Deportista, explorador, reportero, estrella de televisión… La improbable biografía de Miguel de la Quadra-Salcedo (1932–2016) no cabe en un titular. Escribió con pasión e inteligencia su propio relato de aventuras, y lo compartió con los demás en sus sucesivos desempeños, particularmente la Ruta BBVA que fundó y dirigió hasta el final. La noticia de su fallecimiento llegó al filo del cierre del número de junio de LEER, con el tiempo justo para que el periodista Pedro Cáceres, buen conocedor de la figura de Miguel, le dedicara un sentido texto que ofrecemos aquí en su versión íntegra.
A Miguel tuve la fortuna de conocerle en 1999, cuando como periodista de El Mundo me enviaron a informar sobre la expedición de la Ruta Quetzal-BBVA, el programa educativo para jóvenes de ambos lados del Atlántico que dirigía desde los años 80. Fue sólo entonces cuando mi madre se creyó de verdad que yo era periodista. Porque para varias generaciones de españoles, Miguel de la Quadra era el reportero por antonomasia y el epítome de la aventura y, viajar con él, la demostración de que uno estaba en el oficio.
La aceleración y la multitud de canales hace que ahora proliferen los personajes de baratillo. Pero en los años 50–60, cuando empezó Miguel, los pocos que llegaban al estrellato lo hacían por méritos incuestionables y adquirían la condición de símbolos.
Miguel se ganó su estatus cubriendo para TVE todas las guerras, desde la del Congo y la de Vietnam en adelante. Tenía un estilo trepidante y personalísimo, y su presencia de Hércules llenó la televisión española durante décadas. Ese físico de atleta se había forjado en el deporte, cuando llegó a competir en los Juegos Olímpicos de Roma. Ganó campeonatos de lanzamiento de peso, disco y jabalina y, con esta última, batió el récord del mundo, utilizando una técnica propia que consistía en lanzar dando vueltas sobre uno mismo tomando la jabalina por un extremo. Pero los jueces no validaron la técnica ni su plusmarca. Después se graduó como perito agrónomo y marchó a América, contratado para estudiar plantas y conocimientos etnobotánicos con diversos pueblos indígenas.
Para varias generaciones de españoles, Miguel de la Quadra ha sido el reportero por antonomasia y el epítome de la aventura
Desde aquellos destinos remotos ofreció las primeras colaboraciones para TVE y el periodismo empezó a convivir con las exploraciones. Miguel era lo contrario del periodista estrella que tanto abunda ahora. Era discreto y no hablaba de sí mismo. Muchas veces, viajando con él, intentábamos liarle para que nos contara batallas de reportero, pero no soltaba prenda. La mayoría las conocemos por los que estaban a su lado. Sabemos, por ejemplo, que en la guerra de Vietnam le hizo creer a su camarógrafo que el helicóptero donde montaban les sacaba de la zona caliente. En realidad les llevó al sitio de los peores combates. El cámara casi le mata, pero luego siempre le agradeció haber conseguido las mejores imágenes de la contienda. Miguel de la Quadra tenía arrojo y compromiso. En 1973, durante el golpe de Pinochet en Chile, tuvo los arrestos para entrar en el infausto estadio donde se sentenció a tanta gente y aprovechando su cámara y su labia salir de allí con un español que estaba detenido, salvándole sin duda la vida.
Era culto y listo y tenía la fuerza de un bisonte, así que se las apañaba para liar a cualquiera. Porque tenía, además, todos los recursos de un pillo y de un encantador de serpientes. El doctor Antonio Franco, su amigo desde los años 50 que le acompañó después como galeno de la Ruta, contaba andanzas de estudiantes. Como cuando, para sacarse un dinero, Miguel se hizo especialista de cine y aprendió a caer de forma espectacular como en las peleas del Oeste. Así que un día, en una terraza madrileña, Miguel fingió una de esas caídas arrastrando mesas, platos y sillas. «Este hombre está muy mal», dijo el doctor, momento que aprovecharon para marcharse sin pagar. Espero que Miguel, que era un señor, me perdone desvelar estas trapacerías, pero creo que son necesarias para entenderle. Porque un sabio como él no podría haber ido a tantos sitios sin tener también mucho de pícaro.
A Miguel se le ha visto siempre como hombre de acción. Pero era, por encima de todo, un hombre de libros. Venía de una familia de historiadores y arqueólogos y con tradición de cultura. Por eso, cuando ideó Aventura 92 y después Ruta Quetzal, programas de intercambio cultural entre España y América, encontró el cauce a sus pasiones.
Era un personaje de otra época, o mejor dicho, un personaje fuera del tiempo. Vivía en el suyo propio y en sus propios sueños y obsesiones: la historia, los viajes, el reporterismo, la antropología, América. Y los ha vivido hasta el final.
Era, por encima de todo, un hombre de libros. Cuando ideó Aventura 92 y después Ruta Quetzal encontró el cauce a sus pasiones
Después de 30 años, la Ruta ha creado una enorme familia de personas que aprendieron junto a él los valores de la convivencia y el conocimiento. La Ruta es una especie de grand tour humanista donde Miguel embarcaba como profesores a los mejores expertos de todas las disciplinas: músicos de cámara, astrofísicos, ambientólogos, historiadores, artistas plásticos, monitores de superviviencia, titiriteros… «Lo primero que hace falta en la mochila –les decía Miguel a los jóvenes– es un libro».
Y fue un libro lo que llevó a la especial conexión que ha habido entre LEER y Ruta Quetzal-BBVA durante más de una década. Un buen día, otro grande del periodismo, José Luis Gutiérrez, me invitó a escribir en estas páginas. En 2002, la Ruta Quetzal-BBVA giró en torno al cuarto viaje de Colón, donde acudió como cronista el hijo del descubridor, Hernando Colón. Aquel año, De la Quadra hizo imprimir una edición especial de esa obra impagable y perdida y todos los expedicionarios llevaron un ejemplar en su mochila.
José Luis Gutiérrez quedó prendado de la historia y publicamos el primer reportaje sobre la Ruta. Después siguieron otras ediciones, donde el propio editor de LEER acabó sumándose a la expedición. Quizá uno de mis mejores recuerdos ruteros sea ver a José Luis y a Miguel charlando a mi lado sobre periodismo y sobre la historia de América.
Dos maestros a los que echaré siempre de menos.
PEDRO CÁCERES (@Pcaceres_)
Una versión de este artículo ha sido publicada en el número de junio de 2016, 273, de la Revista LEER.