Todo arte es una forma de diferencia y repetición. O de diferencia en la repetición. Cualquier historia que se nos ocurra ha sido ya contada y vivimos bajo la maldición de reescribir lo que ya ha sido leído, de relatar lo que ya ha sido escuchado. Sin embargo, el verdadero artista acepta su condición de imitador y despliega todas sus habilidades en el terreno de la creación con la comodidad del que convierte en ventaja cada traba del proceso. Shakespeare reescribió con Romeo y Julieta el mito de Píramo y Tisbe de Las Metamorfosis de Ovidio. Pintores como Gustave Doré, Salvador Dalí o Paul Cézanne, y cineastas como Orson Welles o Terry Gilliam han reinterpretado, cada uno a su manera, el Quijote de Cervantes. Y con Providence, Alan Moore logra rendir homenaje a Howard Phillips Lovecraft adaptando el universo y mitología del escritor estadounidense a la coyuntura del siglo XXI. Poniendo la repetición en el efecto de alienación en el lector, ese extrañamiento existencial que siempre produjo la obra del de Providence. Y, según palabras del propio Moore, buscando la diferencia al alejar el relato lovecraftiano de la vetusta visión de principios del siglo XX en la que había enraizado. Los viejos mitos deben adaptarse a las nuevas épocas.
Y quién mejor que Moore para llevar a cabo esa tarea. El escritor y guionista nacido en Northampton ha sido admirador de Lovecraft desde su no-tan-tierna infancia, época en la que fue expulsado de la escuela por vender LSD y acabó su formación en un colectivo artístico experimental. Fue entonces cuando descubrió las viñetas como vehículo para dar vida a sus relatos y hasta la actualidad no ha dejado de reescribir la historia del cómic década tras década. Este autoproclamado practicante de magia ceremonial cuenta entre sus guiones con algunas de las mayores obras maestras de la novela gráfica: V for Vendetta, Watchmen, From Hell, Promethea, The League of Extraordinary Gentlemen o Batman: The Killing Joke. En su último trabajo, Providence, aúna su devoción por Lovecraft con su interés por el misticismo, la relación entre vida y muerte o las realidades paralelas, y con ello cierra el círculo en el que indagar sobre la esencia misma del terror.
Almas gemelas
Este no es, sin embargo, el primer contacto del guionista británico con la obra de Lovecraft. En sus cómics ha resonado desde siempre la influencia de las criaturas y relatos de quien, junto a Poe, es considerado uno de los más grandes escritores de terror de la literatura norteamericana. La mitología de Lovecraft se dejó ver en Watchmen en algunos detalles menores, pero sobre todo en la destrucción final de Nueva York a cargo de una criatura gigante con tentáculos que recuerda demasiado a un Primigenio. En The League of the Extraordinary Gentlemen: Dossier negro incluyó un relato en prosa donde mezclaba los mundos de P. G. Wodehouse y de Lovecraft. O, continuando con este grupo de personajes extraordinarios, en Nemo: Corazón de Hielo un grupo de expedicionarios capitaneados por la hija del Capitán Nemo viajarán a la Antártida para acabar encontrándose con la ciudad maldita de En las montañas de la locura.
A pesar del visible homenaje a los relatos de Lovecraft, todas esas referencias no sirvieron de eje de ninguna de las historias de Alan Moore hasta la aparición del cuento “The Courtyard” en la antología The Starry Wisdom: A Tribute to H.P. Lovecraft. En aquel relato, Moore se alejaba de los años 20 y 30 en que vivió Lovecraft para reconstruir algunos de sus mitos a finales del siglo XX. Aldo Sax, un agente del FBI especialista en casos extraños, investigaba un conjunto de asesinatos cuyas escasas pistas le llevaban hasta un club y la existencia de una droga que permitía conectar con ciertas verdades que ningún hombre o mujer debería conocer.
Lo que no debía ser más que un texto de homenaje resonó en la imaginación de Moore hasta el punto de decidir emprender uno de sus últimos grandes viajes por las viñetas. Orgulloso como estaba del relato –lo considera uno de sus favoritos–, no dudó en permitir que Antony Johnston y Jacen Burrows realizaran la adaptación a cómic (estos autores también se encargaron de convertir en viñetas otros dos relatos de Moore: Zaman’s Hill y Recognition. En conjunto, los tres relatos que Alan Moore escribió en prosa entre 1994 y 1995 estaban basados en distintos sonetos de Hongos de Yuggoth). Insatisfecho con la corta vida de la trama plasmada en el cuento decidió escribir una continuación a la historia y volver a contar con el arte de Burrows. Nacía así Neonomicon (2010), cómic donde se continuaba con la idea de diferencia y repetición de Moore respecto a la obra de Lovecraft: mismos mitos, distinta época. Y si la sexualidad en la obra del autor de Providence era considerada por muchos como la gran ausente, Moore decidió plagar sus páginas de violencia y sexo explícito, convirtiendo éste último casi en el eje alrededor del que orbitaba la historia. La obra no pasará a la posteridad como una de las mejores creaciones del guionista, pero sirvió para romper el sello que abrió la puerta de la mente de Moore a las dimensiones de los grandes antiguos. Providence estaba en marcha.
El que se supone último gran trabajo de Alan Moore en cómic –y que muchos han definido como su segunda mayor obra tras Watchmen– nos cuenta las andaduras de Robert Black, periodista que abandona su trabajo en el Herald de Nueva York para embarcarse en la ambiciosa tarea de escribir una novela sobre la Norteamérica oculta, aquella que se esconde tras la historia oficial. La homosexualidad del protagonista es así un guiño a tantas otras facetas escondidas de los personajes que pueblan el relato y que por una u otra razón viven al margen de la normalidad establecida, escondidos bajo tierra. Nos encontraremos en sus páginas con sociedades secretas, familias aisladas en pueblos inaccesibles que practican todo tipo de ritos sexuales, seres del inframundo y puentes entre esta realidad y otras dimensiones como la de los sueños y el inconsciente.
El terror bajo nosotros
Semejante minuciosidad en los detalles ha requerido de la monumental labor de documentación a la que nos tiene acostumbrados Alan Moore. Así, en Providence ha desarrollado un proceso creativo de más de tres años que culminó con otro medio año de lectura y anotaciones de todo lo escrito sobre Lovecraft: sobre su biografía y sobre sus obras, representadas una y otras a través de los doce números en que se divide el trabajo –reunidos aquí en España en tres tomos por Panini, y cuya última entrega vio la luz el pasado mes de octubre–. Cada entrega rinde homenaje a uno de los relatos y mitos del universo de Lovecraft. Reconoceremos El color surgido del espacio, La sombra sobre Innsmouth, El horror de Dunwich o El caso de Charles Dexter Ward a lo largo de sus páginas, pero sobre todo reconoceremos el poder ancestral que otorgaba Lovecraft a los libros y que Moore mantiene inalterable.
Providence es una obra sobre un escritor y sus mitos, sobre los libros que inventó y los que tal vez ya existían y se mantenían ocultos. Pero también, y sobre todo, es una adaptación de todo ello a los nuevos tiempos, haciendo un profundo repaso a las claves y símbolos nacidas de la vida y obra de Howard Phillips Lovecraft. Fuera por virtud de sus trabajos, de sus seguidores o simplemente de las circunstancias que rodearon a uno y otros, la biografía del escritor de Nueva Inglaterra se ha visto rodeada desde siempre por un halo de misterio y horror. ¿De dónde vino la inspiración para crear sus obras? ¿Existieron realmente algunos de los volúmenes que describió en sus relatos?
En El modelo de Pickman, Lovecraft dio voz a un atemorizado narrador que hablaba de un pintor llamado Richard Upton Pickman, conocido por ser capaz de plasmar la verdadera anatomía de lo terrible o la fisiología del miedo. Pero si terroríficos eran sus cuadros, aún más aterrador fue descubrir que el artista no imaginaba sus abominables creaciones, sino que las copiaba del natural. Una realidad paralela se abría a nuestro mundo y daba paso a toda suerte de horrores. Tal vez sea esa posibilidad la que más nos intriga del universo de Lovecraft: que no sepamos discernir si todo lo escrito por su pluma fue fruto de la imaginación o de la observación directa. Que tal como sugiere Alan Moore en Providence, nunca existió en la obra de Lovecraft diferencia en la repetición, sino pura y tenebrosa repetición del terror que vive bajo nosotros.
JOSE VALENZUELA (@jvalenzuelaruiz)
Una versión de este artículo aparece en el número de septiembre de 2017, 285, de la Revista LEER.