Susan Pinker: «Ya no hablamos con quienes piensan distinto a nosotros»
Las propuestas realizadas desde la psicología cognitiva por la autora canadiense vienen desafiando los lugares comunes del feminismo vigente y articulando vías alternativas desde las que defender la igualdad de oportunidades. Habla con LEER del estado de la cuestión, afectada como tantas otras por la creciente polarización del debate público. Por JULIO VALDEÓN
Susan Pinker, psicóloga, ha escrito The Village Effect (2014) –donde indagaba en la importancia decisiva para la salud física del contacto humano y las relaciones sociales– y La paradoja sexual (Paidós, 2009). Este libro, un clásico de nuestro tiempo, resultó decisivo para dinamitar las sesgadas interpretaciones de un cierto feminismo que, enfrentado a la ciencia, concluyó erróneamente que el reconocimiento y estudio de las diferencias biológicas, lejos de ayudarnos en el camino de la igualdad, operaría como herramienta al servicio de un grupo dominante. El limpio discurso de Pinker resuena como un tónico en los días de la posmodernidad y el puro y viscoso relativismo.
¿Cómo empezó a escribir ‘La paradoja sexual’?
En parte porque como psicóloga infantil casi todos mis pacientes, casi todos los niños con problemas de desarrollo a los que atendía en la consulta, diría que al menos el 80 por ciento, eran varones. Comencé a interesarme por cómo les había ido a algunos de mis primeros pacientes, a los que había visto dos décadas antes, y encontré que muchos de ellos estaban comenzando a disfrutar de un éxito laboral insospechado. Si las niñas en general tienen menos problemas psicológicos, menos problemas con los estudios, y si tienen más autocontrol y son más disciplinadas, ¿a qué se debe que la tendencia se invierta en los lugares de trabajo? ¿Por qué a menudo las mujeres eligen trabajos que no son los mejor pagados o los que otorgan más poder? ¿Por qué algunas de las mujeres que llegan más alto en el mundo profesional deciden en un momento dado abandonarlo para dedicarse a otras cosas?
¿Podemos responder más allá del plano ideológico y del diagnóstico político?
A mí me intrigaban las razones que explicarían que un sexo –hay gente que habla de género, pero yo prefiero decir sexo– domine y sea más exitoso durante sus años de formación, en el colegio, y luego esa tendencia se revierta al alcanzar la vida laboral. Al menos si nos fijamos en quién copa los trabajos mejor pagados o los puestos más altos en muchas empresas. ¿Por qué ocurre eso?
Por culpa del machismo y del secular arrinconamiento de las mujeres, ¿no?
Bien, miremos profesiones relacionadas con la enfermería y la ingeniería. Aunque en Canadá resulta similar el nivel de estudios que exigen, las carreras de ingeniería suelen estar mucho mejor pagadas, y con frecuencia las escogen hombres. Mientras que la enfermería, y la enseñanza, peor pagadas, suelen figurar entre las favoritas de las mujeres. Entonces llegan los reformadores sociales y condenan las lógicas del mercado y exclaman, «Oh, esto no está bien, deberíamos pagar lo mismo a la gente que tiene el mismo nivel de estudios». Ni qué decir que al adoptar esa actitud demuestran valorar más las elecciones de los hombres. Les conceden más importancia en virtud de que son trabajos mejor remunerados y, por tanto, los reformadores dedicarán sus esfuerzos a redirigir a las mujeres. E insistirán en que hagan las mismas elecciones favorecidas por los hombres. Es una forma bastante rara de afrontar la realidad, la verdad…
Desde luego sin atender a la ciencia…
Claro, porque hay muchos estudios que demuestran que, por decirlo de forma sencilla, hay más mujeres interesadas en carreras y trabajos que tienen que ver con la gente, o con animales, o con procesos orgánicos, mientras que los hombres, por regla general, tienden a seleccionar trabajos relacionados con cosas y/o sistemas, una discrepancia, gente/sistemas, bien contrastada, y la última novedad es que ha aparecido un estudio dedicado al Informe Pisa que demuestra que las chicas, basándose en los casos de 500.000 adolescentes en 67 países, obtienen unos resultados equivalentes en matemáticas y ciencia durante el bachillerato, y, eso sí, son mejores en los indicadores relacionados con la lectura y el lenguaje, mientras que los chicos son buenos en matemáticas y ciencia, aunque no mejores que ellas, y no tanto en el lenguaje. Puesto que pedimos a los chicos que elijan carrera basándose en aquello en que son buenos y en sus intereses, quizá tiene sentido que en aquellos países donde pueden elegir sin cortapisas las chicas prefieren carreras más relacionadas con el lenguaje. No porque sean malas en ciencias sino porque ahí tienen una ventaja en cuanto al lenguaje. Por otro lado, y esto también ha sido un descubrimiento sorprendente, las jóvenes eligen carreras de ciencias en mayor proporción en aquellos países donde gozan de menos libertades y protecciones, como Argelia y Arabia Saudí. Cuanto más igualitarios son los países, menos apuestan las mujeres por las carreras de matemáticas, ingenierías, etcétera. Al mismo tiempo, y por contraintuitivo que parezca, es en los países escandinavos donde proporcionalmente menos chicas eligen estudios superiores de ciencias.
¡Pero eso rompe todos los esquemas!
Cuanto más igualitario es un país, cuanto mayores son las garantías y las libertades, más libres son las mujeres para elegir exactamente lo que quieren. Las conclusiones de este estudio, que repito que abarca a 500.0000 adolescentes y 67 países, rebaten el dogma según el cual hay menos mujeres en ciencias por culpa de la discriminación o, sencillamente, porque no se sienten capaces. Algo que quizá sea cierto para un pequeño número, pero no para la mayoría, que sencillamente parece estar más interesadas en carreras de leyes o médicas. O en ser psicólogas. O periodistas. Y ninguna de esas carreras debería ser despreciada o ninguneada o considerada de segunda categoría simplemente porque no se considere «la típica carrera masculina». Y además, también esos estudios fueron «típicamente masculinos» hace 40 o 50 años, pero en cuanto se abrieron las puertas fueron copados por mujeres.
¿Qué opina de los ataques contra la ciencia en este campo?
Creo que uno de los principales errores que la gente comete es afrontar el asunto de forma simplista, diciendo que todo lo que tiene que ver con las decisiones de las mujeres está relacionado con la discriminación. Creo que para empezar minusvaloran a las mujeres, a las que consideran seriamente dificultadas para decidir por su cuenta, ya sabe, están controladas por la sociedad, mientras que los hombres, de forma milagrosa, se las arreglarían siempre para sobreponerse a las presiones del ambiente sean cuales sean y elegir libremente. Me parece una interpretación que infantiliza a las mujeres, que no saben lo que quieren. Sostener que las mujeres no ingresan en mayor número en carreras como ingeniería o computación por culpa de la discriminación es fácil, es vistoso, pero no refleja las conclusiones que ofrecen las ciencias sociales.
Unas aportaciones que han llegado a otros muchos ámbitos, por ejemplo a la política, donde los candidatos tienen psicólogos de cabecera, pero no a las aulas.
En las aulas, ahora mismo, resulta bastante raro que se tomen decisiones basadas en evidencias científicas. En ningún país. Todavía parece una idea radical contemplar la ciencia y considerar seriamente qué parece funcionar y qué no y tratar de aplicarlo en el ámbito de la educación. Por ejemplo, debido a que hemos renunciado a identificar las posibles diferencias naturales entre las chicas y los chicos, cuando ellos se portan mal en clase, cuando se rebelan o no atienden, cuando son bulliciosos, suelen ser castigados, mientras que cuando lo hacen las chicas los educadores identifican sus actitudes con algo más parecido a la diversión, a lo lúdico. De nuevo esto que digo no son opiniones. Se basa en un minucioso estudio publicado el pasado marzo en la prestigiosa Frontiers in Psychology. Le leo la introducción del paper: «Payasos de clase: un estudio demuestra que los niños con una disposición lúdica en el jardín de infancia son vistos como rebeldes y disruptivos por los maestros, a diferencia de las niñas juguetonas, que no son etiquetadas de esta manera. El desprecio de los maestros hacia estos “payasos de clase” y su activa desaprobación de esos comportamientos son asimilados por los propios niños y sus compañeros, lo que lleva a percepciones más negativas de los niños y disminuye su autoestima».
Tremendo…
Sería interesante, por ejemplo, dejar de decir que las niñas son clones de los niños y viceversa. Que los profesores, los maestros, tuvieran estos datos. Empezar a considerar, por ejemplo, estudios como el que año pasado alertaba de que a la edad de 12 años el número de niñas con depresión dobla al de los niños… mientras que el número de niños con problemas de aprendizaje dobla al de las niñas. Pero no podemos hablar de estas cosas. Y mientras no hablemos de ello no podremos ayudar a los niños.
Y todo en nombre de su bienestar.
Quizá ha contribuido la creciente polarización, que ha provocado que la gente ya no hable con quienes piensan distinto, y es algo que no sólo sucede entre la derecha y la izquierda, sino entre quienes escuchan lo que tiene que decir la ciencia y quienes consideran que la ciencia tiene su propia agenda política, que la ciencia, por ejemplo, es un producto del patriarcado y por tanto no podemos creer nada de lo que diga. Pura ignorancia, aunque solo sea porque la mayor parte de los investigadores en el campo de la psicología y las ciencias sociales son mujeres.
En este terreno tengo la sospecha, terrible, de que la izquierda ha renunciado a muchos de sus valores y parece haber retrocedido a posiciones, no sé, casi victorianas.
Cualquiera que centre todo en la ideología y se niegue a explorar nuevas ideas corre el riesgo de operar en un marco mental totalitario, donde aquellos que no encajen serán tildados de traidores. Hoy mismo he renunciado a seguir escribiendo en un blog sobre psicología porque he recibido amenazas contra mí y mi familia, y la verdad, no merece la pena ni siquiera participar en algo que básicamente consistía en compartir información con el público.
A usted, desde la trinchera identitaria, la acusan de reaccionaria.
Y sin embargo yo nunca he dicho que no exista la discriminación. O que las mujeres a veces no lo tengan más difícil cuando tratan de criar una familia y al mismo tiempo de triunfar en sus carreras con arreglo a unos ideales del triunfo puramente masculinos…
¿Masculinos?
El éxito sigue definiéndose por parámetros masculinos, esto es, por lo que más valoran muchos hombres. Cuánto dinero ganas y cuánto poder tienes. El error del feminismo de la Segunda Ola consiste en creer que las mujeres comulgan con esos ideales. Cuando los estudios nos dicen lo contrario, por ejemplo que las mujeres cultivadas no hacen necesariamente el mismo tipo de elecciones profesionales que sus pares masculinos y ni siquiera comparten todos sus valores. Hay otro estudio, puede encontrarlo en mi web, este de 2014, en el que se atendía al pequeño porcentaje de mujeres y hombres más cultivados y sus decisiones profesionales. Aunque hablamos de mujeres en el top del uno por ciento en cuanto a habilidades en matemáticas y ciencias, las elecciones que hicieron veinte, treinta años más tarde de licenciarse eran diferentes a las de los hombres. Porque sus valores difieren. Los hombres valoraban más trabajar con horarios extremos. Ganar mucho dinero. Que sus aportaciones sociales fueran concretas. En cambio había más mujeres interesadas en vivir y contribuir a una sociedad más justa y en trabajar con gente a la que respetasen. De modo que cuando tienes esos dos tipos de sistemas de valores es normal que las elecciones sean distintas. No todo tiene que ver con la discriminación. También cuenta lo que la gente quiere. Quienes consideran injusto todo lo que no sea un reparto al 50 por ciento en los trabajos entre mujeres y hombres nunca mencionan la fontanería, o la pesca, o la conducción de maquinaria pesada, ni otros trabajos sucios, o peligrosos, o con horarios terribles. Nada dicen tampoco de las enfermedades y los accidentes, que afectan mayoritariamente a los hombres. Curiosamente eso no parece que le preocupe a nadie.
Hacía un presente con pasado feminista
Por Leyre Khyal
La propuesta de Susan Pinker sobre la diferencia sexual tiene forma de teoría. En ella destaca la obra Paradoja sexual, por constituir una mirada singular sobre la realidad de los sexos de una complejidad a la que no estamos acostumbrados.
Merece la pena situar la obra de Susan Pinker cercana a lo que ocurrió en los años 70, una etapa feminista liderada por pensadoras europeas como Luce Irigaray, Lia Cigarini o María Zambrano.
A dos décadas de publicarse El segundo sexo de Simone de Beauvoir (obra fundacional de la segunda ola feminista, dedicada al análisis de las causas estructurales que impedían la igualdad), surge la denominada tercera ola, en sus inicios ocupada de la reflexión sobre las condiciones de libertad de las mujeres a partir del cuestionamiento de la idea de igualdad que había marcado las conquistas de los años previos.
Las primeras feministas de la diferencia pensaron que mujeres y hombres no vivían ni expresaban la libertad de manera idéntica y, por ello, el feminismo de la igualdad había fracasado al exigir unas condiciones que hacían ininteligible la libertad femenina.
La noción de «libertad en relación» marcó el pensamiento de la diferencia y determinó buena parte de la teoría feminista de este periodo. A pesar de ello, muchas preguntas quedaron sin resolver y los más interesantes debates jamás sucedieron.
De manera repentina nuestro continente incorporó discursos relacionados con el devenir del feminismo estadounidense, dejando de lado su propia historia.
Por si fuese poco, a este fenómeno se le debe sumar otro de gran calado, y que conviene no perder de vista: la invisibilización deliberada entre feministas, una constante ya en el corazón de nuestra genealogía, presente en el silenciamiento de Simone Weil por parte de Simone de Beauvoir y sus contemporáneas.
No debería omitirse la visibilidad de esta violencia intrínseca en ningún análisis de la teoría feminista, pues parece que más que lo personal es político –lema instalado por Kate Millett e insistentemente repetido desde entonces– lo político se hubiera convertido ya desde el principio en una cuestión ante todo, personal. Como si hubiese en el feminismo una incapacidad profunda de ser feminista, o como si éste a menudo se revelase como una amenaza a las propias feministas y nosotras mismas tuviésemos que detenerlo de alguna manera.
El impedimento más acuciante del feminismo contemporáneo para seguir adelante es la propia ignorancia de sí mismo. Tal vez por eso la mayoría de las reivindicaciones actuales se sostienen sobre un sentimiento de carencia más que sobre una conciencia histórica o bien formada en alguna cuestión concreta. Cuando no se convierte, directamente, en una persecución a quien se culpa del problema. El clásico mecanismo expiatorio para sostener el mito colectivo (que debería estar en la diana de la acción feminista) se ha convertido, sin embargo, en la motivación última del activismo.
En este contexto, los planteamientos empíricos de Susan Pinker tienen un valor casi profético, pues nos reconectan con ese pasado del que, sin saber muy bien por qué –y precisamente por ello–, huimos despavoridas. Desde los años 70 las feministas de la diferencia vienen repitiendo que el patriarcado no existe y que las mujeres son libres «en relación» más que alcanzando objetivos individuales, como se defendía en la segunda ola. Es esta la hipótesis que corrobora Susan Pinker desde el paradigma científico, y queda asociada, además, con la fortaleza biológica femenina.
El feminismo (o al menos ese feminismo del grito y del correr hacia adelante) sigue haciendo oídos sordos, como si no quisiera saber lo que sus hermanas descubrieron sobre la libertad femenina en el pasado, o ignorando hallazgos en esa misma dirección, como se demuestra con las reacciones a las aportaciones que Susan Pinker ofrece en el presente.
Quienes afirman que Susan Pinker y sus afines ideológicas son pensadoras superadas deben saber de la necesidad de un presente desde el pasado de manera urgente y valiente, que permita retomar los verdaderos debates sobre las condiciones de la libertad femenina que fueron suplantados a partir de los 80.
Afrontar las cuestiones aún no resueltas es decisivo para determinar el horizonte feminista. El debate honesto biología vs. cultura no se ha resuelto y es imprescindible. Si las feministas no sabemos de dónde venimos o en qué lugar estamos, difícilmente sabremos adónde queremos llegar.
Si las mujeres no asumimos la responsabilidad de nuestra propia libertad, ésta quedará reducida a la mera invasión del espacio masculino, y la habremos transformado en una cuestión de responsabilidad que deban asumir los hombres. El destino de la libertad femenina quedará terriblemente delimitado a un logro hasta donde los hombres lo permitan. Al fin y al cabo, es en el territorio de la masculinidad donde estamos insistiendo en dar una batalla que, de fondo, nos compromete a nosotras mismas. Reducir la libertad femenina a arrebatar espacio a la masculinidad criminalizándola es una guerra innecesaria que además ya estaría perdida.
Por todo ello es imprescindible reivindicar el feminismo emancipador y responsable de Susan Pinker y de muchas más condenadas al ostracismo. Es el feminismo definitivo, y sin duda llegará, pues no hay camino posible para la libertad femenina que no pase por reconocerla.
Leyre Khyal es feminista disidente, antropóloga y sexóloga
Textos procedentes del Número de Verano de 2018, 290, de la Revista LEER.