Una vez al mes llamaba Gutiérrez a su despacho de LEER entre carcajadas. Al entrar ahí estaba balanceándose en su sillón, esgrimiendo un cuadernillo en cuartilla, el último número del fanzine artesanal editado por el misterioso Centro de Documentación de la Novela Española que ejercía la sátira descarnada contra los más mediáticos escritores españoles. Una enigmática publicación de incierta autoría y naturaleza mixta entre “La cárcel de papel” de La Codorniz y el más sedicioso de los pasquines ácratas, detrás de la cual apenas se identificaba, entre los pocos firmantes sin seudónimo, al escritor Manuel García Viñó –aunque el propio interesado se desvinculara de la autoría con más ahínco que convicción en el programa de Negro sobre Blanco que Sánchez Dragó dedicó a La Fiera allá por mayo de 2000 en La 2 de TVE–. Revista “especializada, entre otras cosas, en la destrucción”, en palabras de Robert Juan-Cantavella, que realizó entrevista epistolar con un anónimo portavoz del libelo allá por 2005 para la revista Lateral, La Fiera tuvo dos momentos de afloramiento de la clandestinidad: el citado programa de Dragó y las ocho semanas, entre 2000 y 2001, en que apareció en el diario La Razón con unas páginas denominadas “El cubil de la Fiera”. Travesura de Anson que duró lo que tardaron en imponerse los compromisos del académico de la Lengua.
Cuando a finales del pasado mes de octubre un crítico y traductor llamado Íñigo F. Lomana agitó el pequeño mundo de las vanidades literarias con un afilado artículo publicado en El Español bajo el título En la era de la prosa cipotuda, su tono, la ironía, la impugnación de toda una corriente literaria y social y la denuncia de sus redes amicales nos recordó a La Fiera. Y se nos ocurrió tirar un hilo entre aquello y esto, esclarecer las razones de este tipo de crítica radical, que no atiende a los compromisos gremiales y que zahiere a los escritores donde más duele: el rigor de su obra.
Y tensaremos ese hilo el 21 de abril a partir de las 19:30 horas. La cuarta participación de LEER en la gran fiesta de los libros de la Comunidad de Madrid celebrará el aire clandestino de La Fiera. Debatiremos sobre la crítica insobornable, sus motivos y razones (del rigor literario al rencor) y los riesgos de ejercerla en el panorama español.
Estaremos con Arturo Seeber (Buenos Aires, 1948), escritor y editor, que colaboró estrechamente con García-Viñó en la última etapa de La Fiera Literaria. Y que vendrá acompañado de su compañero de El Garaje Ediciones, Manuel Blanco Chivite, responsable de la publicación de varios de los libros de García Viñó. Estaba previsto que Íñigo F. Lomana (Madrid, 1975), autor del controvertido artículo cipotudo, se encontrara en LEER con Jorge Bustos (Madrid, 1982), periodista y escritor que formó parte de la nómina establecida por Lomana, pero el columnista de El Mundo finalmente no podrá asistir. Con todos ellos, terminando de zarandear la reunión, sí estará la escritora, periodista e insumisa colaboradora de LEER Ada del Moral. Os esperamos.
BORJA MARTÍNEZ
(En la imagen superior, collage aparecido en el número de abril de 1999 de “La Fiera Literaria)
MIS RECUERDOS DE MANUEL GARCÍA VIÑÓ Y ‘LA FIERA LITERARIA’
Arturo Seeber
Conocí a Manuel García Viñó a comienzos del nuevo milenio, cuando La Fiera Literaria llevaba cinco años apareciendo mensualmente. Tenía yo entonces una revista cultural en la web, Idos y venidos, y propuse hacerle una entrevista. Nos reunimos en la cafetería del Hotel Cuzco, yo registrando nuestra charla en un grabador de minicassette. Nació entonces una amistad que se extendió hasta su muerte, en el año 2013.
No soy, en mis lecturas, demasiado amigo de las novedades, antes bien prefiero ir hacia atrás, hacia los libros que el buen criterio ha calificado como buenos, porque el tiempo tiene muchas veces la virtud se separar lo valioso de lo afamado. Pero en un rapto de aggiornamento, me había por entonces propuesto ponerme al día en la nueva literatura española. Comencé con la lectura de un Premio Planeta que por azar cayó en mis manos, a cuyo autor no cito por vergüenza, pensando que un premio de tanto renombre debería cubrir un mínimo de calidad. Quedé pasmado al ver la mediocridad de la obra galardonada, que ni un párvulo podría empeorar.
Insistí, intentando leer a los más reconocidos. Recuerdo haber abordado una de las abultadas novelas de Javier Marías, pero no pude pasar de los primeros capítulos (demasiadas páginas para mi paciencia), pero en compensación me tragué por completo La rusa, de Juan Luis Cebrián, en la que, al menos, una cosa hallé digna de mérito, la de ser muchísimo más breve que las de su colega Marías, que lo malo, si breve, menos malo, y la leí hasta el final, hasta el mismísimo final. Era yo entonces un extranjero casi recién llegado a España con la ilusión de estar en la patria de los escritores del Siglo de Oro, de Galdós, de Valle-Inclán, de Ortega y Gasset, y me dolió comprobar la pobreza intelectual en el que había caído mi madre patria. Me sumé entonces al staff de La Fiera bajo el seudónimo de Maurizzio Malalatte.
Mucho han dicho de La Fiera Literaria amantes y detractores. En un país de pasiones como es España, que ha caído en el vicio de la tibieza, las salidas de tono molestan, y García Viñó con su equipo nos propusimos expresarnos sin pelos de la lengua. La enfermedad cultural de España es grave. El capitalismo a lo bestia a que la han sometido a partir de la llamada Transición ha hecho de los objetos culturales una mercancía más, de la que su solo valor está en la ganancia que proporcionan. Es significativo que hoy se hable más de industria cultural que de cultura. Acaso quien padeció esto más fue el mundo literario, en donde los grandes grupos, lo que manejan el ochenta por ciento del cotarro, entre los mayores Prisa y Planeta, se dedicaron a fabricar escritores sin preocuparse en averiguar si sabían escribir o no, muchos sacados de la prosa funcional y descuidada de periodistas, como Pérez-Reverte, Maruja Torres, Rosa Montero…
La Fiera Literaria fue agresiva, irrespetuosa, boca sucia… Bienvenida sea, que el buen criterio y la indignación son buenos complementos. Recuerdo que cuando llevábamos, con Manuel Blanco Chivite, el taller literario en la sede de nuestra editorial Ediciones Vosa (hoy El Garaje Ediciones), en la cual publicamos varios libros de García Viñó, nos asombraba ver que muchachos, muchos de ellos en los que se podía percibir el germen de una vocación literaria, no supiesen mínimamente redactar, ignorasen el significado de la mayoría de las palabras que usaban, no distinguiesen entre la buena y mala literatura.
La Fiera Literaria no dejó títere con cabeza en esta farsa cultural. Y porque fuera al máximo eficiente su mala leche, inventó la “crítica acompasada”, acaso el más vergonzoso método de considerar una obra literaria, pues no le bastaba sólo criticar el conjunto de la obra sino, paso a paso, una a una, las burradas que acometía el autor. Y ni qué hablar del periodismo, tan ajeno en su mayoría a la lengua castellana como de Dios los ateos.
Mi amistad con Manolo concurría obligadamente una vez al mes, momento en que, en la cocina de su casa, terminábamos de armar la revista y ensobrarla para su envío. Nos despachábamos entonces a boca suelta, suelta y sucia, sobre las novedades del quehacer cultural. Habíamos inventado un juego. Tras observar que en un afamado semanario cultural de un periódico, que por vergüenza no nombro, se había cambiado el significado del distributivo “sendos” por “dos”, cuando tratábamos cantidades las reducíamos al nuevo guarismo. Así, cuatro equivalía a dos sendos, cinco a dos y medio, cien a cincuenta.
El 25 de noviembre del 2013 murió Manuel García Viñó, cuando nuestra editorial sacaba de la imprenta su última obra, la novela Jaramago y otras flores amarillas.