos de América, porque ¿dónde deja a los demás? Pero me da igual si Venezuela o cualquier otro país se siente ofendido. Nosotros somos los estados que quisieron unirse para formar el mejor país del mundo y somos el único país que quiso que la palabra formara parte de su nombre. Brasil no se llama a sí mismo ‘Brasil de América’, así que tenemos derecho a llamarnos América de forma abreviada siempre que queramos. Es una palabra preciosa y todo el mundo sabe que somos nosotros.
Andy Warhol, América
Traemos a colación un libro magnifico, especial en todos los sentidos, publicado por Siruela en vísperas navideñas, y que nos resistimos a que se pierda en la torrencial corriente de los lanzamientos estacionales.
Este América de Warhol. En edición facsímil en castellano por primera vez casi 30 años después de su edición original. Nos remontamos a 1985, Reagan Age, dos años antes de la repentina e inesperada muerte del artista, cuando era una auténtica estrella, precursor en la creación de un universo autorreferencial fértil y extremadamente lucrativo. La última Factory conciliaba admirablemente su tradicional condición de refugio underground con el de estudio de retratos de los ricos y famosos y punto de encuentro de la jet. Aunque desde un punto de vista creativo no se sintiera en su mejor momento, tal y como documentan sus Diarios, Warhol ejercía más que nunca como indiscutible patriarca de la escena artística neoyorquina, entonces la más efervescente del mundo. Bajo su ala protectora crecían Francesco Clemente, Basquiat, Keith Haring o Julian Schnabel.
América documenta a la perfección aquella época. Es un retrato fotográfico de EEUU centrado en los lugares predilectos de Warhol –Nueva York, Montauk, California, Aspen– y otros en los que recala más o menos accidentalmente como Kentucky o Texas. Nos atrevemos a decir que estamos ante la versión mundana y pop de Los americanos de Robert Frank. Si aquel apoyó su maravilloso retablo en blanco y negro en la elocuencia beat de Jack Kerouac, Warhol utiliza la suya propia para complementar y aliñar esta abigarrada colección de imágenes.
El resultado es una pieza de primera de la producción bibliográfica de Warhol, que en su aspecto literario reincide, en atinadas palabras de Estrella de Diego, traductora y editora del volumen, en “la máscara eficaz de un lenguaje anodino que da a la narración ese aire de comentario irrelevante que el autor persigue”, una constante, este “juego sofisticadísimo”, en la trayectoria de Warhol que ejerce un poderoso magnetismo en el lector. Pero no estamos a mi juicio ante el placer culpable que proporcionan ciertas letras basura; el lector atento sabe disfrutar, más allá del delicioso gossip de gente a la que por otra parte conocemos vagamente –una capacidad para prendarnos de personas remotas y difusas que comparte con el Kenneth Anger de Hollywood Babilonia– de una prosa precisa que en su pose divertidamente abúlica e insensible, en su falsa desgana, retrata al personaje trágico que fue Warhol, obsesionado con el amor y la muerte, espectador de excepción de lo que hace que suceda a su alrededor pero que raramente baja a la arena de las pasiones y los sentimientos.
Esa engañosa “narrativa frovolizante” articula toda la producción escrita de Warhol, en la que destacan títulos como Mi filosofía de A a B y de B a A o sobre todo sus Diarios, una pieza maestra de lectura imprescindible para entender al artista y muy recomendable para conocer de cerca los espacios en que se desenvolvió –particularmente el Nueva York cultural y artístico desde los años 50 hasta su muerte–.
América es, en definitiva, una pieza preciosa que recoge la esencia de Warhol y lo que representa, esa desaparición de las jerarquías que se sustancia en la Factory y en su arte, que subraya De Diego en su texto introductorio y que Warhol expresa en sus textos de brillante monologuista: “Mirar los escaparates de las tiendas es muy entretenido, porque se pueden ver todas esas cosas y estar encantado de que no estén en casa llenando los armarios y los cajones”, bromea aquel Diógenes de lujo que tenía su mansión del Upper East Side abarrotada hasta lo inimaginable de objetos comprados y ni siquiera desembalados. Poco más adelante encapsula la democracia y la abolición de las jerarquías en una lata de Tab: “Un Tab es un Tab y da igual lo rico que se sea: no se puede comprar uno mejor que el que se está bebiendo la mujer sin techo de la esquina. Todos los Tabs son buenos. Nancy Reagan lo sabe, Gloria Vanderbilt lo sabe, Jackie Onassis lo sabe, Katharine Hepburn lo sabe, la mujer sin techo lo sabe y tú lo sabes”.
BORJA MARTÍNEZ (@BorjaMzGz)