Lleva años Iván Vélez desarrollando en artículos, libros y conferencias la idea de nación española que Gustavo Bueno fijó en dos textos esclarecedores que se antojan hoy de lectura esencial para comprender las raíces de la crisis política que vivimos. De España no es un mito (Temas de Hoy, 2005), pero sobre todo de España frente a Europa (Alba, 1999) extrae Vélez la diferencia entre imperios generadores e imperios depredadores, a partir de la cual inicia el desmontaje de los prejuicios con los que, desde el siglo XVI, se ha juzgado, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, la Historia de España. En Sobre la Leyenda Negra (Encuentro, 2014) explica: “La caracterización que hacemos del Imperio español como imperio generador queda demostrada en virtud de un objetivo plenamente cumplido una vez derrumbada tal estructura política. Así es: en la actualidad existe en el continente americano una veintena de naciones soberanas con importantes nexos culturales y políticos, con una gran implantación de las instituciones españolas, algo impensable en los imperios –depredadores– coetáneos del español: Inglaterra y Holanda principalmente”. No es posible, opina Vélez, seguir sosteniendo que la codicia y la brutalidad (que las hubo, como en todo despliegue de potencia imperial) fueron los únicos motores que guiaron la actuación de los conquistadores y los evangelizadores españoles en América, una idea que combate también en El mito de Cortés (Encuentro, 2016).
¿Fue colonialista la conquista española de América?
No, sin duda. El imperio español, que era un imperio católico, fundó más de 500 ciudades, creadas todas ellas con una misma estructura y en las cuales la población autóctona fue incorporada a la Corona. En los imperios depredadores, la célula, en lugar de ser la ciudad, es la factoría o la colonia. Estas últimas no interfieren en la cultura autóctona sino que extraen materiales y esclavos. Las factorías se quedan en la costa, son una plataforma, pero no se mezclan ni interfieren en las estructuras políticas existentes.
María Elvira Roca ha criticado que en la película de Díaz Yanes y Pérez Reverte, ‘Oro’, se reproduce el discurso negrolegendario que presenta una conquista bárbara sin más objetivo que el botín, ¿qué te parece?
Son comprensibles las críticas por el episodio histórico escogido y la presencia de algunos temas negrolegendarios. No obstante, bajo la sangre hay aspectos interesantes. Gorriamendi sólo busca oro, pero Martín Dávila anhela fama y fortuna. También es reseñable la presencia del escribano real, que levanta acta de los hechos y verifica la entrega del quinto real, al tiempo que recoge el idioma de los naturales. En cuanto a los indígenas, no se presentan en convivencia armónica ni se oculta su antropofagia. El final es clave. Dávila clava en el océano el emblema imperial, incorporando al orbe hispano el conocido como Lago Español.
¿Por qué la versión que más se ha divulgado es la de Bartolomé de Las Casas?
El libro tuvo mucho éxito, pero en el debate no venció Las Casas, venció Sepúlveda. Es decir, la conquista no quedó sólo en manos de la Iglesia, ni a los indios se les restituyó lo que teóricamente era suyo. Como vio Motolinía, aquel libro era un arsenal de armas para los enemigos del Imperio. Las Casas ofrece ideología a los que tenían también tecnología, y la tecnología entonces se llamaba imprenta. El texto de Las Casas, iluminado con los dibujos de Teodoro de Bry, es una operación propagandística brutal, un arma arrojadiza contra España, hecha además por un hombre de la Iglesia española. Nunca se dice que Bartolomé de Las Casas era esclavista y que fue un encomendero. Ha quedado lo que Bolívar decía de él, que era “el apóstol de las Indias”.
¿Cuál fue el papel de la Iglesia en la conquista?
La Iglesia participa en la cohesión imperial y en su disolución. Es un eje central desde 1492, pero tres siglos más tarde los gritos independentistas en México los da un cura, Miguel Hidalgo y Costilla. En el imperio español hay dos perspectivas. La Iglesia defendía por el imperio hacia Dios, pero la visión política es por Dios hacia el imperio. Y estas dos perspectivas a veces se enfrentan. No olvidemos que las medidas de Cisneros colocando a gente de la Iglesia en puestos muy destacados las corrige en cierto modo Carlos I al llegar. Hay una dialéctica complicada y a veces incompatible.
De alguna forma, España se forja con la espada y con la cruz, ¿son esas sus principales señas de identidad?
España ya no es un mito, es una realidad histórica y política tangible, hoy existe España. Y claro que ha tenido en su origen mucho de espada y mucho de cruz, pero yo niego que sea una unidad de destino en lo universal, no hay ningún destino y España, como cualquier otro Estado, puede desaparecer. Sin embargo, desde el materialismo filosófico manejamos una idea de España que no nos remite a Viriato, nos remite a Asturias; no a la recuperación del reino visigodo, sino a una operación de escala imperial, de ahí que sea doblemente católico, en su acepción etimológica, avance hacia toda la Tierra, con la espada en una mano y la cruz en la otra. Cortés llevaba soldados, pero también clérigos.
Reflejas en tu libro cómo durante las conmemoraciones del V Centenario del Descubrimiento en 1992, el propio Estado hacía llamamientos para no celebrarlo.
Y para trasformar el descubrimiento en encuentro. El problema de la Leyenda Negra no es que exista, es la interiorización de sus postulados. Es algo suicida, porque asumir esos complejos te lleva a la autodestrucción. Somos un producto de la transformación del imperio, pero si somos naciones homologables con otras de nuestro entorno, no sé de qué hay que avergonzarse. En América hay un mestizaje extraordinario y uno puede ir de Alaska a la Patagonia utilizando un mismo idioma. Quevedo ya se da cuenta de que si no se han asumido todas las tesis, desde luego, no se han combatido, y se asumen por muchas vías, como el teatro. Lope ya incorpora a sus obras los tópicos del español altanero y fanfarrón. En ese momento no era peligroso, porque aún había fuerza, pero cuando deja de existir esa fuerza, se siguen manteniendo los estereotipos. Y eso debilita. En el siglo XIX aprovecharon esa debilidad para cortar amarras con el imperio de forma abrupta, sin reparar en que ellos, los criollos, ya que las revoluciones no las hicieron los indígenas, eran también hijos del imperio que defendían intereses turbios y espurios que no se pueden obviar. Esa es la complejidad de la Leyenda Negra.
¿En qué medida la Ley de Memoria Histórica puede ser considerada también parte de esa pulsión suicida?
La Ley de Memoria Histórica tiene mucho de suicida en cuanto que vuelve al maniqueísmo, pero ¿cómo reconstruyes la historia si recurres a una actitud iconoclasta eliminando todos los vestigios y todas las placas? Desde el punto de vista personal y familiar puedo entender que se abran fosas, pero desde el punto de vista ideológico no, porque lo que se pretende es reverdecer la historia de las dos Españas y dar entrada a un cainismo que no sé muy bien a qué conduce y que oscurece más que aclara. Lo más nocivo es que hay quien reafirma su posición actual en lo que hizo su abuelo y pretende tener algo pendiente conmigo por lo que supuestamente hizo el mío. Políticamente es muy imprudente.
Pero no parece ser algo exclusivo de España, en EEUU se están produciendo ataques a las estatuas de Colón.
Ahí, además, hay componentes relacionados con los intereses de las iglesias evangélicas, porque Colón tenía mucho de fanático cristiano y era esclavista. Es una figura muy controvertida, pero es falsa la versión que cree que Colón arrojó una piedra que rompió la mansedumbre de ese estanque precioso que era América. Ahora sabemos que esa armonía no existía. El tzompantli de México que ha parecido hace un par de años, un altar de cráneos, demuestra que los cronistas contaban la verdad sobre las rivalidades entre grupos indígenas y sobre su crueldad.
¿Cuál es el origen de la Leyenda Negra contra España?
Según las tesis de Sverker Arnoldsson, el origen hay que buscarlo en la Italia de los Reyes Católicos, y tiene que ver con el racismo y con la acusación de que los españoles eran unos cristianos deficitarios, por su convivencia con judíos y musulmanes. Con el tiempo, la acusación será la contraria, y a partir de la Reforma se ve a los españoles como unos fanáticos ultracatólicos. Por otro lado, desde la esfera de la política, la Leyenda Negra es una guerra de propaganda que llevan a cabo potencias que anhelan tener los territorios españoles. Lo político y lo religioso se conjuga en los Países Bajos, porque hay una vinculación entre la fe católica del monarca y sus objetivos políticos, frente a Inglaterra, que tiene su propia Iglesia, o los Estados europeos que adoptan la Reforma. En el XVIII, hay un giro que viene dado por la Ilustración, a partir del cual se acusa a España de ser un país en el que hay ciertos atavismos de intolerancia, de estar fanatizado y de tener tiranizada a América, porque hay intereses de implantación francesa e inglesa en el continente.
El concepto, sin embargo, es posterior…
La expresión define una situación que no era nueva, ya que la habían combatido antes Quevedo y Jiménez de Quesada, pero cristaliza poco después de la caída de Cuba, cuando Emilia Pardo Bazán explica, durante una conferencia en París en 1899, que frente a esa leyenda negra, expresión que toma del francés, hay una leyenda dorada, y que es en esa dialéctica donde hay que ajustar la historia de España.
Has afirmado en alguna ocasión que indigenismo e islamofilia son las formas actuales de la Leyenda Negra.
Sí, ambas cosas tienen mucho que ver. En los procesos de independencia, los indios, precisamente porque gracias a las leyes del imperio tenían cierta protección, estaban más del lado realista que del independentista. Pero estos dan la vuelta al argumento y reescriben las historias nacionales obviando los tres siglos del imperio, que se ponen entre paréntesis, y tratan de conectar el México del XIX, por ejemplo, con el México prehispánico. Y en España, los nacionalismos fragmentarios utilizan en gran medida ese mismo argumento indigenista. Los catalanistas dicen que hasta la llegada de Felipe V, Cataluña era un Estado casi aparte, y que España, esa prisión de naciones, les obligó a ser de otro modo, pero que esas señas de identidad aflorarán porque están grabadas desde el principio de los tiempos. Los vascos también dicen que han vivido aparte de la nación española, pero es mentira. Si miras la relación de conquistadores hay muchos vascos. Heredia el viejo iba con Cortés, y era un vasco. Todas las regiones españolas participaron en la empresa americana por la vía política o por la vía religiosa. Y esa visión hispanofóbica se manifiesta también a través de la islamofilia. Cervantes ve como una medida positiva la expulsión de los moriscos en 1609, a través de su personaje Ricote, cuando dice aquello de que no sería correcto cultivar la sierpe en el seno propio. Pero lo mismo que los indigenistas creen que había una Arcadia feliz antes de llegar los españoles a América, la Arcadia en España habría sido la de las tres culturas, que señaló Américo Castro, y eso permite reivindicar Al-Andalus, que como Serafín Fanjul ha demostrado, en absoluto era una sociedad armónica.
¿No es sorprendente que la izquierda más joven en España, la de Podemos, tenga esa fascinación por lo indígena y lo islámico?
Podemos son Leyenda Negra pura, asumen todos sus postulados. Además del indigenismo, asumen el atraso histórico español que se traduciría en un déficit democrático, y defienden la realización de una idea confederal de España que acabaría en una balcanización absoluta. Las culturas que ellos creen detectar en la nación están hechas bajo los patrones del mito de la Cultura. Es una especie de posmodernismo que tiene que ver con la idea del eurocomunismo que lanzó Carrillo en su momento, inspirada en el diálogo cristiano-marxista. No olvidemos que la encíclica Pacem in terris distingue en España cuatro lenguas y que la liturgia se impulsa desde los pueblos a las ciudades, un fenómeno que asumen las izquierdas. Recuerda que en el Pozo del Tío Raimundo estuvo un jesuita llamado padre Llanos. Y eso son los de Podemos, curas rojos, tienen un visión clerical cuando hablan, por ejemplo, del pueblo. Yo sé lo que es la nación, pero no el pueblo, ¿el pueblo de Dios? Hay un cierto lascasianismo en las tesis de Podemos, al considerar que España es un error constante que habría impedido el libre desarrollo de los pueblos, tanto de América como de España.
¿Es necesaria una reforma de la Constitución o incluso una segunda transición para superar la crisis actual?
Para fortalecer la nación serían como mínimo necesarias tres medidas. La primera, ilegalizar todos los partidos que propugnan la destrucción de la nación, una media de salud democrática mínima, de hecho todos los países de nuestro entorno la tienen. Por supuesto, el español debería estar, como mínimo, en pie de igualdad con las lenguas regionales, no puede estar discriminado. Por último, acabar con algunas reliquias como las que subsisten en Vascongadas. Todos los derechos históricos son anacrónicos y no es admisible en una nación de ciudadanos que existan particularismos. En definitiva, hay que hacer una reforma constitucional en sentido contrario a la que se adivina que se quiere hacer.
¿Pero sería posible una recentralización de España?
Es muy difícil, porque hay unas redes clientelares muy potentes y hay mucha gente que vive del Estado autonómico, de su expolio más bien. No digo que esté a la vuelta de la esquina pero hay que plantear este debate sin ceder un milímetro, cada ciudadano que esté convencido de que esto es bueno para todos los españoles debe dar la batalla, resistir, por lo menos resistir a estas inercias que ha asumido todo el espectro político. Hay mucha gente que empieza a darse cuenta de los efectos disolventes para la nación que tiene la Constitución del 78, y esa gente buscará una manera de hacer valer su voz, como ocurrió en las dos manifestaciones que hubo en Barcelona.
¿Ha sido correcta la respuesta del Estado de Derecho al desafío soberanista?
Asumiendo que desconocemos los arcana imperii, es evidente que las políticas lingüísticas y mediáticas aplicadas durante más de 40 años, unidas al continuo mercadeo para llegar al gobierno de los partidos políticos mayoritarios, han conducido a una situación de degradación que ha desembocado en una crisis nacional, no regional, ya que afecta a la soberanía nacional. PSOE y PP, en los sucesivos gobiernos que han formado, han repetido una dialéctica de la negociación y la cesión constantes y ahora es muy difícil darle la vuelta a la tortilla. Pero a diferencia de lo que dijo Ortega, yo creo que Europa es el problema y España la solución, porque sabemos que el objetivo de los catalanistas es incorporarse a Europa como un Estado soberano. Se está haciendo una política de muchísima prudencia por la debilidad del partido en el Gobierno, por la falta de apoyos sólidos y a largo plazo de la oposición, y porque se ha asumido en grandísimas áreas de la población no sólo el discurso supremacista catalán, sino que el fundamentalismo democrático ha calado tan hondo que todo el mundo cree, casi en una manifestación anarquista, que su opinión es soberana e incuestionable. Si la acción del Gobierno no va acompañada de una acción a largo plazo será insuficiente.
¿Crees que sumado el problema catalán a los movimientos del Véneto, la Lombardía, Escocia… se puede llegar a la Europa de las regiones?
Hay poderes económicos a los que les interesa la balcanización de las naciones para negociar con Estados más pequeños, eso se ve en Hispanoamérica muy a menudo con las petroleras, pero a la vez hay Estados en Europa que han ido en una dirección contraria. Alemania no sólo no se ha atomizado, sino que ha incorporado a la RDA, y la ha incorporado al precio de que el lado occidental pague más impuestos. Hay movimientos en las dos direcciones, perspectivas empresariales y perspectivas estatales, y en esa dialéctica es donde nos movemos. Al Brexit, por ejemplo, le puede venir muy bien la destrucción de los Estados-nación y la negociación con pequeños caudillitos. Todo esto lo favorece el cultivo de las señas de identidad, de las esencias, del mito de la cultura del que habló Gustavo Bueno, que es una herramienta de voladura de las naciones bastante clara. La nación, en teoría, pasa por encima de esos rasgos culturales, si entendemos el Estado-nación como una estructura en la cual el ciudadano tiene unos derechos que disuelven las particularidades.
FERNANDO PALMERO (@fer_palmero)
Una versión de este artículo aparece publicada en el número 288, Extra de Navidad Diciembre 2017 — Enero de 2018, de la Revista LEER.