Su comparecencia acaba de ser una de las citas estrella en esta edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Hace un par de meses, LEER ya celebraba la publicación de la novela 4 3 2 1 (Seix Barral) en conversación con Paul Auster sobre las principales claves de su narrativa del azar. Y así lo contábamos.
“No entiendo la pregunta”, dice, retador. “¡No lo sé, nunca me fijo en eso!, responde a otra. Y que admita un juicio no quita que después se desdiga: “Interesante, pero no tengo esa impresión sobre mi obra”. Lo deja claro a LEER: “Escribo el libro por instinto, luego no pienso más en él”. Le hemos visto repartir estopa a quien aspira a teorizar felices panorámicas sobre su carrera, ponerle etiquetas o, en definitiva, acotar por algún ángulo las maneras del genio. Por eso no lo tomamos como algo personal cuando en la primera cuestión nos enmienda la plana: “No estoy de acuerdo con que haya una evolución hacia lo concreto desde La trilogía de Nueva York hasta 4 3 2 1”.
Nos justificamos. Tantos experimentos postmodernos le hemos disfrutado, en negro, de autoficción y metaliterarios hasta el paroxismo, que no puede dejar de sorprendernos lo cerca que 4 3 2 1 queda de la gran novela decimonónica, y por eso abrimos conversación desde Fantasmas, el segundo y más insólito título de la famosa serie neoyorquina (1987), con intención de que sea él mismo quien nos ayude a calibrar el afianzamiento de su compromiso histórico-social a lo largo de los años, tal vez unido a una depuración de formas y un endurecimiento de territorios.
Pero lo que Auster nos replica, no sin razón si nos desligamos de lo estético, es que no debemos subestimar que el argumento de Fantasmas ya incorporaba “referencias históricas de peso: a la construcción del puente de Brooklyn; Jackie Robinson, el primer beisbolista afroamericano; Thoreau a través de la lectura de Walden…”. Es tajante: “Yo lo que encuentro ahí es Brooklyn en 1947”. Es decir, Auster no siente que haya cambiado sustancialmente los modos ni las intenciones de su narrativa en relación a los parámetros espaciotemporales. ¿Y por qué tenemos esa sensación al mirar su trayectoria? “¡Ah, qué sé yo!”, contesta divertido, “será porque Fantasmas tiene esa atmósfera extraña… pero por debajo siempre está la realidad del lugar y del tiempo”.
La ‘obra total’ austeriana
La historia en aquella novela breve, Fantasmas, arrancaba el día de nacimiento de Paul Auster, el 3 de febrero de 1947. A sólo un mes de diferencia de la fecha detonante de la colosal 4 3 2 1, que se corresponde, a su vez, con el nacimiento del sosias y nuevo protagonista, Archiebald Isaac Ferguson. Es decir, ahora estamos en el 3 de marzo de 1947 en Nueva Jersey, y a partir de aquí, hasta la mañana de Año Nuevo de 1970, se van abriendo ante el lector cuatro caminos diferentes: cuatro vidas posibles de Archie, de la infancia a la adolescencia, con el telón de fondo de la América de segunda mitad del siglo, acontecimientos como el asesinato de J. F. Kennedy, pasando por la inmigración hacia el sueño americano hasta la lucha por los derechos civiles. Las cuatro variaciones de Ferguson se producen sobre el pentagrama de la familia, los amigos, los amantes y el amor; y los libros, la fotografía, el cine, la música y los deportes. Y siempre la escritura, la creación, como leitmotiv.
Las casi mil abrumadoras páginas cayeron en nuestras manos acompañadas del anuncio de que Paul Auster llevaba toda su vida preparándose para escribir esta novela, la primera en los últimos siete años. Afinamos: estaba preparándose para ello exactamente desde Brooklyn Follies (2005), punto de inflexión en su narrativa. Y se lo decimos. Titubea, se resiste a aceptar que ha cambiado algo verdaderamente en su escritura desde ahí, aunque confiesa que sí sucedió algo en su interior: “Me deprimí muchísimo no solamente por el terror que asoló Nueva York con el 11-S sino también por lo fatal que me sentí con la invasión de Irak perpetrada por Bush”.
Siguiendo la cita de Billy Wilder, al sentirse hundido, escribió una comedia, “que no es una farsa: los personajes también sufren como en la tragedia, pero acaban la historia mejor de lo que empiezan”. Le ocurre al protagonista Nathan Glass, “va a Brooklyn a morir pero allí encuentra una nueva vida; y de eso trata aquella novela, de la cotidianidad antes del 11-S, de la suerte de tener problemas tontos, sufrimientos que eran tan pequeños comparados con la devastación que nos sobrevino”.
En mi nueva novela, la muerte llega silenciosa como un puñal directo al corazón del lector
Todo corrobora que, desde aquel libro, ha perdido o dejado atrás su primera poesía del azar, el destino y las coincidencias para ganar terreno al realismo social. Pero algo queda de aquellas poéticas que ahora diría “de lo inesperado”, y no es poco. Le preguntamos por qué son cuatro las vidas de Archie: “Porque el número cuatro es un cuadrado perfecto, hay cuatro elementos, cuatro vientos y cuatro puntos cardinales de la brújula”, contesta. También le pedimos que nos hable de su utilización magistral de la página en blanco, “la tipografía como parte de la narración”, nos dice, para simbolizar la muerte en 4 3 2 1, “es un silencio elocuente, habla por sí mismo, es un puñal directo al corazón del lector”.
Haciendo esto, “metiéndose en la piel de otras personas”, ha pasado dos séptimas partes de su vida: escribiendo. Ha hecho el cálculo. Como artista, lo ha dado todo “a cada minuto”. Y a los setenta años, piensa mucho en la muerte. Pero nos asegura que su oficio es “una compulsión que le hace sentir más vivo que nunca”.
Mecánica de la realidad
Se desmarca de la Filosofía, de la mística. Pero el lector busca patrones en las famosas coincidencias de sus relatos, ¿de verdad usted no busca también esos patrones cuando pone la mirada sobre ellas?
Deme un ejemplo de “concidencia” para poder seguirla mejor…
Una muy visual, del guión de ‘Smoke’, la secuencia donde el escritor en crisis Paul Benjamin reconoce emocionado a su mujer, que ha fallecido, en la colección de fotos espontáneas del estanquero Auggie Wren… Cuando usted plasma ese tipo de “aconteceres”, muchos lectores pensamos que trata de decirnos algo.
¿Eso es una coincidencia? Es más una revelación de la verdad. Le daré un ejemplo de lo que yo veo como una coincidencia. Llevo viajando de ciudad en ciudad, de país en país, mucho tiempo. Imagine que en el hotel de Edimburgo me asignan la habitación 216, que después en el de Oslo también y el mismo número de habitación igualmente me sea dado en el hotel de Madrid: eso es una coincidencia.
Ah, a eso me refiero, ¡no puede lanzarnos esas cosas y pretender que nos quedemos impasibles!
¡No es mi intención! Lo que sucede es que la gente no hace más que hablar de coincidencias, pero yo en mi trabajo no puedo pensar sobre ello. ¿Le ha sucedido alguna vez llevar mucho tiempo sin saber de una persona, que le llegue al pensamiento y reencontrársela ese mismo día? A mí me ha pasado en muchas ocasiones. Y a muchos otros como a mí, de hecho recopilé cientos de historias reales con todo tipo de locuras así, sucesos sorprendentes que parecían ficción, para el volumen Creía que mi padre era Dios. A lo que me resisto de la palabra “coincidencia” es a sus connotaciones de improbable o innatural, porque yo argumento lo contrario: estas cosas inesperadas las vemos como extrañas pero realmente no lo son.
¿Y qué les dice a los lectores que esperan que cuente qué hay detrás de esas coincidencias en una próxima novela?
¡Que no hay nada detrás! No hay misticismo, no hay religión, no hay un significado elevado. Es simplemente cómo funciona el mundo, eso es lo único que estoy diciendo. Es el mundo como yo lo conozco.
MAICA RIVERA (@maica_rivera)
Una versión de este artículo aparece publicada en el número de octubre de 2017, 286 de la Revista LEER