Hasta el 30 de abril, el Teatro Real acogerá diez funciones de Parsifal (Semyon Bychkov), la última y enigmática ópera de Richard Wagner (1813–1883). El director escénico Claus Guth traslada la acción a un sanatorio inspirado en La montaña mágica de Thomas Mann, durante el período de entreguerras. Tal puesta en escena da inicio a tres meses de programación «dedicados al arte como evasión y rebeldía en tiempos de dolor, opresión y desaliento».
En este contexto resurge el mito percevaliano y se revitalizan sus apasionantes conexiones arquetípicas de naturaleza literaria que siguen alcanzando su máximo esplendor en el universo artúrico vivo a través de la incombustible obra tolkieniana.
Parsifal y Parzival
Fue en el dorado tiempo decimonónico, evocado con deleite historicista para placer popular, cuando aconteció la más bella resurrección del imaginario artúrico hasta el punto de que hoy nuestra memoria recupera de modo automático los lienzos prerrafaelitas para ilustrar cualquier ensoñación caballeresca. Cunde la fascinación general ante el hecho de que la sensibilidad wagneriana nos invoque el pasado no sólo con un exclusivo afán escapista sino también en respuesta al romanticismo más idealizado que localizamos ya impuesto en Europa por los años en que nacía el artista, como explica José Ignacio Gracia Noriega en El reino mágico de Arturo (La Esfera de los Libros). Es muy del gusto actual que “el músico y poeta, libretista de sus propias óperas y dramas musicales, buscara la inspiración en viejos poemas y en antiguas leyendas muy próximas a la sensibilidad romántica, y en ese medievalismo que culminó con Parsifal, su última obra”.
Es por ello que no yerra el Teatro Real al presentar esta ópera, inspirada en el poema épico medieval Parzival de Wolfram von Eschenbach, como paradigma wagneriano de «toda una vida de infatigable búsqueda de conocimiento, con múltiples influencias, desde el cristianismo al budismo, pasando por la filosofía de Arthur Schopenhauer (1788–1860), tan admirada por el compositor». Va más lejos en su análisis Gracia Noriega, consigue un buen golpe de efecto al referirse a “una supuesta trilogía artúrica-wagneriana, compuesta por Lohengrin, Tristán e Isolda y Parsifal“. Junto a la observación, se recrea en que, para escribir el libreto de su última creación, el artista se documentó “leyendo obras de medievalistas, lingüistas y folcloristas alemanes, como Johann Jakob Bodmer y el polémico escritor católico Joseph von Görres al que debe la etimología de Parsifal, obtenida de la unión de las palabras parsi, en el sentido de puro por referencia a los parsis, adoradores del fuego; y fal, en el sentido de loco y simple”. Aunque corrobora que, efectiva y eminentemente, “acudió al texto literario que le quedaba más próximo: el gran poema Parzival de Wolfram von Eschenbach de comienzos del siglo XIII, que es el culmen poético del ciclo del Grial, germánico y orientalizante, perfectamente desvinculado del localismo céltico-normando”.
No obstante, profundizar con rigor y claridad en las raíces de todo ello hace necesaria la consulta de todo un clásico de referencia: Historia del rey Arturo y de los nobles y errantes caballeros de la Tabla Redonda (Alianza), en cuyas páginas el experto Carlos García Gual matiza que “la versión de la leyenda del Parzival de Wolfram von Eschenbach consigue armonizar el ideal caballeresco del servicio a la comunidad y el sentido religioso de la aventura personal, del caballero en búsqueda de Dios”. Sus veinticuatro mil ochocientos diez versos “recuentan las andanzas del joven, desde su salida de la Floresta Solitaria, vestido de rústico, casi bufón o loco, hasta su triunfo al ser coronado rey en el Castillo del Grial”; y, especialmente, “ahondan en su psicología y en el simbolismo que rodea la aventura con un nuevo ímpetu poético, una imaginación prodigiosa y una retórica apasionada y turbulenta” que permitieron la reelaboración libre de la obra del “primer gran novelista de Francia, Chrétien de Troyes, que es la fuente principal de la trama”. En conclusión, el Parzival de Wolfram von Eschenbach en el que se inspiró Wagner es “una copia del ingenuo y esforzado Perceval, el héroe inventado por Chrétien”.
El nuevo Perceval
En declaraciones para la Revista LEER, Carlos García Gual corrobora la relevancia de tales argumentaciones y ensalza “los atractivos de este mundo épico y de evasión que ha perdurado a lo largo de muchos siglos con momentos de auge especialmente acusados en renovaciones míticas en la línea de la acontecida a través de la fantasía del siglo XX y ficciones como las de J. R. R. Tolkien”.
Sin embargo, frente al más genuino apogeo que experimentó el mito en la Edad Media, puede cundir la impresión de que Perceval es un paladín de segunda división a ojos del gran público de hoy. García Gual detalla lo que podría haber sido un posible caldo de cultivo para fomentar este prejuicio: “es un héroe interesante pero comete un error y no llega a terminar el camino de la aventura del Grial, siendo sustituido más adelante por otro mucho más puro y perfecto, de gran prestigio en una época tardía de la literatura inglesa, llamado Galaad”. Para colmo, en esta “competencia entre diferentes personajes heroicos” con la que se tiende a “reemplazar a uno por otro”, Perceval queda también relegado por “Lanzarote, que ostenta una gran ventaja desde el punto de vista romántico: es el gran enamorado de la reina Ginebra, protagonista de un amor imposible, adúltero y trágico”. En efecto, al leer el relato percevaliano apenas hallaremos algún encuentro erótico, “porque no es un héroe dominado por el amor sino por la búsqueda del objeto santo y perdido”.
El Parzival de Wolfram von Eschenbach en el que se inspiró Wagner es una copia del ingenuo y esforzado Perceval, el héroe inventado por Chrétien
Pero sobre todo este conjunto de “factores potencialmente adversos” para la popularidad actual de Perceval, a los que habría que sumar pequeños detalles que han condicionado el imaginario colectivo como la aportación del alelado protagonista del filme Perceval, el Galés (1978) por parte de Eric Rohmer, resalta la errónea crítica de quienes se han atrevido a emparentar injustamente el inocente carácter de este paladín con la necedad. Por el contrario, el especialista Carlos García Gual pondera su grandeza y esclarece la legitimidad de la misma con un paralelismo que resulta contundente para la comprensión inmediata por parte del neófito del siglo XXI: el personaje tolkieniano del hobbit Frodo Bolsón es un evidente heredero de Perceval en aspectos como la capacidad de sacrificio por los demás y la tenacidad con la que vence su aparente vulgaridad y pequeñez. No es una reflexión baladí, teniendo en cuenta las influencias directas del medievalista Tolkien para la invención de su famoso universo de El Señor de los Anillos, en el que “hallamos invertido el esquema de búsqueda de la aventura del Santo Grial: hay un objeto peligroso del que hay que desembarazarse y el telón misterioso de fondo no es paradisíaco sino sombrío”. Y lo más importante es que Frodo transmite el mismo mensaje que Perceval: “el héroe no tiene por qué ser un noble de clase alta con valores aristocráticos sino que puede emerger del pueblo, llegar de lo más bajo y ser ingenuo porque es capaz de aprender a conocer el mundo y hacerse un gran caballero a través de su bondad”.
MAICA RIVERA (@maica_rivera)
Una versión de este reportaje fue publicado en el número de febrero de 2013, 239, de la Revista LEER (cómprala, o mejor aún suscríbete).