Los personajes de Melville: iniquidad, inocencia y fatalidad
Bartleby y su pasividad subversiva; la angustiosa parálisis de Benito Cereno; la insoportable pureza de Billy Budd. Por su densidad simbólica y psicológica, las criaturas literarias de Melville forman parte de la mejor tradición literaria universal. Por J. RAFAEL HERNÁNDEZ ARIAS
En las obras de grandes escritores encontramos personajes que, sin elevarse al rango de los más célebres mitos literarios, como pueden serlo don Quijote, don Juan, Fausto o Hamlet, por alguna razón se aferran a nuestra memoria y afloran a la conciencia cuando uno menos se lo espera. Parecen funcionar como una suerte de déjà vu, y comprendemos que, en virtud de alguna misteriosa asociación, nos ayudan a identificar y a interpretar las circunstancias en que nos vemos envueltos. Tras una larga labor traductora esta sensación la he experimentado sobre todo con algunos personajes de Melville, dotados de una densidad, una consistencia y una complejidad insuperables.
Desde la personalidad extravagante por su pasividad y apatía de Bartleby, pasando por el alma tremebunda de Ajab, la inacción angustiosa de Benito Cereno, hasta la pureza y el halo virtuoso de Billy Budd, por las páginas de la obra del escritor norteamericano desfilan personajes saturados de referencias simbólicas y metafísicas, pero que no se quedan en meras abstracciones estériles. Nunca rompen el hilo con la realidad, por lo que nos mantienen inmersos en las potencias de lo verosímil. Melville construye el armazón psicológico de sus figuras mediante un meticuloso método estilístico que va ahondando, capa tras capa, en la personalidad de sus héroes y en la relación problemática que mantienen con su entorno. Por ello su comportamiento escapa a lo anecdótico y se integra en el plano universal del género trágico o del auto sacramental. Es casi imposible sustraerse a su fuerza de atracción. Estos personajes exhiben asimismo rasgos titánicos, fáusticos, quijotescos, hamletianos, pues Melville se sentía deudor de la gran tradición literaria y quería integrarse en esa aurea catena. Y ante todo no se puede olvidar que, pese a haber perdido su fe, Melville nunca salió de una cultura bíblica con acentos calvinistas de la que recibía buena parte de su inspiración. El Antiguo Testamento era, en particular, para él, un fabuloso depósito de sabiduría y un enorme campo de acción para la naturaleza humana, donde se libraban las luchas decisivas y se tocaban los últimos misterios de la humanidad.
Bartleby: un ser sin voluntad
Confieso que Bartleby es uno de mis personajes favoritos. Melville escoge como escenario de su existencia literaria el Nueva York de Wall Street, los despachos de abogados, el centro neurálgico del dinamismo fáustico de la gran ciudad, una de las mecas del american dream, y precisamente en uno de esos despachos es donde sitúa a Bartleby, una suerte de muerto viviente de pasado confuso que, paradójicamente, parece cobrar algo de vida mediante su negativa a cumplir con sus obligaciones. Su fórmula, «preferiría no hacerlo», se ha convertido en una de las expresiones más famosas de la literatura. La pasividad del pálido copista provoca desorientación en su entorno; sus colegas y superiores se preguntan, perplejos, si se trata de una provocación, de una burla o, incluso, si no estarán ante una estrategia subversiva. Con su actitud suscita sentimientos de rechazo, ira, melancolía, tristeza, incita a la reflexión, a preguntarse por el sentido de la vida, de la propia actividad. Todo se tambalea en el despacho de abogados con la presencia de este ser fantasmal, cuya voluntad atrofiada contrasta con el mundo que le rodea. No puede extrañar que Bartleby se haya convertido en un problema filosófico al que se dedican sesudos estudios, en los que se intenta explicar su comportamiento aplicando conceptos como el de alienación. Sea como fuere, el personaje de Bartleby inquietará y emocionará a todo lector con un mínimo de sensibilidad, y es muy posible que le acompañe durante el resto de su vida, brotando de la memoria en los momentos más inopinados.
Benito Cereno: roto por dentro
Para lanzar su imaginación Melville necesitaba recurrir a informes, crónicas, noticias de sucesos verídicos, que él interpretaba y reelaboraba dándoles un significado y una intensidad nuevos. Así ocurre con su relato Benito Cereno, basado en hechos reales, pero que él transforma esencialmente aportando elementos dramáticos. Se ha discutido hasta qué punto este texto puede considerarse un alegato contra la esclavitud. Pero a mi modo de ver, el aspecto esencial estriba en recrear la relación entre opresor y oprimido como drama psicológico. El método adoptado es el del misterio escondido a plena luz del día. Cuando el capitán americano Amasa Delano abandona su barco para visitar el Santo Domingo, un navío español dedicado al tráfico de esclavos, se sorprende ante el mal estado del buque y la extraña tensión emocional que atenaza a la tripulación. Aunque el lector interpreta correctamente los signos y es consciente con rapidez del peligro en que se encuentra el capitán Benito Cereno, el americano hace gala de una ingenuidad desconcertante. La dilación en Delano para darse cuenta de la verdadera situación en el barco irrita al lector, pero para el capitán americano lo que está sucediendo es casi inimaginable, pues se trata ni más ni menos que de la inversión del orden natural de las cosas. El mundo al revés: los esclavos son los amos; los amos, los esclavos. La incertidumbre por el destino de los protagonistas alcanza cotas insoportables. Benito Cereno logra al final hacer acopio de las fuerzas necesarias para saltar a la chalupa del capitán americano y salvarse. Pero la humillación y la angustia a las que ha estado expuesto, el haber tenido que presenciar las crueles torturas a las que sometieron a su amigo Aranda, desmembrado y despedazado por los esclavos, le han roto por dentro. Cereno se muestra incapaz de alegrarse por el rescate. Delano le pregunta: «Pero está a salvo, ¿qué arroja esa sombra sobre usted?». «El negro» es la única respuesta que ofrece el capitán español y en la que condensa toda su experiencia traumática. Si estamos ante una parábola revolucionaria, una paradoja moral o un conflicto teológico-político, es y será objeto de debate, pero el estado emocional que logra recrear Melville en la figura de Benito Cereno es algo que no se puede olvidar y que constituye la materia ideal para las pesadillas.
Billy Budd: el mal contra la inocencia
En las obras de madurez de Melville se insiste en temas como la fragilidad de la existencia moral del hombre, así como en su colisión con el mundo de la justicia y la ley. Esto mismo ocurre, en grado sumo, con el relato Billy Budd, la obra crepuscular de Melville, un fruto de la senectud. Escrita entre fases de agotamiento físico y mental, en esta obra probablemente vertiera todo su dolor por el suicidio de su hijo Malcolm, en plena juventud. El manuscrito está plagado de correcciones, carece de la espontaneidad de obras anteriores, y en la prosa meticulosa y reflexiva se aprecia una combinación de tristeza y serenidad. Budd, un marinero apuesto y querido por todos sus compañeros, es reclutado por la fuerza y pasa del barco mercante Rights-of-Man al buque de guerra Bellipotent (y los nombres encierran todo un manifiesto). El texto adquiere, más que nunca, la urdimbre de una parábola. Billy resulta la víctima de su belleza física y moral, de su ingenuidad y su pureza, de la trasparencia de su ser, ese es el destino de la inocencia en el mundo: despertar y excitar todos los propósitos malignos que constituyen el misterio de iniquidad. Así, la historia de la caída del hombre se repite una y otra vez. John Claggart, el master-at-arms, odiado y temido por la tripulación pero eficiente en su trabajo, se ve provocado por una naturaleza como la de Billy y acusa a este, injustamente, de sedición. Claggart, como Ajab, es un personaje cincelado en piedra veterotestamentaria, posee sus mismos rasgos obsesivos y fanáticos. Al final, Billy mata de un puñetazo a Claggart cuando éste le acusa ante el capitán Vere, quien no tiene otro remedio que ejecutar al marinero, tal y como mandan las ordenanzas, pese a ser consciente de su inocencia.
En los personajes de Melville que hemos mencionado se acumula toda la inspiración que ha creado figuras como el rey Lear, de Shakespeare, el Satán de Milton o el don Quijote de Cervantes; poseen el mérito de trascender la realidad sin traicionarla. Nos transmiten una emoción y un desasosiego indispensables para tomar conciencia de los enigmas que determinan nuestra existencia en este mundo.
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José Rafael Fernández Arias ha proyectado su interés por la cultura alemana y anglosajona traduciendo a numerosos autores: Nietzsche, Schopenhauer, Stirner, Kafka, Chesterton o De Quincey. De Herman Melville, siempre para la editorial Valdemar, ha adaptado al castellano ‘Bartleby el escribiente’, ‘Benito Cereno y otros cuentos del mar’ –incluido ‘Billy Budd’– o ‘Las encantadas’. Suya es, además, una de las más recientes traducciones de ‘Moby Dick’.
De la edición impresa de la Revista LEER, número 293, páginas 28 y 29.