Lección de poesía, lección de vida
Lírica de las postrimerías. ‘Retirada’, de Pureza Canelo, y ‘Cielo’, de Javier Lostalé. Dos poemarios (a la contra) de 2018. Por JAVIER HUERTA
La poesía, «la más extraña de todas las actividades humanas, la única que sirve para el conocimiento de la muerte»: palabra de Broch. Más breve lo dijo ese loco lúcido que fuera Leopoldo María Panero: «La Poesía es el arte de saber morir». Tal vez, por ello, algunos poetas aguarden a la última vuelta del camino para tocar la plenitud. De Lope y Quevedo a Aleixandre o Gamoneda, el ejemplario es largo. Me viene esta reflexión, que los lectores inteligentes entenderán nada macabra sino todo lo contrario, tras leer los recientes poemarios de Javier Lostalé (Madrid, 1942) y Pureza Canelo (Moraleja, Cáceres, 1946). Fuera de la proximidad generacional y de la relación de amistad, ambos poetas coinciden también en una misma actitud tan discreta como independiente ante eso que llamamos el mundillo literario. Ahora, con pleno dominio del oficio, escriben de vuelta y sin concesiones a los gustos reinantes, tan de poco gusto; de ahí que no me parezca inoportuno entrecruzarlos en este comentario.
Retirada. Por sí solo el título del libro de Pureza Canelo –tan frayluisiano– resume bien lo que acabo de decir. La poeta ajusta cuentas con su vida, con la de los demás y también con la poesía, a la que lleva dedicada cincuenta años: «Un volver sobre lo vivido y lo escrito hincada en el adiós, sin pena ni gloria». Frente al bobo entusiasmo de los que, a cada paso, se enorgullecen de lo hecho, Pureza contempla escéptica la propia obra, nunca «mayor que cabeza de alfiler», dice. Cada vez más deudora de su Oeste originario, proclama el orgullo de sus raíces, de las que extrae la savia imaginaria: «Aquel pan moreno de la infancia cristaliza ahora»; «De pronto el agua, la niñez, aquellas ramitas lanzadas una a una, y otras en la mano guardadas contra el pecho»; «La plaza mayor toda nuestra, pueblos del alma».
Como referente esencial, único, Juan Ramón Jiménez. A la esencialidad de su pensamiento se encomienda la escritora: «Atardecer, pon un nombre a los días de paso lento y espiritualidad». Siguiendo al de Moguer, Pureza abandona el verso métrico y deja que la poesía se diluya en el curso de la prosa, a menudo aforística. Adelgaza azorinianamente la sintaxis y pone mordaza a la elocuencia a ejemplo de Mairena: «Hay tantos equipajes cargados de retórica, de presunción vana, de artilugios pintados de lo que convenga». Y carga inmisericorde contra las vanidades de la tribu literaria: «Muerde la tela de su incapacidad, pero los colegas en un café presumen de lo contrario»; «Me ofrecen presidir un jurado. Si supieran que dudo de mi capacidad de escritura»; «Deficiencia perenne entre nosotros. Vanidad sin límite. A la vez que tuertos y mancos, todos». Confesión y expiación, pero también sátira, van alternándose en este su escribir sin contemplaciones, que no elude lo trascendente. Así en el poema, para mí, culminante de la noche: «Todo lo vivido está escrito en la bóveda celeste, es mi pizarra. No quiero caer en la retórica de mundos y almas, pero es inevitable ante la falta de explicación al misterio».
Cielo. En un prólogo de título aleixandrino –«Consumación»– traza Javier Lostalé las líneas de su poética también en retirada, como se complace en constatar mediante los numerosos verbos con prefijo de falta o privación: desnacer –verdadero ritornello del libro–, desposeer, deshabitar, despoblar…, todo ello «camino ahora de la sombra final». A diferencia de Pureza Canelo, su propósito no es tanto ajustar cuentas con la poesía, el oficio y el gremio, cuanto con la vida misma, descrita como un paisaje de desolación: ruina, ceniza, niebla, vacío, crepúsculo, silencio…, a tono de quien jamás encontró la felicidad: «Quien ama / sin nunca haber sido amado / escribe ahora este poema / en el que se va borrando, / mientras su escritura / no deja de sangrar».
Tiene la palabra del poeta un añejo sabor barroco –más por el topos del desengaño que por el estilo, siempre austero–, propio también de la lírica de las postrimerías: «De todo lo vivido / ya no te queda / sino su engaño»; «en horas sin engaño / canta única tu verdad». Tiempo de anagnórisis y, en consecuencia, de catarsis: «Ahora ni busques sino purificarte / en la verdad solo tuya / que escondió tanto engaño». «Ciego error fue tu vida» escribe al frente de «Error», uno de los poemas más emocionantes. Acierta, por ello, Diego Doncel, en su esclarecedor epílogo, al caracterizar de «trágico» el poemario de Lostalé. Y, en verdad, lo es, si admitimos que la tragedia verdadera no conduce al callejón sin salida sino a la esperanza, como el más optimista objetivo de la creación, según lo quisiera Antonio Buero Vallejo. Aquí esta esperanza se traduce en objetivos diversos: mediante la palabra poética, bien que con la ausencia del objeto amado: «la escritura total de este poema / sin nadie»; mediante el sueño: «Soñar fue, / lo sabes ahora / que la muerte ya te espera, / la única verdad de tu vida»; y mediante la soledad como lugar de la sabiduría: «Abandonado y sin territorio / no regreses de donde estás, / pues no hay espacio más hondo / que el de un alma habitándose en soledad».
Retirada, Cielo: dos libros de espaldas a la frivolidad, la vulgaridad, la incontinencia verbal, tan frecuentes en cierta poesía actual. Transidos ambos, en medida distinta, de un propósito moral que los sitúa en la mejor tradición poética tanto universal –de los provenzales a Whitman y Pound– como española: de Sem Tob y Manrique a Antonio Machado y Cernuda. Sustantivos en lo común –no hay más que comparar sus títulos–, apuntan a intereses diferentes aunque afines y, a la postre, confluyentes: el desengaño que motiva Retirada se ensaña con la palabra, tan malgastada por los demás y hasta por la propia autora; el desengaño al que aboca Cielo se aplica a una peripecia de vida que nunca encontró la plenitud. Caminos los dos trágicos mas esperanzados. En Pureza Canelo: «¿Qué ha sido haber estado aquí? Desde la poesía he buscado la respuesta de lo menor hacia lo único. Sigo a la espera de la espera». En Javier Lostalé: «Aunque nadie ya te espere, / tu única verdad es saber / que en amor, aun sin rosa, / todo es inmortal». Dos grandes, hermosos poemarios, en fin.
Revista LEER, número 292, Invierno 2019