Treinta y nueve novísimos
Diez años después de su primera antología de jóvenes escritores iberoamericanos, bautizada como Bogotá 39 2007, Hay Festival ofrece un nuevo repertorio. Hablamos con seis de ellos para reconocer inquietudes, motivaciones y referentes. Por JOSÉ FAJARDO
¿Qué está pasando en la literatura joven de América Latina? Hay Festival elaboró el año pasado la segunda edición de la lista Bogotá 39 con los 39 escritores de ficción menores de 40 años más destacados de la región (a su juicio) para tratar de ofrecer una respuesta. El antológico experimento ha servido, al igual que en 2007, para agitar un debate.
«Este tipo de antologías generan diálogo y crean bulla», explica a LEER la colombiana Margarita Valencia, responsable de la edición del libro que incluye textos de los 39 autores y ha sido publicado en 13 países por 14 editoriales independientes, entre ellas Galaxia Gutenberg en España. Algunos de los escritores antologados estarán en el Hay Festival de Segovia entre el 20 y el 23 de septiembre.
El jurado encargado de la selección lo han formado la argentina Leila Guerriero, la mexicana Carmen Boullosa y el colombiano Darío Jaramillo. La lista incluye autores de 15 países de América Latina: siete de México, seis de Argentina y de Colombia, cuatro de Chile, tres de Perú, dos de Ecuador, de Uruguay y de Brasil, además de un representante de Cuba, República Dominicana, Bolivia, Costa Rica, Venezuela, Guatemala y Puerto Rico.
El objetivo de Bogotá 39 es promocionar la obra de estos escritores y establecer vínculos entre las literaturas de cada país. La iniciativa recuerda a otras similares realizadas con anterioridad en Iberoamérica como las de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) o las listas de revistas como Granta, además de las antologías McOndo, editada en 1996 por los chilenos Alberto Fuguet y Sergio Gómez, y Líneas aéreas, publicada tres años después por Lengua de Trapo.
«Este proyecto pone de relieve la inmensa riqueza y diversidad de lo que se está haciendo en la región. Tenemos asegurada la buena literatura en Latinoamérica para mucho tiempo», asegura Margarita Valencia. En su opinión, lo importante es fortalecer el diálogo continental entre los autores jóvenes. «Hace 10 o 15 años había que pasar necesariamente por España para alcanzar el prestigio. La idea es que los autores argentinos se lean en Colombia, que los venezolanos conozcan a los mexicanos, y así sucesivamente, sin necesidad de ese tránsito hacia el otro lado del océano».
Es inevitable comparar a los 39 autores con los de la primera lista de 2007, cuando Bogotá fue Capital Mundial del Libro. Entre ellos estaban el colombiano Juan Gabriel Vásquez, la mexicana Guadalupe Nettel, el peruano Daniel Alarcón , el guatemalteco Eduardo Halfon y la cubana Wendy Guerra. «En su mayoría eran grandes escritores, pero ahora hay un salto cualitativo importante: varios ya han sido publicados en inglés y otras lenguas y eso no pasaba hace una década», reflexiona Valencia.
Hablan los elegidos
En 2007 «existía mucho más aislamiento», cree una de las seleccionadas, la escritora mexicana Valeria Luiselli. «En aquella primera generación la mayoría se conocieron por primera vez al participar en la lista. En este caso muchos de nosotros ya llevamos años de diálogo constante. Los escritores latinoamericanos estamos más conectados que antes».
Una de las críticas que más se han escuchado durante estos últimos meses es que la mayoría de los elegidos son hombres, el doble del total: 26 frente a 13 mujeres. «Estas listas deberían ser paritarias. En un mundo ideal en donde no fuera más difícil para una mujer publicar o ser leída en determinados círculos, esto no sería necesario. Pero no vivimos en ese mundo ideal», defiende la ecuatoriana Mónica Ojeda.
«Siento que ya no existe la formalidad de antes, cuando un escritor tenía la ambición de ser embajador de su país o ministro de Cultura», resalta el dominicano Frank Báez. «Acá sólo somos jóvenes que escriben y hacen lo posible para vivir de eso». Sobre la selección, Báez señala tres características: «La increíble calidad de las escritoras, la escasa representación del Caribe y que muchos autores viven fuera de sus países, ya sea porque se fueron a estudiar a Estados Unidos o porque viven en grandes capitales como Ciudad de México». Y se pregunta: «¿Es posible contar tu país desde fuera?».
Responde el cubano Carlos Manuel Álvarez, que vive en México. «Cuba se ha contado y se seguirá contado desde fuera. En mi caso, irme me dio otra perspectiva y así pude hablar de un tema esencial: el exilio, tan presente en la historia reciente de mi país».
«Esta generación literaria tiene una obsesión: las fracturas sociales y los traumas políticos vistos o narrados desde la intimidad y no tanto desde la épica», dice Giuseppe Caputo. Este colombiano cree que el interés de la lista radica también en las ausencias. Gracias a su trabajo como director cultural de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo) ha descubierto nombres, como la mexicana Fernanda Melchor, que «sin duda merecerían estar».
La argentina Lola Copacabana piensa que «el ser latinoamericano es algo que tiene que ver con nuestra geografía y su historia compartida: nuestra hermandad como excolonias, que tiene implícita toda una serie de horrores pero también nos dio una lengua mayoritaria en común. Como escritora, todo eso resulta en un cóctel interesante».
«Hace diez años había que pasar por España para alcanzar el prestigio. Ahora ese tránsito al otro lado del océano ya no es necesario», afirma la editora Margarita Valencia
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Carlos Manuel Álvarez
CUBA DESDE LOS MÁRGENES
Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, 1989) se bifurca entre dos senderos: el periodismo y la ficción. «El nivel de esfuerzo, rigor y tiempo es alto en ambos casos si te lo tomas en serio. Pero en la ficción solo entra en juego mi cabeza, puedo escribir desde cualquier sitio y eso supone cierta libertad. En el periodismo intervienen más factores externos, los personajes no están en tus manos».
El autor cubano, que desde 2015 vive en México, entró al periodismo «como un motel de paso para escribir ficción». Fue uno de los fundadores de El Estornudo, uno de los medios online en Cuba que han revalorizado la crónica periodística. Cuando terminó la universidad ya había publicado gracias a un premio el libro de cuentos La tarde de los sucesos definitivos.
Desde 2014 hasta 2017, mientras compaginaba colaboraciones con distintos medios internacionales, fue dando forma a La tribu: retratos de Cuba (Seix Barral, 2017), un caleidoscopio de crónicas que retratan la realidad de su país en un momento histórico, desde el deshielo de las relaciones diplomáticos con Estados Unidos hasta la muerte de Fidel Castro.
Son 16 historias en las que el autor se adentra en el imaginario cubano (la escasez, el exilio, la censura, el boxeo, el béisbol, la música) a través de personajes que, en su mayoría, han sido derrotados y permanecen en los márgenes del sistema. «Ese margen es el centro del país, todos somos periferia en Cuba porque el poder político nos ha desplazado. A mí me interesa esta gente que no acaba de encontrar su sitio, cuyo lugar es volátil, que están apartados pero a la vez son el corazón del país».
El icónico malecón de La Habana fue el punto de partida del libro. «Rechazo esa moda de la autoficción, donde el que escribe cree que su experiencia es interesante per se cuando en realidad en su vida no está sucediendo absolutamente nada. En vez de hacer eso e inventarme una nada yo decidí recorrer el malecón, literal y metafóricamente: el malecón como malecón, pero también el malecón como país».
Tras ese trabajo de reporteo de más de tres años, el autor necesitó volver a la ficción, a esa soledad que le permite habitar en los mundos que sólo existen en su imaginación. En otoño saldrá con Sexto Piso su novela Los caídos, protagonizada por una familia cubana de un pueblo de provincias.
«En este caso el drama cubano, o el país, es sólo un trasfondo. Me interesa vaciarlo y ver el poso que deja en las personas esa atmósfera, el drama que pueda surgir del contexto que conozco y convertirlo en ficción. Explorar los dramas de la ruptura, el desarraigo, la angustia y la opresión y ver qué puede pasar en una familia con todo eso».
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Frank Báez
LO INTELECTUAL Y LA CALLE
«Nací en República Dominicana en 1978 pero tempranito mi familia se fue a México. A los cinco años regresé a mi país y vivía en un barrio que se llama Miramar. Cuando había huracanes nos subíamos al techo de la casa y veíamos las olas que tiraban piedras y peces. Si dejabas la tapa del inodoro abierta por la noche los cangrejos se colaban en tu cuarto. Estudié psicología y después me fui a Chicago para hacer una maestría. Esa experiencia de tratar de asentarme en una ciudad tan distinta me expandió el mundo. A diferencia de todos los dominicanos volví acá de nuevo. Santo Domingo es apasionante, muy cosmopolita».
Así describe su biografía el autor de la colección de poemas Este es el futuro que estabas esperando (Seix Barral, 2017). Su voz en la poesía surgió a partir de su identidad como dominicano. «Al principio fue una crisis, estaba acostumbrado a leer a poetas que venían del frío y no sabía cómo yo iba a poder explicar lo que vivía, ¿tú sabes?». Desde entonces esos detalles de lo cotidiano recorren sus textos: el malecón, zapatos mojados por la lluvia, casinos, evangélicos, jubilados en el bingo, cibercafés, guaguas, boxeadores…
«Me interesan las palabras cuando van pintando algo: situaciones que uno ve en la calle y de alguna manera ya están en un nivel surrealista. La realidad es tan maravillosa en el Caribe que uno solo trata de captarla. Me influye William Carlos Williams y sus imágenes yuxtapuestas para explicar esas locuras que él veía en Estados Unidos».
Frank Báez quiso ser poeta cuando su padre le leyó una frase de Dylan Thomas: «La mitad del mundo es del demonio y la otra mitad es mía». Después se contagió con las claves ocultas del Ulises de James Joyce y La tierra baldía de T. S. Eliot. En su obra consigue bajar al pueblo la alta cultura que le inspiró, «disfrazando la pedantería». «Ese es mi jueguito, mezclar lo intelectual con la calle. Buscar una forma de contar que sea extravagante y con humor. Es riesgoso, claro, pero la literatura es un poco eso: decir las cosas de manera distinta».
Frente «a la poesía con tendencia panfletaria entre los 60 y 80 en Latinoamérica», el dominicano reivindica el hip hop, el rock duro y la cultura popular para enganchar con el lector. En sus líneas se cuelan Dunkin Donuts y DJ Tiesto, las Converse Magic y la NBA. Ese interés por conectar con el que está al otro lado le impulsó a fundar junto a otro escritor de su tierra, Homero Pumarol, El Hombrecito, un proyecto de spoken word donde mezclan música, poesía y visuales.
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Giuseppe Caputo
MÍSTICA Y VIOLENCIA
Un taller con la escritora chilena Diamela Eltit cambió la vida de Giuseppe Caputo (Barranquilla, 1982). «Esa mujer habla y salen diamantes. Dice genialidades todo el tiempo, tiene una capacidad de ver lo que nadie ve. Me amplió el espectro con influencias inesperadas que van desde la antropología hasta el psicoanálisis».
De aquella experiencia salió una novela que aún permanece inédita. «Tengo además tres libros de poemas que no han salido a la luz. No tengo afán por publicar, si no estoy muy seguro con algo no lo muestro». Por suerte, sí se atrevió a compartir Un mundo huérfano (Literatura Random House, 2017), su debut literario, una historia tierna donde la violencia se asoma sin avisar.
«Habla de unos personajes que han sido desposeídos de bienes materiales y pueblan su despojo simbólicamente. Son sujetos de barrio cuyas vidas y muertes a nadie importan y que tratan de darse a sí mismos un lugar que la sociedad les niega».
Esta historia de un padre y su hijo se desarrolla en una ciudad en el mar, salvaje y nocturna, que bien podría ser la Barranquilla donde nació al autor colombiano. «Está presente en esa consciencia que tenemos en Latinoamérica de las fronteras invisibles, que si las cruzas te pueden matar. Pero para mí la novela es un híbrido de todos los lugares donde he vivido».
De padre italiano y madre barranquillera, Caputo cursó periodismo en Bogotá y después amplió sus estudios en Barcelona, Nueva York y Iowa, donde se especializó en estudios queer y de género. Es un apasionado de la poesía y entró a la literatura por los místicos Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
La violencia en su libro se ejerce contra el diferente. Es el horror hacia lo que no se entiende. Y es doble: duele el acto, pero también su representación. «Lo que no se puede clasificar genera ansiedad. Ahí entran personajes como Ramón Ramona, para el que uso el género neutro que permite nuestro idioma».
El autor utiliza la imaginación pero no como un recurso a la fantasía para huir de la realidad sino como conciencia política. Sus personajes esperan que el mar les entregue algo de valor como una metáfora de una fuerza superior (la religión, el Gobierno) que debiera ocuparse de ellos. «En este mundo huérfano hay una orfandad económica, social y política. La gran mentira del capitalismo es que todo depende de ti: si te esfuerzas, saldrás de la pobreza. Ese discurso te hace sentir más alienado aún».
Caputo se enfada cuando algún lector le ha dicho que las escenas explícitas sobre los encuentros sexuales del protagonista sobran. «Su derecho a sentir y dar placer es lo único que tiene ¡y encima se lo quieren quitar!».
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Lola Copacabana
FEMINISMO EN RED
A principios de siglo, Inés Gallo de Urioste, alias Lola Copacabana (Buenos Aires, 1980), empezó a escribir en la Red. «En ese momento yo era una madre soltera muy joven, estudiaba Derecho en la Universidad de Buenos Aires», recuerda la autora. Su blog se llamaba Naughty Bits y se convirtió en el primero en publicarse en formato libro en Argentina, con el nombre de Buena leche: diarios de una joven (no tan) formal (Sudamericana, 2006).
«En la época de la joven Internet los que teníamos blogs, que éramos pocos, intentamos inventar, muchos desde un registro íntimo, nuevas formas de narrarnos. Exploramos registros, lenguajes que nos conectaran, inventamos alias. Algunos entendimos la importancia de crear un personaje, buscar un estilo propio, encontrar una voz».
Hay varios aspectos en la vida de Copacabana que se pueden rastrear en su obra: su trabajo y formación como psicoanalista, su posición en el mundo editorial como fundadora del pequeño sello Momofuku junto a su esposo (el escritor Hernán Vanoli) y su estancia actual en Iowa (Estados Unidos), donde estudia una maestría de escritura creativa.
Otra de las constantes en su percepción como autora es su proximidad al movimiento de la Alt Lit estadounidense en torno a autores como Tao Lin, Sam Pink y Noah Cicero. «En 2014 antologué y traduje junto a mi marido el primer tomo que, a nivel mundial, reunía trabajos de estos jóvenes escritores. Chicos sensibles de clase media, o media baja, no institucionalizados, que se venían conectando en red, buscando nuevas formas de narrar las sensibilidades propias del imperio en el nuevo siglo».
Más referencias: Simone de Beauvoir. «Mi conexión con su obra ha sido múltiple, intensa, variante a lo largo del tiempo. Mi primer libro es en cierta medida autobiográfico y lleva como referencia en su subtítulo al primer tomo de la autobiografía de Beauvoir, a quien yo por esa época leía mucho, con fervor. Por entonces, cuando la tercera ola del feminismo se demoraba en llegar al sur del continente, su vida y su obra fueron importantes en mi formación, como ejemplo, como inspiración».
Lola Copacabana habla, no sólo en las entrevistas sino también en sus textos, sobre feminismo, es algo explícito para ella. «Hoy día es, afortunadamente, un movimiento que ha adquirido una inmensa potencia y que está haciendo enormes avances en hacer a la sociedad consciente de las injusticias históricas y las formas en que estas deberían ser reparadas. Como señala Sarah Ahmed, ojalá termine por convertirse en una práctica moral que forme parte del sentido común de todos nosotros».
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Valeria Luiselli
ENTRE DOS MUNDOS
Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) se siente parte de una comunidad de intelectuales latinos que viven en Nueva York. «En esta ciudad coincidimos novelistas, periodistas… En parte es una población flotante, que viene por una beca de estudios, permanece un rato y se va, pero también hay un grupo de gente asentada, como es mi caso, que se mueve entre dos mundos y dos lenguas: el inglés y el español».
El concepto de travestismo lingüístico es importante en la obra de la escritora y periodista mexicana. «No creo que los idiomas tengan cualidades: esa idea de una lengua para la filosofía y otra para el humor es un argumento desafortunado, incluso peligroso. Pero es cierto que tengo libros en inglés, otros en español, incluso he escrito en los dos idiomas la misma historia hasta que me decanto por uno. Muchas veces espero que sea el tema el que decida».
Cita el ejemplo de su anterior obra, Los niños perdidos (Sexto Piso, 2016), un ensayo sobre «la burocracia, la maquinaria y la violencia institucional contra la población hispana en Estados Unidos». La autora trabajó de forma voluntaria como traductora para la defensa de menores migrantes centroamericanos en la corte migratoria de Nueva York y ahí empezó a recopilar testimonios devastadores que al final se convirtieron en libro.
«La primera vez lo escribí en inglés y al tener que reescribirlo para la edición en español me obligó a mirar con más detenimiento. El original se duplicó en tamaño», recuerda. «En 2017 la población hispana detenida en Estados Unidos superó a la afroamericana. Las personas migrantes indocumentadas son un blanco, han aumentado muchísimo las detenciones en centros migratorios, incluso de menores. Es gente que no ha cometido ningún delito salvo no tener papeles».
Califica la llegada de Donald Trump al poder como «un desastre», pero cree que ha despertado el activismo entre los escritores latinoamericanos. Los conceptos de raza y migración se han colado en novelas, cuentos y ensayos contemporáneos. «El 95 por ciento de la gente de mi entorno eran personas con ideas políticas pero no estaban involucradas, ahora sí lo están».
Entre sus obras anteriores destacan las novelas Los ingrávidos (2011) y La historia de mis dientes (2014), ambas en Sexto Piso. Su trayectoria está marcada por ideas recurrentes como el desplazamiento, el bilingüismo o el sentimiento de ser extranjero. Por la profesión de su padre (diplomático) ha vivido en varios países, además de México y Estados Unidos, entre ellos Sudáfrica, Costa Rica, Corea del Sur, India, España y Francia. «Nuestra biografía nos va definiendo. Esa herencia está en todo lo que yo hago».
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Mónica Ojeda
HORROR Y DESEO
Al hablar de la literatura de Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) se utilizan adjetivos como perversa, pornográfica y obscena, pero también valiente, contemporánea… «Me gusta pensar que cuando escribo corro riesgos y soy bastante extrema a voluntad. Por ahora me interesa hacer eso y atreverme a escribir sin ningún miedo. Mis temas cambian y seguro seguirán cambiando, pero por ahora encuentro que se conectan en el abordaje de la violencia, la sexualidad y el daño».
Existe una línea donde la tecnología se cruza con el deseo y el erotismo en su obra, en la que también juega un papel destacado el mal o lo enfermizo. Esta idea conecta con algunas de las películas más extremas y malsanas de David Cronenberg (Videodrome, Crash, Inseparables), con la estética del cyberpunk e incluso con el gore de serie B.
«Llegué a este universo de influencias como consecuencia de que Internet es ya parte de nuestro paisaje contemporáneo. En mis últimas dos novelas era imposible no convertirlo en personaje ya que allí están nuestros deseos y también nuestros horrores. Y también la banalidad: mucha banalidad del mal».
Los dos libros a los que hace referencia son Nefando (2016) y el más reciente Mandíbula (2018), ambos publicados por la barcelonesa Candaya. «Creo que las editoriales independientes son las que toman los riesgos ahora y quienes descubren escrituras imprescindibles. Me gustan mucho los catálogos de Eterna Cadencia, de Mar Dulce y de La Turbina Editorial, además del de Candaya».
«Quería pensar sobre el miedo y lo que el miedo es capaz de hacernos y de hacerle a las relaciones que establecemos con otros. En Mandíbula lo hice a través de unos personajes femeninos en atmósferas opresivas y en donde estos despliegan con fuerza toda su capacidad de desear y de morder».
Esta ecuatoriana vive en Madrid, donde está haciendo un doctorado, pero aclara que «la herencia de Ecuador la llevo dentro, en todo lo que soy». Fue profesora universitaria y ahora querría ser librera. Sus referentes están en la poesía. «Empecé a escribir porque me di cuenta, leyendo, que las palabras son sensoriales y que pueden generar experiencias intensas tanto en la mente como en el cuerpo».
Confiesa que todavía siente chuchaqui (resaca en Ecuador) de la experiencia compartida en Bogotá 39. No cree en una identidad iberoamericana, «sino en sus múltiples identidades posibles». Para Ojeda, hay una temática que une a los autores hispanos de su generación. «Creo que todos tenemos interés, desde distintas poéticas y miradas, en lo que la violencia y el daño hace con las personas. La familia como sede de dichos conflictos también está presente en muchos de nuestros textos».
Un artículo publicado originalmente en el Número de Verano de 2018, 290, de la Revista Leer.