O si se quiere, notario mayor: José Luis Melero trae apuntados en una hoja, para ilustrar a los madrileños que venimos a enterarnos de lo que se cuece en Zaragoza y estribaciones, los nombres de los escritores que protagonizan la insospechada edad de oro de la literatura aragonesa. Es la minuciosidad del registrador entrenada fichando todavía hoy, en tarjetas escrupulosamente archivadas, los 35.000 títulos de su biblioteca.
En esa hoja están todos, y los que no están brotan durante la conversación. Les conoce y les ha leído a todos, en un compromiso maníaco con la tierra y con el papel que le corresponde en esta preciosa película que es el Aragón literario: Melero sería el erudito admirado, entrañable y bienhumorado al que todos saludan por la calle.
Como evitando el momento de profesionalizarse –por un exagerado sentido del pudor y el respeto– en el mundo que es la pasión de su vida, el del libro, José Luis Melero (Zaragoza, 1956) tardó mucho en publicar su primer libro “exento”. Pero es que necesariamente tenía que ser así. “Los míos son libros de madurez, fruto de haber leído cientos, miles de libros y de haberlos asimilado. Yo había publicado muchas cosas anteriormente, ediciones críticas, antologías, prólogos, pero no un libro propio. Ignacio Martínez de Pisón, que es como mi hermano, me decía, ya está bien de que siempre te tengamos que presentar como el bibliófilo, el Pepín Bello de aquí, el ágrafo; no, tú tienes que escribir. Luis Fernández Clemente me ofreció escribir unas memorias para la Biblioteca Aragonesa de la Cultura, que es donde apareció la primera edición de Leer para contarlo en 2003”.
Después llegarán más libros, rarezas como Manual de uso del lector de diarios, una bibliografía exquisitamente facturada por Olifante, expresión del interés de Melero por el género –“siempre que hay chismorreo yo me divierto mucho. Félix Romeo y yo disfrutábamos mucho descubriendo todas las X en los diarios de Trapiello”–. Pero están sobre todo los volúmenes que recogen sus artículos en Heraldo de Aragón. “Un día Antón Castro me propuso hacer una columna semanal; por qué no vas contando cosas de tus lecturas, de tus libros. Y me dije, por qué no, al fin y al cabo cada libro de mi casa tiene una historia: dónde lo compré, a quién perteneció, quién fue ese autor al que nadie conoce. Porque yo sé de esas cosas de las que no saben los demás. Lo que no está en el canon. Eso lo saben los catedráticos, los críticos y la gente que tiene que saber. Yo ni puedo ni quiero competir con ellos. Yo no me dedico a esto, vivo del derecho, trabajo en el registro de la propiedad, pero esto es una parte muy importante de mi vida, es mi pasión. Gracias a Antón, y a ponerme esa obligación semanal, llevo 15 años haciendo la columna, que es la más leída del periódico, contando con humor cosas que pienso que a los demás les pueden interesar. Y han salido ya tres volúmenes de columnas. A mí me gustan mucho estos saberes inútiles, no codificados, arrabaleros. Pero todas estas cosas sólo las puedes saber cuando cumples 50 años y llevas 35 leyendo y recorriéndote todas las librerías de España y Europa.
El placer bibliófilo puede ser un vicio onanista. Tú sin embargo haces acervo de tu conocimiento.
Esto es algo que a mí me ha obsesionado siempre. Primero, yo no soy un bibliófilo al uso, porque los bibliófilos al uso no leen. Son coleccionistas. Yo no soy coleccionista. Soy lector. Compro libros para leerlos, aunque no pueda leerlos ni en diez vidas que tuviera. Dedicaría mi vida entera a leer. Pero de lo leído, si todo lo que he aprendido me lo guardo para mí, no tiene ninguna gracia. ¿De qué se beneficia la sociedad de mi biblioteca? La respuesta a esto es escribir, contar lo que has leído. Para que los demás disfruten de tus experiencias, de tus recomendaciones, para que cuando vayan a una librería de viejo sepan distinguir el grano de la paja, para que sepan que hay autores menores que no están en el canon y que hay que leerlos.
¿En qué momento te empiezas a apasionar por el libro como objeto?
Cuando a los 17, 18 años me doy cuenta de que comprar primeras ediciones en los rastros es más barato que comprar segundas o decimoquintas en las librerías, y que encima es mucho más elegante. Si sabías buscar, si madrugabas… si sabías literatura y sabías más que el que te vendía, encontrabas lo que querías. Ya me lo dijo Luis Marquina, el librero de Hesperia, que ha sido uno de los más grandes libreros españoles: la clave es saber más que el librero que te vende. Yo compré El Sable de Gálvez, cuando nadie sabía quién era Gálvez, porque yo sabía quién era Gálvez. Eso ahora vale 6.000, 8.000 euros, y a mí me costó 10 pesetas.
Eso de comprar de viejo más barato cada vez será más complicado…
Internet ha acabado con todo. Menos mal que a mí esto me ha cogido con la biblioteca hecha. Sigue habiendo oportunidades, aunque cada vez menos. Antes las había sin cuento. Porque la gente no tenía dónde informarse. La profesión de librero de viejo es la más difícil. Le entra de todo y tiene que saber de todo. Pero si andas espabilado les puedes coger en algún renuncio. Antes les cogías en muchos.
La bibliofilia tiene bastante de picaresca.
Es verdad que no es la actitud más noble, pero tampoco somos gilipollas. A ti te piden tanto y tú lo pagas. Yo ni regateo ni engaño, porque nunca he sabido hacerlo, pero oye, si me piden un precio yo lo pago. Y si está mal tasado, allá películas.
¿Y es a través de esta pasión que te integras en la vida literaria?
No, es mi pasión por la literatura. Yo soy de ese mundo de siempre. Yo he estado en todos los ajos, formo parte de una revista que fundamos hace ya 40 años, Rolde, de literatura y de cultura aragonesa, en la que han publicado todos los escritores aragoneses. Hago mil cosas, conozco a la gente y la gente me conoce porque mi vida es esto. Y siempre me he llevado bien con todo el mundo. Eso ayuda. Y he ayudado a quien he podido. Mi biblioteca está siempre abierta. Aquí vino Juan Manuel de Prada cuando era un chaval para escribir Las máscaras del héroe, porque le dijeron que tenía yo las cosas de Gálvez. Ha venido mucha gente a trabajar. Yo no presto libros, porque desaparecen, pero les he dejado trabajar aquí a todos.
¿Qué pasa en Aragón que hay una inclinación a la vida pública de escritores y poetas? Ahí tenemos los ejemplos de Emilio Gastón, de Labordeta, de Chesús Yuste, Ignacio Escuín…
Tienes razón, no lo había pensado… La Chunta, donde militaba Labordeta o milita Chesús Yuste, un partido que fundamos un grupo de amigos y en el que sigo militando, es un partido de intelectuales, no tiene base obrera, pero ha sido el tercer partido de Aragón, ha tenido diputados en Madrid, últimamente Chesús, y el propio Labordeta lo fue dos legislaturas. El caso de Emilio también es muy claro, fue por el PSA el primer diputado aragonesista de izquierdas en las Cortes de Madrid. Nacho Escuín, que es un poeta extraordinario, es hoy director de Cultura del Gobierno de Aragón, y José Luis Acín director del Libro. Decía Costa que en Aragón son antes las leyes que los reyes, y es verdad. Aquí tenemos una sensación de que la res publica nos pertenece a todos, de que todos tenemos que colaborar. La política sigue siendo una actividad respetada, y eso hace que muchos se comprometan con el desempeño público desde el trabajo intelectual, que es donde nacen las ideas. Los líderes históricos de la CHA eran todos doctores universitarios. Y tenemos una cosa muy buena, y es que somos gente que queremos mucho lo nuestro pero nunca nos miramos el ombligo. Por eso Zaragoza es una ciudad tan acogedora. Entendemos que es tan importante lo de los demás como lo nuestro, y que hay que vivir en armonía, y eso nos da un plus de sentido común, de sensatez, que siendo lo que somos, y siendo una comunidad con los mismos derechos históricos que otras, puesto que como reino hemos tenido reyes, y derecho foral, que lo seguimos utilizando todos los días, sin embargo siempre nos ha podido el sentido común. Queremos estar con todos, no nos queremos enfadar con nadie.
Da la impresión de que hay aquí una fraternidad generalizada, los egos sometidos a ese sentido común del que hablas. Llamativo para el que viene por ejemplo de Madrid, donde la gente está para el triunfo y el mundo de las letras y los escritores es muchas veces una jaula de grillos…
Nos lo dice todo el mundo. Nos llevamos todos razonablemente bien. No hay puñaladas. Es verdad que la ausencia de egos que he visto aquí no la he visto en ninguna otra parte. Ves a Martínez de Pisón, premio nacional de Literatura, y es un tipo normal. Yo le digo siempre que ha llegado donde ha llegado a pesar de sí mismo. Abrirse paso sin haberlo buscado, sin hacerse publicidad ni haber pisado a nadie es como un milagro. Pero es que aquí hay mucha gente así. No hay celos, no hay problemas. Hay sitio para todos: es una frase que a mí me gusta mucho decir. Cuantos más haya mejor, y nos leemos todos. Creo que hay un ambiente estupendo.
BORJA MARTÍNEZ
Una versión de este artículo fue publicada en el número de septiembre de 2017, 285, de la Revista LEER.