#leer293: Herman Melville, la escritura océanica
Herman Melville cumple 200 años y sigue siendo un misterio. En parte porque murió fuera del canon. Pero también porque sus intenciones no fueron precisamente sencillas. De ahí que siga suscitando interpretaciones diversas como las que se suceden en las páginas del último número de LEER.
Hace algo más de un año un artículo publicado en Babelia, el suplemento cultural del diario El País, sirvió para que Moby Dick aflorara por unos días a la superficie del anémico debate cultural español. Se trataba de la primera entrega de lo que pretendía ser una nueva sección iconoclasta –”Clásicos latosos”– en la que su autor, Kiko Amat, un por lo demás estimable escritor en su género, se disponía a resumir «algunas de esas grandes obras de la literatura que seguro que ustedes no tienen intención de leer». Con atributos de monologuista Amat se estrenaba intentando desacreditar las virtudes de la obra maestra de Melville. Por una vez las redes funcionaron a favor del bien , Amat obtuvo más de una respuesta y la ironía pasada de vueltas, nota predominante de esta era del humor sin sentido del humor, no impuso su criterio negativo. La sección fue efímera y probablemente su autor esté todavía doliéndose de aquel trance.
Dada la inclinación de Amat por la música y la cultura pop, quizá la persona más indicada para convencerle de la grandeza de Moby Dick sería un veterano de la escena musical londinense reconvertido en excelente escritor, Philip Hoare. El año pasado, coincidiendo con la publicación en España de su último libro, El alma del mar, Hoare se ratificaba en la pasión melvilliana que ya había desarrollado en Leviatán o la ballena: «No puedo escapar de él. Melville es mi guía, como Bowie, como Próspero, el inventor, el hechicero, el mago. Es la persona que ha transformado el mar en alta literatura», explicaba a LEER. «No existe mejor libro sobre el mar que Moby Dick y jamás se escribirá algo parecido. Pero no trata solo del mar, también de las ballenas, de la fragilidad humana, de la ambición, del bien y el mal. Trata sobre lo que experimentamos en el mundo natural, aquello que la naturaleza nos expresa de manera poética».
Heraldo del futuro, del hastío existencial del oficinista a la inquietud espiritual ante la falta de sentido, anticipó desde el XIX la forma de contar del XX. Contra la incomprensión de sus contemporáneos y sobre todo de los nuestros, su obra maestra, Moby Dick, Quijote de los mares, sigue siendo una cornucopia literaria. Por eso hay que celebrar a Melville.
En el número 293 de LEER el traductor J. Rafael Hernández Arias reflexiona acerca de la densidad simbólica y psicológica de los grandes personajes de Melville: Bartleby y su pasividad subversiva, la angustiosa parálisis de Benito Cereno o la insoportable pureza de Billy Budd. Gonzalo Pernas explica el camino de Melville hasta Moby Dick, verdadera odisea moderna, «refutación brutal del optimismo emersoniano» que sustentaba la nueva civilización norteamericana y cuyo protoexistencialismo e iconoclastia no serán apreciados hasta bien entrado el siglo XX. Andrés Barba, autor de una de las más recientes adaptaciones al castellano de la novela, publicada por Sexto Piso, escribe sobre las dificultades de traducir Moby Dick desde su mismo e icónico comienzo, «Call me Ishmael», que anticipa el denso mundo de referencias bíblicas de la novela. A ese respecto Francisco Javier Expósito, autor reciente de un libro inspirado por el viaje de Melville a Tierra Santa, ensaya una hipótesis de trinidad espiritual encarnada por Ismael y Ahab y la ballena, que serían una proyección de Melville y sus progenitores. Y aún va más allá Álvaro Cortina en un excelente artículo sobre el capítulo 42 de Moby Dick, “La blancura de la ballena”, «epicentro del sistema nervioso» de la novela, una «reversión de la teología de la luz» donde Ismael, preso de un rapto casi chamánico, adopta maneras de profeta para reflexionar sobre el horror de lo blanco. Ada del Moral sitúa en el gran cetáceo al héroe de la historia melvilliana, y Víctor Márquez Reviriego acude a New Bedford de la mano de Malcolm Lowry para hacerle a Melville su Auténtica Entrevista Falsa –«La América de Nueva Inglaterra era entonces más pija y victoriana que la Inglaterra puritana y puñetera. Por eso el siglo XIX fue para mí el siglo equivocado»–. Óscar Caballero ofrece una breve y apasionante historia de la caza de la ballena, la gran industria preindustrial, un mundo de ayer nacido en el Golfo de Vizcaya y del que Melville levantó acta. Y José Luis Garci, en un fragmento recuperado de su libro de 1971 sobre Ray Bradbury, a punto de ser reeditado, reconstruye la aproximación del autor de Crónicas marcianas a la novela para escribir el guión de la película de John Huston.
Melville es portada de un número con otros muchos argumentos. Anxo F. Couceiro se pregunta quién mató los premios literarios después de que el último Biblioteca Breve reabriera tímida, y a veces cínicamente, el debate crítico sobre la dignidad de los mismos en España. Felipe Benítez Reyes y Juan Soto Ivars responden. En contraste, desde Francia, donde la mayoría de premios prestigiosos se conceden a libros ya publicados, Óscar Caballero cuenta en un informe imprescindible cómo su mundo editorial hierve al calor de una prosperidad donde las esferas antaño inmiscibles de la literatura y el best seller se confunden y los directores editoriales protagonizan traspasos millonarios, mientras una masa de jornaleros de la gloria de la escritura observan desde los márgenes del sistema.
Recientemente la Residencia de Estudiantes ha publicado un monumento de la cultura española, el Epistolario de Alberto Jiménez Fraud. Un personaje clave pero poco conocido, consagrado a la creación, desarrollo y dirección de la Residencia desde 1910 hasta mucho más allá de su clausura tras la Guerra Civil. Sus cartas ofrecen una historia coral, polifónica, que participa del gran relato de la diáspora europea y reúne testimonios muy importantes de lo que el propio Jiménez Fraud llamó el «naufragio español». Sobre esta trabajo imponente Borja Martínez ha hablado con uno de sus editores, José García-Velasco.
Y si Álvaro Bermejo esclarece los misterios y desactiva el potencial escandaloso que ante el nuevo puritanismo ofrece el arte de Balthus que ha brillado los últimos meses en el Thyssen, José Sánchez Tortosa escribe sobre educación aprovechando la coincidencia en librerías de varios títulos que cuestionan rigurosamente las fórmulas pedagógicas dominantes, entre ellos uno suyo, El culto pedagógico. Entrevistas con Javier Pérez Andújar (La noche fenomenal), Elisa Levi (Por qué lloran las ciudades), Carlos Manuel Álvarez (Los caídos), Eloy Tizón (Herido leve), Loreto Urraca Luque (Entre hienas) o Esteban Hernández (El tiempo pervertido) y las secciones habituales completan un jugoso número de LEER disponible en kioscos y librerías.