En la edición en que Madrid ostenta el protagonismo de ciudad invitada, la FIL Guadalajara ha decidido reconocer el compromiso de un editor madrileño con América y la narración corta. Casualidad o no, el 27 de noviembre Juan Casamayor y su sello Páginas de Espuma serán objeto del Homenaje al Mérito Editorial de la Feria.
Parece milagroso que en el mundo de la cultura española, dominado por la vanidad y el cinismo, este hombre haya conseguido con dulces maneras y sólidos argumentos, sin filibusterismo ni prodigarse demasiado en verbenas –no piensa perderse un partido del Estudiantes por figurar en ningún lado–, colocar su editorial en el nivel de reconocimiento y prosperidad en que se encuentra Páginas de Espuma (PdE). Una independiente ubicada ya en el segmento medio que las convenciones establecen entre los 600.000 euros y los 2,4 millones de facturación y con la infraestructura correspondiente, sus furgonetas y una nave en el sur de Madrid con el fondo paletizado.
Todo eso lo reconoce la FIL, y Casamayor se siente muy honrado de que así sea. Le preceden personalidades de la talla de Beatriz de Moura, Jorge Herralde, Francisco Porrúa, Manuel Borrás o Jaume Vallcorba. Precisamente una fotografía del fundador de Acantilado nos observa desde una estantería mientras conversamos con Casamayor en su abigarrada oficina del barrio de Malasaña. “Los que están en ese palmarés no son solo editores. Son interlocutores del mundo del libro, profesionales que han cambiado la forma de entender el oficio. Creo que el premio es una manera de subrayar la plenitud de una editorial, como se hizo en 2012 con Adriana Hidalgo”.
Una plenitud indiscutible. Casamayor ha logrado el sueño de cualquier editor: “Hacer rentable un gusto personal”. Intentando ser como el buen árbitro, el que pasa inadvertido, trabajando con el autor página por página, a la manera del orfebre, pero siendo en definitiva testigo privilegiado de la creación de una obra literaria. La editorial disfruta hoy de una estabilidad que es el resultado de un largo aprendizaje, de un arduo trabajo de “cuatro monos” sosteniendo unos firmes principios sin descuidar un esfuerzo militante trabajando con todos los agentes del mundo del libro, desde el distribuidor al lector pasando por la prensa cultural o las escuelas. Llegaron a editar 25 títulos al año pero han vuelto a los 15 con la intención de no perder el control ni la sostenibilidad y poder vender bien cada uno de los libros que facturan, contando ya con el consistente respaldo de un fondo vivo como pocos.
Dos aspectos brillan oficialmente en el reconocimiento de la FIL: el compromiso con América y con el cuento. La importancia de viajar allí la entendieron muy pronto Casamayor y su compañera Encarnación Molina, que llegaron siguiendo la pista de los autores que les gustaban y así descubrieron los lectores y el tejido que aquéllos tenían detrás. Viajar “me enriqueció como persona y como editor”. Adquirió una visión de América como realidad múltiple y proteica. “La idea convencional de crear un puente desde España ya es un error. Los puentes, como hacen los ingenieros, hay que construirlos desde las dos orillas, y por eso hay que viajar. Además, cada país es una realidad distinta y exige estrategias diferentes”. Lo cierto es que han logrado consolidar una fórmula de negocio en América ejemplar para otros sellos de su categoría. Las ventas institucionales y la inclusión de sus autores en los planes de lectura están siendo decisivas. “De las diez ediciones y 68.000 ejemplares del Ajuar funerario de Iwasaki”, uno de los best seller de PdE, “unos 30.000 corresponden a las bibliotecas de aula de México, y el libro está también en el plan lector de Perú”.
Pero es la identificación con el cuento la gran seña de identidad de PdE. Casamayor ha sabido como pocos aprovechar el extraño desdén editorial hacia el género. “Recogimos el desencanto de aquellos escritores a los que recibían con una mueca peligrosa” cuando se presentaban ante su editor con un libro de relatos. Así, hay autores consagrados que publican sus novelas con grandes sellos pero reservan sus cuentos para PdE. Una veintena de escritores contemporáneos esenciales y que además venden. Casamayor subraya precisamente la importancia de sus autores, que forman una verdadera comunidad, y el compromiso de publicar al menos un novel al año. “Echo de menos más cocina de futuros escritores. A veces parece que nos gusta más un húngaro de los años 50 que un buen autor inédito”.
En cualquier caso, Casamayor ha demostrado que el cuento es un género demandado. “Hoy está más vivo que nunca. Tiende más que otros géneros a romper sus costuras, a incomodar los moldes. No hay tanta presión, como tampoco hay una estética predominante”. ¿Es quizá el género propio de los nuevos tiempos, de la fragmentación y la falta de concentración? “Lo que menos define a un cuento es su brevedad. El buen cuento es una lectura muy exigente. Hay que buscar su sentido en lo que no dice”.
Esta edición de Guadalajara tan especial es la decimoquinta para él. De la primera, en 2003, recuerda los nervios, el deslumbramiento y la experta labor de cicerone de la desaparecida Florita, de Ediciones Morata. También la ingenuidad, que Casamayor reivindica en la forja del carácter de la editorial. Ir a Guadalajara era fundamental, no solo porque entendían México como meta comercial, sino por ser el punto de encuentro con tantos escritores a los que había que conocer. Guadalajara ha supuesto para Casamayor y PdE un acervo insustituible de experiencia.
BORJA MARTÍNEZ
Fotografía: Lisbeth Salas
Una versión de este artículo aparece publicada en el número de noviembre de 2017, nº 287, de la Revista LEER.