Hoy la malagueña Isabel Bono es cabeza de cartel del Festival Z, junto a Antonio Montes, en su jornada inaugural. Nada de fiarse de ella. La escritora presentó recientemente en Madrid su obra, merecedora (y mucho) del Premio Café Gijón 2016, con su dulce voz, invitando a leerla no con la única expectativa de encontrar tristeza, pues, contó, algunos de sus amigos incluso se habían reído con ciertos pasajes –por favor, que nos digan cuáles: no los encontramos-. Ay, pobre aquél que se confió, y bajó la guardia. Porque Una casa en Bleturge (Siruela) es literatura de golpe seco y alto impacto. Desarrolla el libre fluir de las conciencias sobre el corazón y alrededores de la tragedia: el temprano fallecimiento del hijo menor de seis años, que desestructura íntimamente los cimientos de la familia. El padre culpa a la hija y practica un escapismo sórdido con una joven amante. La madre se crece en su neurosis con arrebatos de abulia barojiana y una mezquindad cercana a la exasperante Menchu de Cinco horas con Mario de Delibes. Y la hija alimenta su trauma por la pérdida en páginas que la dejan anclada en una inmadurez castradora, alejándola por anticipado de la maternidad y condenando su estabilidad emocional al fracaso por adelantado.
Todo esto lo cuenta Bono en anécdotas breves pero contundentes, con una prosa certera, ágil, arrebatadora en el detalle de lo cotidiano, estremecedora en tanto que nos permite reconocernos en alguna de las miserias interiores descritas. Son los suyos fogonazos más que capítulos (titubea incluso a la hora de denominar al libro, “novela”), que hipnotizan y queman a partes iguales.
Es la suya una sensibilidad de valores impresionistas: al acercarnos tanto al lienzo de cada personaje, desdibujamos la realidad del paisaje para asfixiarnos en sensaciones descontextualizadas que aturden y nos dejan desprotegidos en el vacío. Y es el de la autora un estilo subyugado a transmitir un sentir constante de profunda soledad, a veces plástica que recuerda a la incomunicación de las obras maestras de Edward Hopper, a veces volátil en trenes que son más de lejanías que de cercanías.
En este puzle de asociación libre de pensamientos, cunde una desesperanza que degenera hasta el odio (el más desnaturalizado, del padre a la hija). Se cita al existencialista francés Albert Camus como guinda. Una obra original y arriesgada, disparada a bocajarro, que sólo podía haber sido escrita por una poeta.
MAICA RIVERA (@maica_rivera)
Una versión de este texto aparece publicada originalmente en el número de marzo de 2017, 280, de la edición impresa de la Revista LEER